Se suele decir que la gente tiene el gobierno que se merece y esta idea no nos parece correcta. Trotsky lo explicó en su magistral artículo, Clase, Partido y Dirección. Las mismas personas pueden, y ocurre de hecho, tener gobiernos muy diferentes en un espacio de tiempo muy corto.

Pero lo que sí es cierto es que la clase dominante de todos los países está consiguiendo los líderes que se merece. Líderes que están empujando la situación cada vez más hacia un profundo y peligroso precipicio.

El caso de Gran Bretaña es muy claro a este respecto. Hace mucho tiempo, señaló Trotsky, la clase dominante británica no pensaba en términos de años sino de siglos. Al decir esto, reconocía la visión de futuro mostrada por muchos de los líderes del imperialismo británico (aunque no todos). ¿Cómo, si no, podría una pequeña isla frente a la costa de Europa lograr dominar una cuarta parte del globo?

Parte de este éxito se debió al hecho de que los líderes políticos del Partido Conservador fueron cuidadosamente seleccionados, no entre la burguesía -los hombres de dinero de la City de Londres cuyos cálculos casi siempre se basan en consideraciones de ganancias a corto plazo- sino entre la aristocracia terrateniente.

Los grandes Tories que dirigían el principal partido gobernante con mano de hierro pueden no haber sido genios políticos, pero eran, por regla general, hombres con cierto nivel cultural y comprensión de la historia. Y dado que eran terratenientes, cuyas fortunas se heredaban y no se derivaban de la explotación directa de los trabajadores en las fábricas, y no dependían de los caprichos del mercado monetario, pudieron, al menos hasta cierto punto, desarrollar una visión amplia de política mundial, y elaborar la estrategia a largo plazo necesaria para el mantenimiento del poder imperial de Gran Bretaña.

Pero todo eso cambió cuando, hace más de medio siglo, al Partido Tory se le ocurrió introducir la democracia en la elección de sus líderes. ¡Un error garrafal! En lugar de los antiguos grandes aristócrátas, vimos el surgimiento de los advenedizos ignorantes de clase media con la mentalidad provinciana de un tendero. Margaret Thatcher fue el epítome de este tipo de personas.

Liz Truss es una digna descendiente de la llamada Dama de Hierro. Fue seleccionada como líder del partido, no por su inteligencia, sino precisamente porque es extremadamente estúpida. Esto cumple los dos criterios más importantes para liderar el partido Conservador actual.

En primer lugar, es un fiel reflejo de su base y de la mayoría de sus líderes. En segundo lugar, dado que tiene las habilidades mentales y la personalidad del muñeco de un ventrílocuo, se puede confiar en que repetirá como un loro cada frase que le susurre al oído el ventrílocuo en jefe, Jacob Rees-Mogg: representante del sector dominante ultraconservador y, radicalmente partidario del Brexit, del Partido Tory en el parlamento.

Es cierto que el propio Sr. Rees-Mogg no brilla por su maestría. Pero para compensar su falta de cerebro, parece sobrarle fanatismo. El barco está, por lo tanto, en muy buenas manos, como le dijera el primer oficial al capitán del Titanic unos minutos antes de que se dirigiera a toda velocidad en dirección al iceberg.

‘Trusonomics’

Las políticas de la llamada ‘Trusonomics’ no son ni nuevas ni originales. Son simplemente un refrito a medias de las desacreditadas políticas monetaristas que llevaron a cabo Ronald Reagan y Margaret Thatcher hace medio siglo. Ellos, a su vez, no eran más que una tosca repetición de la llamada ley de Say, que Marx demolió por completo.

La idea pues no era nueva, puesto que ya había sido propuesta por John Baptiste Say en 1803. Según la supuesta ‘ley’, la producción de bienes crea su propia demanda. En teoría, por lo tanto, las crisis de sobreproducción son imposibles. Se demostró estar en completa contradicción con los hechos por una serie de crisis comerciales en el siglo XIX.

Sin embargo, esta misma tontería la repiten hoy ciertos economistas burgueses (los monetaristas) cuya creencia en el poder absoluto del libre mercado para resolver todos los problemas permanece inquebrantable, aunque ha sido contradicha continuamente por la experiencia. La última fue el crack de 2008, algo que, según las teorías económicas oficiales, nunca podría haber ocurrido. Pero tuvo lugar.

Y he aquí otra contradicción. ¿Cómo respondieron los gobiernos a esa crisis? Según la teoría monetarista, deberían haber dejado que los mercados resolvieran el problema por sí mismos. Siguiendo esta lógica, el Estado y los gobiernos no tienen ningún papel que desempeñar en la economía.

¿Es eso lo que pasó? Todo lo contrario. Los gobiernos intervinieron de inmediato para inyectar miles de millones de dólares, libras y euros en los bancos privados para salvarlos a ellos y a todo el sistema capitalista del colapso. Esto va totalmente en contra de todos los principios del monetarismo y la economía de libre mercado.

Precisamente se siguió la misma receta durante la pandemia de COVID-19, que resultó en deudas enormes y, en última instancia, insostenibles. Y ahora la burguesía se ve obligada a recurrir a las mismas medidas desesperadas frente a la crisis económica mundial y, en particular, la crisis del costo de vida. Se ven obligados a actuar de esta manera, no solo por razones económicas, sino principalmente para evitar las consecuencias sociales y políticas que resultarían de un colapso económico general.

El sistema capitalista, en efecto, solo se mantiene gracias a la intervención del Estado y del gobierno, que lo sostiene de la misma manera que una persona discapacitada se sostiene con muletas. Pero esto también crea nuevos peligros para el sistema capitalista. Se ha acumulado una enorme montaña de deuda que amenaza la estabilidad de la economía mundial. Y las montañas, tarde o temprano, experimentarán avalanchas.

Toda la situación es insostenible a largo plazo, porque estas deudas tendrán que ser pagadas. Esto es elemental para un niño de seis años con un nivel medio de inteligencia, pero a las damas y caballeros de Westminster no les resulta tan evidente.

La Sra. Truss ha dejado muy claro que considera la reducción de impuestos como la palanca mágica que sacará a la economía británica de la recesión (según el Banco de Inglaterra, ya está en recesión) e impulsará el crecimiento económico. Todo lo que se necesita es poner miles de millones de libras más en los bolsillos de los banqueros y capitalistas.

Esta medida, se alega, alentará la inversión en Gran Bretaña, que traerá prosperidad económica en beneficio de todos los hombres, mujeres y niños de este país. Esta teoría es tan absurda, tan irracional y tan llena de agujeros que solo podría prestarle atención un insensato. E insensata es precisamente la clase de personas que ahora controla los destinos de Gran Bretaña.

Para pagar el enorme subsidio del gobierno a los ricos, que nunca lo pidieron y no lo necesitan, el gobierno británico decidió pedir prestado dinero que no posee, aumentando así enormemente la deuda nacional. Esta solución, aparentemente tan obvia y simple, ha provocado de inmediato la mayor crisis que se haya vivido en la historia británica. El Titanic ya chocó contra el iceberg y se hunde rápidamente.

Libra esterlina en caída libre

La colisión fatal ocurrió el viernes pasado, infinitamente más dañina que la primera. Ocurrió muy poco después de que el nuevo jefe del Tesoro, Kwasi Kwarteng, anunciara el paquete de rebajas de impuestos del gobierno, un ejemplo perfecto de Robin Hood al revés: robar a los pobres para enriquecer aún más a los ricos. Se podría haber esperado que los inversores estuvieran encantados con esta medida. ¡Pero no fue así!

Los mercados entraron en pánico de inmediato y comenzaron a deshacerse de la libra esterlina, lo que envió a la moneda británica a una caída libre. Para el lunes, la libra había caído a su mínimo histórico frente al dólar estadounidense y los bonos del gobierno del Reino Unido colapsaron, provocando el pánico en Londres.

¿Qué pudo haber causado este ataque de nervios financiero? Claramente, no fue la oferta más que generosa del responsable del Tesoro, quien ofreció la apetitosa perspectiva de ganancias jugosas para aquellos dispuestos a invertir en el Reino Unido. No, fue el hecho de que los inversores no son niños pequeños, y hace mucho tiempo que dejaron de creer en los cuentos de hadas.

Los testarudos hombres de dinero han leído el viejo cuento sobre Dick Whittington, y son muy conscientes de que las calles de Londres en realidad no están pavimentadas con oro, sino con otro tipo de materiales. Tampoco se inclinan a dar mucho crédito a las habilidades de un prestidigitador que saca un conejo blanco de un sombrero. Por estas sólidas razones, no confían mucho en un Canciller de la Hacienda que promete sacar miles de millones de libras de la nada.

El dinero, lo saben muy bien, no crece en los árboles. Así, la reacción de los mercados a las promesas de gasto por las nubes combinadas con los recortes de impuestos radicales hizo que los inversores se deshicieran de la libra esterlina tan rápido como se puede decir abracadabra. El colapso de la moneda continuó el lunes cuando los mercados asiáticos se lanzaron con gusto al frenesí de las ventas, después de un repunte débil y fugaz.

El Banco de Inglaterra emitió en vano valientes (y sin precedentes) proclamas, prometiendo elevar las tasas de interés para detener la caída imparable de la moneda. La perspectiva de tasas de interés aún más altas no impulsó a la libra esterlina frente al todopoderoso dólar estadounidense. No sorprendió puesto que el Banco no mencionó ni de cuánto sería el aumento, ni tampoco cuándo se efectuaría. Por lo tanto, los mercados lo ignoraron por completo y las ventas continuaron a buen ritmo.

La reacción de los mercados era totalmente predecible. La deuda nacional de Gran Bretaña ya había alcanzado un nivel inviable antes de todo esto. En agosto, el sector público pidió prestados £11.800 millones, más que las previsiones de la ciudad de £8.800 millones y casi el doble de la cantidad estimada por la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria a principios de año. El organismo de control fiscal pensó que la cifra sería de solo 6.000 millones de libras esterlinas.

Ahora la situación es mucho peor. Incluyendo el paquete de energía, que se financiará con préstamos y podría ascender a 150.000 millones de libras esterlinas en dos años, según Capital Economics, es probable que el déficit sea de 165.000 millones de libras este año, lo que representa el 6,5 por ciento del ingreso nacional.

La economía de Gran Bretaña está en estos momentos en recesión, dijo el Banco de Inglaterra, ya que elevó las tasas de interés para enfrentar el peor episodio de inflación en 40 años. Y esto empeorará considerablemente con el plan del gobierno de aumentar el endeudamiento al mismo tiempo que recorta los impuestos para el uno por ciento más rico.

El mayor conjunto de recortes de impuestos de Gran Bretaña en 50 años incluye la eliminación de la tasa adicional de 45 peniques para las personas con mayores ingresos, así como una fuerte reducción de los gravámenes sobre los dividendos. Pero la preocupación por la cantidad de deuda necesaria para financiar los recortes de impuestos y los miles de millones de libras en subsidios a la energía hizo que el costo de los préstamos aumentara considerablemente a medida que la libra caía a su nivel más bajo en 37 años.

«El Reino Unido se está comportando como un mercado emergente convirtiêndose en un mercado sumergido«, dijo el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers, a Bloomberg. «Gran Bretaña será recordada por aplicar las peores políticas macroeconómicas de cualquier país importante en mucho tiempo».

Miseria sin precedentes

La libra esterlina ha caído a su punto más bajo frente al dólar desde que comenzaron los registros. Casi puedo recordar una época en que eran cuatro dólares por libra. Ahora están prácticamente al mismo nivel. Y la libra aún puede caer más. Esto tiene consecuencias muy graves.

La caída de la libra significará automáticamente un fuerte aumento en muchos bienes importados, incluidos los alimentos y la energía. El precio de la gasolina se disparará a nuevos niveles y eso afectará el precio de todo lo demás. En un intento por combatir la inflación, el Banco de Inglaterra elevará los niveles de interés al menos al doble de las tasas actuales, lo que afectará a muchos propietarios de viviendas y aumentará el precio de las deudas.

En un momento en que millones de familias ya se ven obligadas a elegir entre calentar sus hogares cuando se acerca el invierno o alimentar a sus familias, un nuevo giro vicioso de la espiral inflacionaria provocará niveles de miseria que probablemente no se veían en Gran Bretaña desde la Gran Depresión de la década de 1930.

Las políticas de ‘Trusonomics’ inmediatamente colocaron al Banco de Inglaterra entre la espada y la pared. La mayoría de los nueve miembros del comité de política monetaria (MPC) del Banco votó a favor de aumentar la tasa base clave en 0,5 puntos porcentuales, del 1,75 al 2,25 por ciento, su nivel más alto desde 2008.

Pero esto no será suficiente para detener la caída alarmante de la libra. Los mercados financieros esperan que las tasas suban por encima del 4 por ciento, o incluso del 6 por ciento para el verano del próximo año. Incluso esto puede no ser suficiente. Pero tendrá varios efectos imprevistos y ciertamente no deseados. El aumento de las tasas de interés hará que los pagos de las hipotecas aumenten exponencialmente.

En muchos casos, las cantidades pagadas cada mes por los propietarios de viviendas se duplicarán; por ejemplo, de £660 a £1,150 en una propiedad modesta. Esto puede significar £ 6,000 adicionales al año para muchas familias, que ya estaban luchando para pagar el aumento del precio de la energía. Anulará de inmediato cualquier beneficio de los recortes de impuestos, que para la gran mayoría de las personas solo ascenderá a unos pocos cientos de libras.

Plantea la alarmante perspectiva de que los propietarios de viviendas, al no poder pagar su hipoteca, pierdan sus casas y se queden en la calle. Los conservadores, desde Margaret Thatcher, se enardecían de estar creando una “democracia de propietarios”. El escenario planteado augura un golpe devastador para sus posibilidades de ganar las próximas elecciones.

También aumentará en gran medida el costo de los préstamos, no solo en las tarjetas de crédito de los ciudadanos comunes, sino también del propio gobierno, que tendrá que encontrar miles de millones más para financiar las escandalosas nuevas deudas en que la Sra. Truss y su Canciller han decidido incurrir, no para ayudar a los millones de personas que luchan con la crisis del costo de vida, sino al uno por ciento más rico del país.

Por lo tanto, no solo tenemos un gobierno de los ricos, y para los ricos, sino un gobierno de los insensatos, de los estúpidos y de los economistas de libre mercado sin cabeza. Otros, cuyas cabezas aún descansan sobre sus hombros, contemplan el desastre espantoso como lo harían con una escena de una película de terror particularmente macabra.

El gobierno ahora está bajo una fuerte presión para que abandone sus locas políticas económicas. Y las críticas más agudas no provienen de Keir Starmer y el Partido Laborista, que juegan el papel de la Oposición Leal de Su Majestad (mañana tendremos algo que decir al respecto…) No, los ataques más punzantes provienen de las grandes empresas, incluido el ex jefe del Banco de Inglaterra.

La crítica más dañina provino del FMI; es decir, de los Sumos Sacerdotes del capital financiero internacional. Se pronunciaron en términos normalmente reservados para casos perdidos del Tercer Mundo.

Un portavoz del FMI dijo el martes por la noche:

“Dadas las presiones inflacionarias elevadas en muchos países, incluido el Reino Unido, no recomendamos paquetes fiscales grandes y sin objetivos específicos en este momento, ya que es importante que la política fiscal no funcione en contra de la política monetaria… Además, el tipo de medidas tomadas en Reino Unido es probable que aumenten la desigualdad”.

El FMI también dijo que Kwarteng debería usar el plan cuya publicación está prevista para noviembre para “reevaluar las medidas fiscales, especialmente aquellas que benefician a las personas de altos ingresos”.

Este lenguaje seguramente no tiene precedentes cuando se refiere a lo que solía ser considerado como una de las principales economías del mundo. Sin embargo, todas estas advertencias y amonestaciones han caído en saco roto. Las damas y caballeros de Londres no están escuchando. La Sra. Truss se mantiene firme. Y el Titanic sigue hundiéndose.

El precio del chovinismo

¿Cómo explicar la obstinada resistencia del actual gobierno a escuchar la voz de la razón? Solo hay una explicación posible para algo que se parece mucho a un deseo patológico de autolesión y suicidio nacional.

Todo este lío surge directamente de los locos delirios de grandeza que llevaron a una capa significativa de los líderes del Partido Conservador a expulsar a Gran Bretaña de la Unión Europea, que constituía (y, al menos por el momento, sigue constituyendo) el mayor socio comercial de Gran Bretaña. Una decisión tan irracional inevitablemente causaría un daño irreparable a la economía británica.

Sin embargo, los responsables hasta el día de hoy se aferran a la fantasía de que no solo fue la decisión correcta, sino el único camino que conduce a la prosperidad nacional y la gloria internacional. Estas damas y caballeros viven en un mundo de ensueño. Desean hacer retroceder el reloj a los viejos tiempos cuando Britannia dominaba las olas; recrear el antiguo Imperio, o algo que se le asemeje; para restaurar el lugar que le corresponde a Gran Bretaña como la principal potencia, no solo en Europa, sino a escala mundial.

El principal representante de este ensueño no es otro que Jacob Rees Mogg, conocido jocosamente en los círculos parlamentarios como el Miembro de Honor del siglo XVIII. Pero este chovinismo estrecho es característico de cada uno de los fanáticos del Brexit de ultraderecha y libre mercado que ahora dominan el Partido Tory en el parlamento.

El desdén chovinista por todos los extranjeros no se limita al habitual desprecio racista por los negros, asiáticos y europeos que huelen a ajo y ni siquiera hablan inglés. Incluso se extiende (aunque esto nunca se admite en público) a nuestros amigos estadounidenses, cuyas pretensiones de liderazgo mundial han sido demasiado exageradas en los últimos tiempos.

La arrogancia nacionalista de estas damas y caballeros realmente no tiene límites. ¿No muestra nuestra historia que somos superiores a todos los demás pueblos y razas del globo terrestre? ¿Qué derecho tienen los insolentes extranjeros a dictarnos? ¿No ganamos dos guerras mundiales? ¿Y no poseemos la disuasión nuclear definitiva?

Esta estúpida nostalgia por un pasado lejano ha erradicado por completo cualquier apariencia de pensamiento racional en las mentes de la facción que ahora manda en Westminster. Y en la persona de Liz Truss han encontrado a la líder perfecta. Al igual que el resto de su pandilla, tiene una idea errónea casi cómica sobre el lugar real de Gran Bretaña en el mundo.

Eso se reveló desde el primer momento en que entró en el número 10 de Downing Street. Volvamos, por un momento, sobre nuestros pasos hasta la primera oleada de éxito (por no decir arrogancia) que siguió al ascenso de la Sra. Truss como primera ministra.

La ‘relación especial’

¿Qué fue lo primero que hizo? Tan pronto como se aseguró de que la difunta reina fuera enterrada de manera segura, nuestra nueva primera ministra se apresuró a ir a Nueva York, como en los viejos tiempos del Imperio, cuando un nuevo virrey colonial viajaba a Londres para rendir homenaje a la reina Victoria.

La única diferencia es que hoy en día el centro del Imperio está en Washington, no en Londres, y el primer puerto de escala del primer ministro británico es arrodillarse ante el Trono del Gran Jefe Blanco en el Despacho Oval. Este vuelo sobre el Atlántico también iba a llevarla a su histórica misión ante las Naciones Unidas, y su cerebro confundido ahora estaba lleno hasta rebosar con un sentido fuera de lugar de su propia importancia.

Tan pronto como llegó a Nueva York en su primer viaje al extranjero como primera ministra, asombró al mundo con una admisión realmente sorprendente: el muy cacareado acuerdo comercial entre el Reino Unido y los EE.UU., el que iba a ser uno de los mayores premios del Brexit, ya no está en el horizonte.

Sí, hemos oído bien: ni hoy, ni mañana, ni siquiera pasado mañana, sino en un futuro oscuro y lejano, “meses si no años”, proclamó, sin siquiera detenerse a tomar aliento o sonrojarse ante la simple barbaridad de lo que tenía toda la apariencia de un comentario casual y descartable.

En términos puramente económicos, esto es el equivalente a admitir ante los desafortunados pasajeros del Titanic que los últimos botes salvavidas que quedaban, por una u otra razón, se habían quedado en Southampton y, por lo tanto, lamentablemente no estarían disponibles durante un tiempo considerable: “meses si no años”, de hecho.

Pero entonces, ¿por qué preocuparse por unos cuantos botes salvavidas? Uno de sus admiradores se apresuró a tranquilizar a la desconcertada audiencia con la confiada afirmación de que: “Nuestra relación con EE. UU. va mucho más allá de hablar de acuerdos comerciales”. ¡Ah, sí! La célebre relación especial de la que se habla tan a menudo, en Londres, aunque no en ningún otro lugar, por lo que se puede apreciar. Pero ¿qué significa esto realmente?

Está claro que Joe Biden se muestra más interesado por otros asuntos que por alcanzar un acuerdo comercial con el Reino Unido. De hecho, está tan abajo en su lista de prioridades que, que sepamos, ni siquiera mereció una mención en las conversaciones que se llevaron a cabo en la ONU. Estas se centraron en la política hacia la guerra en Ucrania y una «cooperación de seguridad más amplia».

Truss dijo: “El problema número uno es la seguridad global y asegurarnos de que podamos enfrentar colectivamente la agresión rusa y garantizar que Ucrania prevalezca”. La primera ministra agregó que era importante que Europa y los países del G7 trabajaran juntos, “para asegurarnos de que no dependemos estratégicamente de regímenes autoritarios”.

La Sra. Truss sin duda apostaba a que todo esto sería música para los oídos del presidente. Que sin duda lo era, pero solo hasta cierto punto. El tío Joe debe haberse sentido un poco irritado por los evidentes esfuerzos de la dama de Londres por presentarse a sí misma y a Gran Bretaña como los verdaderos líderes del mundo libre. ¿Nadie le había informado que ese papel estaba reservado para los Estados Unidos de América?

Es un hecho bien conocido que ‘lo mucho cansa’. Si uno come demasiado helado, es casi seguro que, tarde o temprano, afecte a su sistema digestivo. Y es posible ser más papista que el Papa, lo que no cae muy bien en el Vaticano. Así, mientras todo eran sonrisas y apretones de manos ante los medios de comunicación reunidos del Mundo Libre, tan pronto como las puertas se cerraron, uno podría imaginarse una voz exasperada exclamando: «¿Quién demonios se cree que es esta dama?»

El estado de ánimo del presidente no habrá mejorado mucho en lo que respecta al espinoso tema de Irlanda del Norte y el notorio Protocolo. ¿Por qué la Sra. Truss decidió hacer su declaración anunciando que un acuerdo comercial con Estados Unidos no estaba en la agenda?

Eso no fue un accidente, sino un ataque preventivo. Era muy consciente de las opiniones de Joe Biden sobre Irlanda del Norte. Ella sabía muy bien que él le advertiría de las serias consecuencias de cualquier intento por su parte de aplacar al lobby unionista aboliendo o restringiendo severamente el Protocolo que se acordó con la Unión Europea como un medio para cuadrar el círculo posterior al Brexit del comercio entre el Sur de Irlanda, que permanece en la UE, y el norte de Irlanda, que, como parte del Reino Unido, la ha abandonado.

Tanto Biden como Nancy Pelosi han advertido que no habrá perspectivas de un acuerdo comercial con EE. UU. si hay algún movimiento en esa dirección. Al descartar tal acuerdo de antemano, la primera ministra británica le estaba quitando efectivamente esta arma de las manos. Pero este movimiento ‘inteligente’ fue totalmente contraproducente y, como no, estúpido.

Recordemos que, cuando Gran Bretaña abandonó la Unión Europea, Boris Johnson, Rees-Mogg y el resto de la pandilla pro Brexit, insistieron en que Gran Bretaña estaría “abierta al comercio con el resto del mundo”. Pero, ¿qué queda hoy de ese orgulloso alarde? Gran Bretaña está virtualmente en guerra con Rusia, tiene pésimas relaciones con China y ahora se ve obligada a descartar cualquier posibilidad de un acuerdo comercial con Estados Unidos.

Así, de un plumazo, Gran Bretaña se ha privado de los tres mercados más importantes fuera de la UE. Y cuando se mueva para disolver o alterar radicalmente el Protocolo de Irlanda del Norte, provocará una reacción de la Unión Europea que socavará gravemente su comercio con Europa.

Ahora, la economía británica, como el resto del mundo, se ve exprimida por el poderoso abrazo de un dólar fuerte. ¡Ninguna relación especial aquí! Truss puede fanfarronear y fanfarronear durante un tiempo. Pero eso no puede continuar para siempre.

Eventualmente, los mercados decidirán que Gran Bretaña ya no es un país viable en el que se pueda confiar para pagar sus gastos, que es solo otro caso perdido, con el que no se puede arriesgar enviar grandes sumas de dinero. En ese momento, el FMI intervendrá para administrar una lección muy necesaria pero muy dolorosa sobre la economía de mercado real. Entonces, el país que una vez fue conocido como Gran Bretaña ocupará su verdadero lugar en el mundo: república bananera.

Ahí está. Tras su salida de la Unión Europea, Gran Bretaña queda expuesta, no como una gran potencia, sino por el contrario, como una pequeña isla débil, en bancarrota y aislada frente a las costas de Europa. Ni la retórica chauvinista ni el ondear banderas alterarán ese hecho.

Lucha de clases

En las últimas 24 horas, cuando termino de escribir este artículo, el Banco de Inglaterra acaba de aceptar gastar la asombrosa suma de 65.000 millones de libras esterlinas en la compra de bonos del gobierno británico en un intento por calmar los temores del mercado. Esta medida desesperada solo tendrá un efecto temporal, como intentar vendar una herida abierta aplicando un trozo de esparadrapo.

Como un caballo que se descontrola a toda velocidad, el caos en Gran Bretaña va de mal en peor en todos los niveles: económico, financiero, social y político. Para la gente de Gran Bretaña (y no solo para ellos) será un invierno muy frío, pero también promete ser muy caluroso. Todo el mundo puede ver que la situación está llegando a un punto de ebullición. La actual ola de huelgas muestra que la clase obrera está lista para movilizarse.

Ya hay indicios de que existe un estado de ánimo muy militante e indignación, y no solo entre los trabajadores ferroviarios y estibadores tradicionalmente militantes, sino incluso entre capas que nunca han estado involucradas en la lucha, como los abogados penalistas, las enfermeras y los médicos.

Y esto es sólo el principio. Las condiciones de vida de millones de personas se han vuelto completamente imposibles. Cuando las familias son físicamente incapaces de proveer comida a sus hijos, o calentar sus hogares en el frío invierno, cuando incluso las familias de clase media temen que su casa pueda ser embargada, la gente no tiene otra alternativa que tomar el camino de la lucha.

En estas condiciones explosivas, las políticas seguidas por un gobierno no son para nada indiferentes. Un gobierno competente y hábil podría de alguna manera mitigar los efectos de la crisis y al menos posponer un choque frontal. Pero tal gobierno no existe, y el existente parece empeñado en avivar los fuegos de la lucha de clases y posiblemente crear las condiciones para la huelga general total.

De una cosa podemos estar absolutamente seguros. Haga lo que haga Liz Truss ahora estará mal.

29 de septiembre de 2022

Post Scriptum de LdC: Ayer 3 de octubre la primera ministra Lizz Truss tuvo que anunciar la cancelación de su propuesta de reducir impuestos a los ricos ante el caos causado a la economía británica y tras una rebelión en el grupo parlamentario Conservador que amenazó con destituirla.