El periodo que va de marzo de 1943 a julio de 1948 representa una de las páginas más gloriosas de la historia del proletariado italiano. Tal fue la importancia de aquellos eventos que aún hoy, sobre la conciencia de las nuevas generaciones de jóvenes El periodo que va de marzo de 1943 a julio de 1948 representa una de las páginas más gloriosas de la historia del proletariado italiano. Tal fue la importancia de aquellos eventos que aún hoy, sobre la conciencia de las nuevas generaciones de jóvenes estudiantes y obreros que se radicalizan, sopla el viento de aquellos años. Por el contrario, en aquellos tiempos, tal fue el miedo provocado a los capitalistas que historiadores de las más variadas vertientes se han dedicado a lo largo de los sucesivos sesenta años en todo tipo de tergiversaciones en relación a la guerra partisana.

¡La resistencia fue roja! Aquellos que subieron a las montañas y vivieron los más inmensos sacrificios, no lo hicieron por la patria, sino por cambiar la sociedad. Aclarar lo acontecido de esta experiencia histórica significa dar a las futuras vanguardias de la clase obrera un patrimonio inestimable del cual extraer lecciones imprescindibles de frente a las luchas que ellas estarán llamadas a emprender en contra del capitalismo en las próximas oleadas revolucionarias. Como señaló el compañero Gracco, héroe comunista de la guerra en Toscaza, desaparecido hace sólo algunos meses, la toma de conciencia de las nuevas generaciones de militantes comunistas “exige (…) la justa interpretación de la resistencia como revolución, como movimiento de masas dispuesto a alcanzar, a través de fases sucesivas, los objetivos históricos de la transformación profunda, socialista de nuestro país” (1)

De los 45 días al 8 de septiembre: la primera insurrección frustrada

El parteaguas de la segunda guerra mundial fue sin duda la batalla de Stalingrado. La victoria y la ofensiva del ejército rojo sobre el fascismo determinó no sólo un cambio de relaciones de fuerza en el ámbito militar, sino sobretodo de la correlación de fuerza entre las clases, abriendo un capitulo de ascensión revolucionaria entre 1943 y 1948.

En Italia esto se tradujo en el estallido de las huelgas de marzo del 43 que llevaron a la defenestración del Duce por obra del Gran Consejo en la noche del 25 de julio. El objetivo de la burguesía era, entonces, intentar mantener al fascismo sin Mussolini confiando en el gobierno al general Badoglio y mientras tanto intentaba alcanzar algún acuerdo con las fuerzas aliadas. Esos 45 días se podrían caracterizar como una situación de fermento preinsurreccional entre las masas y de una feroz represión por parte del régimen, 93 muertos y unos 2000 arrestos entre los manifestantes. Pero no obstante esto, al mismo tiempo se generaba una desbandada en el seno de las fuerzas armadas, desmoralizadas por las derrotas sufridas en varios frentes y por el rol represivo al que las estaban forzando a desempeñar.

Entonces se desataron los primeros amotinamientos y negativas a disparar a las masas en huelga (Modena, Regio Emilia, Turín): el ejército se estaba dividiendo sobre bases de clase y se estableció la primera ligazón entre varios estratos de este y un proletariado en ascenso vertiginoso. Reaparecieron los consejos de fábrica y creció la hostilidad a la guerra. Y fue por esta misma razón que durante el mes de agosto los aliados se dedicaron obsesivamente en bombardear los barrios obreros de Milán, Turín y Roma: las masas en huelga debían ser aterrorizadas y el peligro comunista eliminado.

En este clima de llega al 8 de septiembre. En el mismo momento en el cual el gobierno declaró el armisticio, el aparato estatal se disuelve como nieve al sol. Para los trabajadores fue como la señal que esperaban “en todo el país la parte más consciente del pueblo acoge la noticia con silenciosa firmeza. Para todos estaba claro que no se trataba de paz, sino que para conquistar la paz y la libertad había llegado la hora de combatir; y que, terminada al fin la guerra inútil y ruinosa, comenzaba la verdadera guerra, por la libertad del pueblo (…) en los barrios obreros hubo (…) un sentido difuso de satisfacción, de firmeza, de decisión.” (2)

En numerosas ciudades se repitió el mismo escenario: Turín, Milán, Roma, Génova, Bolonia, Florencia. Los obreros comenzaban a armarse, con la tacita complicidad de los estratos inferiores del ejército, listos a jugarse el todo por el todo no sólo contra la invasión alemana sino pro la conquista inmediata de la paz.

El Partido Comunista Italiano (PCI), que en aquella época había ya resentido una parte importante de la radicalización obrera, habría podido lograr sin grandes dificultades una insurrección victoriosa. Esto habría implicado tomar la iniciativa impulsando una política independiente, declarando la huelga general y constituyendo una guardia roja (es decir una milicia obrera) que en los hechos ya se estaba conformando de manera espontánea en diversas regiones del país. Pero por miedo a los trabajadores y a la revolución, los dirigentes del partido prefirieron depositar su confianza en los Petaín italianos (3). Se limitaron a hacer un llamado al pueblo para que formase una Guardia Nacional en la lógica de un ejército tradicional y suplicaron a la jerarquía militar preexistente tomar la dirección de la lucha contra loa invasión alemana. Cosa que, naturalmente, los altos jerarcas militares en acuerdo con la burguesía se cuidaron de hacer. Bodoglio en una confidencia a Bonomi señaló que de hecho estaba esperando la invasión alemana para poner fin a la situación seminsurreccional existente.

En los meses sucesivos el PCI para agenciarse la confianza entre las masas y sobre todo entre sus propias bases se adjudicó el rol de encabezar la batalla contra la pasividad en la guerra contra el nazismo haciendo llamados a la lucha armada, a los sabotajes, etc. No obstante aún en estos primeros episodios claves el partido emergió como el principal responsable de la parálisis, que lejos de derivar del estado de ánimo de las masas, provenía de su propia política de unidad nacional. Sólo los grupos obreros de combate nacidos en esos terribles días tuvieron la fuerza y la tenacidad de responder a esta total debacle: “en medio del caos, del desconsuelo, del desorientación general, en un momento de gravísimas carencias de partidos organizados, aparecieron en escena salvando con su intervención generosa a la incipiente resistencia urbana”

La historiografía togliatiana ha intentado múltiples ocasiones justificar esta capitulación de la dirección del PCI señalando que el partido estaba aislado y no habría tenido la fuerza para enfrentar un ejército alemán tan poderoso y bien armado. Además, la ausencia en aquellas jornadas decisivas de encuentros importantes entre los nazis y las masas obreras, demostraría que en aquel entonces intentar una insurrección habría sido una empresa aventurera.

Sin embargo, un análisis incluso superficial de los acontecimientos demuestra la inconsistencia y presuntuosidad de estas argumentaciones. En primer lugar es una verdad a medias decir que el PC estaba aislado. Esto es cierto si con decir aislado nos referimos a las fuerzas “antifascistas” desde el Partido de la Acción a la Democracia Cristiana pasando por el Partido Socialista, los cuales no tenían intención alguna de movilizar a las masas contra la invasión alemana, de eso no cabe duda. Pero el hecho es que estas fuerzas políticas tenían una representatividad y un consenso insignificante si se compara con el que en aquel momento tenía el partido comunista. Una demostración de ello fue lo sucedido cuando se hizo un llamado por parte del partido a integrarse a la entonces fantasmal Guardia nacional para combatir la invasión alemana. A pesar de que el llamado fuese, no por casualidad, ajeno a cualquier contenido de clase, los trabajadores de las grandes ciudades acudieron por millares. En las palabras de un obrero de la Breda de Milán dirigiéndose al prefecto sobre la indicación del partido comunista para pedir armas: “Los alemanes han tenido una derrota decisiva en Stalingrado; nosotros, obreros queremos hacer de Milán la Stalingrado de Italia” (5) También la argumentación de que los trabajadores no habrían sido capaces de enfrentar con éxito las tropas alemanas es al menos discutible. En esos momentos era evidente el clima de desmoralización que albergaba a las tropas alemanas presentes en suelo italiano. A ello hay que añadir el cansancio y los no pocos casos de confraternización con los obreros en lucha. Así, por ejemplo, se lee en “Informaciones desde Piamonte” redactadas por la sección local del partido en septiembre de 1943: “En Turín y en los alrededores, los soldados alemanes son hostiles a las SS y están cansados y desmoralizados de la guerra. Bastantes de ellos han buscado ropa civil para desertar. Especialmente al las fábricas los soldados alemanes buscan acercarse a los obreros”. (6) Si el PC hubiese hecho un llamado internacionalista y de clase, la disciplina de las tropas alemanas, -compuesta fundamentalmente por proletarios además de que, muy comúnmente, por hijos o parientes de comunistas y socialdemócratas perseguidos por el nazismo-, habría estado en un serio peligro. Significativo es un testimonio de Giaime Pintor que recuerda como después de la caída de Mussolini “ Se esparció la noticia de que Hitler había muerto, hubo impresionantes manifestaciones de alegría por parte de los militares alemanes que en distintas ciudades confraternizaron con nuestros soldados. Inmediatamente después inició en Italia un aumento de SS y sus servicios especiales para “reforzar la moral de las tropas” (5). También sobre esto el informe del PCI es emblemático: “En un gran establecimiento turines, mientras los obreros recogían fondos para los partisanos, fueron sorprendidos por tropas alemanas. Cuatro soldados dieron cada uno 10 liras a los recolectores” (7)

Inicia la lucha partisana

La llegada a Italia de 18 divisiones alemanas antes del armisticio y la creación de la republica de Saló significó la adición de la opresión nacional a la ya de por si intolerable opresión de clase que las masas trabajadoras del norte de Italia estaban soportando. Para un partido revolucionario esto habría implicado saber aprovechar esta nueva situación y avanzar en reivindicaciones transitorias con el objeto de atacar directamente al imperialismo alemán y fortalecer una alternativa de clase. La lucha de liberación nacional en sustancia no tenía porque significar únicamente una cuestión estrictamente de carácter burgués, con la dirección de las organizaciones poscapitalistas, por el contrario debió ser utilizada por los comunistas como un trampolín de lanzamiento hacia una revolución comunista. Por lo tanto para conquistar a las masas los comunistas debían ponerse a la cabeza de la lucha contra la ocupación extranjera. Trotsky en varias ocasiones reiteró que la lucha de liberación nacional es bolchevismo en potencia. En Italia se podría decir que entre dicha lucha y la de clase se creo inmediatamente un lazo indisoluble. La razón esta precisamente en el rol hegemónico que el proletariado tenía en la sociedad italiana. Tanto en la ciudad como en las milicias partisanas. Pero, como veremos, fue prioridad del Consejo de Liberación Nacional, fundado el 9 de septiembre de 1943, hacer todo para que la lucha permaneciese sobre bases estrictamente nacionales y no de clase.

Por lo demás, la fase inicial de la guerra civil fue particularmente dura, especialmente para la lucha partisana, y de escasa eficacia en el plano militar. Las primeras escuadras de partisanos surgieron preponderantemente de forma espontánea. Algunas estaban compuestas por formaciones militares del viejo ejercito (que rápido o se disolvieron o adquirieron un carácter reaccionario y promonárquico: los llamados partisanos azules), pero por lo de más se trato de soldados disperso, de desertores y de los primeros militantes obreros forzados a huir de la ciudad por estar señalados en listas negras de nazistas y republicanos. En el invierno de 1943 el núcleo básico de las unidades partisanas no superaba las 4 mil unidades, de ellas la mitad estaban concentradas en Piamonte. ¿Un partido comunista realmente revolucionario habría debido ignorar este proceso? No, absolutamente no. En el resto de Europa la lucha partisana, en aquel entonces, había asumido un carácter de masas. Esto debió hacer comprender a los dirigentes revolucionarios que en las circunstancias dadas, la lucha partisana se había convertido en un medio de expresión de las masas, especialmente en el contexto de opresión nacional. Tiene razón Bataglia en subrayar como aquellas primeras formaciones constituyeron la espina dorsal de las futuras divisiones partisanas. Es Además verdad que la oportuna intervención del PCI les permitió conquistar no sólo la dirección de aquella lucha sino una gran autoridad en el proletariado de las ciudades. El punto, sin embargo, no reside en esto. De hecho una dirección de verdad comunista habría sabido evaluar y distribuir las fuerzas del propio partido sobre la base del real desarrollo de los acontecimientos. Por esto en el otoño-invierno de 1943, cuando aún el único centro fundamental de la lucha de clase era la fábrica, el PCI debió mandar a la montaña un número limitado de cuadros y concentrar el grueso de sus fuerzas a las ciudades. El partido de Togliatti, en vez de ello, hizo todo lo contrario, en las palabras del mismo Longo: “Todo debe estar subordinado a la lucha armada para atrapar a los alemanes; todas las organizaciones deben ser movilizadas para este objetivo, todos los compañeros militarmente aptos deben ser organizados en formaciones de combate para la lucha armada partisana contra los nazis y sus aliados fascistas” (8). Las razones de esta elección, lo repetimos, fueron estrictamente estratégicas. Para los dirigentes del PCI, la resistencia do debía sumir un carácter de clase sino exclusivamente de liberación nacional y por ello es centro de gravitación del enfrentamiento debería pasar de la ciudad a las montañas. Emblemático fue el caso de Turín, corazón de la lucha de clases, en los días del armisticio: “La decisión del Comité Federal comunista de abandonar Turín, debía después, en la practica, mostrarse precipitada (…) A los dirigentes del partido les habría correspondido no correr a la periferia (…) sino permanecer en el centro, donde más que nunca se hacía necesaria una coordinación. Sucedió, en vez de ello, que las masas obreras turineses, como observaba uno de los dirigentes de la resistencia, Arturo Colombi, sufrían una carencia de dirección política”

Apareció, por tanto, como orientación fundamental la lucha armada, lo que significó la salida a las montañas de grupos dirigentes locales enteros o el aislamiento de muchos militantes combativos en grupos como el GAP (Grupo de Acción Patriótica), los cuales basaban su actividad exclusivamente en acciones de sabotaje y de atentados, debiendo actuar bajo la más estricta clandestinidad y estar por fuerza separados del desarrollo del movimiento de masas en las fábricas y en la ciudad. No estaba en discusión la elección de tomar o no las armas, sino la estrategia política que orientaba la lucha militar, una estrategia que de hecho llevó al grupo dirigente del PCI a servirse de la opción militar como método para diluir de desinflar el carácter revolucionario, de hecho comunista de aquella lucha.

Cuando los militantes comunistas percibieron lo inadecuado de tal orientación política se mostraron fuertemente reacios a adoptar las directrices del centro. Francesco Scotti relata que ellos necesitaron más de 15 días para seleccionar a 12 gapistas entre una treintena de militantes disponibles en todo Milán: “Más de uno entre estos camaradas, entre estos hombres, señala que no es justo desencadenar el terror individual, que es contrario a los principios del marxismo leninismo”. (10) En Bolonia, el “triangulo” militar del Comité Federal del PCI escribe. “Entre los hombres que componen actualmente nuestros GAP, nosotros encontramos aún una debilidad fundamental que es el residuo de un falso sentimentalismo, o bien la incertidumbre y aversión hacia los actos de expropiaciones. La concepción es que un comunista no puede actuar como un ladrón”. (11) En las palabras del mismo Giovanni Pesce “ los GAP no fueron nunca numerosos”. Esto si exceptuamos los GAP de Emilia Romagna; pero estamos hablando de hechos que sucederán 10 meses después en condiciones del todo distintas.

Sobre este punto queremos ser claros: defendemos sin duda alguna acciones como la de la calle Rasella de la hipócrita indignación de los historiadores burgueses como Pansa, que apuntan a poner a los partisanos y a los fascistas en el mismo saco solo con el propósito de dejar en descrédito una de las experiencias revolucionarias más importantes del siglo XX en Italia. Podemos discutir dentro del movimiento comunista la eficacia y la oportunidad de alguna acción en particular que se haya entonces efectuado, más no cuestionamos la lucha en si. Lo que se quiere subrayar es la intencional orientación que la dirección comunista dio a la lucha, ajena a las necesidades reales de la lucha pero muy adecuada en sus intenciones de diluir el carácter revolucionario y de clase de la lucha que las masas trabajadoras estaban librado con el objeto de evitar que se llegase a objetivos estrictamente proletarios.

Como consecuencia directa de esto, cuando entre noviembre y diciembre de 1943 estalla nuevamente la lucha de clases en las fábricas el PCI se encontró completamente incapaz de intervenir en modo eficaz, tuvo que actuar por detrás de los acontecimientos. Bastante elocuente es el testimonio de Arturo Colombi en explicar al centro del partido las razones de la incapacidad de la organización en el accionar de aquello días: “Las fuerzas políticas son desgraciadamente exiguas; faltan cuadros intermedios y se ha disminuido a la dirección local haciendo partir de Taurina los mejores compañeros y dejando al trabajo militar a los demás (…) Nos bombardeáis de llamados a dar todo al trabajo militar y hoy nos damos cuenta que debimos prestarle ello un poco menos atención, puesto que la posibilidad de promover huelgas políticas de masas y huelgas generales, etc., demuestran como la movilización política de las masas en un gran centro tiene una enorme importancia para el conjunto de la lucha en general” (12).

No obstante su táctica exclusivamente “guerrillera”, el PCI, gracias a una situación objetiva extraordinariamente favorable, ya los inicios del 44 logra recuperar influencia sobre una parte importante de las masas. La presión en aquel momento fue tan grande que obligó al partido a declarar la huelga general en los primeros días de marzo. Los dirigentes del PCI bromeaban bastante en aquellas semanas con la posibilidad de llamar a la insurrección, pero para ellos aquellas huelgas debían tener un carácter simplemente demostrativo. Las masas por el contrario tomaron muy en serio aquellas reivindicaciones y durante la movilización se esperaba el arribo en las ciudades de la milicia partisana, la cual de decía que contaba con unos 300 mil efectivos. La realidad fue lamentablemente muy distinta. Los partisanos eran aún pocos y no desempeñaban ningún rol decisivo en aquellos acontecimientos, con algunas esporádicas excepciones. En el marco de esta vorágine de sucesos los estalinistas quisieron difundir el rumor del arribo de tropas partisanas para crear pasividad entre los trabajadores y así evitar el deber, de frente a la presión de las masas, de crear milicias obreras. No obstante es importante señalar como ya desde entonces, y aún más en los meses siguientes, se difundió entre los trabajadores de la ciudad la correcta percepción de que las brigadas partisanas tenían no sólo el objetivo de destruir a los nazis, sino que debían ser verdaderas milicias proletarias que combatían por abatir el capitalismo.

1944 “La primavera roja”

La primavera- verano de 1944 fue el escenario del impulso definitivo de la lucha partisana que la convirtió en un movimiento de masas. Era en aquel entonces muy difundida la convicción entre militantes comunistas, tanto en las montañas como en la ciudad, que la hora de la insurrección de acercaba. Había todas las condiciones objetivas para ello, pero después de las huelgas de marzo los dirigentes del PCI no querían más movilizaciones en las fábricas. El objetivo era evitar que la lucha de las ciudades se conjugase con un movimiento partisano que estaba asumiendo proporciones cada vez más imponentes.

Las brigadas Garibaldi, nacidas por obra del PCI ya en noviembre de 1943, se reforzaban enormemente gracias a los jóvenes que desertaban del enrolamiento obligatorio decretado por el general Graziani a partir de febrero de 1944 y que preferían convertirse en partisanos. Para finales de marzo las brigadas Garibaldi eran ocho. La suma en conjunto era de entre 20 y 25 mil combatientes. A los reacios a la leva se añadían paulatinamente aquellos obreros obligados a escapar de las fábricas después de las huelgas de marzo para evitar ser deportados a Alemania. Durante los meses del verano, con el aumento de los llamados oficiales a la leva, las milicias partisanas llegaron a contra con 100 mil combatientes. La composición social era fundamentalmente proletaria, incluido el proletariado agrícola, especialmente en Emilia. La edad media de los partisanos era muy baja. Esto implicaban por un lado muy poca experiencia militante y un bajo nivel político, pero por otro lado aquella situación tenia su aspecto favorable en el hecho de que en muy poco tiempo se manifestó una gran radicalización. Por estas razones, se puede decir que de modo muy vertiginoso los partisanos vivieron una guerra no sólo contra la opresión fascista sino también contra la capitalista.

Desde entonces en adelante, según lo afirmado por el propio Mariscal nazi Kesserling, la guerra partisana se convirtió en un peligro real tanto para los invasores alemanes como para los mismos aliados. Estos últimos se enfrascaron bastante, en acuerdo con las organizaciones burguesas del CLN, en una obra de contención política del movimiento partisano, apoyados en todos aquellos combatientes, (no muchos en realidad) que no estuviesen bajo la influencia comunista. Es el caso por ejemplo de los partisanos “blancos” (Demócratas cristianos, denominados verdes) de la Osopo, cuyo objetivo principal era no tanto luchar contra el fascismo sino mantenerse atentos cuidándose del ímpetu revolucionario de las brigadas Garibaldi.

La Osoppo se convirtió después en la primera espina dorsal de la futura Gladio intentado de hecho un acuerdo, después fallido con los republicanos de la X Mas. Estos partisanos democristianos, junto a los monárquicos, fueron los únicos de los que de fiaron los aliados y a los cuales se les suministraban pertrechos y armas de manera sistemática.

No obstante, desde ento0nces en adelante, los principales artífices de la obra de contención en las acciones de la s brigadas Garibaldi fueron los mismos dirigentes del PCI, impresionados y espantados de un movimiento que advertían habría podido fácilmente escapárseles de las manos. Togliatti , en su directiva sobre la guerra partisana del 6 de junio , fue tan explicito como desalentador para los ánimos de los partisanos al señalar “ De recordarse siempre que la insurrección que nosotros queremos no tiene el objetivo de imponer transformaciones sociales y políticas en sentido socialista y comunista, sino tiene como objetivo la liberación nacional y la destrucción del fascismo” (13) Lo que esto quería decir concretamente se pudo ver durante la frustrada liberación de de Roma. La capital fue de hecho la única de las grandes ciudades italianas que no fue libertad por las fuerzas partisanas sino por el ejercito aliado. Es verdad que durante los meses de mayo y junio el PCI y el PSIUP habían propuesto al CLN romano constituir un gabinete de guerra para liberar Roma antes del arribo de las fuerzas aliadas. Pero la DC y el Partido Liberal, bajo precisas directivas del Vaticano, y de los norteamericanos, plantearon una negativa rotunda. La razón era clara: si se hubiese puesto bajo el control partisano el corazón del país, ¿quién habría podido frenar la impetuosa irrupción de las masas en el resto de Italia? Por todo esto los partidos burgueses crearon una crisis política en el CLN central, la cual desembocó en la dimisión temporal de Bonomi como presidente, generando la completa paralización de aquel organismo símbolo de la colaboración de clase. En este punto una vez más emergió el tortuguísmo del PCI, el cual, en vez de tomar la iniciativa de forma autónoma, se sometió a las imposiciones del CLN, tomando como pretexto el defender la unidad a toda costa dentro de ese organismo de colaboración de clases. A continuación los dirigentes del PCI trataron nuevamente de justificarse diciendo que las masas romanas no estaban listas para un enfrentamiento directo con los nazis y que el partido había sido paralizado a causa de las grandes perdidas de cuadros sufridas en la represión de las acciones de los GAP a principios de año. Para entender el tamaño de la capacidad de las masas romanas para enfrentarse con los enemigos nazis y el tamaño de las aspiraciones comunistas que había en ellas, basta decir que en aquellos días decisivos el Movimiento Comunista de Italia (MCI) organización a la izquierda del PCI, hizo un llamado a la constitución de un ejercito rojo en Roma, Al llamado acudieron 40 mil “compañeros de todas las tendencias comunistas”, entre ellos algunos altos oficiales del ejército, y se constituyeron 34 divisiones, pero el PCI aterrorizado de tal escenario, logro, por medio de grañidísimas presiones, a hacer desistir a los dirigentes del MCI a llevar acabo tal iniciativa.. Así la ocasión de perdió y, con el ingreso “pacifico” el 4 de junio, los aliados pudieron imponer su poder, naturalmente luego de haber permitido a los alemanes una cómoda retirada.

Pero las preocupaciones para los dirigentes comunistas no eran más que el inicio. Es exactamente en medio de estos acontecimientos que empezó la ofensiva partisana y la constitución de los territorios liberados. Entonces 15 eran los territorios bajo el control de los rebeldes: de Piamonte a Friulli, de la Liguria a Veneto, pasando por Emilia y Lombardia. El Mariscal Graziani confesó: “prácticamente el gobierno de la republica social controla, y sólo hasta cierto punto, la región en torno al Po; todo lo demás esta virtualmente en las manos de los así llamados rebeldes, que cuentan con el consenso de grandes estratos de la población”. (14) Zonas en las cuales el poder alterno asumía peligrosas características de democracia directa de las masas, que aterrorizaba tanto a los capitalistas como a los dirigentes estalinistas. Los dirigentes del partido intentaron remediar la situación tratando de reglamentar (con mínimo éxito) las brigadas partisanas bajo un único mando llamado Cuerpo Voluntario de la Libertad. El objetivo era evidente: limitar en lo más posible la libertad de maniobra de cada una de las brigadas. El CVL no era otra cosa que la expresión militar de la política de colaboración de clase del CLN (En la región de la Alta Italia). De hecho en dicha instancia las decisiones debían ser tomabas de consenso y todo se basaba sobre el sistema paritario (como en el CLN) que no tomaba en cuenta la influencia de cada organización sino que tomaba a cada una como con igual autoridad. Así el PCI podía justificar su propio inmovilismo en nombre de la “unidad de las fuerzas antifascistas”, a pesar de que la inmensa mayoría de las milicias partisanas estaban bajo su control.

Efectivamente, desde un punto de visita marxista la coordinación centralizada de las milicias partisanas habría sido militarmente correcto. Fue esto exactamente lo que hizo Trotsky fundando el Ejército Rojo. Pero el punto central era la naturaleza de clase que se le pretendía imprimir a dicho mando central. Mientras que los bolcheviques, al alba de la revolución de octubre, tenían al Ejército Rojo como el mando militar de la revolución comunista, para los dirigentes estalinistas del PCI las brigadas partisanas debían convertirse en un ejército burgués común. Por esta razón impusieron a sus unidades el saludo militar en vez del saludo con el puño cerrado, introdujeron los grados, impusieron sustituir los pañuelos rojos con la hoz y el martillo de los partisanos por otros tricolores. Ordenaron incluso cambiar las letras de las canciones de lucha.

Las indicaciones de Togliatti eran que los partisanos debían limitarse a sabotajes para facilitar el avance de los aliados: signo inequívoco del miedo que los partisanos se convirtieran en un ejército independiente y de clase. Los temores de los dirigentes del PCI estaban más que justificados. Emblemático al respecto es el reporte que Aberganti, dirigente del partido, hace sobre la situación en Montefiorino y que se puede generalizar a otras zonas liberadas: “la casi totalidad de los jóvenes pertenecientes a las brigadas se han adherido a nuestro partido e insisten fuertemente en declararse comunistas (…) Centenares de nuestros jóvenes usan la camisa roja con la hoz y el martillo y aquellos que aún no la tienen desean fuertemente llevarla (…) no se trata de quitar a estos jóvenes la camisa roja ( la cual tiene también tradiciones garibaldianas ) sino que se trata de quitar la hoz y el martillo poniendo es su lugar el emblema tricolor y explicando a estos jóvenes que tanto desean ser comunistas, cual es la política de nuestro partido y el carácter nacional de la lucha” (15) A esto el dirigente Zombi añade: “la orientación general de los partisanos es aún perneado de aquel sectarismo proveniente de su composición social y de su debilidad política (…) Para nuestro partido combaten y mueren con entusiasmo. No obstante es solamente el instinto de clase lo que los guía (…) En general esta muy difundida la creencia de que después de la victoria nuestro partido deba y pueda hacer la revolución comunista para destruir a la burguesía. Es difícil hacerles entender la línea del partido.”(16) Como esta hay muchísimas declaraciones que podríamos citar.

De aquí surge una pregunta: ¿Cómo pudo el partido persuadir a sus propios militantes de la corrección de su política de unidad nacional? Es verdad que a finales de otoño de 1943 los comisarios políticos hicieron el posible por inculcar la línea del partido, pero esto, como se ha visto, no fue suficiente. Seguramente jugó un papel no desdeñable el bajo novel político de los combatientes, debido a su extrema juventud. Además de ello sin embargo ¿Acaso no aparecía ante su ojos que el nacimiento de zonas liberadas aparecían a sus ojos como la instauración de una comunista? En realidad, para tener credibilidad entre su propia base, el PCI utilizó una treta política a la que ya había recurrido bastante durante la guerras civil española; la llamada dopiezza (ambigüedad, hipocresía)

“Muchos piensan que nuestra política respecto al CLN no era más que una maniobra, un truco; la gran mayoría quiere conocer nuestra teoría, quieren que se les explique como será la sociedad comunista (17) Estas palabras de Scarpone son clarificantes. Los partisanos pensaban que el PCI planteaba era sólo una maniobra táctica, pero que la liberación se transformaría en revolución comunista. Los dirigentes del partido de frente a ello nunca confirmaron estas ideas pero tampoco las criticaron abiertamente, Simplemente dejaron que la ambigüedad se propagase entre los combatientes. La razón era clara: actuando así no estaban forzados a enfrentarse directamente con las aspiraciones de los militantes y partisanos, evitando así que sus dudas se convirtieran en oposición frontal y organizada a la política de la dirección.

Si esta era la situación en los montes, también en la ciudad la conciencia del proletariado tuvo en verano de 19944 un definitivo salto adelante. Las movilizaciones de carácter fundamentalmente político de los obreros de Turín en la defensa de las fábricas a medidados de junio representó un punto de inflexión. Tal era la voluntad de armarse y combatir que el PCI fue forzado a crear las SAP (Escuadras de Acción Patriótica), formaciones mayoritariamente compuestas por proletarios, que sólo en Piamonte llegaron a contar con cerca de 12 500 miembros.
Estas SAP aparecieron como una válvula de escape y de contención al ímpetu revolucionario de los asalariados de la ciudad. De hecho el PCI, sobre la base de fuertes presiones provenientes de las fábricas, creo y armó efectivamente estas escuadras, pero sólo lo mínimo posible. Sobre todo las utilizó lo menos posibles y nunca en acciones decisivas: el miedo a su potencialidad revolucionaria y de clase era bastante como para poner en riesgo al sistema.

En este punto los dirigentes comunistas, en plena coherencia con su “ambigüedad”, impulsados por la situación. No podían hacer otra cosa difundir el llamado a prepararse para la insurrección, También por este caso no se podían desperdiciar las condiciones objetivas. El PCI hubiera podido ordenar a los partisanos y obreros entrar en acción; los cuadros locales del partido tenían ya muchos planes insurrecciónales. Pero los dirigentes del PCI no tenían intención de moverse solos (porque esto habría significado la victoria de la revolución comunista), pero con todo el CLN, y sobre todo confiándose en que el avance aliado de estas semanas “parecía” irresistible. En realidad, incluyendo el peligro de clase, lo ejércitos aliados avanzaron muy lentamente. Hasta detenerse en otoño de ese año sobre la línea gótica.

En este punto el CLN cayó en la parálisis más completa: Por enésima ocasión la política de unidad nacional fue absolutamente inútil. También en esta ocasión los dirigentes del PCI se obstinaron en disfrazar su negligencia detrás de una supuesta condición objetiva desfavorable. Si acaso lo dicho al respecto no fuese suficiente para demostrar que por el contrario había condiciones excelentes para emprender la iniciativa revolucionaria, nos preguntamos ¿ si sobre el plano militar las brigadas Garibaldi eran tan inferiores al ejército alemán, como se explica la liberación de Florencia llevada acabo por estas fuerzas mucho tiempo antes que la llegada de los aliados? ¿ Y la de Ravena? ¿Y la batalla victoriosa de Porta Lame en Bolonia? ¿Qué no estos ejemplos y otro centenar de ellos demuestran, junto a las 15 zonas liberadas, la superioridad incluso bélica de los partisanos unidos a los SAP, GAP y sobre todo al proletariado urbano en su conjunto? Como fue forzado a admitir el mismo Spriano: “Pero más que las ocupaciones cuentan, para mostrar la eficacia bélica de las formaciones, los golpes, las emboscadas, las acciones combinadas entre un comando y otro, entre una brigada de maniobras y un destacamento, las intervenciones a lo largo de las carreteras en torno a las grandes ciudades, que son como anunció de lucha insurreccional”

Sobre la debilidad de las comparaciones con la experiencia griega para justificar la inacción del PCI ya se escribe en otra parte de esta revista. No obstante Secchia aduce como ulterior razón contraria nuestra tesis; el hecho de que a diferencia de una guerra victoriosa como la yugoslava donde se contaban con 300 mil partisanos, en Italia en el verano del 44 había máximo entre 140 y 150 mil. Numero, a su decir insuficiente para llevar a buen termino una insurrección. Esta afirmación sin embargo no es aplicable por una razón fundamental. De hecho en Yugoslavia, las milicias partisanas alcanzaron aquel número de efectivos porque la composición social de aquel país era fundamentalmente rural y campesina. En Italia era obvio que no se habría podido ver combatir de forma permanente un número similar de hombres. Formando parte de la clase obrera, la mayoría de la población estaba forzada a permanecer en las ciudades para no perder el trabajo. No hay posibilidad de hacer comparaciones entre las dimensiones de los combatientes movilizados en ambos países. Se debe , además, tener presente en contraparte que si el PCI hubiese lanzado el llamado a la insurrección general en el verano otoño de 1944, los 100 mil partisanos de las montañas se habrían inmediatamente sumado a los millones de obreros que en las fábricas esperaban sólo una señal del partido para lanzarse a la lucha. Se habría creado así un ejército numéricamente del tamaño de sus propias tareas. Por lo demás, esto sucederá en la primavera del año siguiente, signo evidente que la inquietud de los dirigentes del partido en esas semanas cruciales implicó solamente perdida de tiempo precioso parado con un precio altísimo en términos de vidas hunazas. A la larga para el 25 de abril del 45 había más de 440 mil combatientes entre partisanos y civiles implicados en la resistencia (cuando luego de la ofensiva alemana en contra de las fuerzas de la resistencia, esta contaba con algunas decenas de miles en invierno del 44-45), ¿a caso no confirma esto nuestra argumentación?

La insurrección nacional para evitar la insurrección

Hasta el desembarco en Sicilia, en julio de 1943, el objetivo político y militar de los aliados, en particular Churchill. No era ciertamente el de liberar Italia del fascismo, más bien el de ocupar la zona meridional de la península para poder abrir un frente sobre los Balcanes. Al mismo tiempo, apostaban a que el país se convirtiese en zona consolidada de influencia angloamericana. De lo demás, ya buenos eran las relaciones diplomáticas y comerciales entre el Duce y el gobierno de Su Majestad británica. En palabras de Churchill: “cuidad que nada sea hecho para dejar al Rey y Badoglio más débiles de cuanto están. Más bien, nosotros debemos sostenerlos e imponerlos con nuestras fuerzas armadas” (18) Toda la política imperialista aliada en Italia estuvo concentrada en la contención del peligro comunista. Por esta razón el otoño de 1944 las tropas aliadas se detuvieron a lo largo de la llamada Línea Gótica hasta la primavera del siguiente año.
El 9 de octubre, en Moscú, Stalin aseguró a Churchill que Italia permanecería bajo control de occidente. De este modo dio al imperialismo angloamericano la posibilidad de detener su propia ofensiva y permitir a los fascistas alemanes lanzar una ofensiva general en contra de los partisanos. El 8 de octubre Kesserling lanzó un ataque contra los rebeldes dando paso a atroces represalias en contra de la población civil.

Pocas semanas después, el general norteamericano Alexander por única respuesta anunció que el ejército aliado son avanzaría sino hasta el año siguiente, aduciendo presuntas razones logísticas, y por lo tanto los partisanos deberían regresar a casa. “Es ya posible por lo tanto ver como la “bastante celebre” proclama de Alexander del 13 de noviembre de 1944, incitando a los partisanos a interrumpir su actividad y a esconderse durante el invierno, así como las disminución de los aprovisionamientos por paracaídas coincidieron casi, sobre el plano militar, a un llamado a los fascistas alemanes (no se puede olvidar la publicidad dada al mensaje transmitida por la radio) a intensificar la ofensiva comenzada después del 8 de octubre por Kesserling contra los partisanos a fin de destruirlos. Las razones de clase mostradas en este comportamiento angloamericano son ya admitidas de forma abundante, y ha sido puesto en evidencia de forma suficiente el significado de la coincidencia de este comportamiento, con el plano político, con la crisis de voluntad de Bonomi a fines de noviembre, la importancia de su desarrollo era la derrota de las izquierdas en sus conclusiones”.(19) De hecho en aquellas mismas semanas se consumó la segunda crisis en el CLN, provocada nuevamente por la ofensiva de sus componentes burgueses sobre la cuestión de la defensa de la monarquía de frente a la próxima liberación. Este enfrentamiento llevó a los socialistas y accionistas a pasar a la oposición, mientras Togliatti, en nombre de la unidad de CLN, captó permanecer en el gobierno. El secretario del PCI justificará en seguida esta elección señalando que si todas las fuerzas de izquierda se hubieran pasado a la oposición esto habría podido “hacer inevitable una línea de llamado a la acción directa de las masas con todas sus consecuencias” (20). Enésima demostración del papel decisivo de los dirigentes del PCI en desarticular cada acción independiente de las masas y de cuento dichos dirigentes eran hostiles a toda perspectiva de desarrollo revolucionario.

Mientras tanto la proclama de Alexander obliga a los partisanos a la defensiva y no ofrece a ellos otra alternativa que la de pasar otro duro invierno en las montañas. Es en este periodo que los nazi fascistas tendrán la posibilidad de cometer las masacres más despiadadas como en Marzabotto (1500 civiles muertos) y ensañarse con mal tratos y torturas en contra de los combatientes detenidos y sus simpatizantes como fue el caso de Gabriella Degli Esposti. Millares fueron las victimas y los partisanos sufrieron en aquel invierno un duro golpe reduciéndose a una cifra de entre 50 y 80 mil.

Paralizado por la proclama de Alexander y aterrorizado por la perspectiva de subsistir otro invierno bajo asedio nazi, el CLNAI envió una delegación propia a Roma para negociar con Bonomi y los aliados. El objetivo era obtener ayuda económica y militar y obtener el reconocimiento del CLNAI como gobierno legitimo en el norte. Acogidos con hostilidad y desconfianza, Parri y Pajetta llevaron adelante la negociación con una contraparte angloamericana que quería poner en el centro del debate sus propias pretensiones que consistían en el desarme de los partisanos. Bonomi de su parte hizo evidente su deseo de gobernar sobre la base de la estructura de los organismos tradicionales del estado burgués más bien que sobre la base del CLN. El 7 de diciembre, la delegación firmó un texto de acuerdo propuesto por los aliados en el que se establece una capitulación total a favor de los deseos de los aliados. El acuerdo preveía que: “Durante el periodo de ocupación enemiga, el Comando general de los Voluntarios de la libertad ( es decir el comando militar del CLNAI) seguirá por la vía del CLNAI todas las instrucciones dadas por el comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Italia, el cual actúa a nombre el comando supremo aliado, el CLNAI reconocerá el gobierno militar aliado(…) el jefe militar del Comando General de los Voluntarios de la Libertad debe ser oficialmente aceptado por el comandante en jefe del ejército aliado en Italia (…) Al acto de la creación del gobierno militar aliado, el CLNAI reconocerá el gobierno militar aliado, y cederá a este gobierno toda la autoridad y poderes del gobierno y administración previamente asumidos. Con la retirada del enemigo, todas las competencias del Comando General de Voluntarios de la Libertad en los territorios liberados pasaran bajo la dependencia directa del comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Italia,(…) se implementaran todas las ordenes que les sean señaladas de ellos o del gobierno militar aliado a su nombre, ello comprende la orden de disolución y la entrega de las armas cuando sea solicitado “ ( 21) Los dirigentes de la lucha fueron, así puestos bajo el control directo de los aliados, al mismo tiempo se asegura el total desarme de los partisanos cuando sea solicitado. Además como Jefe los comandos de voluntarios de la libertad fue nombrado Raffaelle Cadorna, anteriormente general fascista, haciendo a un lado al anterior comando general dirigido por Longo y Parri. A nombre del PCI, Pajetta estampa su firma.

La lucha resuelta que en estas mismas semanas el PCI aplico en contra de los nazis y contra la negligencia en el frente puede parecer altamente contratante con la elección de dirigencia de los partisanos establecida en acuerdo con los aliados. En realidad ello fue una directa y necesaria consecuencia. De hecho fue exactamente declarando guerra total a los alemanes, hasta la insurrección de abril, que los dirigentes del PCI pudieron hacer aceptar a los combatientes y a sus bases la línea de sumisión a los capitalistas. A demás, ¿como habría podido pensar cualquier partisano honesto comunista que un partido el cual estaba dejando todas sus fuerzas en la guerrilla y veía a sus mejores militantes caer bajo fuego fascista, pudiese traicionar tan vilmente los intereses de su propia clase? El desarrollo y el mantenimiento de la concepción de “ambigüedad” como instrumento de freno de frente a las masas, no podía ser eficaz a menos que el PCI estuviese al frente de la lucha partisana y se mostrase resuelto a cazar a los opresiones de Italia. Pero, no obstante estos dirigentes, durante el trágico invierno de 44-45, en el momento de mayor dificultad para la resistencia, fueron precisamente los propios militantes comunistas los que emergieron como los más tenaces, los más confiados en el ideal anticapitalista por el cual combatieron a costa de enormes sacrificios. Cierto las dudas y la perplejidad no faltaban también entre las milicias. Comenzaba a serpentear la pregunta “¿pero entonces para que luchamos si una vez destruidos los alemanes, otros imperialistas quieren imponernos otro tipo de fascismo? (22) Pero es precisamente para hacer frente a tales reclamos internos y controlar los impulsos revolucionarios que Togliatti puso en el orden del día la insurrección nacional. Como dijo Gastote Manacorda, “Para descartar o más bien impedir activamente la transformación revolucionaria de la revolución antifascista en revolución socialista y mantener por el contrario la perspectiva de una republica parlamentaria” (23)

Era imposible que el PCI prohibiese a los combatientes comunistas de las brigadas, a los militantes y a los trabajadores en las fábricas, terminar un proceso que el partido mismo había contribuido a poner en acción. Una oposición frontal habría presentado riesgos incalculables.
En los primeros meses de 1945 la presión de las masas se hizo insostenible. La insurrección en ese momento era inevitable. Por esto el PCI se vio obligado a ponerse al frente a fin de contener la lucha en los límites para ellos admisibles. La dimensión en que los dirigentes del PCI advirtieron el peligro de que las masas pudieran salirse de su control se puede sintetizar en las siguientes palabras del discurso de Togliatti de febrero de 1945: “Al momento de la liberación del norte, nosotros nos encontraremos de frente a la situación más difícil de estos últimos años. En las masas surgirá la gran expectativa creada (…) de nuestra propaganda. Pero se creará también la psicología que habrá de decir a las masas: es la paz, el esfuerzo de la guerra ha terminado, los sacrificios también. Entonces todos los problemas inmediatos económicos y políticos quedaran expuestos de manera más critica de lo que ya es hoy” (24)

Los aliados junto a las fuerzas burguesas del CLN intentaron también en el norte de apostar la misma situación que aconteció en la liberación de Roma. Justo por esta razón el 1º de abril el general Clark invitó a los partisanos a permanecer en las montañas. Pero en esta ocasión el PCI rompe las demoras y actúa sólo. En palabras del Mismo Ercoli (Togliatti), en un contexto en el cual hay entre 80 y 100 mil partisanos armados junto a los obreros, campesinos y a la gran masa de la población, el PCI no podía jugar a la pasividad. Debía dar paso firma hacia la insurrección, a riesgo de ser arrastrado y desbancado por la irrupción revolucionaria del proletariado.

Los proyectos insurrecciónales de los cuales el PCI disponía desde tiempo atrás vieron aplicación en abril de 1945, pero en la mayoría de los casos el movimiento de masas fue muchísimo más rápido que estos planes. “En la práctica, escribe Secchia, los partisanos aparecieron por doquier antes de la hora fijada”(25) Esto demuestra además de la carga explosiva, también la gran autonomía que las formaciones gozaban, a pesar de los intentos por someterlas.

Los mismos tiempos también las masas obreras entraron en acción. El 18 de abril inició la huelga en Turín; entre el 21 y el 23 se insurreccionó Modena, Bolonia, Ferrara, Regio Emilia, La Spezia. Entre el 23 y el 27 se liberó Génova y el 25 Milán. En Piamonte el llamado a la insurrección se había proyectado hasta el 26 de abril, pero fue liberada por los obreros desde antes del arribo de los partisanos. Es importante hacer notar que en Piamonte, centro industrial más importante de Italia, la espera, o más bien dicho la pasividad del PCI para dar paso a la acción insurreccional no fue causal. Los “titubeos” fueron correspondientes a los intentos de contener y desviar un levantamiento en líneas de clase que espontáneamente estaba desarrollándose.

Para responder a quién sostiene que en abril de 1945 no había condiciones para llevar a buen termino una revolución comunista victoriosa nada mejor que un protagonista de aquellos acontecimientos. Escribe Quazza: “Antes del 25 de abril, por diez días, las masas populares ejercitaron el poder real en el norte de Italia, las tropas liadas estaban aún lejos, y por algo de tiempo disponían del apoyo entusiasta de la mayoría de la población, del control de las fábricas, de una gran revuelta campesina en numerosas zonas”. (26)

Se esperaba la hora X

A pocas horas de la insurrección nacional, el PCI, junto a las fuerzas del CLN, se apresuró a llamar al proletariado a terminar la huelga general y regresar a trabajar. Pero para los obreros y los partisanos la partida no había aún terminado, se estaba simplemente concluyendo el primer raund, el de la liberación del país. Ahora se debía abrir el segundo: el de la revolución comunista. Es este el clima que se respira en las fábricas y entre los combatientes desde la liberación hasta unos tres años después. Razonando de manera consecuente con la supuesta lógica de la ambigüedad de sus propios dirigentes, las masa estaban esperando la hora X, la hora en la cual Togliatti habría de par vía libre a la revolución. Con similares palabras un delegado comunista de la Fiat de Mirafiori describe esos meses: “Todo el periodo 1945-48 (y algunos años después) esta caracterizado como el de la espera de la hora X. hay ejemplos muy simples que muestran dicha espera (…) Aquí aparece el problema de la constituyente. Era el único aspecto que diferenciaba a los dirigentes (locales) de los obreros, porque para todos estaba claro el hecho de que era un objetivo transitorio, pero los tiempos del proceso eran vistos más o menos rápidos. Pero también aquellos que veían plazos largos, tenían en mente vencimientos que iban más allá de los primeros años posbélicos. Estaban todos convencidos que se vencería en la elecciones. Que a partir de ahí habría una reacción de la derecha, por tanto un momento de lucha armada, e inmediatamente después la toma del poder”. (27)

La orden de los dirigentes del PCI a los grupos combatientes fue el entregar inmediatamente las armas que poseían a los aliados. Los partisanos, sin embargo, estaban totalmente en desacuerdo y la tendencia generalizada fu el no desarmarse. Para mostrarse “condescendientes” a los ojos de los aliados entregaron parte de su arsenal, pero, al mismo tiempo, escondían por doquier la inmensa mayoría de las armas que los alemanes habían abandonado durante la retirada. Según testimonios del partisano Gino Vermicelli: “las armas abandonadas por los alemanes y los fascistas eran tantas, que la entrega de los partisanos de sus propias armas parecía un granito de arena” (28)
Hasta julio de 1948, la situación en todas las regiones más importantes, desde Sicilia hasta Emilia, desde la Toscana a Piamonte estaba más o menos fuera del control del aparato represivo del estado burgués.

Tal era el miedo y la parálisis entre los carabineros de Emilia que el coronel Ravena dijo: “ muchos carabineros están convencidos que cuando los aliados abandonen la región, no faltará una reacción violenta contra el ejército y tal idea estaba derivada de amenazas más o menos encubiertas hechas a los militares en servicio” (29)
Un elevado numero de partisanos, casi todos comunistas, se habían enrolado en la policía estatal. Esto generaba un cuerpo poco confiable a los ojos de los patrones para desarrollar las funciones represivas que históricamente tienen asignados estos cuerpos. Por otro lado distintos grupos partisanos permanecieron organizados en los meses `posteriores a abril del 45, funcionando en los hechos como un servicio de protección en las manifestaciones obreras frente a las amenazas de los carabineros y los fascistas. Emblemático fue el casi de los partisanos que en 1946 acudieron en ayuda de los jornaleros emilianos de la Federterra en lucha. Pero una de las experiencias seguramente más importantes fue la de Volante Rossa. Cuerpo compuesto solamente por militantes comunistas (inscritos o no al PCI), que se convirtió inmediatamente después de la guerra en un punto de referencia para los obreros milaneses en huelga. Tal era la radicalización en aquel contexto que sus acciones culminaron en cuando dirigieron desde el punto de vista militar la ocupación de la prefectura de Milán por parte de miles de obreros y partisanos en otoño de 1947, contra la sustitución del prefecto Troilo, ex partisano, por un funcionario de carrera designado por el ministro del Interior Selva.

Por otros tres años siguieron siendo frecuentes las ejecuciones de patrones, colaboradores y jerarcas fascistas, robos para el autofinanciamiento, sabotajes, etc.

El mismo Amándola debió admitir que “el PCI era una fuerza en ebullición y no políticamente disciplinada, también atraída por la ilusión de la insurrección armada, confiada en el apoyo soviético. La línea del centro del partido era aceptada con grandes reservas (…) “Por lo demás estaban convencidos que “se necesita utilizar las posibilidades legales (…) pero para ocupar posiciones que serían útiles cuando la hora X finalmente estalle” (30)

En oposición a esta expectativa, el PCI persigue sistemáticamente la línea de unidad nacional hasta las consecuencias más extremas como la amnistía promulgada por Togliatti en otoño de 1946 la cual benefició a unos 30 mil fascistas. Tal fue la rabia de los expartisanos contra lo que consideraban sus enemigos mortales que en agosto-octubre hubo una recuperación espontánea del fermento entre las filas partisanas. El movimiento se expreso en verdaderos levantamientos y el regreso a la montana de brigadas enteras: del astiguano al biellese, en Casalesd como Verrfa y la Spezzia, etc. Junto a ello Secchia y el grupo dirigentes del PCI no supieron hacer frente a dichos proceso más que acusando a estos combatientes comunistas como provocadores y en más de una ocasión fueron ellos mismos los que denunciaron a la policía a los jefes del movimiento. Se creo así la paradoja grotesca por la cual mientras los fascistas eran excarcelados, los partisanos atiborraban las prisiones, eran cazados por la policía y, naturalmente, sufrían múltiples discriminaciones frente a los puestos de trabajo cuando salían. “En resumen de cuentas – escribe el jurista republicano Achille Battaglia refiriéndose a los procesos en comparación con los de los fascistas – (…) Las sentencias de condena pronunciadas en los primeros tiempos fueron anuladas en gran numero por el Tribunal Supremo (…) las amnistías y las condenas de 1946 a 1948 y los criterios adoptados por la magistratura en su aplicación quitaron vigor también a los juzgados. Los patrimonios no fueron confiscados. Los delitos de las escuadras de acción (…) no fueron castigados. La depuración de la burocracia fue miserable.) A esto el juez Canosa añade “ cada iniciativa proveniente de la población en tal sentido era rigurosamente impedía, todo estaba siendo confiado siempre a los carabineros, la policía y magistrados, es decir sujetos institucionales en muchos casos comprometidos con el mismo régimen que eran llamados a castigar” (31) Por otro lado se desencadenaron oleadas de procedimientos penales en contra de los partisanos y trabajadores por actos cometidos durante la Resistencia, o inmediatamente después, como en los días del atentado a Togliatti. La arbitrariedad, la acción facciosa y la intencionalidad política de la represión policíaca fueron ampliamente demostradas, y a pesar de ello forzaron a militantes comunistas, obreros y partisanos a largas detenciones preventivas, con altas dosis de tortura y agresiones.

Conclusiones

A pesar de que, aquella lucha sin cuartel que fue la resistencia o ha sido en ningún sentido vana algún historiador de última hora quisiera hacernos creer. Las razones y los contenidos sencillamente revolucionarios que impulsaron a centenares de miles de jóvenes a la guerra de clase son aún ahora de estridente actualidad. Hoy, e incluso, más que ayer, se hacen intolerables para los trabajadores el yugo y el sufrimiento causado por la explotación capitalista. Es por esto deber de las nuevas generaciones de comunistas extraer inspiración del ejemplo, del heroísmo y del coraje de estos mártires devotos de la causa del proletariado. Como exhortó el camarada Campanelli, partisano comunista: “ Es bueno recordar cada día a los desmemoriados, a los burócratas, (…), a aquellos que por un plato de lentejas han olvidado el puño cerrado con el cual Dante Di Nanni se despedía de la vida, las palabras y la fe de Giamone, las motivaciones de los hermanos Cervi, las razones de la fiereza de tantos compañeros asesinados que morían persuadidos que su sacrificio sería útil para la redención del proletariado, al levantamiento de los humildes, a la destrucción del sistema burgués generador de dictaduras, de guerras, de genocidio, de explotación feroz. (…) la lucha que creíamos concluida el 25 de abril de 1945 no ha terminado, nuestros compañeros caídos nos exigen no traicionarlos, nos exigen llevar al termino nuestra misión, hasta que su sacrificio no sea en vano, hasta que nunca más la bestia negra pueda resurgir.” (32)

“Adelante por tanto, unidos, en la resistencia que continúa, el la revolución que continúa”
(Gracco)

… “De una cosecha, surge la otra”
Alcide Cervi


Notas

1 G. Campanelli, 1943-1945 Resistenza come rivoluzione, p. XIX

2 R. Luraghi, Il movimento operaio torinese durante la Resistenza, p. 88

3 Henri Philippe Petain, jefe del gobierno pronazi de Vichy, constituido en 1940 después de la derrota de Franca ante el avance alemán.

4 Ibidem, p. 97

5 P. Spriano, Storia del Pci Vol. 5 p. 15

6 C. Pavone, Una guerra civile, p.83-84]

7 Ibidem p. 85-86

8 L. Longo: “Per la lotta armata liberatrice”, L’Unità, 17 settembre 1943

9 R. Luraghi, op. cit. p.103

10 F. Scotti, La nascita delle formazioni in La resistenza in Lombardia, p. 69

11 “Da Bologna” in P. Secchia, Storia della Resistenza, p.131.

12 P. Spriano, op. cit. Vol.5 p. 227

13 P. Secchia op. cit. p. 509

14 P. Spriano, op. cit., p.365

15 P. Secchia, op. cit., p. 529

16 Ibidem, p. 532

17 Ibidem p. 882

18 Spriano, op. cit. p.172

19 G. Quazza, Resistenza e storia d’Italia, p.292

20 P. Spriano, op. cit. p. 438

21 F. Catalano, Storia del comitato di liberazione alta Italia, p.333

22 F. Catalano, op. cit., p.348

23 G. Manacorda, Il socialismo nella storia d’Italia

24 P. Secchia, op. cit., p. 853

25 P. Secchia, op. cit., p. 1009

26 G. Quazza, op. cit. p.331§

27 L. Lanzardo Classe operaia e Partito Comunista alla Fiat, p. 483

28 C. Bermani, Il nemico interno, p. 86

29 N.S. Onofri, Il triangolo Rosso 1943-47, p.132

30 G. Amendola in “Rinascita” del 2 settembre 1977 p. 8-9

31 A. Orlandini-G. Venturini, I giudici e la Resistenza

32 G. Campanelli, op. cit., p. 15