El posmodernismo es una escuela de pensamiento filosófico amorfa que saltó a la fama en la posguerra. Comenzando como una tendencia marginal, desde entonces ha crecido hasta convertirse en una de las disciplinas dominantes de la filosofía burguesa, impregnando gran parte, si no la mayoría, de la academia de hoy en día. Aquí publicamos un análisis de Hamid Alizadeh y Dan Morley, el primero de una serie de artículos que analizan diferentes aspectos del posmodernismo desde una perspectiva marxista.
La historia de la filosofía ha conocido una amplia gama de escuelas, subescuelas y tendencias, que abarcan un rango diverso de perspectivas y puntos de vista del mundo. Pero dentro de esta miríada de tendencias, algunas de ellas racionales y materialistas, otras idealistas y tremendamente místicas, al menos existía un acuerdo general de que el sello distintivo de una gran teoría era la coherencia, la precisión y la cuidadosa atención al detalle. Independientemente de cómo se expresara la filosofía, en última instancia era una lucha por la verdad. Incluso los filósofos más reaccionarios tenían que admitir al menos esto. Personas como Agustín de Hipona, cuya teoría de la iluminación divina formó la columna vertebral ideológica de la reacción medieval en la Edad Media, al menos intentaron presentar sus argumentos como coherentes y razonables.
Cómo han cambiado las cosas. En el período de decadencia capitalista, la filosofía también ha experimentado un proceso de regresión. La expresión más clara de esta tendencia es el posmodernismo. Durante el último medio siglo o más, esta tendencia se ha extendido lentamente como un virus por todo el mundo, saltando de un país a otro, mutando constantemente en variantes nuevas y cada vez más extrañas. De ella se ha derivado una industria de subescuelas y tendencias como el poscolonialismo, la teoría queer, varias formas de feminismo y muchas más, que, en formas abiertas o disfrazadas, dominan las ciencias sociales y la academia de hoy.
En el campo de la filosofía posmoderna, las mentes más grandes de la historia son vistas con desdén y descartadas sin ceremonias. Se denuncia la razón, mientras que se elevan la irracionalidad y la ininteligibilidad al nivel de principio. La honestidad teórica y la búsqueda de la verdad se ahogan en interminables consideraciones, ambigüedades y lenguaje incomprensible. El siguiente es un excelente ejemplo de este género:
“Más importante que el izquierdismo político, más cercano a una concurrencia de intensidades: un vasto movimiento subterráneo, vacilante, más como un alboroto en realidad, a consecuencia del cual la ley del valor está desafectada. Retenciones de la producción, incautaciones no compensadas como modalidades de consumo, rechazo al ‘trabajo’, comunidades (¿ilusorias?), aconteceres, movimientos de liberación sexual, ocupaciones, casas okupas, secuestros, producciones de sonidos, palabras, colores, sin intención artística. Aquí están los ‘hombres de producción’, los ‘maestros de hoy’: marginales, pintores experimentales, pop, hippies y yippies, parásitos, dementes, locos de atar. Una hora de sus vidas ofrece más intensidad y menos intención que 300.000 palabras de un filósofo profesional”.
No sabemos si una hora en la vida de marginales, pintores experimentales, pop, hippies y yippies, parásitos, dementes o locos de atar puede ofrecer más intensidad que las palabras de un “filósofo profesional” no especificado. Pero incluso a partir de este breve extracto, está ciertamente claro que solo cinco minutos de la vida de alguien valen considerablemente más que las 300.000 palabras de este filósofo en particular.
Sin siquiera sonreír, los posmodernistas plantean las afirmaciones y proposiciones más irrisoriamente absurdas. Jean Baudrillard, por ejemplo, afirmó que la realidad ha desaparecido y, con ella, todo significado. Para ilustrar su punto, parafrasea (y exagera) las palabras de Elias Canetti con aparente aprobación:
“Más allá de cierto momento preciso en el tiempo, la historia ya no es real. Sin darse cuenta, toda la raza humana de repente dejó atrás la realidad. Nada de lo que ha ocurrido desde entonces ha sido cierto, pero somos incapaces de darnos cuenta. Nuestra tarea y nuestro deber ahora es descubrir este punto o, mientras no lo entendamos, estamos condenados a continuar en nuestro actual curso destructivo”.
El lector puede sentirse en el derecho a preguntar: ¿Qué significa esto? Pero esta pregunta ha sido respondida de antemano. Dado que ahora la realidad ha desaparecido y, con ella, todo significado, no tiene sentido pedir ningún significado en absoluto. Este es un método que tiene la indudable ventaja de descartar de antemano cualquier pregunta incómoda. Silencia toda crítica posible y, de hecho, elimina la base del pensamiento racional en general.
Esta línea argumentativa, que se presenta como algo nuevo, como todos los demás aspectos del posmodernismo, no es ni nueva ni original. Es simplemente una regurgitación del viejo argumento de Tertuliano en el siglo III, quien justificó los absurdos del dogma cristiano afirmando Credo quia absurdum est: “Lo creo porque es absurdo”.
De hecho, esta inclinación por el absurdo nos lleva al corazón mismo del pensamiento posmodernista, que rechaza todo pensamiento racional. Deleuze y Guattari, a menudo presentados como el “ala izquierda” del posmodernismo, llevan estos absurdos a un nivel completamente nuevo:
“la esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del hombre se vuelven una dentro de la naturaleza en forma de producción o industria, tal como lo hacen dentro de la vida del hombre como especie. Entonces, la industria ya no se considera desde el punto de vista extrínseco de la utilidad, sino desde el punto de vista de su identidad fundamental con la naturaleza como producción del hombre y por el hombre. No el hombre como rey de la creación, sino más bien como el ser que está en íntimo contacto con la vida profunda de todas las formas o todos los tipos de seres, que es responsable incluso de las estrellas y la vida animal, y que incesantemente conecta un órgano-máquina en una máquina-energía, un árbol en su cuerpo, un seno en su boca, el sol en su culo: el eterno custodio de las máquinas del universo. Este es el segundo significado de proceso cuando usamos el término: el hombre y la naturaleza no son como dos opuestos…” (énfasis nuestro).
Michel Foucault, íntimo amigo de Deleuze y Guattari, casi se cayó de bruces en su prisa por colmar de elogios este disparate: “se produjo una tormenta eléctrica que llevará el nombre de Deleuze: es posible un nuevo pensamiento; el pensamiento vuelve a ser posible”.
¡Así que ahora lo sabemos! Aparentemente, era imposible siquiera pensar hasta que Monsieur Deleuze nos iluminó con estas perlas de sabiduría.
Toda la literatura posmodernista está repleta de esta retórica pomposa, engreída y burda que encubre sus teorías mal pensadas. Pero esta se lleva la palma. Ahora, después de leer las líneas anteriores, toda la humanidad puede respirar aliviada. Todos podemos empezar a pensar.
Pero aquí está el problema: ¿en qué se supone que debemos estar pensando exactamente?
Definiendo lo indefinible
Seguramente vale la pena prestar atención a una filosofía que hace afirmaciones tan grandiosas sobre sí misma. Por lo tanto, nos armaremos de paciencia y haremos todo lo posible por captar cualquier significado que se le pueda encontrar. ¿Qué es exactamente el posmodernismo y qué hay detrás del mismo? Aquí chocamos inmediatamente con el primer problema. Se nos dice que es indefinible. Es una idea que por definición se opone a las definiciones. Hasta ahora, todo confuso.
El término “posmodernismo” fue acuñado por primera vez por Jean-François Lyotard en 1979, que lo definió —en sus propias palabras, “simplificando al extremo”— “incredulidad hacia las metanarrativas”. El Diccionario de inglés Oxford define ‘metanarrativas’ como, “Un relato o interpretación general de eventos y circunstancias que proporciona un patrón o estructura para las creencias de las personas y da significado a sus experiencias”.
¡Espera un momento! ¿No es la propia definición de Lyotard también … una meta-narrativa? Por supuesto, eso es precisamente lo que es. Cuando nos informa que debemos evitar a toda costa pensar de ciertas formas que desaprueba, ¿no nos proporciona una teoría general, una “explicación o interpretación global de los eventos y circunstancias”? Y, al decirnos que hay que evitar ciertas ideas, ¿no nos proporciona también “un patrón o estructura para las creencias de las personas, dando sentido a sus experiencias”?
La respuesta a ambas preguntas es inequívocamente afirmativa. Por lo tanto, Jean-François Lyotard queda acusado desde el principio de una contradicción absurda o de ser un fraude flagrante. Estamos en presencia de un tonto o de un pícaro. ¿O tal vez ambos? Es difícil de decir.
¿“No hay progreso”?
Los posmodernistas también son conocidos por su rechazo de la noción de progreso en la historia. Afirman que el desarrollo de la ciencia y la filosofía no conoce el progreso y que solo hay diferentes formas de interpretar el mundo. Además, este es un mundo que ni siquiera corresponde a nuestras interpretaciones del mismo. Y, sin embargo, los posmodernistas presentan su escuela de pensamiento como la única que puede explicar esta situación. Si aceptamos este punto de vista, entonces cualquier idea es tan buena como la siguiente, independientemente que brote de la mente de un chamán de la edad de piedra, un Aristóteles, un Einstein o un Marx. En ningún momento la comprensión de la naturaleza y la sociedad por parte de la humanidad ha dado un solo paso adelante; de hecho, el “adelante” no existe para el posmodernista. ¡Nada es progresivo, excepto, por supuesto, el posmodernismo, que recién ahora ha emergido, triunfante, para desenmascarar esta vieja farsa de una creencia en el progreso!
En una cosa podemos estar fácilmente de acuerdo. Ciertamente es verdad que, bajo el sistema capitalista en su período de decadencia senil, no es posible ningún progreso serio para la raza humana. Pero, ¿tenemos derecho a sacar la conclusión de que el progreso en general no existe o que la historia no ha experimentado tiempos en los que dio grandes pasos hacia adelante? No, no tenemos derecho a hacer tal cosa. Cualquiera que estudie el pasado verá de inmediato que la sociedad humana ha conocido períodos de gran avance, caracterizados por el rápido desarrollo de las fuerzas productivas, la ciencia y la tecnología, y el florecimiento del arte y la cultura.
También conoce otros períodos caracterizados por el estancamiento, retroceso, decadencia e incluso recaídas en la barbarie. La caída del Imperio Romano fue el comienzo de cientos de años de retroceso en Europa, que con razón han sido descritos como el Oscurantismo. El Renacimiento marcó un punto de inflexión en el desarrollo de la cultura en todos los ámbitos. Arte, ciencia, literatura: todos experimentaron un notable renacimiento (el significado literal del término “Renaissance”). Esa fue la época del ascenso de la burguesía, portadora de una etapa nueva y superior de la sociedad humana, una era de descubrimientos que rescató a la humanidad de las cadenas del feudalismo, junto con el oscurantismo irracional de la Iglesia y los fuegos de la Inquisición.
Más tarde, la burguesía revolucionaria de Francia produjo la Ilustración, que los posmodernistas miran con especial odio, precisamente porque defendió el pensamiento racional y la ciencia. Como su nombre indica, el posmodernismo cree que algo llamado modernismo ha llegado a su fin. El modernismo es el conjunto de ideas que surgieron de la Ilustración. Ésa fue la época heroica del capitalismo, cuando la burguesía aún era capaz de desempeñar un papel progresista. Pero la época actual presenta un cuadro de decadencia social, económica, política e ideológica. De hecho, el progreso humano se ha estancado. Las fuerzas productivas están paralizadas por la crisis más profunda en trescientos años. La cultura se estanca y los frutos de la ciencia, lejos de liberar a la humanidad, amenazan con el desempleo masivo y la catástrofe ambiental. La clase capitalista se ha convertido en un obstáculo colosal para el progreso.
Sobre la base del sistema actual, las perspectivas de la humanidad son realmente sombrías. Pero en lugar de concluir que es el sistema social del capitalismo el que impide el progreso, los posmodernistas concluyen que el progreso en sí está descartado, porque nunca ha existido. La clase dominante y sus parásitos de clase media en las universidades están impregnados de un espíritu de pesimismo. Se quejan del terrible estado de la sociedad, pero al rechazar la ciencia, el pensamiento racional y el progreso en general, simplemente reflejan la perspectiva de una clase dominante degenerada y decrépita.
Deshonestidad
Joseph Dietzgen dijo una vez que la filosofía oficial no es una ciencia, sino “una salvaguardia contra la socialdemocracia”, y por socialdemocracia, Dietzgen se refería al movimiento revolucionario de la clase trabajadora. La tarea de las ideas dominantes hoy es precisamente encubrir el abismo entre los intereses de las masas y el statu quo del capitalismo. Esa es la base subyacente de los trucos, las falacias y la deshonestidad extrema que caracteriza a la filosofía burguesa en general y al posmodernismo en particular. Uno de esos trucos es la repetición constante de declaraciones contradictorias para ocultar sus huellas. En una entrevista de 1977, publicada con el título Prison Talk, Foucault se enfrentó a una pregunta incómodamente directa sobre su rechazo del concepto de “progreso”. Este es un extracto de esa entrevista:
“Encontré una frase en La locura y la civilización [en realidad, la cita es de La historia de la locura – ed] donde dices que debemos ‘liberar cronologías históricas y ordenaciones sucesivas de todas las formas de perspectiva de progreso’”.
Foucault respondió de la siguiente manera:
“Esto es algo que les debo a los historiadores de la ciencia. Adopto la precaución metódica y el escepticismo radical pero no agresivo que hace que sea un principio no considerar el punto en el tiempo en el que nos encontramos ahora como el resultado de una progresión teleológica que sería asunto de uno reconstruir históricamente: ese escepticismo con respecto a nosotros mismos y a lo que somos, nuestro aquí y ahora, lo que impide asumir que lo que tenemos es mejor—o más que—en el pasado. Esto no significa no intentar reconstruir los procesos generativos, sino que debemos hacerlo sin imponerles una positividad o una valorización”.
Si hacemos el esfuerzo de penetrar en el oscuro mundo del lenguaje foucaultiano, vemos que su rechazo a la imposición de la «valorización» sobre los “procesos generativos” de la historia no es más que un rechazo al progreso. En un acto de cínico engaño, incluye el término “teleológico” para confundir el tema.
Cualquiera con el más mínimo conocimiento sobre filosofía sabría que hay un mundo de diferencia entre la teleología – una palabra con connotaciones religiosas, que significa propósito predeterminado, que Marx nunca apoyó – y la idea de que la historia humana no es una serie de accidentes sin sentido, sino se rige por ciertas leyes que se imponen independientemente de la voluntad subjetiva de hombres y mujeres individuales.
El entrevistador, que no suelta la presa tan facilmente, le hace a Foucault la siguiente pregunta natural: “¿Aunque la ciencia ha compartido durante mucho tiempo el postulado de que el hombre progresa?”
Foucault responde:
“No es la ciencia la que dice eso, sino la historia de la ciencia. Y no digo que la humanidad no progrese. Digo que es un mal método plantear el problema como: ‘¿Cómo hemos progresado?’ El problema es: ¿cómo suceden las cosas? Y lo que sucede ahora no es necesariamente mejor o más avanzado, o mejor comprendido, que lo que sucedió en el pasado”.
Aquí vemos un caso clásico de mirar hacia todas las direcciones al mismo tiempo. Habiendo dicho claramente (o tan claramente como lo permite su lenguaje peculiar) que niega el progreso en la historia, luego afirma con calma lo contrario: que no dice “la humanidad no progresa”. Pero en el siguiente suspiro, añade que “lo que sucede ahora no es necesariamente mejor o más avanzado o mejor comprendido, que lo que sucedió en el pasado”. Entonces realmente no ha habido ningún progreso.
¿Ha quedado suficientemente claro?
Este es un muy buen ejemplo de cómo estas damas y caballeros se retuercen y giran, jugando con las palabras para ocultar su significado, como un calamar arroja nubes de tinta para confundir a sus enemigos. Por lo tanto, si alguien alguna vez acusa a Foucault de negar el progreso, el punto central de la mayoría de sus escritos, él siempre podría señalar hacia atrás y decir, “oh no, una vez dije que, no digo que la humanidad no progrese”.
La deshonestidad intelectual y la cobardía es un componente esencial del posmodernismo. Adopta toda una serie de maniobras para confundir y desorientar al lector, para distraerle de su verdadero carácter reaccionario. Lo asombroso es la desvergonzada arrogancia y audacia con que se presenta este engaño.
Juegos de lenguaje
“Vaya, a veces he creído hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno” (Lewis Carrol, Alicia a través del espejo).
El posmodernismo se basa en el principio de que los conceptos, las ideas y el propio lenguaje son “constructos” subjetivos y arbitrarios. Por tanto, todo pensamiento conceptual, incluida la ciencia, es también opresivo. No puede existir una verdad objetiva. Nada es verdadero o confiable. La única verdad radica en la experiencia individual, la “experiencia vivida” y eso sólo puede ser una verdad personal.
No contentos con enviar todo el pensamiento racional y las “metanarrativas” al basurero, algunos posmodernistas llegan hasta el punto de informarnos que, dado que el lenguaje es un constructo opresivo, la propia gramática debe ser abolida, ya que es opresiva para la libertad humana. Una vez que nos libramos de los grilletes opresivos de la gramática y la sintaxis, podemos elevarnos al cielo de la libertad absoluta, donde podemos comunicarnos entre nosotros de una manera completamente nueva.
Pero el lenguaje no es un constructo. Nadie lo ha inventado. Ha evolucionado gradualmente durante un período de tiempo muy largo, cientos de miles de años de hecho, como resultado del desarrollo de la sociedad humana. Lo mismo ocurre con las leyes del pensamiento, que los posmodernistas desean destruir. Pero, ¿con qué las van a reemplazar? Es posible que nos gusten o no las reglas de la gramática y la sintaxis, ya sea la gramática del idioma oficial que se enseña en las escuelas o la gramática no oficial, como los dialectos. Sin embargo, sin estas reglas, el habla se vuelve completamente ininteligible, o al menos, extremadamente incoherente. Por supuesto, los posmodernistas tienen un clavo para cada agujero.
Respondiendo a la acusación de ininteligibilidad, Judith Butler, una devota creyente del posmodernismo, denuncia el “aprendizaje [de] las reglas que gobiernan el habla inteligible”. Según Butler, aprender tales reglas es “una inculcación en el lenguaje normalizado, donde el precio de no conformarse es la pérdida de inteligibilidad en sí”. Continúa diciendo que “no hay nada radical en el sentido común. Sería un error pensar que la gramática recibida es el mejor vehículo para expresar puntos de vista radicales, dadas las limitaciones que impone la gramática al pensamiento, de hecho, a lo pensable en sí mismo”.
¡Así que ahora ya lo sabes! El “sentido común” no es radical, pero el sinsentido sí lo es. Sobre esta base, Butler emprende un viaje para inventar su propia gramática, una que de alguna manera no se “imponga” en sus pensamientos. Una vez hecho esto, se embarca en todo tipo de aventuras, pensando en cosas que son completamente “impensables” para aquellos que estamos constreñidos por el lenguaje de los simples mortales.
Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo comunicará estos pensamientos impensables a los simples mortales, que todavía están sujetos a las limitaciones del “habla inteligible” y que no tienen la menor idea de lo que está hablando? El método de Butler es puro sofisma. En otras palabras, es un truco: “Mis ideas no son malas e incomprensibles; simplemente no estás lo suficientemente avanzado para entenderlas”.
Dicho esto, no es correcto ir tan lejos como para afirmar que los textos posmodernistas son incomprensibles. El propósito de la retórica intrincada es hacer que ideas que son muy antiguas, estúpidas y reaccionarias suenen originales, sofisticadas e incluso radicales. Es cierto que se requiere un poco de esfuerzo para descubrirla, pero definitivamente hay una intención oculta y no es tan difícil de entender una vez que se ha traducido de su “lenguaje especial” al habla de los mortales comunes.
“No hay ‘fuera de texto’”
Jacques Derrida, uno de los posmodernistas más influyentes, dijo que “no hay nada fuera de texto”. Con esto quiere decir que el significado, y por lo tanto el conocimiento, no está relacionado con la realidad objetiva, sino solo consigo mismo. Las palabras que usamos no están relacionadas de ninguna manera con las cosas que queremos decir. Más bien, cualquier palabra individual, según Derrida, solo se define por su relación con otras palabras. Por lo tanto, para entender algo, primero tenemos que entender todas las palabras que le dan contexto a nuestras palabras, y luego todas las palabras que le dan contexto a esas palabras, y así sucesivamente. Por supuesto, esto es imposible y, por lo tanto, se nos dice, esta cosa fugaz llamada “significado” será para siempre “diferida” y nunca entendida por completo.
Ciertamente es verdad que el significado del lenguaje de Derrida nunca se puede captar completamente, pero eso es otra cuestión. A lo que Derrida apunta es a socavar la noción de que podemos comprender la realidad objetiva misma. En otras palabras, no existe una realidad “fuera del texto”. Podríamos tener una palabra para perro o gato pero, según él, estos conceptos son meras creaciones abstractas y subjetivas de la mente humana y no tienen ninguna relación con ningún gato o perro real, y por lo tanto, pierden todo significado.
A pesar de estas observaciones “profundas”, durante muchos miles de años los hombres y las mujeres han seguido haciendo uso del lenguaje, sin preocuparse por las verdades superiores que les informan que un perro no es realmente un perro, un gato no es realmente un gato y que, de hecho, el lenguaje no es capaz de decir nada inteligible en absoluto.
Lejos de ser una visión desde todos los lados de las cosas, como diría Derrida, su filosofía muestra una comprensión extremadamente unilateral del conocimiento humano. Si nuestros conceptos no reflejan ninguna verdad objetiva, y si los seres humanos pueden generar y “deconstruir” el “significado” a su capricho, ¿cómo puede la gente comunicarse, mediante textos o por cualquier otro medio? ¿Por qué Derrida se molesta en escribir textos cuando no hay una base objetiva o común para el lenguaje? ¿Y cómo podemos siquiera reconocer que todos estamos experimentando la misma realidad si, en la medida en que tal realidad siquiera existe, estamos vetados de acceder a ella?
Sin embargo, tales inconsistencias no parecieron molestar a Derrida. Como todos los auténticos posmodernistas, Derrida usa la inconsistencia como una insignia de honor. Su noción más famosa, “deconstrucción”, es, en todo caso, precisamente la proposición de que la “libertad” radica en romper la consistencia y coherencia de las ideas. De esta manera, cada individuo puede construir y ‘deconstruir’ su propia realidad. De hecho, eso es precisamente lo que afirma Judith Butler, la feminista posmoderna más influyente:
“‘Conceder’ la innegabilidad del ‘sexo’ o su ‘materialidad’ es siempre conceder alguna versión de ‘sexo’, alguna formación de ‘materialidad’. ¿El discurso en y a través del cual ocurre esa concesión – y, sí, esa concesión ocurre invariablemente – no es en sí mismo formativo del mismo fenómeno que concede? … referirse ingenua o directamente a un objeto tan extradiscursivo siempre requerirá la delimitación previa de lo extradiscursivo”. (énfasis nuestro)
El “discurso” es “formativo del mismo fenómeno que concede”. Pensar produce realidad. La realidad material, incluso el sexo biológico, es ‘discursiva’ y, naturalmente, puede cambiarse a través del discurso. Pero seguramente si el sexo biológico es solo un producto del ‘discurso’, entonces también lo es todo lo demás; tú también y yo también. ¿Pero entonces, no puedes tú simplemente construir o ‘deconstruir’ mi realidad, o yo la tuya?… Butler no nos lo dice.
Esta teoría no es ni moderna ni posmoderna, sino más bien antigua. Estamos tratando con el idealismo subjetivo, una tendencia que se remonta a los primeros días de la filosofía misma. El principio fundamental del idealismo subjetivo es que no hay una realidad objetiva que exista independientemente de los pensamientos y sensaciones de los seres humanos.
La forma de argumentación de Derrida es simplemente una copia burda de la noción presentada por Immanuel Kant en el siglo XVIII, de que la conciencia humana nunca puede conocer realmente la realidad material, o lo que él llamó la “cosa en sí”. Según Kant, la mente está provista de una serie de categorías de pensamiento “a priori”, como el espacio, el tiempo, la sustancia, etc., que nos permiten reconocer el mundo de las apariencias. Pero nuestras mentes no son capaces de conocer la realidad material como realmente es, “en sí”.
Derrida, sin embargo, va más allá que Kant y se burla de los conceptos en su totalidad. Todos los conceptos generales son, según él, productos de la mente humana sin relación con la realidad objetiva. Estas ideas son más antiguas incluso que Kant. A principios del siglo XVIII, el obispo George Berkeley expuso los mismos argumentos absurdos, aunque de una manera mucho más convincente:
“Ciertamente, es una opinión extrañamente prevaleciente entre los hombres, que las casas, las montañas, los ríos y, en una palabra, todos los objetos apreciables tienen una existencia, natural o real, distinta a la de ser percibidos por el entendimiento”.
Pero hay un problema con esta teoría, y uno que no se puede eliminar fácilmente. La lógica ineludible de este argumento es el solipsismo (del latín solo ipsus, solo yo mismo). Esta es la noción de que, dado que no podemos probar la existencia de nada ni de nadie más que nuestra propia mente con certeza, debemos resignarnos a ser nada más que los prisioneros solitarios de nuestros propios mundos internos y todo lo demás debe ser un producto de nuestra imaginación. Pero si ese es el caso, entonces Dios también debe ser solo una invención de nuestra imaginación.
Según esta idea, nada puede ser objetivo porque no se puede probar la existencia de nada. Todo es solo la creación (“constructo”) del pensamiento. Esto, por supuesto, está refutado por miles de años de experiencia y práctica humana. También está refutado por la historia de la ciencia durante al menos dos milenios y medio. Pero eso no preocupa a los posmodernistas que niegan que se haya producido ningún progreso.
El obispo Berkeley fue un reaccionario y un acérrimo defensor de la Iglesia. Su objetivo declarado era llevar a cabo una lucha contra la ciencia, el pensamiento racional, el ateísmo y el materialismo de la Ilustración. En todos menos uno de ellos (ateísmo), los posmodernistas están totalmente de acuerdo con él. Su principal argumento estaba dirigido contra el empirismo, una forma subdesarrollada de materialismo que predominaba en ese momento. Los empiristas sostenían que todo conocimiento se alcanza en última instancia a través de la experiencia sensorial. Esto es correcto, pero unilateral. Su argumento fue llevado a un extremo absurdo por el filósofo escocés, David Hume, quien terminó argumentando que debido a que solo podemos confiar en la experiencia sensorial, no podemos probar que exista nada más que nuestra propia experiencia sensorial.
Si aceptamos las premisas de los idealistas subjetivos, solo hay una salida a este absurdo: el camino propuesto por el obispo Berkeley. Es decir, que es la mente de Dios percibiendo las cosas lo que da a nuestras ideas objetividad y a los seres humanos un punto de referencia común. Pero hay otro camino: el del materialismo y la ciencia. A la premisa de que todo conocimiento se obtiene a través de la experiencia sensorial, debemos agregar otra premisa, que existe una realidad material objetiva independientemente de nuestras ideas y experiencias y que los seres humanos son capaces de investigar esta realidad y descubrir sus características y leyes internas de movimiento. Esto es precisamente lo que rechaza el posmodernismo.
¿Es posible la verdad?
Se sabe comúnmente que una idea que es verdadera, es una idea que corresponde a la realidad. Un niño pequeño podría pensar que es divertido jugar con fuego. Pronto se dará cuenta de que esta no es una idea correcta. A partir de un doloroso proceso de prueba y error, con el tiempo se formará la idea de que, abordado de la manera correcta, el fuego podría ser, después de todo, muy útil y, en algunas situaciones, quizás incluso divertido. El fuego pasa de ser una “cosa en sí” desconocida, a una “cosa para nosotros”. Ese es el camino general de los seres humanos: de la ignorancia al conocimiento.
Los posmodernistas, sin embargo, rechazan esta noción. Rechazan por completo la proposición de que las ideas pueden ser verdaderas o falsas. Se burlan de las afirmaciones categóricas (aunque no siempre, como veremos) porque eso implicaría que algunas afirmaciones son más verdaderas que otras. Por tanto, llenan sus escritos de afirmaciones vagas y extremadamente equívocas, que están llenas de condicionalidades y largas explicaciones contradictorias.
Según Foucault, el posmodernista más destacado, no podemos aspirar a la verdad objetiva. Es decir, no podemos aspirar a ideas cuyo contenido no depende del ser humano. Sostiene que, en última instancia, la veracidad de las ideas – el conocimiento, en otras palabras – no se deriva de nuestra experiencia de la realidad material, sino más bien de lo que él llama ‘poder’. Este no es poder en el sentido en que lo entendemos normalmente, como el poder estatal o el poder de una clase sobre otra. ‘Poder’ en el vocabulario de Foucault esencialmente significa simplemente conocimiento en general. Por tanto, el ‘poder’ produce conocimiento y el conocimiento produce ‘poder’. O para decirlo de otra manera, el conocimiento produce conocimiento. Esta es una tautología pura que no explica absolutamente nada. Fundamentalmente, es el mismo principio propuesto por Derrida, que las ideas y los conceptos generales no reflejan la realidad objetiva, sino simplemente otras ideas y conceptos.
Luego, Foucault continúa diciéndonos que la verdad no es algo que podamos alcanzar poniendo a prueba nuestras ideas en el mundo real. En cambio, la verdad es ‘producida’ por el ‘poder’. Y los “regímenes de la verdad” son impuestos a la sociedad por el ‘poder’. El ‘poder’ nos dice qué es verdadero y qué es falso. Sin embargo, según Foucault, en realidad estas categorías de verdadero y falso no existen. En consecuencia, nada es verdadero y nada es falso. Una de las formas en que podemos descubrir esto, nos informa, es tomando LSD:
“Podemos ver fácilmente cómo el LSD invierte las relaciones de mal humor, estupidez y pensamiento: tan pronto como elimina la supremacía de las categorías, arranca el suelo de su indiferencia y desintegra el lúgubre espectáculo de la estupidez; y presenta esta masa unívoca y no categórica no solo como abigarrada, móvil, asimétrica, descentrada, espiroidal y reverberante, sino que la hace surgir, en cada instante, como un enjambre de sucesos-fantasmas”.
Si podemos intentar una traducción de este galimatías, lo que Foucault nos dice aquí es esencialmente que las alucinaciones inducidas por LSD nos revelan que la realidad no es la forma en que pensamos normalmente. Un día podría pensar que los elefantes son animales salvajes que viven en zoológicos y regiones tropicales, y al día siguiente pueden ser pequeñas criaturas rosadas volando en círculos alrededor de mi cabeza. ¿Quién puede decir cuál de estas ideas es verdadera y cuál es falsa?
No podemos hablar de la verdad en absoluto, ni de mi verdad ni de la tuya. Hay una excepción, por supuesto, un tipo de cosa que es absoluta y eternamente cierta, y son las declaraciones generales de Monsieur Foucault, como su rechazo del concepto de la verdad. Este es otro ejemplo más de autocontradicción posmodernista. Foucault ni siquiera se da cuenta de que está intentando proporcionarnos una prueba de la ‘veracidad’ de su concepto. ¿No era esto precisamente lo que se suponía que era imposible?
¿Podemos realmente afirmar, como hace esencialmente Foucault, que la verdad objetiva es una ficción? Veamos. Puedo creer que soy un pájaro y que puedo volar, pero si salto desde el borde de un acantilado, esa idea se derrumbará conmigo. Me imagino que soy multimillonario. Pero si entro en un banco exigiendo retirar un millón de euros, el gerente seguramente me preguntará cuánto LSD he consumido. Si algún posmodernista desea demostrar que estamos equivocados, lo invitamos cortésmente a que pruebe uno de estos dos experimentos. ¡La práctica pronto nos dirá quién tiene razón y quién no!
En Europa, a lo largo de la Edad Media y hasta el siglo XVIII, era una creencia común que la tierra había sido creada por Dios unos miles de años atrás. Pero la ciencia ha disipado esa creencia por completo. Hoy, esta idea solo existe sobre la base de la fe. Rechazar la verdad objetiva al final equivale a reducir todo el conocimiento humano al nivel de la fe y la superstición, es decir, nos devuelve al pantano de la religión.
A diferencia de la fe, toda la ciencia se basa en la proposición de que existe un mundo natural independientemente de nuestras ideas y que nuestras ideas son capaces de reflejar los fenómenos naturales. Por tanto, la verdad existe objetivamente, es decir, independientemente de las mentes de los seres humanos individuales. Negar esto es lo mismo que negar la ciencia, que como veremos, es precisamente lo que hacen los posmodernistas.
Conocimiento subjetivo y objetivo
El posmodernismo eleva la subjetividad a un principio absoluto. De esto deduce que el pensar en general es limitado y parcial, por lo que no puede llegar a la verdad objetiva. Para el académico de mente estrecha, el mundo termina en la punta de su nariz, o al menos en la puerta de la sala de seminarios. El profesor universitario solo produce palabras. Estas son la suma total de su mundo, su entorno natural, el único entorno que conoce. Esto es lo que explica la obsesión de los posmodernistas por las palabras y el lenguaje. También explica la extrema estrechez de su perspectiva y la pobreza de su pensamiento.
Pero el pensamiento va más allá del ‘sujeto’. Las grandes teorías científicas y filosóficas de la historia no son simplemente el producto de grandes mentes individuales; son la máxima expresión del desarrollo del pensamiento humano en sus respectivas sociedades. Cuando hablamos del pensamiento humano, no hablamos de los meandros de una mente individual, más bien hablamos del pensamiento humano en general, colectivamente.
Es cierto que cada ser humano individual por naturaleza tiene una perspectiva parcial y limitada. Pero en su conjunto, la humanidad puede superar las limitaciones del individuo comprobando colectivamente la objetividad de cada proposición desde una miríada de ángulos diferentes y aplicándola en la vida real. Los pensamientos dentro de la cabeza de un individuo no le pertenecen solo a él; todas nuestras teorías y lenguaje son el producto del desarrollo social humano en su conjunto, transmitido de una generación a la siguiente. La relación entre sujeto y objeto tampoco es una mera cuestión de contemplación abstracta. La raza humana reacciona al mundo real de forma activa, no pasiva.
Los seres humanos transforman el mundo mediante el trabajo colectivo y, por lo tanto, se transforman a sí mismos. Es este proceso incesante de creación el que encuentra su máxima expresión en el avance de la ciencia, que los posmodernistas desean negar, pero que es un hecho evidente por sí mismo. Es una marcha incesante de la ignorancia al conocimiento. Lo que no sabemos hoy, seguramente lo sabremos mañana. En este sentido, el pensamiento humano no solo es capaz de objetividad, también es ilimitado y absoluto. Ningún conocimiento está fuera de su alcance.
Marx explicó en sus Tesis sobre Feuerbach que, “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”.
Plantear la cuestión de si la verdad puede ser objetiva o no, como hacen los posmodernistas, desconectada de la actividad humana real, equivale a una especulación vacía. El pensamiento es una expresión de la práctica y, en última instancia, es en la práctica donde se ponen a prueba las ideas. El desarrollo de ideas sirve para mejorar nuestra práctica. Asimismo, en el curso de esta actividad, los elementos objetivamente verdaderos de todas las ideas se determinan y separan de sus aspectos falsos o exagerados.
La verdad relativa y absoluta
Pero, ¿el hecho de que las ideas puedan demostrarse objetivamente verdaderas significa que las ideas humanas agotan la verdad desde el momento en que son pensadas y para siempre a partir de entonces? ¡Claro que no! Desde un punto de vista materialista, no tiene sentido hablar de alcanzar la verdad absoluta en el sentido de un conocimiento último de la totalidad de nuestro universo. La humanidad es capaz de descubrir las leyes de la naturaleza a todos los niveles. Los constantes avances de la ciencia y la tecnología modernas son prueba de ello. Pero la humanidad nunca llegará a un punto en el que descubra todo lo que hay por descubrir. Por cada problema que resuelve la ciencia y cada nivel de la naturaleza que el hombre domina, surgen nuevas vías y nuevos problemas.
La historia de la ciencia nos muestra este proceso en una serie interminable de teorías, ahora en ascenso y ahora en declive frente a otras más avanzadas. Pero aquí, una vez más, el posmodernismo extrae una conclusión exagerada y unilateral a partir de una observación formalmente correcta. Deduce que, dado que todas las teorías son reemplazadas en una determinada etapa, ninguna idea es verdadera; toda verdad es relativa y arbitraria.
En sus libros La locura y la civilización y La historia de la locura, que pretenden ser tratamientos históricos de la psiquiatría, Foucault nos presenta una serie de ideas y métodos que se utilizaron en la psiquiatría en el pasado, pero que desde entonces han demostrado ser falsos. De hecho, se considerarían extremadamente reaccionarios si los aplicaran los psiquiatras de hoy. Sobre esta base, intenta socavar la afirmación de la ciencia de que existe una verdad objetiva en general.
Ésta es una tendencia general en todas las ‘historias’ de Foucault. Es como si esperara que la ciencia fuera el santo grial de la verdad absoluta y eterna desde el principio y, decepcionado con lo que encontró, concluyó que era necesario descartar por completo toda la ciencia y la noción de la verdad. Construye un muñeco de paja y luego lo derriba sin esfuerzo. Pero el objetivo de la ciencia nunca ha sido poseer la verdad absoluta. Se fija un objetivo mucho más modesto: descubrir la verdad paso a paso, mediante la aplicación paciente del auténtico método científico: observación y experimentación.
Los posmodernistas miran la ciencia de períodos anteriores con desdén. Por supuesto, es fácil criticar un período menos avanzado desde el punto de vista de nuestro propio período. Esto revela una actitud ignorante y cobarde, como el adulto que ridiculiza a un niño por no hablar de la misma manera refinada y segura que él. Pero las ideas de diferentes etapas históricas no son accidentales. Reflejan las capacidades de la sociedad humana en cada etapa y, como tales, son absolutas para ese período. Es decir, son las verdades más elevadas que la sociedad podría alcanzar en ese momento en particular.
Las verdades particulares descubiertas por una sociedad determinada no se obtienen de forma arbitraria. No era posible que Newton hubiera desarrollado la mecánica cuántica. La mecánica newtoniana formó un eslabón necesario de la cadena que más tarde condujo a los descubrimientos de la mecánica cuántica. En última instancia, el pensamiento —con el pensamiento científico como máxima expresión— refleja el nivel de desarrollo de la sociedad de su época. Pero a su vez también desarrolla la sociedad en su conjunto, de modo que en un momento determinado, este desarrollo en sí mismo conduce al surgimiento de formas de pensamiento nuevas, más complejas y más avanzadas. Este es el proceso interminable de la ignorancia al conocimiento; de las formas inferiores a las superiores de la verdad.
Esto no significa que las viejas ideas sean descartadas como pura tontería. Por el contrario, su núcleo racional se convierte en un elemento necesario para el subsiguiente avance de la ciencia. Para cada nivel de la naturaleza que los humanos aprenden a dominar, el camino se abre a un nivel más profundo. El desarrollo de la mecánica newtoniana fue una gran conquista para la humanidad. Fue uno de los primeros grandes avances introducidos por el surgimiento del capitalismo y jugó un papel importante en el desarrollo de la ciencia y la sociedad en su conjunto. Pero la ciencia no terminó ahí; después de la mecánica clásica vino la mecánica cuántica. La mecánica cuántica no invalida la mecánica clásica, por el contrario, la presupone, al igual que la mecánica cuántica formará la base de avances aún mayores para la ciencia en el futuro, y preparará el terreno para ir más allá de la propia mecánica cuántica. La mecánica cuántica seguirá siendo válida para un cierto nivel, pero más allá surgirán teorías más avanzadas.
A diferencia de lo que imaginan los posmodernistas, la historia del pensamiento científico no es una búsqueda desafortunada de una verdad última evasiva, saltando de una teoría accidental a otra. Es un proceso interminable de comprensión cada vez más profunda de la naturaleza y las leyes que la gobiernan. A través de innumerables pruebas de ensayo y error, cada teoría se pone bajo prueba, se filtran sus elementos accidentales, subjetivos y falsos, se definen sus límites y se amontona su verdadero núcleo en la reserva de conocimiento humano, preparando el camino para que nuevas ideas más avanzadas ocupen su lugar.
Cada teoría no está aislada ni es diametralmente opuesta a las demás. Más bien, todos forman diferentes etapas del desarrollo dialéctico del conocimiento humano en su conjunto, una progresión infinita, desde las formas de verdad inferiores a las superiores.
“Metanarrativas”
Dado que los posmodernistas rechazan la noción de la verdad, identifican como enemigo número uno a aquellos que aceptan la verdad. Volvamos por un momento a La condición posmoderna, donde Jean-Francois Lyotard intenta definir el significado de “posmoderno”:
“Usaré el término moderno para designar cualquier ciencia que se legitime con referencia a un metadiscurso de este tipo que apela explícitamente a alguna gran narrativa, como la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del significado, la emancipación del sujeto racional o de trabajo, o la creación de riqueza.
“Simplificando al extremo, defino posmoderno como la incredulidad hacia las metanarrativas. Esta incredulidad es indudablemente producto del progreso de las ciencias; pero ese progreso a su vez lo presupone. A la obsolescencia del aparato de legitimación de las metanarrativas corresponde, sobre todo, la crisis de la filosofía metafísica y de la función universitaria, que en parte se apoyaba en ella. La función narrativa está perdiendo sus functores, su gran héroe, sus grandes viajes, su gran objetivo”.
Aquí tenemos un ejemplo absolutamente inestimable de la jerga ininteligible del posmodernismo. Tengamos en cuenta que, para nuestro beneficio, Lyotard está “simplificando al extremo”. Eso está bien, porque de lo contrario correríamos un serio riesgo de comprender realmente lo que está tratando de decir, que es que el posmodernismo rechaza todas las escuelas de pensamiento que intentan desarrollar una cosmovisión única y coherente.
El rechazo de una cosmovisión coherente se deriva lógicamente del rechazo de la existencia de una realidad objetiva independiente de la mente. Si niegas la existencia independiente de nuestras mentes de una realidad objetiva, y por tanto una verdad objetiva, nunca podrá haber teorías que se apliquen de manera universal. Cada individuo desarrollará sus propias teorías aplicables a su realidad particular. En tal caso, las ‘metanarrativas’ de hecho equivaldrían al formalismo y esquematismo de imponer las leyes de mi mundo al tuyo o viceversa. Pero los peores infractores de este crimen en particular serían los propios posmodernistas.
El rechazo de las metanarrativas es en sí mismo la metanarrativa más cruda y radical posible. ¡Y se nos presenta sin una sola prueba o argumento real! Lo que esencialmente se nos exige es aceptar las metanarrativas posmodernistas sobre la base de la fe ciega. El posmodernismo es la única meta-narrativa verdadera. Todos los demás están equivocados, porque el posmodernismo lo dice. Este es precisamente el tipo de intimidación y “opresión” intelectual contra el que los posmodernistas protestan con tanta vehemencia. Y es la base de sus ataques histéricos contra cualquiera que plantee una objeción seria a lo que dicen. Esto no es diferente a cualquier otro dogma religioso.
Los posmodernistas critican a los marxistas por ser dogmáticos y opuestos a incorporar otras ideas a la teoría marxista. Para algunos, esto puede parecer una buena idea. ¿Por qué ceñirse a una filosofía cuando puedes elegir entre las mejores ideas que existen, independientemente de qué filósofo o escuela de pensamiento las desarrolló? Pero se trata justamente de eso. Los posmodernistas no dicen que debamos elegir las mejores ideas. No hay ideas buenas o malas, verdaderas o falsas, ¿recuerdas? No se trata de tener ideas correctas, sino de insistir en que nuestras ideas deben ser incoherentes. Por primera vez en la historia de la filosofía, “la bazofia ecléctica”, como lo llamó Engels, se eleva al principio rector de una escuela de pensamiento.
Los posmodernistas culpan a los marxistas por no tener una “mente abierta” hacia otras escuelas de pensamiento. En realidad, aquí ocurre justo lo contrario. Estas damas y caballeros están obsesionados con ser nuevos y originales (aunque no lo son ni de lejos). Actúan como si la historia comenzara y terminara con ellos mismos. El marxismo, por otro lado, no pretende destacar como algo completamente ajeno a las filosofías anteriores. No afirmamos que las ideas del socialismo científico surgieran puramente del genio creativo particular de Carlos Marx y Federico Engels.
El marxismo es una síntesis del núcleo racional de todas las filosofías anteriores, cada una de las cuales se basa en los avances de épocas anteriores. Forma un todo unificado y armonioso. Contiene en sí mismo todos los elementos más valiosos y perdurables de las escuelas de pensamiento anteriores: la filosofía griega antigua, la filosofía clásica alemana, los materialistas franceses de la Ilustración, la economía política inglesa y las brillantes anticipaciones de los socialistas utópicos anteriores. Todos estos, de una forma u otra, contenían verdades y conocimientos valiosos, que reflejaban diferentes facetas y aspectos de la misma realidad objetiva única.
A lo largo de la historia del desarrollo de la ciencia y el pensamiento durante miles de años, la imagen que ha surgido, y que se vuelve más clara cada día, es la de un mundo material, único e interconectado, que opera de acuerdo con sus propias leyes inherentes de movimiento y desarrollo. Ésta es la base de la cosmovisión unificada del marxismo y de cualquier teoría científica real. La investigación sistemática de estas leyes en diferentes niveles de la naturaleza es el propósito principal de cualquier ciencia. Todo esto es un anatema para los posmodernistas que se oponen a todas y cada una de las formas de pensamiento sistemático.
“Anti-ciencia”
Al oponerse a las metanarrativas, los posmodernistas se oponen precisamente a esta investigación sistemática y a la ciencia en general. Oigan cómo Foucault denuncia con desdén “la tiranía de los discursos globalizadores con su jerarquía y todos sus privilegios de una vanguardia teórica”, y cómo llama a “la lucha contra la coerción de un discurso teórico, unitario, formal y científico”. De hecho, Foucault define su método principal, la ‘genealogía’, como nada más ni menos que “anticiencia”:
“Lo que [la genealogía] realmente hace es considerar los reclamos de atención de conocimientos locales, discontinuos, descalificados e ilegítimos contra los reclamos de un cuerpo unitario de teoría que los filtraría, jerarquizaría y ordenaría en nombre de algún conocimiento verdadero y de alguna idea arbitraria de lo que constituye una ciencia y sus objetos. Por tanto, las genealogías no son retornos positivistas a una forma de ciencia más cuidadosa o exacta. Son precisamente anti-ciencias”. (énfasis nuestro)
¿Qué es esto sino una declaración de guerra contra la ciencia y el pensamiento racional, y una defensa del oscurantismo? Lo que es peor, estas ideas reaccionarias se venden como la forma de pensamiento más radical. Luce Irigaray, por ejemplo, es notable por su rechazo de la teoría de la relatividad de Einstein, sobre la base de que es “sexista”, presumiblemente porque Albert Einstein tuvo la desgracia de ser un hombre. Su ensayo de 1987 se titula Le Sujet de la Science Est-il Sexué? (¿El sujeto de la ciencia tiene sexo?). Reflexionando sobre esta pregunta, escribe lo siguiente:
“Tal vez lo es. Hagamos la hipótesis de que sí lo es en la medida en que privilegia la velocidad de la luz sobre otras velocidades que nos son de vital importancia. Lo que me parece indicar la posible naturaleza sexuada de la ecuación no es directamente su uso por armas nucleares, más bien es haber privilegiado lo que va más rápido.”
En otra parte, Irigaray continúa su diatriba contra el desafortunado Einstein:
“Pero, ¿qué hace por nosotros la poderosa teoría de la relatividad, excepto establecer plantas de energía nuclear y cuestionar nuestra inercia corporal, esa condición necesaria de la vida?”
Según el enrevesado razonamiento de Irigaray, la velocidad es una característica predominantemente masculina y, por lo tanto, la “fijación” de Einstein con la velocidad en su ecuación es “sexista”. Precisamente por qué los machos deberían estar más obsesionados con la velocidad y las hembras no, es un misterio que solo Irigaray puede explicar. Por lo que sabemos, a un hombre le resultaría igualmente difícil alcanzar la velocidad de la luz que a una mujer.
Aquí, la naturaleza anticientífica irracional del posmodernismo queda expuesta en todo su esplendor desnudo. La teoría de la relatividad, que es una de las piedras angulares más básicas de la ciencia moderna, se ridiculiza como “sexista”, porque su autor, Albert Einstein, era un hombre.
Detrás del rechazo aparentemente inocente de las meras “metanarrativas” y los “discursos globalizadores” y envuelto en una retórica que suena radical, el posmodernismo ha establecido una verdadera inquisición global anticientífica y anticultural. Aquí se promueven “conocimientos locales, discontinuos, descalificados, ilegítimos”, es decir, ideas místicas desacreditadas que yacen en el material de desecho de la historia de la filosofía, mientras que las más grandes teorías y mentes que la humanidad haya conocido son condenadas sin pestañear. Si estas ideas se implementaran alguna vez en la vida real, significaría la reversión completa de toda la civilización.
Antimarxista
Mientras que el posmodernismo se erige como el mayor desarrollo de la irracionalidad, el marxismo es la forma más elevada de pensamiento científico. Y precisamente porque es la filosofía más consistente y científica suscita la ira particular de los posmodernistas. Es interesante notar que la principal objeción de Foucault al marxismo es que es científico. Esto es lo que escribe: “Si tenemos alguna objeción contra el marxismo, radica en el hecho de que efectivamente podría ser una ciencia”.
En otra parte del mismo texto afirma:
“Tampoco importa en el fondo que esta institucionalización del discurso científico se materialice en una universidad, o, más en general, en un aparato educativo, en una institución teórico-comercial como el psicoanálisis o en el marco de referencia que es proporcionado por un sistema político como el marxismo; porque la genealogía debe librar su lucha realmente contra los efectos del poder de un discurso que se considera científico”.
Aquí vemos los verdaderos colores del posmodernismo: una ideología anticientífica y contrarrevolucionaria, que se opone al marxismo en el nivel más fundamental. A veces escuchamos que deberíamos combinar ideas posmodernas y marxistas. Pero ambas son radicalmente incompatibles. Foucault lo reconoce cuando escribe que, “No es que estas teorías globales no hayan proporcionado ni continúen proporcionando de manera bastante consistente herramientas útiles para la investigación local: el marxismo y el psicoanálisis son pruebas de esto. Pero creo que estas herramientas solo se han proporcionado con la condición de que la unidad teórica de estos discursos se pusiera de alguna manera en suspenso, o al menos se redujera, dividiera, derrocara, caricaturizara, teatralizara, o lo que se quiera. En cada caso, el intento de pensar en términos de una totalidad ha resultado ser un obstáculo para la investigación”. (énfasis nuestro)
El marxismo y el posmodernismo solo son compatibles en la medida en que se destruye la “unidad teórica” del marxismo; tan pronto como el marxismo deje de ser una ciencia, tan pronto como el marxismo deje de ser verdadero, y tan pronto como deje de ser materialista… en otras palabras, tan pronto como el marxismo deje de ser marxismo.
El marxismo se opone de manera irreconciliable al posmodernismo. Somos materialistas y nos basamos firmemente sobre la base de la verdad y la ciencia. Creemos que hay un solo mundo material interconectado, que siempre ha existido y que no es la creación de un dios ni del ‘poder’ de Monsieur Foucault. La vida es un producto de este mundo material y los humanos son la forma de vida más avanzada. A través de nuestra actividad, somos capaces de descubrir las leyes de la naturaleza y manipularlas para nuestro beneficio, pero también nosotros mismos estamos sujetos a estas leyes y, por lo tanto, al cambiar nuestro mundo también nos cambiamos a nosotros mismos.
La teoría materialista consistente del conocimiento sostiene que el conocimiento se deriva en última instancia de la experiencia sensorial. Nuestros sentidos son puentes hacia este mundo externo, no barreras. De lo contrario, ¿qué hace que nuestros sentidos alimenten nuestra mente con esta información y no con esa? No cambiamos el mundo cambiando el lenguaje o nuestros modos de pensar. No es en “el texto” o en el “discurso”, sino en el mundo material real donde se encuentra la verdad. Podemos cambiar el mundo de ciertas formas y nuestros sentidos nos dicen si hemos tenido éxito. Interactuando con el mundo descubrimos, probamos y perfeccionamos nuestras ideas y finalmente les asignamos validez objetiva.
Estos son los principios básicos de la ciencia. Separarse de ellos equivale a tomar un rumbo hacia la religión y el misticismo. Los posmodernistas no solo se han apartado de la ciencia, sino que han lanzado una lucha contra la esencia misma de la ciencia. El hecho de que estas ideas reaccionarias se estén difundiendo como un evangelio en universidades, escuelas y a través de los medios de comunicación en todo el mundo, revela el estado podrido del capitalismo actual. Es un sistema cuya existencia ya no es compatible con los intereses de la gran mayoría de la raza humana.
Rechazar la noción de realidad objetiva y verdad objetiva en última instancia no conduce a nada más que a un blanqueo y una defensa del status quo. Porque si el progreso es imposible, es inútil luchar por una sociedad mejor. Y si no hay una verdad objetiva, no podemos decir que la explotación, la pobreza, la opresión y la guerra son “malas”; todo es solo una cuestión de perspectiva. Los defensores del posmodernismo terminan siendo apologistas del capitalismo. Una filosofía verdaderamente revolucionaria sólo puede ser una filosofía completamente científica y materialista, que mira la realidad directamente a la cara. Solo la comprensión más clara y precisa de las leyes de la naturaleza y la sociedad puede mostrar una salida al callejón sin salida del capitalismo y la sociedad de clases. En palabras de Carlos Marx, quien pronunció el aplastante veredicto final sobre toda la filosofía burguesa:
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”
[1] Jean-François Lyotard, “Notes on the Return and Kapital”, Semiotext (e), Vol 3, No. 1, (1978), pág. 53.
[2] Jean Baudrillard, Cool Memories 1980-1985, (Londres: Verso, 1990), pág. 67.
[3] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Anti-Odeipus : Capitalism and Schizophrenia, (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1983), pág.4.
[4] Michel Foucault, “Theatrum Philosophicum,” in Aesthetics, Method and Epistemology, (New York: The New Press, 1998), pg 367.
[5] Jean-François Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge, (Manchester: Manchester University Press, 1991), pág. Xxiv.
[6] Michel Foucault, “Prison Talk: an interview,” Radical Philosophy, Vol 16, (1977), pg 14.
[7] Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, (Nueva York y Londres: Routledge, 1999), pág. xviii.
[8] Jacques Derrida, Limited Inc, (Evanston, IL: Northwestern University Press, 1988), pág. 136.
[9] Judith Butler, Bodies That Matter: On the Discursive Limits of Sex, (New York & London: Routledge, 1993), pg 10-11.
[10] George Berkeley, A Treatise Concerning the Principles of Human Knowledge, (2002), pg 13.
[11] Michel Foucault, Power/Knowledge, pg 131.
[12] Foucault, “Theatrum Philosophicum”, pág. 363.
[13] Karl Marx, “Theses on Feuerbach,” in The Revolutionary Philosophy of Marxism, (New York & London: Wellred Books, 2018), pg 51.
[14] Jean-François Lyotard, The Postmodern Condition, pg xxiv.
[15] Michel Foucault, Power/Knowledge: Selected Interviews & Other Writings 1972-1977, (New York: Pantheon Books, 1980), pg 83.
[16] Ibíd., pág. 85.
[17] Ibíd., 83.
[18] Luce Irigaray y Carol Mastrangelo Bové, “Le Sujet de la Science Est-ll Sexué?/Is the Subject of Science Sexed?,” Hypatia, Vol. 2, No. 3, Feminism & Science 1, (1987).
[19] Ibíd.
[20] Michel Foucault, Power/Knowledge, pg 84.
[21] Ibíd.
[22] Ibid., pág. 81