En un discurso explosivo, Nicola Sturgeon anunció el pasado 15 de febrero su dimisión como Primera Ministra escocesa y líder del Partido Nacionalista Escocés (SNP). La dimisión de Sturgeon se produce en un momento en el que su partido y su Gobierno parecen cada vez más sin timón: golpeados por una letanía de fracasos y arranques en falso, y ahora enfrentados a un tormentoso periodo de huelgas, austeridad y crisis.

Muchos se preguntan «¿y ahora qué?» para el partido gobernante de Escocia y el liderazgo de la causa independentista. Esto ha quedado como una cuestión abierta, que se resolverá en unas semanas en la conferencia especial de marzo del SNP.

Fin del camino

La Primera Ministra había telegrafiado sus intenciones de retirarse meses antes de su anuncio oficial. En varias ocasiones, ha reflexionado públicamente sobre su legado y su posible vida después de la política escocesa. Algunos incluso han rumoreado que tiene la vista puesta en un cargo en las Naciones Unidas.

Sin embargo, el repentino anuncio no deja de sorprender. Muchos esperaban que Sturgeon liderara el partido en las próximas elecciones al parlamento escocés.

En su discurso, Sturgeon rechazó las especulaciones de que su decisión se debía a la polémica suscitada por el proyecto de Ley de Reconocimiento de Género del Parlamento escocés. En los últimos meses, la prensa de derechas ha desatado una «guerra cultural» en torno a este asunto, en gran parte dirigida contra ella personalmente.

Esta y otras cuestiones «coyunturales» no fueron el motivo de su dimisión, dijo Sturgeon. Más bien, había llegado a la conclusión de que su mandato como líder del SNP había llegado naturalmente a su fin.

Pidió disculpas a sus seguidores por una salida tan dramática, y se lamentó de la «brutalidad» y polarización de la política (uno intuye que ya se está preparando un terrible libro de memorias autoindulgente).

En particular, la exPrimera Ministra confesó con franqueza cómo se sentía personalmente derrotada por la cuestión de la independencia y su desigual trayectoria al frente del Gobierno escocés.

Una estrategia estancada

Según ella misma admite, Nicola Sturgeon no es la persona adecuada para liderar el movimiento independentista. Todas las audaces declaraciones sobre la «democracia escocesa» y la posibilidad de un segundo referéndum de independencia han quedado en nada.

A lo largo de sus ocho años en el poder, Sturgeon ha presidido varios intentos frustrados de hacer avanzar la campaña independentista.

Ha desplegado un lenguaje combativo para enardecer a su tropa, e incluso ha anunciado fechas para los referendos, sólo para luego ordenar la vuelta a los cuarteles y posponer la batalla decisiva, que nunca llega.

Esto ha desmovilizado, desorientado y desmoralizado a muchos en las bases del movimiento independentista, que sienten que han sido llevados de aquí para allá demasiadas veces.

El año pasado Sturgeon fue derrotada en el Tribunal Supremo del Reino Unido, donde los jueces negaron a la Cámara de Holyrood (la sede del parlamento escocés) la autoridad para convocar un nuevo referéndum sin la aprobación del parlamento británico de Westminster. Nunca fue una estrategia seria.

A este revés le ha seguido otra retirada desordenada sobre el plan de utilizar las próximas elecciones generales del Reino Unido como un referéndum indirecto de facto.

Sturgeon dice que mantiene esta propuesta, que será el tema central de la conferencia especial de marzo. Pero está claro que las dudas sobre esta estratagema se están consolidando en las altas esferas del SNP.

Parece que Sturgeon defenderá la idea de un referéndum de facto, pero sólo desde los bancos parlamentarios de Holyrood. Mientras tanto, la ejecutiva nacional del SNP ha abierto la puerta a que este plan se deseche por completo.

La camisa de fuerza del capitalismo

De aquí a entonces, las divisiones cuidadosamente ocultas en el seno de la camarilla dirigente del SNP podrían salir a la luz con la elección de un nuevo líder. A falta de un sucesor obvio, ya se ha empezado a especular sobre quién será el próximo Primer Ministro de Escocia. Y lo que es más importante, ¿tendrá alguna idea nueva sobre cómo hacer avanzar el movimiento independentista?

Quienquiera que suceda a Sturgeon heredará una situación que empeora para el Gobierno escocés. La líder saliente del SNP es personalmente popular. Y ha defendido con ahínco las reformas logradas durante su mandato: ampliación de la atención infantil gratuita; mayor acceso a la educación superior para los alumnos de entornos desfavorecidos; elementos de cuidado esenciales gratuitos para todo recién nacido; nuevas competencias transferidas, etc. Escocia es ahora, según ella, como mínimo «más justa».

Todo esto se ha conseguido trabajando dentro de los estrechos márgenes del autonomismo y subrayando los contrastes entre las prioridades del Gobierno escocés y las de los tories en Westminster.

Este enfoque ha producido ocho victorias electorales para el SNP desde 2014, lo que ha ayudado a mantener la cuestión de la independencia en un lugar destacado de la agenda.

Durante la mayor parte de los últimos diez años, el SNP ha sido imbatible, sorteando el Brexit, la pandemia, los escándalos políticos y otras controversias con un amplio apoyo del electorado.

Sin embargo, los cimientos de este régimen se enfrentan ahora a un dramático colapso. Con todo el Reino Unido atravesando una profunda crisis de inflación galopante y recesión inminente, peor que la del resto de Europa y el G7, el margen de maniobra de Holyrood en materia económica es cada vez más estrecho.

El Gobierno escocés ya está enzarzado en una batalla con los trabajadores en huelga, que luchan por defender su nivel de vida. Además, el Gobierno se dispone a imponer una austeridad desorbitada a unos servicios públicos que ya están al límite.

El Secretario de Finanzas en funciones, John Swinney, uno de los aliados más estrechos de Sturgeon, no se ha andado con rodeos: Escocia se enfrenta a «cuatro años muy difíciles» de austeridad, con recortes en el gasto público y en el empleo.

Del mismo modo, a pesar de enfrentarse a la peor crisis de su historia, el NHS escocés (su sistema de salud) sufrirá ataques contra el personal de enfermería, los hospitales y los pacientes. Y las escuelas se verán en apuros para ofrecer incluso los niveles mínimos de educación exigidos por ley, a medida que se recortan los recursos y se presiona a los profesores hasta el límite.

Lejos de ofrecer un contrapunto, las mismas políticas de austeridad aprobadas por los tories en Westminster también están siendo preparadas por el gobierno escocés. No tienen dónde esconderse.

Levantarán las manos y dirán que no hay nada que hacer. Pero todo esto lo único que hace es subrayar el carácter pro-capitalista de los dirigentes del SNP – demostrando que la clase obrera no puede confiar en ellos para luchar genuinamente contra los tories.

Ni siquiera migajas

Mientras el hacha se cierne sobre nuestras cabezas, la realidad del último periodo –la agenda reformista del SNP, con retórica sobre la «justicia social» y una «Escocia más justa»– está saliendo ahora a la luz.

En su discurso de despedida en su residencia presidencial de Bute House, Sturgeon no pudo evitar las preguntas sobre los «arrepentimientos» y los fracasos rotundos de la última década.

Entre ellos, el fracaso de su gobierno a la hora de cerrar la brecha educativa entre estudiantes ricos y pobres. Esta reforma histórica fue en su día la prioridad absoluta de Sturgeon. Pero más tarde fue abandonada discretamente tras lograr escasos avances.

Algo parecido ocurre con la reducción de la pobreza infantil, que ahora se sitúa en el nivel más alto de la historia (24%); la reducción de las muertes por drogadicción y alcoholismo (la más alta de la UE); la pobreza energética (que afecta a más de 600.000 hogares); o la falta de vivienda y la inseguridad en la vivienda (la más alta desde 2002), etc.

Los ayuntamientos han perdido 2.000 millones de libras en fondos por el congelamiento de los impuestos municipales y la caída de los presupuestos públicos. Esto ha creado un agujero negro para los servicios y trabajadores locales. La mayor parte de esta carga recae en un solo ayuntamiento: Glasgow, con un déficit de 500 millones de libras.

Incluso los objetivos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero se han incumplido sistemáticamente, a pesar del crecimiento del suministro de energías renovables.

Cada vez está más claro que, tras la cálida fachada liberal, el SNP gobierna en interés de la clase capitalista, con migajas arrojadas al resto. Ahora, ni siquiera recibiremos las migajas.

Crisis del reformismo

Esta es la situación real a la que se enfrenta nuestra clase. Y sin duda es la razón por la que Sturgeon ha decidido tirar la toalla en este momento.

El gobierno escocés se enfrenta a problemas insolubles. El Gobierno es incapaz de llevar a cabo ninguna reforma significativa. De hecho, Swinney ha declarado que ahora están considerando contrarreformas destinadas a aumentar la «eficiencia» de los servicios públicos, un resultado directo de los límites del capitalismo que se ciernen a su alrededor.

La dirección del SNP tampoco puede señalar un camino a seguir para el movimiento independentista, ya que no están dispuestos a desafiar la negativa de la clase dominante británica a la autodeterminación escocesa con nada que no sean palabras huecas.

La fórmula del dominio del SNP en Escocia siempre se ha basado en estas variables. Pero ahora tienden a cero, y la maquinaria del SNP se ve amenazada por un colapso catastrófico.

Si todo lo demás permanece igual, la mayoría de la clase trabajadora de Escocia seguirá apoyando al SNP. Pero lo harán con menos entusiasmo, tapándose la nariz.

Esto es similar a la posición en la que se encontró el Partido Laborista después de generaciones de traición. Y solo hizo falta una oportunidad –el referéndum independentista de 2014– para que se expresara la ira contra el laborismo escocés; para que los trabajadores y los jóvenes se movieran en dirección a la independencia; y para que el apoyo al partido se desmoronara de la noche a la mañana.

En el fondo, esto refleja la crisis del reformismo; la incapacidad de resolver los problemas a los que se enfrenta la clase obrera dentro de los confines del capitalismo.

¡Por una República Obrera Escocesa!

Al anunciar su dimisión, Nicola Sturgeon ofreció muchas «reflexiones» sobre su tiempo como Primera Ministra. Sin duda habrá muchos otros que escriban obituarios políticos elogiosos o críticos con ella. Como política individual, acumuló una enorme autoridad y responsabilidad personales. Tanto sus partidarios como sus detractores la etiquetaron como la «Reina de Escocia». Pero las fuerzas que conforman la sociedad son mucho mayores que ella o su partido.

El capitalismo –en Gran Bretaña y en todo el mundo– está sumido en una profunda crisis. La lucha de clases está en pleno apogeo. Esto está empujando a la clase obrera y a los dirigentes burgueses del SNP a un conflicto directo entre sí.

Este conflicto ha permanecido oculto durante muchos años. Y durante un tiempo, los llamamientos a la unidad nacional por la causa de la independencia ayudaron a tapar las grietas y las contradicciones de clase dentro del SNP. Pero ahora esto se está volviendo insostenible, y muchos en el movimiento más amplio se están dando cuenta rápidamente.

«A medida que la inmediatez de un referéndum se aleja, la gente se inclina más a centrarse en lo que está más cerca y es más personal», escribe Jim Cassidy en The National, en nombre de Airdrie for Independence.

«Los puestos de trabajo, los salarios, las condiciones laborales, los precios de la energía, el combustible y los costes de los alimentos están en la mente de la gente en este momento», continúa Cassidy, «y corremos el peligro muy real de perder apoyo si la gente se aferra a la solución más rápida en lugar de a la mejor solución».

El movimiento independentista de masas debe basarse en esta lucha de la clase trabajadora. Esto significa establecer un programa de lucha para asegurar la autodeterminación de Escocia.

Nuestro objetivo no es lograr la independencia capitalista propuesta por los dirigentes del SNP, que no cambiará nada, sino establecer el poder de la clase obrera y el socialismo.

Sólo confiando en la fuerza colectiva de nuestra propia clase, y preparándonos para una decidida lucha revolucionaria de los trabajadores y la juventud, podremos superar el actual estancamiento, y apartar a las fuerzas que se interponen en nuestro camino.

Tal programa debe basarse en el llamamiento a una República Obrera Escocesa y a la revolución socialista mundial. Esta es la consigna que nosotros, los marxistas, levantaremos en las batallas que tenemos por delante: en los piquetes, en nuestros barrios y en el movimiento independentista.