Estamos viviendo en una época de profundo cambio histórico. Después de un período de 40 años de crecimiento económico sin precedentes, el sistema capitalista está llegando a sus límites. En lugar de crecimiento nos enfrentamos al estancamiento económico, la recesión y una crisis de las fuerzas productivas. Incluso dejando de lado los países de África, Asia y América Latina, hay entre treinta y cuarenta millones de parados en los países capitalistas avanzados.

En la víspera del siglo XXI la humanidad se encuentra en una encrucijada. La crisis del capitalismo se manifiesta en todos los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, el consumo de drogas, la violencia, el egoísmo y la indiferencia hacia los sufrimientos de los demás, el colapso de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante se da cuenta cada vez más de que es un freno al desarrollo de la sociedad.

La iglesia catolica

En su período de ascenso histórico, la burguesía luchó contra el viejo oscurantismo de la iglesia católica —la más alta expresión de la ideología del feudalismo. Aún antes de la revolución burguesa en Holanda y en Inglaterra, esta lucha fue anticipada por la titánica batalla lanzada por la ciencia contra la Inquisición. Copérnico, Giordano Bruno, Galileo y Kepler representaban la nueva manera de ver el mundo enfrentada a la camisa de fuerza del pasado.

La Revolución Francesa fue anunciada por las ideas de los filósofos materialistas de la época de las luces. En su fase progresista, la burguesía francesa era atea y materialista. Combatió bajo la bandera de la Razón. Sólo cuando el levantamiento del proletariado significó una amenaza a su dominio, especialmente después de la Comuna de París, descubrió de golpe los encantos de la Madre Iglesia.

Pero en la época actual —la época de la decadencia senil del capitalismo — todos estos procesos se han convertido en su contrario. En palabras de Hegel «La Razón se convierte en la Sinrazón». Es cierto que la religión «oficial» está en bancarrota. Las iglesias están vacías y en creciente crisis. En su lugar, vemos la proliferación de todo tipo de sectas y una epidemia de fundamentalismo religioso —cristiano, musulmán, judío e hindú —; un signo del callejón sin salida de la sociedad que vuelve locos a sectores de la pequeña burguesía. A medida que se acerca el nuevo siglo vemos los más terroríficos retrocesos hacia el oscurantismo medieval. Este fenómeno no se limita a Irán, la India y Argelia. En los Estados Unidos —el país capitalista más desarrollado y tecnológicamente más avanzado (junto con Japón) — hemos visto recientemente la «matanza de Waco». En otros países occidentales vemos el desarrollo incontrolado de sectas religiosas, supersticiones, astrología y toda clase de tendencias irracionales.

Todos estos fenómenos guardan un asombroso parecido con lo que ocurrió en el período de declive del Imperio Romano. Que nadie objete que este tipo de cosas se limitan a sectores marginales de la sociedad. Hace tan sólo diez años, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, hizo un famoso discurso sobre el «Imperio del Mal» (Rusia) para justificar un programa de producción de los medios más terroríficos de destrucción —que podrían destruir todo el mundo varias veces. En ese discurso dijo lo siguiente: «En el mundo existen el Pecado y el Mal, y las Sagradas Escrituras y Nuestro Señor Jesucristo nos dirigen a enfrentarnos a ellos con todas nuestras fuerzas»

El lenguaje y el pensamiento del ex presidente del país capitalista más desarrollado viene directamente de la Edad Media. Es una contradicción dialéctica de primer orden. Y no está aislada. Cuando al primer astronauta de los EEUU se le pidió que diese un mensaje a la humanidad escogió…. la primera frase del Génesis: «Al principio Dios creó el Cielo y la Tierra». No es un accidente que en algunos Estados de los EEUU, las escuelas están obligadas a enseñar la teoría de la «creación» en oposición a la de la evolución. Ni tampoco que los telepredicadores consigan fortunas a través de las ondas con una audiencia de millones.

Irracionalidad

¿De dónde surge toda está irracionalidad? No es ajena a un sentimiento de impotencia en un mundo donde el destino de la humanidad está controlado por fuerzas aterradoras y aparentemente invisibles. Sólo hay que mirar al pánico en la bolsa, con hombres y mujeres «respetables» correteando arriba y abajo como las hormigas cuando se les destroza el nido. Estos espasmos periódicos, provocando el pánico del rebaño, son un ejemplo gráfico de la anarquía capitalista.

Marx explicó que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. En sus primeros días, la burguesía no sólo jugó un papel progresista, llevando más lejos las fronteras de la civilización, sino que era consciente de ello. Ahora los estrategas del capital están vencidos por el pesimismo. Son los representantes de un sistema sentenciado por la historia, pero no pueden reconciliarse con este hecho.

Esta contradicción central es el factor decisivo que deja su huella en la manera de pensar de la burguesía hoy en día. Lenin dijo que un hombre al borde de un abismo no razona. Es un hecho increíble que los consejos de dirección de las gigantes compañías multinacionales consulten astrólogos antes de tomar sus decisiones de inversión. ¡La única justificación para esto es que los resultados que les dan los brujos económicos profesionales no son mucho mejores!. Cuanto más tiempo se le permita continuar a este sistema decrépito basado en el caos, la codicia y el parasitismo, mayor será la amenaza para los logros sociales, económicos y culturales acumulados de la humanidad. 

Ciencia y sociedad

Hasta hace muy poco, parecía que el mundo de la ciencia estaba por encima de la decadencia general del capitalismo. Las maravillas de la ciencia y la tecnología modernas dieron un prestigio colosal a los científicos, que parecían tener cualidades casi mágicas. El respeto ganado por la comunidad científica crecía en la misma proporción en que sus teorías se hacían cada vez más incomprensibles para la mayoría de la sociedad, incluida la gente más instruída.

Pero los científicos son seres normales que viven en el mismo mundo que todos nosotros. Y por lo tanto también pueden estar influenciados por las ideas, filosofías, políticas y prejuicios dominantes, por no hablar de intereses materiales en algunos casos muy sustanciosos. La mayoría de los científicos creen sinceramente que tienen la mente completamente abierta, que no tienen «ninguna filosofía», simplemente se dedican a la consideración objetiva de «los hechos». Por desgracia los hechos no se seleccionan por si solos. Heráclito, ese pensador de la Antigüedad maravillosamente profundo, dijo una vez: «Los ojos y las orejas son malos testigos para hombres que tienen almas bárbaras.»

La palabra griega «bárbaro» significaba «alguien que no comprende el lenguaje». La ciencia moderna nos da abundante material que confirma la afirmación de Engels de que «en ultima instancia la naturaleza funciona dialécticamente». Y a pesar de eso, a cada paso, los científicos sacan conclusiones filosóficas completamente erróneas de su trabajo. Ahora mismo, el trabajo de muchos físicos de partículas fundamentales está basado en la búsqueda de una «teoría del todo» —una «gran teoría universal» (GUT).

Hace cien años, los científicos creían que las leyes de Maxwell sobre electromagnetismo servían para explicar las leyes fundamentales del Universo. Quedaban sólo algunas pocas cosas por clarificar, y se conocería todo lo que había que conocer acerca del funcionamiento del Universo. Por supuesto, había algunas discrepancias problemáticas, pero parecían ser pequeños detalles que podían ser ignorados.

Pero en pocas décadas estas discrepancias «menores» fueron suficientes para echar abajo todo el edificio y provocar una verdadera revolución científica. Durante la mayor parte de este siglo, la física ha estado dominada por la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica que desplazaron la vieja mecánica clásica. A pesar de eso, en un principio los argumentos de Max Plank y Albert Einstein no tuvieron mucho eco en la comunidad científica, que se agarraba tenazmente a sus viejos puntos de vista. Hay una lección importante en esto. Cualquier intento de imponer una «solución final» a nuestra visión del universo está condenado a fracasar. Como dijo Hegel: «La verdad es infinita, su finitud es su negación».

Anti-Dhüring

El materialismo dialéctico parte de la concepción de un universo material eterno, infinito, en evolución, en desarrollo y en constante cambio. Por lo tanto nadie va a conseguir nunca la «teoría del todo». No es posible poner un límite al conocimiento y al desarrollo humano. Todo límite de este tipo está condenado a ser superado. Esto se ha demostrado a lo largo de toda la historia de la ciencia.

Como explicó Engels en su obra maestra Anti-Dhüring: «Un sistema de conocimiento natural e histórico que lo abarca todo y es finito en el tiempo está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico, el cual, de todas maneras, lejos de excluir, incluye la idea de que el conocimiento sistemático del universo externo puede dar avances gigantescos de generación en generación».

Las teorías de la mecánica cuántica y de la relatividad han tenido un efecto importante en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. No obstante, no son la última palabra, de la misma manera que no lo eran las teorías de Maxwell. Una teoría provisional desplaza a otra teoría provisional, hasta que esta es superada de nuevo.

El desarrollo de la ciencia y del pensamiento humano en general consiste en una serie infinita de aproximaciones sucesivas, que penetran cada vez más profundamente en los secretos del universo. Esto es lo único «Absoluto» —el proceso infinito del conocimiento humano a la búsqueda de la comprensión de un universo infinito y en constante cambio.

Desde el punto de vista del materialismo dialéctico materia y energía son lo mismo. Engels describió la energía («moción») como «el modo de existencia, el atributo inherente de la materia» (La Dialéctica de la Naturaleza). 

Einstein demostró que la luz, que durante mucho tiempo se había pensado que era una onda, se comportaba como una partícula, y estaba sujeta a la ley de la gravedad. Esto fue brillantemente confirmado en 1919 durante un eclipse de sol. Más tarde De Broglie demostró que la materia, que siempre se había creído que se componía de partículas, debía estar compuesta por ondas y participar de su naturaleza. 

Durante muchos años la física discutió, si los electrones eran partículas u ondas. Finalmente la mecánica cuántica demostró que estos pueden, y de hecho lo hacen, comportarse como partículas y como ondas. 

Esta afirmación, en su día, causó una dura polémica. Iba en contra de las leyes de la lógica formal, o para decirlo de otro modo, del «sentido común». 

«Pero el bien fundamentado sentido común,» como señaló Engels, «que es un respetable compañero entre las cuatro paredes de casa, corre las más extraordinarias aventuras cuando sale al ancho mundo de la investigación científica.. Aquí, la manera metafísica de ver las cosas, justificable e incluso necesaria como es dentro de sus dominios cuya extensión varía según la naturaleza del objeto a investigar, llega siempre un momento más pronto o más tarde en que alcanza un límite más allá del cual pasa a ser unilateral, limitado y abstracto y se pierde en contradicciones insolubles» (Anti-Dhüring). 

La lógica formal 

¿Cómo puede el sentido común aceptar que un electrón pueda estar en dos sitios al mismo tiempo?. ¿O incluso moverse, a increíbles velocidades, al mismo tiempo en un número infinito de direcciones diferentes? 

Para la lógica formal, basada en las llamadas Ley de la Identidad y Ley de la Contradicción, tal proposición sería algo monstruoso. Para andar por casa estas leyes se las arreglan bastante bien. Pero para cálculos más complicados, que impliquen, por ejemplo, grandes distancias, o velocidades extremadamente altas, o partículas infinitamente pequeñas, son incapaces de explicar las cosas. Simplemente son inaplicables. Para explicar este tipo de fenómenos se necesita un punto de vista dialéctico. 

Citemos de nuevo a Engels: «Pero la situación es diferente tan pronto como consideramos las cosas en su movimiento, su cambio, su vida, sus influencias recíprocas unas en otras. Entonces inmediatamente aparecen las contradicciones. La moción en sí mismo es una contradicción: incluso el simple cambio mecánico de lugar sólo puede llegar a producirse con un cuerpo que esté en un momento dado y en ese mismo momento en un sitio y en otro, que esté en el mismo sitio y que no esté en él. Y el continuo planteamiento y solución simultánea de esta contradicción es precisamente lo que es el movimiento». (Anti-Dhüring). 

La idea de que un electrón puede ser una onda y una partícula que puede estar simultáneamente en un sitio y en otro distinto es una brillante confirmación de la dialéctica tal y como fue elaborada no sólo por Marx y Engels, sino por Hegel, e incluso por Heráclito. 

En 1927, Wemer Heisenberg enunció su famoso «principio de indeterminación», según el cual es imposible determinar, con la precisión deseada, la posición y la velocidad de una partícula simultáneamente. Cuanto menos incierta sea la posición de una partícula, más incierto es su momento, y viceversa. (Esto también se aplica a otros pares específicos de propiedades). La dificultad de establecer con precisión la posición y velocidad de una partícula que se está moviendo a 5.000 millas por segundo en diferentes direcciones es evidente. Pero deducir de esto que la causalidad en general no existe es una proposición completamente falsa. 

El rechazo al viejo determinismo mecánico de Laplace y otros fue correcto y necesario. Pero llevarlo hasta el punto de negar también la causalidad es una receta acabada para abandonar la ciencia y el pensamiento racional. 

En su libro «La extraña historia del quantum», Banesh Hoffman no duda en afirmar que «la estricta causalidad es fundamental e intrínsecamente indemostrable. Por lo tanto la estricta causalidad ya no es un concepto científico legítimo y debe ser expulsada del dominio oficial de la ciencia de nuestros días» 

No es extraño que el mismo autor exclame en la misma página: «Es difícil decidir dónde acaba la ciencia y empieza el misticismo». ¡Desde luego!. Una vez que negamos la causalidad, el universo se convierte en una cuestión totalmente arbitraria y azarosa. Todas las bases del pensamiento racional desaparecen y se abre la ventana a la irracionalidad y al misticismo más monstruoso . 

Muchos científicos importantes estuvieron radicalmente en contra de la interpretación de Heisenberg sobre el fenómeno en consideración. Entre ellos estaban, no sólo Einstein, sino los principales pioneros en el campo de la mecánica cuántica, Max Plank y Louis De Broglie, y también Erwin Schroedinger cuya famosa ecuación fue crucial para su desarrollo. 

Como un intento de justificar el rechazo a la causalidad, se suele alegar que «el observador crea el resultado de su observación por el acto de observación» (B. Hoffmann, op cit). Heisenberg y Niels Bohr defendían que un electrón se materializa en un punto dado sólo cuando es medido. El mecanismo preciso por el cual se supone que esto ocurre sigue siendo un misterio. Parece que debemos aceptar el planteamiento de que la observación en sí misma tiene un efecto decisivo sobre los procesos objetivos como un dogma de fe. El materialismo dialéctico parte de la objetividad del universo material, que nos es dada a través de la percepción sensorial. «Interpreto el mundo a través de mis sentidos». Esto es evidente. Pero el mundo existe independientemente de mis sentidos. Esto se sobreentiende, podemos pensar, ¡pero no para la moderna filosofía burguesa! 

Una de las principales corrientes de la filosofía del siglo veinte es el positivismo lógico, que precisamente niega la objetividad del mundo material. Más exactamente, considera que la misma cuestión de si el mundo existe o no es irrelevante y «metafísica». Estos argumentos fueron contestados brillantemente por Lenin en 1908-9 en su libro Materialismo y Empirocriticismo: «Si el color es una sensación que sólo depende de la retina (como la ciencia natural nos lleva a admitir), entonces los rayos de luz, cayendo sobre la retina producen la sensación de color. Esto significa que fuera de nosotros, independientemente de nosotros y de nuestros pensamientos, existe un movimiento de materia, déjennos decir de ondas etéreas con una longitud determinada y una velocidad definida, las cuáles, actuando sobre la retina, producen la sensación de color. Así es precisamente como lo explica la ciencia natural. Explica las sensaciones de varios colores por las diferentes longitudes de ondas luminosas que existen fuera de la retina humana e independientemente de ella. Esto es el materialismo: materia actuando sobre nuestros órganos sensoriales produciendo sensaciones. La sensación depende del cerebro, los nervios, la retina, etc., es decir de materia organizada de manera definida. La existencia de la materia no depende de la sensación. La materia es primaria. La sensación, el pensamiento, la conciencia son el producto supremo de la materia organizada de manera particular. Estos son los puntos de vista del materialismo en general y de Marx y Engels en particular» 

Idealismo consciente 

¿Y Heisenberg? Cuando era un estudiante, en 1919, Heisenberg era un idealista consciente, que admitió haber sido profundamente impresionado por el Timaeus de Platón (donde el idealismo de Platón se explica de manera más consistente). Entonces luchaba en las filas de los Freikorps reaccionarios contra los obreros alemanes. Por lo tanto defendía que estaba «mucho más interesado en las ideas filosóficas profundas que en lo demás», y que era necesario » apartarse de la idea del proceso objetivo en el tiempo y el espacio». 

En otras palabras, la interpretación filosófica de la mecánica cuántica de Heisenberg estaba muy lejos de ser el resultado objetivo de un experimento científico. Estaba claramente vinculada a la filosofía idealista que él aplicaba conscientemente a la física y que determinaba su punto de vista. 

Las consecuencias reaccionarias de este idealismo subjetivo que intenta poner un límite al conocimiento humano, negando la objetividad de los fenómenos físicos como el movimiento de los fotones y los electrones, y que trata de negar la existencia de la causalidad en general, se demostró con la propia evolución de Heisenberg. Justificó su actividad de colaboración activa con los nazis porque «no hay guías generales a las que podamos adherirnos. Tenemos que decidir por nosotros mismos, y no podemos decir por adelantado si lo estamos haciendo bien o mal». 

Schroedinger ridiculizó la afirmación de Heisenberg y Bohr de que, cuando un electrón no está siendo observado «no tiene posición» y sólo se materializa en un punto dado como resultado de la observación. Si coges un gato y lo pones en una caja con un frasco de cianuro, decía Schroedinger, cuando el contador Geiger detecta la decadencia de un átomo, el frasco se ha roto. Según Heisenberg, el átomo no «sabe» que ha decaído hasta que alguien lo observa. En este caso por lo tanto, hasta que alguien no abra la caja y mire dentro, ¡el gato no estará vivo ni muerto!. 

Con esta anécdota, Schroedinger trataba de dejar claras las contradicciones absurdas debidas a la aceptación de interpretación idealista subjetiva que hacía Heisenberg de la física cuántica. Los procesos de la naturaleza tienen lugar objetivamente, independientemente de que haya seres humanos alrededor para observarlos. Negar la existencia de causalidad, la idea de que todas las acciones son casuales y no tienen causa es, por lo tanto, completamente falsa. Aceptarla sería negar toda la ciencia y, la posibilidad de hacer cualquier predicción. 

Probabilidades y mecánica cuántica 

Los científicos continuamente hacen predicciones que son verificadas por la observación y la experimentación. Esto incluye el campo de la mecánica cuántica, a pesar de la «indeterminación». Aunque no es posible predecir con precisión el comportamiento de fotones o electrones individuales, es posible predecir con gran precisión el comportamiento de grandes cantidades de partículas. 

No hay nada nuevo en esto. Lo que se conoce como «acontecimientos casuales masivos» se puede aplicar a un gran campo de fenómenos físicos, químicos, biológicos y sociales, desde el sexo de los recién nacidos hasta la frecuencia de defectos en una cadena de producción. 

Las leyes de la probabilidad tienen una larga historia. Por ejemplo la «ley de los grandes números» establece el principio general de que el efecto combinado de gran cantidad de factores accidentales produce, para una gran cantidad de dichos factores, resultados que son casi independientes de la casualidad. Esta idea fue expresada tan pronto como en 1713 por Bernoulli, cuya teoría fue generalizada por Poisson en 1837 y le dio una forma acabada Chebyshev en 1867. 

La afirmación de que no podemos conocer las causas precisas, o predecir la posición y velocidad precisas de un electrón individual es, en realidad, un lugar común filosófico, sin ningún contenido. Intentar buscar una relación precisa de todas las coordinaciones e impulsos de cada partícula individual sería volver a la cruda determinación mecánica de Laplace. Este es, en realidad, un concepto fatalista que reduce la necesidad al nivel de la mera casualidad — es decir si todo está gobernado por una especie de decreto eterno, entonces todo es igualmente arbitrario, lo llamemos necesario o no. Como Engels planteó: «No se puede tratar de trazar la cadena causal en ninguno de estos casos: por lo tanto somos tan sabios en una como en la otra, la llamada necesidad sigue siendo una frase vacía, y con ello —la casualidad sigue siendo lo que era». (La Dialéctica de la Naturaleza). 

Si fuese posible establecer todas las causas del movimiento de las partículas subatómicas, la investigación de éstas, en el caso de un solo electrón sería suficiente para mantener a todos los científicos del mundo ocupados por muchas vidas, y todavía no llegarían al final. Afortunadamente esto no es necesario. Aunque somos incapaces de precisar la posición «fija» y la velocidad de una partícula dada, que por lo tanto se puede decir que tiene un carácter casual, la situación cambia radicalmente cuando se trata de grandes cantidades de partículas. Y aquí, estamos tratando con cantidades realmente grandes. Cuando tiramos una moneda al aire, la posibilidad de que sea «cara o cruz» se puede poner en un 50%. Esto es un fenómeno totalmente casual, que no se puede predecir. Pero los propietarios de los casinos, que supuestamente se basan en un juego de «azar» saben que, a largo plazo, el cero o doble cero saldrán con la misma frecuencia que cualquier otro número, y por lo tanto pueden sacar ganancias respetables y predecibles. 

Lo mismo se aplica para las compañías de seguros que ganan grandes cantidades de dinero precisamente en base a las probabilidades, que en último término pasan a ser certezas prácticas, aunque no se puede predecir el destino preciso de los clientes individuales. 

«La mecánica cuántica ha descubierto las leyes precisas y fantásticas que gobiernan las probabilidades, es precisamente tratando de cantidades como éstas que la ciencia supera sus problemas. Con semejantes medios la ciencia puede hacer las predicciones más audaces. A pesar de confesar humildemente su incapacidad para predecir el comportamiento exacto de electrones o fotones individuales u otras entidades fundamentales, puede decirte con enorme confianza cómo deben comportarse precisamente grandes multitudes de ellos» (B. Hoffmann, op. cit.) 

Por cierto, estos ejemplos, sacados de los más diferentes campos, son excelentes ilustraciones de la ley dialéctica de la transformación de cantidad en calidad. 

El desarrollo de la física cuántica representa una auténtica revolución en la ciencia, rompiendo decisivamente con el viejo determinismo mecánico autosuficiente de la física «clásica». (El método «metafísico» como lo habría llamado Engels). En lugar de eso tenemos una visión de la naturaleza mucho más flexible, dinámica —en una palabra, dialéctica. Empezando por el descubrimiento de Plank de la existencia infinitesimal del quantum, que al principio pareció ser un pequeño detalle, toda la física se transformó. Así surgió una nueva ciencia que podía explicar los fenómenos de la transformación radioactiva y analizar con gran detalle los complejos datos del espectroscopio. Llevaba directamente al establecimiento de una nueva ciencia —la química teórica, capaz de resolver cuestiones previamente insolubles. En general toda una serie de dificultades teóricas eran eliminadas, cuando se aceptaba el nuevo punto de vista. 

La fusión nuclear 

La nueva física reveló las poderosas fuerzas que encerraba el núcleo atómico. Esto llevó directamente a la explotación de la energía nuclear —el camino para la potencial destrucción de la vida en la tierra — o una visión de abundancia inimaginable, sin límites y progreso social humano a través del uso pacífico de la fusión nuclear. He aquí un poderoso avance para la ciencia. Pero la mente humana —contrariamente a lo que piensan los idealistas — es conservadora por naturaleza. Esta revolución de la ciencia se produjo a pesar de que la mayoría de los científicos aceptaban las conclusiones filosóficas más primitivas y reaccionarias. 

«Los científicos naturales» escribió Engels, «creen que están libres de la filosofía ignorándola o atacándola. Sin embargo, no pueden dar ni un paso sin pensar, y para pensar necesitan determinaciones mentales. Pero ellos toman estas categorías como un reflejo de la conciencia común de las llamadas personas instruidas, que en general está dominada por las reliquias de filosofías largamente obsoletas, o de la pequeña cantidad de filosofía obligatoria que han aprendido en la Universidad (que no sólo es fragmentaria, sino una mezcla de los puntos de vista de personas pertenecientes a las más variadas y con frecuencia peores escuelas), o de lecturas acríticas y no sistemáticas de escritos filosóficos de todo tipo. Por lo tanto no sólo no están menos influidos por la filosofía sino que en la mayoría de los casos lo están por la peor» (Dialéctica de la Naturaleza). 

Así, en su conclusión a un trabajo sobre la revolución cuántica, Banesh Hoffmann es capaz de escribir: «Por lo tanto debemos maravillarnos mucho más de los poderes milagrosos de Dios que creó el cielo y la tierra de una esencia primitiva de tan exquisita sutileza que con ella pudo modelar cerebros y mentes dotados con el don de la clarividencia para penetrar sus misterios. Si la mente de un simple Bohr o Einstein nos deja atónitos por su poder, ¿cómo podemos siquiera empezar a admirar la gloria de Dios que los creó?» (B. Hoffmann, op. cit.) 

Desgraciadamente éste no es un caso aislado. Toda la literatura científica moderna está impregnada de arriba a abajo de este tipo de tufillo místico, religioso o casi —religioso. Esto es un resultado directo de la filosofía idealista que en gran parte muchos científicos han adoptado consciente o inconscientemente.

Geometría 

Las leyes de la mecánica cuántica parecen incomprensibles a los ojos del «sentido común» (es decir la lógica formal), pero están en plena consonancia con el materialismo dialéctico. Tomemos por ejemplo la concepción del punto. Toda la geometría tradicional se deriva de un punto, que se convierte en una raya, un plano, un cubo, etc. Pero una observación más precisa nos revela que tal punto no existe. El punto se concibe como la expresión más pequeña del espacio, algo que no tiene dimensión. En realidad tal punto se compone de átomos, electrones, núcleo, fotones, e incluso partículas más pequeñas. En última instancia desaparece en una incesante curva de ondas cuánticas en remolino. Y no hay un final para este proceso. No hay ningún punto «fijo». Esta es la respuesta final a los idealistas que quieren encontrar las formas «perfectas» que supuestamente se esconden «más allá» de la realidad observable. 

La única «última realidad» es el universo material infinito, eterno y en constante cambio, que es mucho más maravilloso en su inacabable variedad de formas y procesos que la más fabulosa aventura de ciencia ficción. En vez de una localización fija —un «punto» — tenemos un proceso, un flujo, que nunca se acaba. Cualquier intento de poner un límite a esto, en forma de principio o de final, inevitablemente fracasará. 

Estado de cambio 

Hace cien años los científicos creyeron haber encontrado finalmente la última y más pequeña partícula. Pensaban que no había nada más pequeño que el átomo. 

El descubrimiento de las partículas subatómicas llevó a los físicos a profundizar más en la estructura de la materia. En 1928 los científicos se imaginaban que habían descubierto las partículas más pequeñas —protones, electrones y fotones. Se suponía que todo el mundo material se componía de estas tres partículas. 

Posteriormente esto fue hecho pedazos por el descubrimiento del neutrón, y después toda una multitud de otras partículas incluso más pequeñas, con una existencia cada vez más efímera —neutrinos, pi-mesones, mu-mesones, k-mesones, y muchas más. 

El ciclo vital de algunas de estas partículas es tan evanescente —quizás una cien mil millonésima de segundo — que han tenido que ser descritas como partículas «virtuales» —algo totalmente impensable en la era precuántica. 

Desde el punto de vista de la dialéctica estos descubrimientos son extremadamente importantes. ¿Cuál es el significado de estas «extrañas partículas» con una «existencia virtual» —de las que no se puede decir exactamente si son o no son? El neutrino es descrito por B. Hoffmann como «una incertidumbre fluctuante entre la existencia y la no-existencia»), esto es, para decirlo en el lenguaje de la dialéctica, que son y no son. 

Todos estos logros de la investigación científica constituyen una brillante confirmación de la concepción dialéctica de la naturaleza como un proceso sin fin, en un estado de cambio continuo que tiene lugar mediante contradicciones, en el cual las cosas se convierten en su contrario. 

«Cuando observamos la naturaleza, o la historia de la humanidad, o nuestra propia actividad intelectual,» escribió Engels, «la primera imagen que se nos presenta es la de un laberinto infinito de relaciones e interacciones, en el cual nada permanece igual a lo que era, dónde estaba y tal como era, sino que todo se mueve, cambia, pasa a ser y deja de existir. Esta concepción primitiva, ingenua, pero intrínsecamente correcta del mundo era la de la antigua filosofía griega, y fue formulada claramente por primera vez por Heráclito : todo es y a la vez no es, porque todo fluye, está cambiando constantemente, constantemente pasando a existir y desapareciendo» (Anti-Dhüring). 

Comparémoslo con esta otra cita: «En el mundo del quantum, las partículas están constantemente apareciendo y desapareciendo. Lo que podemos pensar que es un espacio vacío es una nada fluctuante, con fotones apareciendo de la nada y desvaneciéndose tan pronto como nacen, con electrones apareciendo por breves momentos del océano monstruoso para crear pares evanescentes electrón-protón y súbitamente otras partículas añadiéndose a la confusión» (B. Hoffmann, La Extraña Historia del Quantum). 

Más de cien años después, la visión dialéctica del mundo de Engels se ve brillantemente corroborada, no sólo a nivel macrocósmico sino también a nivel microcósmico. ¡Qué lejos está todo esto del universo idealista estático de Platón! Aunque parezca mentira es la filosofía de Platón y de otros idealistas la que probablemente domina el pensamiento de la mayoría de los científicos en contradicción con los resultados de sus propias investigaciones. Tratan a Hegel como un «perro muerto» (por no hablar de Marx y Engels), sólo para echar mano del idealismo en sus formas más abstractas y oscurantistas. 

Que las partículas individuales (incluyendo las «partículas virtuales») existen no está en cuestión. «Son» y sus propiedades (por lo menos algunas de ellas) son conocidas. Pero tratemos de determinarlas con más precisión, de fijarlas en un tiempo y un espacio, y resultarán extremadamente evasivas. «Son y no son, porque fluyen.» Un electrón es una partícula y una onda al mismo tiempo, está «aquí» y «allí» a la vez. 

Esta concepción de la materia en estado de cambio constante, ligada a una red universal de interconexión e interpenetración, es precisamente la esencia del punto de vista dialéctico. Ya no es la ingenua aunque brillante intuición de Heráclito, sino algo firmemente establecido por la experimentación. 

Esto por supuesto no impide a los idealistas atacar el materialismo distorsionando sistemáticamente las conclusiones de la ciencia moderna para sus propios fines. Así, argumentaban que la producción de fotones implicaba que la materia había «desaparecido», ignorando que desde el punto de vista del materialismo dialéctico, la materia y la energía son lo mismo. Esto fue demostrado científicamente por la famosa ley de Einstein de la equivalencia de la masa y la energía. De hecho, la masa está permanentemente convirtiéndose en energía (incluyendo luz-fotones) y la energía en masa. Por ejemplo los fotones (luz) cambian constantemente a pares de electrones y positrones, —el proceso opuesto. Este fenómeno se ha estado dando ininterrumpidamente por toda la eternidad. Es una demostración concreta de la indestructibilidad de la materia —justamente lo contrario de lo que se quería demostrar. 

El Big Bang 

La búsqueda de «la partícula final» ha demostrado ser inútil. Pero a nivel del universo en su conjunto, ha habido un intento similar de poner un «límite» a la materia, en forma de un universo finito. De hecho, la llamada teoría del «Big Bang» es un retroceso a la vieja idea medieval de un «universo cerrado», que, en última instancia, implica la existencia de un Creador. 

Hace algunas décadas, Ted Grant, utilizando el método del materialismo dialéctico, puso al descubierto la poca base tanto de la teoría del «Big Bang» del origen del universo como de la teoría alternativa del «Estado Estacionario» planteada por Fred Hoyle y H. Bondi. Posteriormente se demostró que la teoría del estado estacionario, que se basaba en la «creación continua de materia» (de la nada), era falsa. La teoría del Big Bang por lo tanto ganó por «falta de alternativas», y sigue siendo defendida por la mayoría de la comunidad científica. 

La teoría del Big Bang sostiene que el universo fue creado en una gigantesca explosión que ocurrió entre diez mil y veinte mil millones de años. Antes de eso, sus defensores nos quieren hacer creer que toda la materia del universo estaba concentrada en un solo punto, cuyas dimensiones han sido descritas de varias formas. De hecho ha habido por lo menos cinco versiones diferentes de esta teoría. La primera fue planteada en los 30 por un cura católico que más tarde ocupó el puesto de director de la Academia Pontificia de Ciencia, Georges-Henri Lemaitre. Esta fue rápidamente refutada en diferentes campos —conclusiones incorrectas de la relatividad general y de la termodinámica, una falsa teoría de los rayos cósmicos y la evolución estelar… 

Después de la Segunda Guerra Mundial, la desacreditada teoría fue recuperada por George Gamow y otros en una nueva forma. De cualquier manera, la teoría del Big Bang representa una visión mística de un universo finito en el tiempo y el espacio, y creado en un momento definido por un proceso misterioso, que ya no se puede observar en ninguna parte en la naturaleza. Toda la idea en sí, está plagada de dificultades, tanto de carácter científico como filosóficas. 

Los científicos hablan del «nacimiento del tiempo», en el momento del Big Bang. Pero tiempo y espacio junto con el movimiento son el modo de existencia de la materia. 

Es un contrasentido hablar del principio del tiempo o de su final, a no ser que consideremos, junto con San Agustín, que Dios creó el universo de la nada, algo que no sólo está al margen de toda experiencia, sino que contradice una de las leyes fundamentales de la física: la ley de la conservación de la energía. La energía, y por tanto la materia, no puede ser creada ni destruida. 

Si aceptamos el Big Bang, surgen todo tipo de preguntas. Por ejemplo, ¿qué lo causó? ¿Cuáles eran las leyes del movimiento que condicionaban este minúsculo punto, suspendido en el espacio por toda la eternidad, en el cual toda la materia del universo, ni más, ni menos, se supone que estaba concentrada? La teoría abre la ventana de par en par a la intervención de un Ser Supremo y todo tipo de misticismos, de ahí su atracción sobre el católico Lemaitre y los idealistas en general. 

Gamow y otros avanzaron toda una serie de cálculos para explicar los diferentes fenómenos que se desprenden del Big Bang —densidad de la materia, temperatura, niveles de radiación… Se encontraron gran cantidad de discrepancias que invalidaban, no sólo el modelo de Gamow, sino también el modelo del «universo oscilante», planteado por Robert Dicke y otros, en un intento de solucionar el problema de qué es lo que había antes del Big Bang, haciendo oscilar el universo en un ciclo perpetuo. 

Sin pruebas 

No hay prácticamente ninguna evidencia empírica que sustente la teoría del Big Bang. La mayor parte del trabajo que se ha hecho para apoyarla es de carácter meramente teórico, basado fundamentalmente en fórmulas matemáticas rebuscadas y esotéricas. Las numerosas contradicciones entre el esquema preconcebido del Big Bang y la evidencia observable han obligado a sus defensores a cambiar las reglas del juego para preservar a toda costa una teoría sobre la cual se ha construido tanta reputación académica. 

Según los cosmólogos del Big Bang, para que se formaran galaxias a partir del Big Bang debería de haber habido suficiente materia en el universo para que se llegase finalmente a un punto muerto en su expansión debido a la ley de la gravedad. Esto significaría una densidad de aproximadamente diez átomos por metro cúbico. En realidad la cantidad de materia presente en el universo observable es de un átomo por diez metros cúbicos —cien veces menos que la cantidad predicha por la teoría. 

En lugar de ver esta contradicción como un fallo decisivo en la teoría, los partidarios del Big Bang buscaron ayuda en las partículas físicas fundamentales, lo que les obligó a inventarse la idea de «la materia oscura», una sustancia invisible, para la existencia de la cual no existe un sólo pedazo de prueba empírica, pero que se supone que suma ¡no menos del 99% de toda la materia del Universo! 

La última versión del Big Bang —la llamada «teoría inflacionaria» — no nos lleva ni un paso más adelante. De hecho es todavía más contradictoria y mística que sus desacreditadas predecesoras. De acuerdo con el último gran genio, Alan Guth, el Big Bang tuvo que haber sido acelerado de tal manera que el universo «inflacionario» duplicó su tamaño cada 1035 segundos, llenando de esta manera «espontáneamente» todo el espacio. La cuestión de dónde saldría una cantidad tan enorme de energía sigue sin respuesta. Por lo visto, simplemente apareció DE LA NADA, un truco que difícilmente es concebible sin la intervención de algún mago cósmico. Y todo esto se supone que debe ser aceptado, como artículo de fe, para apoyar una teoría que no se sostiene en pie. Una proposición empíricamente verificable que se deduce de la nueva teoría es que, según ella, los protones se descomponen. En la medida en que la gran mayoría del universo observable está compuesto de protones, esto tiene consecuencias dramáticas. Significaría que el propio universo está condenado a desintegrarse. Sin embargo la experimentación ha demostrado lo contrario: los protones no se descomponen. Su vida se prolonga por varios billones de años más allá de los límites puestos por los experimentos. 

En el siglo XVIII , el obispo Usher calculó la fecha exacta de la creación del mundo —el 23 de octubre del 4004 a. C.. Hoy en día los seguidores del Big Bang también han puesto una fecha para el nacimiento del universo (y del tiempo por supuesto) hace entre diez mil y veinte mil millones de años. Esta fecha no se puede situar antes en el tiempo sin contradecir las actuales mediciones de la distancia de las galaxias respecto a la nuestra y la velocidad con que parece que se están alejando. 

De esto se deduce que, según esta teoría, no puede haber nada en el Universo más viejo que 20 mil millones de años. Pero hay pruebas que parecen contradecir esta afirmación. En 1986, Brent Tully de la Universidad de Hawai dijo que había descubierto enormes aglomeraciones de galaxias («super-racimos») de mil millones de años luz de largo, trescientos millones de años luz de ancho y cien millones de años luz de grosor. Para que se pudieran formar objetos de ese tamaño se necesitarían entre ochenta mil y cien mil millones de años, es decir, cinco veces más de lo que nos permitiría la teoría del Big Bang. 

Desde entonces ha habido otros resultados que parecen confirmar estas investigaciones. The New Scientist (5 de febrero de 1994) publicaba un reportaje sobre el descubrimiento de un racimo de galaxias por parte de Charles Steidel del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Pasadena con grandes implicaciones para la teoría del Big Bang: 

«El descubrimiento de un racimo de ese tipo plantea nuevas dificultades para las teorías de la materia oscura fría, que plantea que una gran parte de la materia del universo está en objetos fríos y oscuros como planetas o agujeros negros. Estas teorías predicen que el material del universo primitivo se agrupó desde «arriba», con lo que primero se formaron las galaxias, y sólo después se agruparon para formar racimos» 

Como siempre la primera reacción de los astrónomos ha sido recurrir a «cambiar las reglas del juego» ajustando la teoría a los obstinados hechos. Así, Mauro Giavalisco del Telescopio Espacial del Instituto Científico de Baltimore cree que sería posible explicar el nacimiento del primer racimo de galaxias con un desplazamiento hacia el rojo de 3.4 ajustando la teoría de la materia oscura fría. Pero añade una advertencia: «Si encuentras diez racimos con un desplazamiento al rojo de 3.4, sería la muerte de las teorías de la materia oscura fría» 

Podemos estar seguros de que existen, no sólo diez, sino un número mucho mayor de estos racimos enormes y que serán descubiertos. Y eso a su vez, será solamente una proporción de un minuto de toda la materia que se encuentra mucho más allá del universo observable y que se extiende hasta el infinito. Todo intento de poner un límite al universo material está condenado al fracaso. La materia no tiene límites, ni a nivel subatómico, ni por lo que se refiere al tiempo y al espacio. 

La teoría del caos 

Los grandes científicos del Renacimiento tenían una vasta cultura y un dominio completo de variadas disciplinas. Leonardo Da Vinci era un gran ingeniero, matemático y mecánico, a la vez que artista y genio. Lo mismo Durero, Maquiavelo, Lutero, y muchos otros sobre los que Engels escribió: 

«Los héroes de ese tiempo todavía no estaban mutilados por la división del trabajo, cuyos efectos restrictivos, con su producción unilateral, vemos frecuentemente en sus sucesores» (La Dialéctica de la Naturaleza). 

La división del trabajo, por supuesto, juega un papel necesario en el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, bajo el capitalismo, ha sido llevada a tales extremos que empieza a convertirse en su contrario. La exagerada división, por una parte, entre el trabajo manual e intelectual significa que millones de hombres y mujeres están reducidos a la vida de la rutina de la cadena de producción en la que no se piensa, negándoseles cualquier posibilidad de desarrollar la creatividad y la inventiva que está latente en cada ser humano. 

En el otro extremo vemos el desarrollo de una especie de casta sacerdotal intelectual que se ha arrogado a sí misma el derecho al título de «únicos guardianes de la ciencia y la cultura». En la medida en que esta gente se aleja cada vez más de la vida real de la sociedad, esto tiene un efecto negativo en sus conciencias. Se desarrollan en un sentido estrecho y unilateral. 

No sólo hay un abismo que separa a las ciencias de las letras, sino que la propia comunidad científica sufre una creciente división entre especialidades cada vez más específicas. En un momento en que las «líneas de demarcación» entre la física, la química y la biología están desapareciendo. Por ejemplo, la distancia que separa diferentes ramas de la física es prácticamente insalvable. 

James Gleick, el autor de un conocido libro sobre el «Caos» describe así la situación: «Pocos laicos se dan cuenta de hasta qué punto está firmemente compartimentalizada la comunidad científica, una fortaleza naval con protecciones contra cualquier escape. Los biólogos ya tienen bastante que leer para prestar atención a la literatura matemática —por ejemplo, los biólogos moleculares tienen ya bastante sin preocuparse por la biología poblacional —, y los físicos tienen mejores formas de utilizar su tiempo que no leer revistas de meteorología.» (Caos, Construyendo una nueva ciencia). 

En los últimos años, el surgimiento de la teoría del caos es una indicación de que algo se está moviendo en la comunidad científica. Cada vez más, científicos de diferentes campos sienten que de una u otra forma han llegado a un callejón sin salida: Es necesario abrirse camino en una nueva dirección. 

¿Cuáles son los aspectos principales de la teoría del caos? Gleick los describe así: «Para algunos físicos, el caos es una ciencia de procesos más que de estado, del convertirse más que del ser (…) Tienen la sensación de que se está produciendo una regresión hacia el reduccionismo, es decir, de reducir todo a sus partes constituyentes mientras que ellos quieren ver las cosas en su conjunto». 

El método del materialismo dialéctico es precisamente fijarse más en el «proceso que en el estado, en el convertirse más que en el ser». Comparémoslo con lo que Engels dice acerca de la manera de pensar «metafísica»: 

«Pero este método de investigación también nos ha dejado un legado, el hábito de observar los objetos naturales y los procesos naturales aislados, separados de la completa y vasta interconexión de las cosas, y por lo tanto no en su movimiento sino en su reposo; no como esencialmente cambiantes, sino como constantes fijas; no en su vida, sino en su muerte» (…) «Pero para la dialéctica, que toma las cosas y sus imágenes, ideas, esencialmente en su interconexión, en su secuencia, su movimiento, su nacimiento y su muerte, procesos como los mencionados son corroboraciones de su propio método de tratamiento. La naturaleza es la prueba de la dialéctica, y debemos decir que las modernas ciencias naturales nos han proporcionado materiales extremadamente ricos y cada vez en mayor cantidad para su prueba, y han demostrado que en último análisis los procesos de la naturaleza son dialécticos y no metafísicos.» 

«Pero los científicos que han aprendido a pensar dialécticamente son todavía pocos y así el conflicto entre los descubrimientos realizados y el tradicional viejo modo de pensar es la explicación de la ilimitada confusión que reina en las ciencias naturales teóricas y que reduce a la desesperación a maestros y alumnos, escritores y lectores». (Engels, Anti-Dhüring). 

Hace más de ciento cincuenta años, Engels describió precisamente el estado actual de la ciencia. A pesar de todos los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, existe un sentimiento profundamente arraigado de confusión. Un número cada vez mayor de científicos se rebela contra la ortodoxia que prevalece y busca nuevas soluciones para los problemas a los que se enfrenta. Más pronto o más tarde esto llevará a una nueva revolución en la ciencia, similar a la que efectuaron Einstein y Planck hace casi un siglo. Significativamente, el propio Einstein, lejos de ser un miembro de la comunidad científica oficial, era un humilde escribiente en una oficina de patentes de Zurich. 

Avance científico 

Existen indicios de que el grado de avance de la ciencia y la tecnología se ha ralentizado considerablemente en las últimas décadas. Un estudio reciente muestra que, con la excepción de la biología, no ha habido ningún avance importante cualitativo en la tecnología en los últimos treinta años, en oposición al perfeccionamiento cuantitativo de la ya existente. 

«La corriente principal durante la mayor parte del siglo veinte,» subraya Gleick, «ha sido la física de partículas, explorando los bloques constitutivos de la materia a energías cada vez más altas, a escala cada vez más pequeña, y en tiempos cada vez más cortos. Aparte de la física de partículas se han desarrollado teorías sobre las fuerzas fundamentales de la naturaleza y sobre el origen del universo. Algunos jóvenes físicos se han sentido insatisfechos con la dirección de la más prestigiosa de las ciencias. El progreso ha empezado a parecer lento, el dar nombre a nuevas partículas fútil, y el cuerpo teórico acartonado. Con la llegada del caos, los científicos más jóvenes creyeron que estaban viendo los inicios de un cambio de dirección para toda la física. El terreno había sido dominado durante demasiado tiempo, pensaban, por las rutilantes abstracciones de las partículas de alta energía y por la mecánica cuántica.» (J. Gleick, op. cit.) 

Es todavía demasiado pronto como para formarse una idea definitiva de la teoría del caos. Lo que está claro es que los científicos se están orientando en la dirección de una visión dialéctica de la naturaleza. Por ejemplo la ley dialéctica de la transformación de la cantidad en calidad (y viceversa) juega un papel importante en la teoría del caos: 

«Él (Von Neumann) reconocía que un sistema dinámico complicado podría tener puntos de inestabilidad —puntos críticos en los que un pequeño empujón puede tener grandes consecuencias, como una pelota balanceándose en lo alto de una colina.» (ibid.) 

Y de nuevo: «En la ciencia, como en la vida, es conocido que una cadena de acontecimientos puede tener un punto de crisis que magnificaría cambios pequeños. Pero caos significaba que este tipo de puntos estuviesen en todas partes.» (ibid.) 

Estas y muchas otras citas muestran un claro parecido entre ciertos aspectos de la teoría del caos y la dialéctica. Pero lo más increíble es que los pioneros del «caos» parecen no tener ni el más mínimo conocimiento, no ya de los escritos de Marx y Engels, ¡sino incluso de Hegel!. En cierto sentido esto nos da una confirmación incluso más brillante de la corrección del materialismo dialéctico, pero en otro, es frustrante pensar que haya habido ausencia de un marco filosófico y una metodología adecuados para la ciencia sin necesidad alguna y durante tanto tiempo. 

Trotsky dijo una vez que la relación entre la lógica formal y la dialéctica era similar a la que existía entre la matemática elemental y la matemática superior. 

«La dialéctica no es ni ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales» (…) «El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película al fotograma. La película no niega las fotografías, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo —las leyes de la lógica formal (AW) — pero nos enseña a combinar silogismos, de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante». 

«Hegel, en su Lógica establece una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales». (Trotsky, En Defensa del Marxismo). 

Lógica formal 

Nosotros podemos añadir que la relación entre la dialéctica y la lógica formal se puede comparar a la relación entre la mecánica cuántica y la mecánica clásica. No se contradicen sino que se complementan la una a la otra. Las leyes de la mecánica clásica siguen siendo válidas para un inmenso número de operaciones. Sin embargo, no se pueden aplicar al mundo de las partículas subatómicas, que implican cantidades infinitesimalmente pequeñas y velocidades tremendas. 

La lógica formal (que ha adquirido la fuerza de un prejuicio popular en la forma de «sentido común») igualmente sigue siendo válida para toda una serie de experiencias de la vida diaria. Sin embargo las leyes de la lógica formal, que parten de un punto de vista esencialmente estático de las cosas, inevitablemente no sirven cuando tratan con fenómenos más complejos, cambiantes y contradictorios. 

Para utilizar el lenguaje de la teoría del caos, las ecuaciones «lineales» de la lógica formal no pueden abarcar los procesos turbulentos que podemos observar en toda la naturaleza, la sociedad y la historia. Solo el método dialéctico puede cumplir esta tarea. 

Es increíble que las leyes básicas de la lógica formal elaboradas por Aristóteles, se hayan mantenido sin cambios fundamentales durante dos mil años. En este período hemos visto continuos procesos de cambio en todas las esferas de la ciencia, la tecnología y el pensamiento humano. Y a pesar de eso los científicos han continuado utilizando esencialmente las mismas herramientas metodológicas que utilizaban los maestros medievales en los días en que la ciencia todavía estaba al nivel de la alquimia. 

Es igualmente sorprendente que los pioneros de la teoría del caos, que están intentando romper con la farragosa metodología «lineal» y crear una nueva matemática «no lineal», lo que está más en consonancia con la turbulenta realidad de la naturaleza en cambio permanente, parezcan ser completamente ignorantes respecto a la única auténtica revolución en la lógica de los dos últimos milenios —la lógica dialéctica elaborada por Hegel, y posteriormente perfeccionada sobre bases científicas y materialistas por Marx y Engels. 

Cuántos errores, callejones sin salida y crisis en la ciencia se podrían haber evitado si los científicos hubiesen estado equipados con la metodología que refleja genuinamente la realidad dinámica de la naturaleza, en lugar de entrar en conflicto con ella a cada momento.