La fábrica CIPLA, que ahora emplea a unos 900 trabajadores, fue ocupada por éstos en octubre de 2002. Ahora es dirigida bajo control obrero en unas líneas modélicas, con plena democracia y la participación activa de toda la fuerza laboral. El comité La fábrica CIPLA, que ahora emplea a unos 900 trabajadores, fue ocupada por éstos en octubre de 2002. Ahora es dirigida bajo control obrero en unas líneas modélicas, con plena democracia y la participación activa de toda la fuerza laboral. El comité es elegido por la asamblea de trabajadores que es el órgano soberano.

Tan pronto como se entra en la planta es evidente que está bien dirigida, con un orden ejemplar, limpieza y disciplina. Los trabajadores se sienten orgullos de su fábrica que sienten como suya. La producción se ha reiniciado y zonas de la fábrica que estaban cerradas o abandonadas con la antigua dirección se han reabierto, limpiado y pintado. La vieja maquinaria, que según los empresarios nunca se podría reparar, ha sido arreglada por los trabajadores, haciendo uso de sus considerables habilidades, años de experiencia y creatividad.

A pesar de todas las dificultades obvias, han conseguido producir y vender sus productos, pagar los salarios y las materias primas. Pero se han negado a pagar los impuestos, su argumento es que la prioridad es pagar a los trabajadores y mantener la fábrica en funcionamiento. También han dado pasos para mejorar las condiciones de los trabajadores. Serge Goulart, el principal dirigente de los trabajadores de CIPLA, me dijo: “Es esencial que los trabajadores vean una mejoría en sus condiciones”. Y esto se ha hecho de una manera extraordinaria.

La fábrica contiene todo tipo de comodidades para los trabajadores, de este modo, la vida en la fábrica es la vida de hombres y mujeres civilizados, no de esclavos asalariados. Hay una cafetería excelente, con comida casera de gran calidad, un centro médico bien equipado, con fisioterapia, acupuntura y masaje, un teatro con facilidades de cine, salas de reuniones donde se celebran regularmente conferencias.

Antes de la ocupación cada año había cientos de accidentes, algunos de ellos serios, con la pérdida de dedos y miembros. Los trabajadores heridos pronto eran despedidos y dejados a su suerte. Ahora hay unas regulaciones estrictas de sanidad y seguridad, bajo el control de los trabajadores. Esto ha reducido el número de accidentes a una cifra mínima, no más de cinco el año pasado, y ninguno de ellos serio.

Lo más importante de todo, los trabajadores de CIPLA ahora se les pide que aprueben una propuesta para reducir la jornada semanal a 30 horas sin reducción salarial. Esta medida revolucionaria será un ejemplo para todos los trabajadores en Brasil, donde la jornada laboral media es de 44 horas semanales. Esto ya ha provocado la ira de los empresarios, que están aterrorizados por el efecto que esto tendrá sobre sus propios trabajadores, y también sobre el ala de derecha de los dirigentes sindicales, que están aún más aterrorizados que los empresarios, ya que este paso les desenmascarará ante los ojos de sus propios militantes que querrán saber por qué esta medida es posible en CIPLA y no en las demás empresas.

Joinville, Brasil
8 de diciembre de 2006