El 21 de enero de 2024 se cumple el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido mundialmente como Lenin. Fue sin duda uno de los más grandes revolucionarios que jamás hayan existido. Con sus acciones al frente del Partido Bolchevique, este hombre extraordinario cambió literalmente el curso de la historia.

[Originalmente publicado como el editorial del número 34 de la revista América Socialista, En Defensa del Marxismo]

Toda la vida de Lenin estuvo dedicada a la emancipación de la clase obrera, que culminó con la victoria de la Revolución de Octubre en 1917. El significado de este acontecimiento lo expresó acertadamente Rosa Luxemburgo:

«Todo cuanto un partido puede exhibir, en un momento histórico, de coraje, energía, de intuición revolucionaria y coherencia, Lenin, Trotsky y sus compañeros lo mostraron ampliamente. Todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios, que faltó a la socialdemocracia occidental, encontró su expresión en los bolcheviques. La insurrección de octubre no representó solamente la salvación real de la Revolución rusa, sino también la rehabilitación del socialismo internacional.»

Por primera vez, salvo el heroico pero breve episodio de la Comuna de París, la clase obrera conquistó el poder y lo mantuvo. Por esta razón, la Revolución de Octubre puede considerarse el mayor acontecimiento de la historia. Sean cuales sean los acontecimientos posteriores, se trata de una conquista indeleble que nunca podrá borrarse.

Y es por esta razón que, en manos de la clase dominante y sus apologistas, Lenin se ha convertido en el individuo más odiado y calumniado de la historia.

Calumnias

Mientras que los comentaristas burgueses a veces se han mostrado complacientes con Marx por su análisis del capitalismo, aunque por supuesto rechazan sus conclusiones revolucionarias, Lenin se ha convertido en un completo anatema. Por supuesto, esto no debería sorprendernos.

Al igual que los escabrosos ataques a la Revolución Francesa por parte de la vil prensa inglesa de la época, los plumíferos del capitalismo denuncian a Lenin y a la Revolución Rusa. Su objetivo es desacreditar y borrar de la historia su verdadera importancia. Esta ha sido su tarea durante más de un siglo.

Por lo tanto, Lenin es presentado como un «dictador», un agente alemán, un agente zarista, un nuevo zar y, finalmente, el precursor de Stalin y del estalinismo. El estruendo ha ido in crescendo.

Las historias que venden son tan risibles que da vergüenza leerlas. Hay literalmente cientos de estos supuestos «historiadores» ignorantes, todos repitiendo la misma cantinela y haciendo las mismas absurdas afirmaciones sobre Lenin que hielan la sangre. Pocos, si es que hay alguno, merecen la pena ser leídos. Incluso las obras más «pulidas» sobre Lenin están impregnadas de veneno.

«El bolchevismo se fundó sobre una mentira, sentando un precedente que se seguiría durante los siguientes 90 años. Lenin no tenía tiempo para la democracia, ni confianza en las masas, ni escrúpulos en el uso de la violencia. Quería un partido pequeño, estrechamente organizado y estrictamente disciplinado de revolucionarios profesionales de línea dura, que hicieran exactamente lo que se les ordenara». Este ejemplo procede de la pluma envenenada de Anthony Read en El mundo en llamas.

«Aquí se encuentran los gérmenes del gobierno por el terror, de la aspiración totalitaria al control total de la vida y la opinión públicas», señala Richard Pipes, en una historia de terror escrita para asustar lectores de temperamento nervioso.

«Lenin fue el primer jefe de partido moderno que alcanzó el estatus de dios: Stalin, Mussolini, Hitler y Mao Zedong fueron todos sus sucesores en este sentido», escribe Figes para no quedarse atrás .

Estos charlatanes adinerados y bien pagados nunca se darán por vencidos. Su campaña de mentiras continuará hasta que el propio capitalismo sea derrocado. Deberíamos dejarles hacer su trabajo sucio, como a las brujas de Macbeth.

A pesar de todos sus esfuerzos por agriar las mentes de los jóvenes contra Lenin y el bolchevismo, las cosas no están saliendo como estaba previsto. La gente está empezando a cuestionar la «narrativa» oficial, como ocurre con la mayoría de las cosas. Desgraciadamente para los lacayos literarios de la burguesía, ¡sus tonterías anticomunistas no están teniendo el impacto deseado!

Por desgracia, como se ve obligado a admitir el profesor Orlando Figes, «los fantasmas de 1917 no han sido exorcizados». Y, dado el período en que hemos entrado, tampoco lo estarán.

Un faro de esperanza

Estamos en una época de agitación sin precedentes. El capitalismo como sistema socioeconómico se ha agotado y decenas de millones de personas en todo el mundo cuestionan su legitimidad. En consecuencia, buscan activamente una salida a este callejón sin salida. Sin embargo, los viejos partidos están cada vez más desacreditados y millones de personas se han hartado de los reformistas melindrosos de todo tipo que sólo quieren «reformar» el sistema hasta cierto punto. Pero esto es como pedirle a un leopardo que cambie sus manchas o intentar achicar el océano con una cuchara.

Lenin destaca como un gigante en contraste con todas las palabras y hechos de los liliputienses dirigentes laboristas y sindicales, tanto de derechas como de izquierdas, que en la práctica han aceptado el sistema capitalista. También ellos, junto con los burgueses, miran a Lenin con horror o, en el mejor de los casos, simplemente como «anticuado», sus ideas carentes de valor ni relevancia.

Pero no es tan fácil deshacerse de Lenin y sus ideas. «La doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta», explicó. Es «completa y armónica, da a los hombres una concepción del mundo íntegra, inconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa».

Es una teoría para cambiar el mundo, en la que la teoría y la práctica no están separadas, sino que forman un todo unificado. Por ello, Lenin, un verdadero marxista, dedicó su vida a la victoria de la revolución socialista mundial. En este sentido, destaca como un faro para los trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo.

Hoy en día existe un creciente interés por Lenin y sus ideas y hay un intento, especialmente por parte de muchos jóvenes, de redescubrir el auténtico programa del leninismo y el bolchevismo. Este interés y la profunda crisis del sistema capitalista demuestran la relevancia de Lenin para el aquí y ahora.

Bolchevismo

Lenin se irguió sobre los hombros de Marx y Engels, y puso en práctica sus ideas. El leninismo es simplemente marxismo en la época imperialista de la revolución y la contrarrevolución.

Dada la despiadada lucha contra el viejo orden capitalista, Lenin subrayó la necesidad vital de construir un partido disciplinado y teóricamente blindado. Era un revolucionario de tal visión que sólo podía ser el líder del partido más intrépido, capaz de llevar sus pensamientos y acciones hasta su conclusión lógica. Fundió su destino con el destino del partido proletario y sus objetivos.

Dada la traición de los viejos dirigentes socialdemócratas, era vital crear una nueva dirección revolucionaria. Esto significaba que había que formar nuevos partidos comunistas que organizaran a la clase obrera para tomar el poder. A diferencia de los viejos partidos reformistas, que se habían convertido en gran medida en máquinas electorales, estos nuevos partidos seguirían el modelo del Partido Bolchevique, tanto en organización como en perspectiva revolucionaria.

«En el presente momento histórico se trata precisamente de que el ejemplo ruso muestra a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro próximo e inevitable», explicaba Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.

«Sólo la historia del bolchevismo en todo el período de su existencia puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.»

El Partido Bolchevique pudo desempeñar ese papel, dada su singular historia y el papel de Lenin. Como él mismo explicó:

«Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales y un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país.»

El Partido Bolchevique bajo Lenin fue el partido más revolucionario de la historia. Lenin comprendió que un partido así debía construirse antes de que estallaran los acontecimientos revolucionarios. Desde luego, no podía improvisarse o crearse espontáneamente durante una revolución, ya que sería demasiado tarde. Toda la experiencia del pasado así lo demuestra.

En primer lugar, era importante crear una red de cuadros marxistas, que actuaría como marco en torno al cual podría construirse con el tiempo un partido de masas. Dado que la revolución era un asunto serio, Lenin luchó por la creación de un partido de «revolucionarios profesionales» que se dedicaran a la revolución.

Además, el partido revolucionario debía fundarse sobre los cimientos de la teoría marxista. «Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario», escribió Lenin en el ¿Qué hacer?, obra dedicada a la construcción de dicho partido. Fue el guardián teórico del partido, que bajo su dirección desarrolló su propia moral proletaria basada en los intereses de la revolución socialista.

Para Lenin, esta lucha por la teoría marxista era una tarea esencial. Por lo tanto, el papel de la Iskra de Lenin consistía en emprender «la lucha resuelta y tenaz en pro de los fundamentos del marxismo», que, según explicaba, se había puesto «de nuevo a la orden del día» .

Lenin escribió ¿Qué hacer? en un periodo de retroceso teórico y revisionismo dentro de la socialdemocracia rusa. Gran parte del folleto de Lenin está dedicado a refutar los argumentos de la corriente «economicista», que renunciaba a la lucha política en nombre de la «espontaneidad» y el obrerismo. Pero también era necesario hacer frente a la influencia del llamado «marxismo legal», que vaciaba al marxismo de todo su contenido revolucionario.

Para Lenin, la defensa de la teoría marxista requería algo más que la repetición de viejas fórmulas; significaba una aplicación del método del marxismo a la situación concreta. Era esencial no imponer la teoría a la realidad. La realidad era el punto de partida. Como advirtió Lenin, la teoría, cuando se reduce a un dogma abstracto, puede ser mal utilizada para justificar el revisionismo:

«El marxismo es una doctrina extraordinariamente profunda y polifacética. No es extraño, por ello, que entre los “argumentos” de quienes rompen con el marxismo se puedan encontrar siempre fragmentos de citas de Marx, sobre todo si se reproducen citas inoportunamente.»

Subrayó que el marxismo no era un dogma sin vida, ni una doctrina prefabricada e inmutable, sino una guía viva para la acción. Esto significaba que era vital relacionar las ideas del marxismo con la situación real, y no enredarse en fantasías. «La verdad es concreta», repetía a menudo. La gran prueba para los revolucionarios era conectar estas ideas con el movimiento real de la clase obrera. De este modo, podrían ganar apoyo y dar fruto.

Flexibilidad

Lenin siempre fue firme en los principios, pero muy flexible en la organización y la táctica. Éste fue uno de los grandes puntos fuertes de Lenin. Comprendió que la construcción de un auténtico Partido Comunista, como ocurrió con el Partido Bolchevique, no era una línea recta. Para ganarse a los trabajadores, especialmente a la que seguía bajo la influencia de los partidos reformistas, se necesitaban tácticas flexibles. No se trataba de una cuestión secundaria. En su maravillosa obra, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Lenin explicaba:

«Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima.»

Lenin desarrolló una gran «percepción» de la situación y fue capaz de evaluar las cosas cada vez que se producía un giro brusco en los acontecimientos. Sabía diferenciar lo esencial de lo secundario.

Como explicó Trotsky:

«Dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro, abarcar lo esencial, lo fundamental, lo importante; éste era el don peculiar que Lenin poseía en el más alto grado. Cualquiera que hubiese podido, como pude hacerlo yo, observar de cerca el trabajo de Vladimir Ilich, no podría menos que mirar con entusiasmo –repito la palabra entusiasmo– este don de pensamiento penetrante y agudo que rechazaba todo lo externo, lo fortuito, lo superficial, a fin de percibir los caminos principales y los métodos de acción. La clase obrera sólo aprende a apreciar a esos jefes que habiendo trazado el camino de su desarrollo, marchan con un paso seguro y perseverante, incluso cuando los prejuicios del mismo proletariado a veces son un obstáculo para ellos.»

Sobre todo, Lenin supo adaptarse a los cambios que se producían con anticipación. Por lo general, esto requería un cambio de táctica que se correspondiera con las nuevas necesidades de la situación. Una vez más, estos cambios no siempre eran sencillos y podían dar lugar a agudas polémicas en el seno del partido. No en vano el bolchevismo era conocido como una escuela de los golpes duros.

En cada etapa del desarrollo del partido, desde los primeros círculos de la clandestinidad hasta el trabajo de masas de 1905, hasta 1917 y más allá, Lenin tuvo que superar la resistencia de quienes se aferraban a los métodos del pasado. A cada cambio de táctica que se proponía, se encontraba generalmente con una dura resistencia. La razón de esta resistencia era que la vida del partido siempre desarrolla un cierto rutinismo. Cuando la situación cambia, estas rutinas entran en conflicto con las nuevas exigencias. Hay muchos ejemplos de ello.

El intento de Lenin de profesionalizar el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en el II Congreso de 1903, en el que trató de alejar al partido de la mentalidad de pequeño círculo, informal del primer periodo, condujo en realidad a una escisión entre bolcheviques y mencheviques.

La Revolución de 1905 abrió nuevos desafíos. Para aprovechar las condiciones abiertas, Lenin intentó romper con los métodos del trabajo clandestino. Esto le enfrentó a los «hombres de comité». Éstos eran revolucionarios entregados que habían crecido en las condiciones del trabajo clandestino, lo que moldeó su perspectiva. Así que cuando la situación se abrió para el trabajo legal, les resultó difícil adaptarse y se convirtieron en un obstáculo. Esto condujo a una tremenda ruptura.

Pero Lenin no estaba dispuesto a ceder. Las nuevas oportunidades exigían un cambio de enfoque. Por lo tanto, tuvo que entablar batalla con los hombres de los comités y sus métodos. Era hora de abrir el Partido. Lenin no se anduvo con rodeos:

«Necesitamos fuerzas jóvenes. Soy partidario de fusilar en el acto a cualquiera que se atreva a decir que no hay gente. La gente en Rusia es legión; todo lo que tenemos que hacer es reclutar jóvenes más amplia y audazmente, más audaz y ampliamente, y de nuevo más amplia y de nuevo más audazmente, sin temerles. Estamos en tiempos de guerra. La juventud, los estudiantes, y más aún los jóvenes trabajadores. Deshazte de todos los viejos hábitos de inmovilidad, de respeto al rango, etc. Formen cientos de círculos de vperyodistas entre los jóvenes y anímenlos a trabajar a toda máquina…»

Lenin exigió que los dirigentes bolcheviques rompieran con el viejo rutinismo y pusieran a la organización en pie de guerra. De lo contrario, existía un peligro real de que se desaprovecharan las nuevas oportunidades que se le presentaban al partido. Una vez más, Lenin llamó a la acción:

«Sólo debes asegurarte de organizar, organizar y organizar cientos de círculos, relegando completamente a un segundo plano las habituales y bienintencionadas estupideces (jerárquicas) de los comités. Estamos en tiempos de guerra. O creáis en todas partes organizaciones de combate nuevas, jóvenes, frescas y enérgicas para el trabajo socialdemócrata revolucionario de todas las variedades entre todos los estratos, o os hundiréis, llevando la aureola de burócratas de ‘comité’.»

El enfoque rutinario de algunos de los dirigentes bolcheviques se extendió a su actitud hacia los recién formados soviets. Los Soviets fueron creados espontáneamente por los trabajadores en lucha, y eran comités de huelga ampliados. Pronto se convirtieron en un poder alternativo al antiguo régimen zarista.

En lugar de acoger a estas nuevas formaciones de clase, algunos de los viejos dirigentes bolcheviques las consideraban competidoras del partido. Adoptaron un enfoque completamente sectario. Fue necesaria la intervención personal de Lenin para corregir este error. De hecho, Lenin consideraba a los soviets como «el embrión de un gobierno obrero» , lo que demostraba su clarividencia, y se confirmó en los acontecimientos de 1917.

En 1905, el POSDR, compuesto por las facciones menchevique y bolchevique, se transformó en un partido de masas. Esto demostró el enorme potencial de la situación, pero no duró.

La derrota de la Revolución de 1905 abrió un periodo de sangrienta reacción en Rusia. El movimiento sufrió un duro revés. Esto a su vez provocó muchas deserciones del partido, especialmente de los tipos más pequeñoburgueses que no podían soportar la presión. El ambiente dentro del partido era muy malo y los bolcheviques quedaron reducidos a un cascarón.

Hubo muchos problemas en estos años de reacción. Lenin se vio obligado a romper con los que habían sucumbido a los ánimos de desesperación y virado hacia el ultraizquierdismo, por un lado, como los bolcheviques que insistían en boicotear las elecciones a la Duma Estatal mucho después de que la Revolución hubiera sido derrotada, y por otro, los que querían disolver el partido por completo (los «liquidadores»).

Una vez más, Lenin tuvo que entrar en una lucha en el plano teórico, contra quienes intentaban revisar los principios filosóficos más básicos del movimiento marxista, incluido el propio materialismo. Fue en este período cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo como polémica contra una tendencia del movimiento marxista ruso que se apartaba del materialismo dialéctico y se dirigía hacia el callejón sin salida filosófico del idealismo subjetivo.

En el plano organizativo, hubo intentos de fusionar las facciones menchevique y bolchevique tras la Revolución de 1905. Sin embargo, las crecientes diferencias políticas lo impidieron. Los mencheviques consideraban a los liberales como la fuerza que debía liderar la revolución, mientras que los bolcheviques se dirigían a los obreros y campesinos pobres. Finalmente, tomaron caminos separados y el Partido Bolchevique se constituyó formalmente en abril de 1912.

Rearmar el partido

Se ha creado el mito de que Lenin gobernaba el Partido Bolchevique con una vara de hierro, lo que claramente no era el caso. Hubo muchas ocasiones en las que Lenin estuvo en minoría, incluso dentro de la dirección. La autoridad de Lenin no se basaba en agitar un gran garrote, sino en su autoridad política, construida sobre un enfoque paciente.

Cuando Lenin se enfrentó a la Revolución de Febrero en 1917, las nuevas tácticas que propugnaba encontraron poco apoyo.

La revolución había conducido al derrocamiento del zarismo y había instaurado un gobierno provisional, formado por representantes de la burguesía. Al mismo tiempo, los obreros rusos crearon soviets a una escala aún mayor que en 1905. Los dirigentes bolcheviques dentro de Rusia -especialmente Kámenev y Stalin- estaban embriagados con la revolución y por los sentimientos de «unidad» que prevalecieron en sus primeros días. Como resultado, adoptaron una actitud completamente equivocada hacia el Gobierno Provisional. En lugar de oponerse al gobierno, le dieron un ‘apoyo crítico’, incluyendo su apoyo a la guerra imperialista.

Lenin estaba furioso. Mientras seguía intentando salir de Suiza hacia Rusia, escribió una serie de artículos -sus célebres Cartas desde lejos, que constituyeron la base de sus famosas Tesis de abril– oponiéndose al gobierno Provisional capitalista y llamando a una nueva revolución.

Los bolcheviques se habían educado durante mucho tiempo en la perspectiva de una «dictadura democrática del proletariado y el campesinado», vinculada a la idea de provocar una revolución socialista en Occidente. Aunque esta formulación consideraba la revolución venidera como una revolución burguesa para barrer los vestigios del feudalismo y preparar el terreno para el desarrollo capitalista, la dirección de esta revolución no recaería en la burguesía, que desempeñaba un papel contrarrevolucionario, sino en los obreros y campesinos. Sin embargo, esta fórmula tenía un carácter algebraico en el sentido de que la cuestión de qué clase desempeñaría el papel dirigente en esta alianza quedaba abierta, como una «incógnita».

La posición bolchevique contrastaba notablemente con la de los mencheviques, que decían que la revolución era burguesa y, por tanto, debía ser dirigida por la burguesía. Los obreros, a sus ojos, sólo debían desempeñar un papel de apoyo.

Trotsky, por su parte, había propuesto su propia teoría de la «revolución permanente» como perspectiva para Rusia. Aunque estaba de acuerdo con los bolcheviques en que la burguesía era contrarrevolucionaria, creía que la única clase capaz de dirigir la revolución era la clase obrera, apoyada por los campesinos pobres. Sin embargo, en lugar de establecer una «dictadura democrática», Trotsky defendía un gobierno obrero que barriera en primer lugar el feudalismo (las tareas «democráticas»), pero que luego procediera a las tareas socialistas. Esta revolución socialista, a su vez, provocaría la revolución en Occidente, que acudiría en ayuda de los trabajadores rusos. De ahí su carácter «permanente».

La posición planteada por Lenin en abril de 1917 era fundamentalmente idéntica a la de Trotsky. Sin embargo, los «viejos dirigentes bolcheviques» se opusieron, aferrándose a la fórmula original de la «dictadura democrática».

Lenin se vio obligado a utilizar toda su autoridad política para cambiar la dirección del partido. De ese modo, tuvo que enfrentarse a los autodenominados «viejos bolcheviques», ¡que le acusaron de «trotskismo»!

Ante el retroceso de los dirigentes bolcheviques, y dado lo que estaba en juego, Lenin se lanzó a la batalla:

«preferiré incluso una ruptura inmediata con cualquier miembro de nuestro partido, quienquiera que sea, antes que hacer concesiones al socialpatriotismo de Kerenski y Cía., o al socialpacifismo y al kautskismo de Chjeídze y Cía.

Continuó:

«A los obreros hay que decirles la verdad. Debemos decir que el gobierno de Guchkov-Miliukov y Cía. es un gobierno imperialista, que los obreros y campesinos deben primero (ahora o después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, si

es que no se engaña sobre este punto al pueblo y no se aplazan las elecciones para

después de la guerra; no es posible resolver desde aquí el problema de elegir el

momento), primero deben transferir todo el poder del Estado a manos de la clase

obrera, enemiga del capital, enemiga de la guerra imperialista, y sólo entonces

tendrán derecho a lanzar llamamientos pidiendo el derrocamiento de todos los

reyes y de todos los gobiernos burgueses.»

A continuación, dirigió su atención a los «viejos bolcheviques»:

«Aquí oímos el alboroto de las réplicas de aquellos a quienes gusta llamarse «viejos bolcheviques»: ¿Acaso no hemos dicho siempre que la revolución democrática burguesa sería terminada solamente por «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los .campesinos»? ¿Acaso la revolución agraria, también democrática burguesa, ha terminado? ¿Acaso no es, por el contrario, un hecho que esta última todavía no ha comenzado?

«Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques, en general, han sido plenamente confirmadas por la historia, pero, concretamente, las cosas han resultado de otro modo de lo que podía (quienquiera que sea) esperar, de un modo más original, más peculiar, más variado.

«Desconocer, olvidar este hecho, significaría semejarse a aquellos «viejos bolcheviques”, que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad….».

«Quien ahora hable solamente de la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos», se ha rezagado de la realidad y, por esta razón, se ha pasado, de hecho, a la pequeña burguesía contra la lucha proletaria de clase y hay que mandarlo al archivo de las curiosidades· «bolcheviques» prerrevolucionarias (al archivo que podríamos Ilamar «de los viejos bolcheviques»)…

«Por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener n cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en .el mejor de los casos, sólo traza lo fundamental, lo general, sólo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida.

“‘La teoría, amigo mío, es gris, pero el árbol de la vida es eternamente verde’

«Quien plantee la cuestión de la «terminación» de la revolución burguesa al viejo estilo, sacrifica el marxismo vivo en aras de la letra muerta».

A principios de abril de 1917, Lenin estaba completamente aislado dentro del partido Bolchevique cuando planteó la nueva perspectiva de la revolución socialista. Los viejos dirigentes se habían convertido en un obstáculo, al igual que anteriormente con los hombres del comité. El único dirigente que le apoyaba era Kollontai. El resto se opuso.

Pero con la fuerza de los argumentos de Lenin y la experiencia de los bolcheviques sobre el terreno, pronto pudo ganarse a la mayoría del partido y dirigir el rumbo hacia la Revolución de Octubre.

Incluso entonces, en octubre de 1917, en los días previos a la insurrección, se enfrentó a la oposición dentro de la dirección, especialmente de Zinóviev y Kámenev, que habían estado con él durante años. Una vez más, tuvo que arriesgar toda su autoridad política para asegurar el éxito de la insurrección.

Todo le había preparado para este momento. «¡Ellos se atrevieron!», por citar a Rosa Luxemburgo. Lenin había puesto en práctica las ideas del marxismo. No se podía pedir nada más a los obreros rusos. Habían barrido el capitalismo y el latifundismo y establecido una República Soviética de los trabajadores.

Internacionalismo

Para Lenin, la Revolución de Octubre no era un fin en sí mismo, sino sólo el pistoletazo de salida para que la clase obrera conquistara el poder en todo el mundo. Este internacionalismo no obedecía a razones sentimentales, sino que surgía del carácter internacional del capitalismo, que había sentado las bases materiales de una nueva sociedad sin clases. En particular, había creado una clase obrera internacional, cuya misión histórica era convertirse en la sepulturera del capitalismo.

Fue sobre esta sólida base que Lenin formuló una posición clasista de principios al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, en un momento en que todos los partidos de la II Internacional se alineaban en defensa de su ‘propia’ clase capitalista. Y esta lucha por preservar la bandera del internacionalismo proletario, en la que Lenin se encontró en una pequeña minoría, culminaría con el derrocamiento revolucionario del capitalismo en Rusia en 1917 y el establecimiento de la Internacional Comunista como el partido mundial de la revolución socialista en 1919.

Lenin nunca contempló la idea del «socialismo en un solo país», como plantearon los estalinistas años más tarde. Era lo contrario de su perspectiva de la revolución mundial. Para Lenin, la Revolución Rusa no pretendía construir el ‘socialismo ruso’, un completo disparate en unas condiciones tan atrasadas. La victoria en Rusia, creando una plaza fuerte proletaria, era el punto de partida de la revolución mundial. No es casualidad que subrayara que, sin revolución en Occidente, la Revolución Rusa estaba condenada al fracaso.

Como el propio Lenin explicó el 29 de julio de 1918:

«… jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países pero sin forjarnos la ilusión de que eso pueda lograrse con las fuerzas de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al subir al poder … era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista.»

Esta idea fue expresada por Lenin una y otra vez. Lenin confiaba plenamente en el éxito de la revolución mundial y trabajaba para conseguirlo.

Sin embargo, la teoría antimarxista del «socialismo en un solo país» se convirtió en la piedra angular del estalinismo; de hecho, aceptarla se convirtió en una condición para afiliarse a los partidos comunistas estalinistas.

En 1956, tras las revelaciones de Jruschov sobre Stalin en el XX Congreso, se produjo una profunda crisis en las filas de los partidos comunistas. A esto se sumó el aplastamiento de la revolución húngara por las tropas rusas a finales de año. Todo lo que se había enseñado a los miembros del PC fue puesto en tela de juicio y hubo muchas discusiones sobre el pasado del partido y la importancia de la Revolución Rusa.

Durante las discusiones, cuando se plantearon citas de Lenin contra la teoría del socialismo en un país, algunos miembros destacados del PC estaban tan desorientados que llegaron a cuestionar la validez de la Revolución de Octubre.

«Nunca me fue posible (aunque seguí intentándolo) convencer a un trotskista de que estas citas demostraban que Lenin era un apostador loco«, escribió Alison Macleod, que trabajaba para el Daily Worker. «¿Qué derecho tenía [Lenin] a derrocar a Kerensky, si tomar el poder en Rusia no iba a ser suficiente? ¿Qué derecho tenía a jugarse millones de vidas en una revolución en Alemania, que no tenía poder para llevar a cabo?».

Completamente conmocionada y desilusionada, Macleod abandonó el PC en abril de 1957, después de haber trabajado en el Daily Worker durante una docena de años, junto con miles de otras personas. Ella y muchos otros habían sido criminalmente maleducados y engañados por Moscú. Como resultado, muchos dieron la espalda al movimiento revolucionario.

La fe de Lenin en una revolución exitosa en Alemania no era una apuesta desesperada, como afirma Macleod. De hecho, las posibilidades de victoria en 1923 eran extremadamente altas. Después de todo, el Partido Comunista Alemán (KPD) era el Partido Comunista más poderoso fuera de la Unión Soviética y la crisis del verano de 1923 (ver América Socialisa – en defensa del marxismo nº 33) había producido una situación revolucionaria. Las masas se orientaban al KPD buscando una salida.

Por desgracia, los dirigentes del PC alemán no estuvieron a la altura de las circunstancias. Cuando fueron a Moscú en busca de consejo, Lenin estaba incapacitado tras sus apoplejías y Trotsky estaba fuera. Quienes les aconsejaron fueron Stalin y Zinóviev, que instaron a la moderación cuando los comunistas alemanes deberían haberse estado preparando para la toma del poder. Como resultado, se perdió la oportunidad, con terribles consecuencias.

El éxito de la Revolución Alemana habría cambiado por completo el curso de la historia mundial. Habría roto el aislamiento de la Rusia soviética y provocado una crisis revolucionaria masiva en Europa. Sin embargo, su derrota provocó una amarga desilusión, especialmente en Rusia, fortaleciendo la mano de la burocracia soviética, sentando a su vez las bases del estalinismo. El estalinismo, como consecuencia, se convirtió en una enorme barrera para la revolución mundial, y allanó el camino para la victoria de Hitler con su teoría del «social facismo» que dividió a la clase obrera alemana. Esto condujo a los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Nada de esto estaba predestinado. Una revolución exitosa en Alemania habría cortado de raíz tal desarrollo. Lo que faltó en Alemania no era un Partido Comunista de masas, que ya existía, sino un Lenin y un Trotsky que lo dirigieran.

A diferencia de los dirigentes estalinistas, Lenin tenía una fe colosal en la clase obrera y en su capacidad para derrocar al capitalismo en todo el mundo. Pero lo que se necesitaba era una auténtica dirección revolucionaria que guiara la lucha hasta su conclusión lógica. En eso se pueden resumir todas las lecciones del bolchevismo.

En defensa de Lenin

Equiparar la limpia bandera de Lenin con el régimen manchado de sangre de Stalin no sólo interesa a los capitalistas, sino también a los estalinistas por sus propias razones. No puede haber mayor abominación.

A pesar de su papel crucial, Lenin era un hombre muy modesto, nada que ver con la caricatura infalible que presentan de él los estalinistas. Admitía francamente sus errores para aprender de ellos. Muchas veces, después de la Revolución de Octubre, echaba la vista atrás y se reía de los errores y «estupideces» que habían cometido. Sin embargo, Lenin cometió menos errores que la mayoría y fue capaz de corregirlos. Esto reforzó su autoridad. Su fuerza consistía en no tener miedo a la verdad, fuera cual fuera la situación.

Lenin no nació Lenin completamente formado, como Atenea de la frente de Zeus, como lo han retratado los estalinistas a lo largo de los años. Dentro de este falso esquema de las cosas, no hay lugar para el desarrollo de las ideas ni siquiera para los errores. Lenin es presentado como una idealización alejada de la realidad. Los estalinistas necesitaban una figura así para encubrir su supuesta infalibilidad. Cínicamente lo convirtieron en un icono absurdo. Pero ésta es una imagen totalmente falsa que no se corresponde con los hechos.

En realidad, Lenin se hizo a sí mismo. Ampliaba continuamente sus horizontes, aprendía de los demás y se elevaba cada día a un plano superior. Conquistó las ideas del marxismo por sí mismo y enriqueció su comprensión a cada paso. Esto dio a Lenin una formación como ninguna otra que le dio confianza y seguridad.

Toda la obra de su vida estuvo dedicada a la lucha por el marxismo y a la construcción del partido revolucionario. Sus últimos años fueron una lucha contra el endurecimiento de sus arterias y contra el dominio de la burocracia soviética, que amenazaba con la degeneración de la revolución y con ella el peligro de la restauración capitalista.

Esta lucha estaba directamente ligada a la defensa de los principios fundamentales del marxismo, por los que Lenin había luchado toda su vida. Fue la actitud despectiva y chovinista de la camarilla de Stalin ante la cuestión nacional, en particular en relación con Georgia, lo que alertó a Lenin del grave riesgo de degeneración política en la cúpula del propio Partido Bolchevique.

El centenario de la muerte de Lenin nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre su extraordinaria vida y su contribución y aprender las lecciones. Debería permitirnos descubrir al verdadero Lenin y sus ideas, no por un motivo académico, sino para prepararnos para los poderosos acontecimientos que se avecinan.

Hoy seguimos enfrentados a la alternativa de ‘socialismo o barbarie’. Dada la bancarrota de las viejas organizaciones, la crisis a la que se enfrenta la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección revolucionaria a escala internacional. Nuestra Internacional, basándose en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, está reuniendo las fuerzas internacionalmente con el propósito expreso de resolver esta crisis.

Estudiar a Lenin hoy, en medio de esta crisis mundial, ofrece la experiencia concreta más valiosa para resolver los problemas que enfrenta la clase obrera en la época de la guerra y la revolución.

Para nosotros, las ideas de Lenin son lo más parecido a un manual para la revolución mundial. Pero para muchos, incluso en la supuesta «izquierda», siguen siendo un libro cerrado. Debemos dejar que los escépticos y cínicos, que tachan a Lenin de «anticuado», se cuezan en su propia salsa.

El comunismo está inextricablemente ligado al nombre de Lenin y a la Revolución Rusa, pero los Partidos Comunistas de hoy son «comunistas» sólo de nombre. Bajo el estalinismo sufrieron una completa degeneración. Hace tiempo que abandonaron las ideas de Lenin y del bolchevismo y, en su lugar, adoptaron perspectivas reformistas.

Los antiguos estalinistas se unen ahora a la campaña de los historiadores burgueses para ensuciar el nombre del bolchevismo. Sí, pueden denunciar a Lenin, pueden derribar estatuas, pueden saquear los bienes del Estado, pero hay una cosa que no pueden hacer: nunca podrán matar una idea cuyo momento ha llegado. Esto es lo que les atormenta y les provoca pesadillas.

Con el creciente interés por Lenin y el comunismo, vale la pena repetir las palabras del propio Lenin del 6 de marzo de 1919:

«Tienen miedo de que una decena o una docena de bolcheviques contaminen el mundo entero. Sabemos que este miedo es ridículo, porque ellos ya han contaminado todo el mundo…»

Con este pensamiento en mente, nos dedicamos de nuevo al objetivo de recrear la Internacional Comunista a un nivel aún más alto. Eso significa una defensa de las ideas de Lenin y construir las fuerzas del comunismo. Esta es nuestra tarea urgente cien años después de la muerte de Lenin..