Alejándose de sus habituales superproducciones de Hollywood, el último estreno de Christopher Nolan ofrece una mirada dramática y tensa de la vida de J. Robert Oppenheimer, el “padre de la bomba atómica”, explorando de paso la política de los Estados Unidos en la era McCarthy.

La última epopeya del director Christopher Nolan, Oppenheimer, puede parecer un tema inusual para una superproducción veraniega: una película biográfica de tres horas de duración sobre Julius Robert Oppenheimer (interpretado por Cillian Murphy), el físico estadounidense que supervisó el desarrollo de la primera bomba atómica.

Sin embargo, esto no ha disuadido a los espectadores, ya que la película recaudó más de 80 millones de dólares en todo el mundo en su fin de semana de estreno.

Un reparto repleto de estrellas, la publicidad en Internet que anima a verla como película doble, junto a Barbie, y la bien ganada reputación de Nolan como creador de películas de suspense intensas, con impresionantes decorados: todos estos ingredientes, juntos, son una receta para obtener grandes dividendos.

Y no cabe duda de que los jefes de los estudios agradecerán esta inyección de dinero, dadas las huelgas que sacuden Hollywood en estos momentos.

Basada en gran medida en la biografía American Prometheus: the Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, la película de Nolan pretende abarcar la compleja vida del físico homónimo a un ritmo vertiginoso, al tiempo que mantiene una tensión dramática insoportable en todo momento.

La interpretación de Murphy es especialmente cautivadora, sobre todo cuando Oppenheimer se enfrenta no sólo a la adversidad personal y profesional, sino también a batallas con su propia conciencia, al darse cuenta del potencial de destrucción que ha contribuido a desencadenar.

En los largometrajes de Nolan, el espectáculo suele triunfar sobre la sustancia. Pero Oppenheimer consigue evitarlo. De hecho, lo más sorprendente (aparte del cameo del antiguo actor infantil de Nickelodeon, Josh Peck) es lo política que es la película.

PCUSA

El argumento gira en torno a la investigación de las asociaciones pasadas de Oppenheimer con miembros del Partido Comunista de EE.UU. ( PCUSA), y la revocación de su autorización de seguridad en 1954 –que puso fin a su carrera– durante el apogeo de la caza de brujas macartista que invadió Estados Unidos.

La película utiliza esta investigación como medio para explorar cómo cambiaron los valores morales del físico antes y después de convertirse en el “padre” de la bomba atómica. Pero al hacerlo, también ofrece una visión de los objetivos cambiantes del imperialismo estadounidense, a medida que se convertía en la superpotencia predominante del mundo.

Dada la conocida histeria anticomunista de la posguerra, al espectador moderno puede parecerle una locura que se permitiera a Oppenheimer –un hombre cuyo hermano, esposa, amante y numerosos amigos y colegas eran todos miembros del PCUSA– dirigir el ultrasecreto “Proyecto Manhattan”.

El PCUSA creció rápidamente a lo largo de las décadas de 1930 y 1940, especialmente tras la Gran Depresión y el consiguiente conflicto industrial. En consecuencia, llegó a ocupar puestos importantes dentro del movimiento obrero estadounidense, aunque lamentablemente a menudo desempeñando un papel lamentable.

Al mismo tiempo, el partido también adquirió un alcance considerable entre la intelectualidad estadounidense, como los académicos que rodearon a Oppenheimer durante su estancia en Berkeley, tal y como retrata la película.

El propio Oppenheimer, aunque nunca fue miembro del PCUSA, era sin duda un “compañero de ruta”. Simpatizaba con muchas causas obreras, como la del republicanismo español, y la película también muestra cómo ayudaba a sus colegas universitarios en sus esfuerzos de sindicalización.

Sin embargo, el frentepopulismo estalinista del PCUSA también influyó en él. Por ello, el físico no tuvo reparos en aceptar la invitación del gobierno estadounidense para unirse a su programa ultrasecreto para desarrollar la bomba antes que los nazis.

En este contexto histórico, Oppenheimer acabó dirigiendo el Proyecto Manhattan.

Sin embargo, su creencia de que el único propósito de la bomba, en manos del imperialismo estadounidense, sería derrotar a los fascistas y poner fin a la guerra pronto se desmoronaría.

La Guerra Fría

Los imperialistas estadounidenses sabían que existía el riesgo de posibles filtraciones a la URSS, a través de científicos simpatizantes del comunismo como Oppenheimer y sus colegas.

Pero estaban dispuestos a correr este riesgo para construir y probar la bomba nuclear lo antes posible, no sólo antes que los nazis, sino también para ganar ventaja sobre los soviéticos.

Nolan hace bien en mostrar cómo las líneas de batalla de la Guerra Fría ya se estaban trazando antes de que la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado.

Stalin había disuelto la Internacional Comunista en 1943 y había renegado enérgicamente de la causa de la revolución socialista internacional. Sin embargo, los estrategas del imperialismo estadounidense temían a la URSS como posible potencia mundial rival.

La película muestra cómo ésta fue la verdadera motivación del lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki. Los imperialistas japoneses estaban dispuestos a rendirse, pero Estados Unidos utilizó cínicamente el país para exhibir su nueva y mortífera arma, como advertencia a la Unión Soviética y como demostración al mundo de que el imperialismo estadounidense era ahora el que mandaba.

Sin embargo, en cuestión de años, los soviéticos también adquirieron capacidad nuclear, debido a las filtraciones del Proyecto Manhattan. Como resultado, la Guerra Fría se aceleró, especialmente tras la Guerra de Corea.

El terror rojo

Se inició entonces la carrera armamentística para desarrollar la bomba de hidrógeno, un arma nuclear de potencia aún mayor que la bomba atómica original.

Oppenheimer se opuso abiertamente a que Estados Unidos desarrollara la bomba de hidrógeno. Y la película muestra su ingenua esperanza de que, como “padre” de la bomba, tenía derecho a opinar sobre su hijo.

La oposición del científico se convirtió en motivo de preocupación para las autoridades y su lealtad empezó a ponerse en duda.

Al mismo tiempo, se desataba la histeria anticomunista en todas partes, que alcanzó su punto álgido con el ” Terror Rojo” de principios de la década de 1950.

Miles de miembros y simpatizantes del PCUSA vieron arruinadas sus vidas, perdieron sus empleos y se convirtieron en exiliados en su propio país. Cientos de ellos fueron encarcelados.

Fue en este contexto, espoleado por mezquinas rivalidades profesionales, cuando se inició una investigación sobre la vida y las creencias de Oppenheimer, con un posterior tribunal irregular que declaró al eminente profesor culpable de ser un “ciudadano desleal”.

Su habilitación de seguridad fue revocada, lo que puso fin a su papel como asesor de la Comisión de Energía Atómica. Oppenheimer perdió rápidamente la influencia que había tenido hasta entonces en Washington.

Horror y destrucción

El final de la película biográfica muestra a Oppenheimer reflexionando sobre si su creación podría haber puesto en marcha acontecimientos que condujeran a un inevitable armagedón nuclear, y Nolan describe su horripilante visión.

Con la actual guerra en Ucrania provocando estos temores de la época de la Guerra Fría, se pretende claramente recordar al público lo que supondría un intercambio nuclear en la actualidad.

Sin embargo, la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) que se produciría si las potencias imperialistas del mundo desplegaran sus arsenales atómicos, es suficiente para impedir que las clases dominantes de todo el mundo pulsen nunca el botón. Después de todo, habría pocos beneficios si el planeta se convirtiera en una cáscara radiactiva.

Junto a la enorme –y creciente– fuerza de la clase obrera, este resultado “MAD” es sólo un factor que descarta la Tercera Guerra Mundial.

Pero esto no excluye por completo las guerras. Cada año, en todo el mundo, decenas de miles de personas mueren en batallas por ganancias, mercados, recursos y esferas de influencia, como las guerras civiles en Sudán o Etiopía en la actualidad.

De hecho, a medida que el capitalismo se sumerge aún más en la crisis, el próximo período verá una intensificación de las guerras de poder y los conflictos regionales entre las potencias imperialistas, como en Ucrania, o en Siria antes.

Sólo hay una fuerza en la Tierra que puede poner fin a este “horror sin fin”, como lo describió Lenin: la clase obrera internacional.

Para ello, la clase obrera debe primero tomar conciencia de su poder y fuerza potenciales, y organizarse para derrocar al capitalismo, el verdadero “destructor de mundos”.