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Lev Davidovich Bronstein Trotsky fue, junto con Lenin, uno de los dos grandes marxistas del siglo XX. Dedicó toda su vida a la causa de la clase obrera y del socialismo internacional. ¡Y qué vida! Desde su más temprana juventud -cuando trabajaba por la noche elaborando volantes ilegales para las huelgas, lo que le acarrearía su primer encarcelamiento y el destierro siberiano- hasta agosto de 1940, cuando fue asesinado por un agente de Stalin, trabajó duro e incesantemente por la causa del movimiento revolucionario. Para conmemorar el 70º aniversario de su asesinato, publicamos un largo trabajo biográfico sobre Trotsky escrito por Alan Woods en el año 2000, que mantiene plena su vigencia y actualidad.

En la Revolución Rusa de 1905 fue presidente del Sóviet de San Petersburgo. De nuevo fue desterrado a Siberia, de donde escapó una vez más para continuar, ya desde el exilio europeo, con su actividad revolucionaria. Durante la Primera Guerra Mundial, Trotsky defendió una posición auténticamente internacionalista y escribió el manifiesto de Zimmerwald, que intentó unificar a todos los revolucionarios que se oponían a la guerra. En octubre de 1917 fue el organizador de la insurrección en Petrogrado.

Después de la Revolución de Octubre, Trotsky fue el primer Comisario del Pueblo de Asuntos Exteriores y estuvo a cargo de las negociaciones con los alemanes en Brest-Litovsk. Durante la sangrienta guerra civil, cuando la Rusia soviética fue invadida por veintiún ejércitos extranjeros y la revolución estaba en peligro, Trotsky no sólo organizó el Ejército Rojo, sino que dirigió personalmente la lucha contra los contrarrevolucionarios blancos, viajando miles de kilómetros a bordo del famoso tren blindado. Trotsky sería Comisario de Guerra hasta 1925. «Mostradme otro hombre capaz de organizar en un año un ejército ejemplar y además conseguir el reconocimiento de los especialistas militares». Estas palabras de Lenin citadas en las memorias de Máximo Gorki demuestran la actitud de aquél hacia Trotsky.

El papel de Trotsky en la consolidación del primer Estado obrero del mundo no se limitó sólo al aspecto militar. También fue importante, junto con Lenin, para la construcción de la Tercera Internacional. Trotsky escribió los manifiestos y la mayoría de las declaraciones políticas más importantes de sus primeros cuatro congresos. En el período de reconstrucción económica, Trotsky reorganizó el sistema ferroviario, que estaba hecho añicos. Además fue un escritor prolífico que encontró tiempo para escribir importantes obras sobre política, también sobre arte o literatura (Literatura y revolución) e incluso sobre los problemas a los que se enfrentaban las masas en la vida cotidiana durante el período de transición (Problemas de la vida cotidiana).

En 1924, tras la muerte de Lenin, encabezó la lucha contra la degeneración burocrática del Estado soviético -lucha ya iniciada por Lenin desde su lecho de muerte-. Durante ella, Trotsky fue el primer defensor de la implantación de los planes quinquenales, frente a la oposición de Stalin y sus seguidores. Después, solamente Trotsky seguiría defendiendo las tradiciones revolucionarias, democráticas e internacionalistas de Octubre. Fue el único que aplicó el análisis científico marxista a la degeneración burocrática de la Revolución Rusa, plasmándolo en obras como La revolución traicionada, En defensa del marxismo y Stalin. Sus escritos de 1930 a 1940 son un valioso tesoro de teoría marxista donde se abordan los problemas inmediatos del movimiento obrero internacional de la época (la revolución china, el ascenso de Hitler en Alemania o la guerra civil española) y cuestiones artísticas, culturales y filosóficas.

¡Esto es más que suficiente para completar varias vidas! A pesar de todo, si examinamos objetivamente la vida de Trotsky, tendríamos que estar de acuerdo con la apreciación que él mismo hizo de ella. A pesar de todos los éxitos conseguidos por él, sus últimos diez años fueron el período más importante de su vida. Se puede afirmar con absoluta certeza que cumplió una tarea que nadie más podía haber hecho: la defensa de las ideas del bolchevismo y de las auténticas tradiciones de Octubre frente a la contrarrevolución estalinista. Ésa fue la contribución más grande e insustituible de Trotsky al marxismo y a la clase obrera mundial. Y ésa es la tarea que hoy nosotros seguimos realizando. El presente trabajo no pretende ser un relato exhaustivo de la vida y obra de Trotsky (para ello serían necesarios varios volúmenes), pero si este esbozo, sin duda insuficiente, sirve para estimular a la nueva generación a leer por sí misma los escritos de Trotsky, habremos cumplido nuestro objetivo.

24 de enero de 2000

 

Los comienzos

 

El 26 de agosto de 1879, pocos meses antes del nacimiento de Trotsky, un pequeño grupo de revolucionarios, militantes de la organización terrorista clandestina Narodnaya Volya(La Voluntad del Pueblo), sentenció a muerte al zar Alejandro II. Este sería el inicio de un período de luchas heroicas de los populistas contra el aparato del Estado protagonizadas por un puñado de jóvenes, que culminaron con el asesinato del zar el 1 de marzo de 1881. Esos estudiantes y jóvenes intelectuales odiaban la tiranía y estaban dispuestos a dar su vida por la emancipación de la clase obrera, aunque estaban convencidos de que la «propaganda de los hechos» era lo único necesario para «provocar» la movilización de las masas. Querían sustituir el movimiento consciente de la clase obrera por las bombas y ametralladoras.

Los terroristas rusos asesinaron al zar, pero a pesar de todos sus esfuerzos no consiguieron nada. Lejos de fortalecer el movimiento de masas, los atentados terroristas surtían el efecto contrario: fortalecían al aparato represivo del Estado, que consiguió aislar y desmoralizar a los cuadros revolucionarios. Al final, esto significó la completa destrucción de Narodnaya Volya. El error de los populistas fue su incapacidad para comprender los procesos fundamentales de la revolución rusa. Debido a la ausencia de un proletariado fuerte, los populistas consideraban al campesinado como la base

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social de la revolución socialista. Marx y Engels explicaron que la única clase que podía llevar adelante la transformación socialista de la sociedad era el proletariado. En una sociedad atrasada y semifeudal como la Rusia zarista, el campesinado jugaría un papel importante como auxiliar de la clase obrera, pero nunca podría sustituirla.

En la década de los años 80 del siglo pasado, la mayoría de la juventud rusa no se sentía atraída por las ideas del marxismo; no tenían tiempo para la «teoría», exigían acción. Al no comprender que sólo explicando pacientemente las ideas podrían ganar a la clase obrera, tomaron las armas esperando destruir al zarismo con la lucha individual.

El hermano mayor de Lenin fue un terrorista. Trotsky comenzó su vida política en un grupo populista y probablemente Lenin también participó de esas ideas. En cualquier caso, el populismo ya se encontraba en declive. En la década de los 90, la atmósfera anterior, impregnada de heroísmo, se convirtió en desmoralización y pesimismo en los círculos intelectuales. Y mientras tanto, en esa década, el movimiento obrero entraba en la escena de la historia con una impresionante oleada huelguística. En pocos años, la experiencia demostraría la superioridad de los «teóricos» marxistas frente a los «prácticos» terroristas individuales. El marxismo se extendió y consiguió una enorme influencia entre la clase obrera.

Al principio fueron pequeños círculos y grupos de discusión marxistas, pero el nuevo movimiento ganaba cada vez más popularidad entre los trabajadores. Entre los jóvenes activistas de esa nueva generación de revolucionarios se encontraba Lev Davidovich Bronstein, quien comenzó su trayectoria revolucionaria en marzo de 1897 en Nikolaiev, donde construyó la primera organización ilegal de trabajadores, la Liga Obrera del Sur de Rusia. Lev Davidovich fue arrestado por primera vez cuando sólo tenía 19 años, pasó dos años y medio en prisión y después fue desterrado a Siberia. Al poco tiempo se fugó, salió de Rusia con un pasaporte falso y se reunió con Lenin en Londres. En una de esas ironías de la historia, el pasaporte estaba a nombre de uno sus carceleros: Trotsky. Lev Davidovich más tarde sería conocido con ese nombre por el mundo entero.

 

Trotsky e ‘Iskra’

El joven movimiento socialdemócrata aún se encontraba disperso, casi sin organización. Lenin, junto al grupo en el exilio de Plejánov (Emancipación del Trabajo), emprendería la tarea de organizar y unir a los numerosos grupos socialdemócratas locales del interior de Rusia. Lenin, ayudado por Plejánov, lanzó un periódico, Iskra (La Chispa), que jugó un papel clave en la organización y unificación de una genuina tendencia marxista. Lenin y su infatigable compañera, Nadezhda Krupskaya, se encargaban de la elaboración y distribución del periódico y de las respuestas a la voluminosa correspondencia llegada desde el interior de Rusia. A pesar de todos los obstáculos, consiguieron introducir clandestinamente el Iskra en Rusia. Rápidamente los auténticos marxistas se aglutinaron en torno a Iskra, que en 1903 se había convertido ya en la tendencia mayoritaria de la socialdemocracia rusa.

En 1902 Trotsky se presentó en la casa londinense de Lenin, donde se reunía el equipo de Iskra, y allí empezó su estrecha colaboración. El joven revolucionario recién llegado de Rusia no era consciente aún de las tensiones dentro del Comité de Redacción, donde se producían constantes choques entre Lenin y Plejánov por cuestiones organizativas y políticas. Los antiguos activistas de Emancipación del Trabajo estaban afectados por el largo período de exilio, limitándose a un trabajo de propaganda en los márgenes del movimiento obrero ruso. Eran un pequeño grupo de intelectuales, sin duda sinceros en sus ideas revolucionarias pero que padecían todos los vicios del exilio y de los pequeños círculos intelectuales. En ocasiones, sus métodos de trabajo se parecían más a los de un club de discusión o un grupo de amigos que a los de un partido revolucionario que aspiraba a tomar el poder.

Lenin realizaba el trabajo más importante del grupo y, con la ayuda de Krupskaya, luchaba contra esas tendencias, aunque con pobres resultados. Había puesto todas sus esperanzas en la convocatoria de un congreso del partido, para que fuese la base obrera quien pusiera orden en «su propia casa». Deposito muchas esperanzas en Trotsky, quien debido a su habilidad como escritor se había ganado el apodo dePero (Pluma).

Lenin buscaba desesperadamente un compañero joven y capacitado para cooperar con él en el Comité de Redacción, intentando así salir del punto muerto al que había llegado con los antiguos editores. La aparición de Trotsky, recién fugado de Siberia, fue recibida con entusiasmo por Lenin. Trotsky tenía entonces sólo 22 años, pero ya se había ganado un nombre como escritor marxista. En las primeras ediciones de sus memorias, Krupskaya describe honestamente la actitud entusiasta de Lenin hacia Trotsky. En ediciones posteriores desaparecerían las líneas que aquí reproducimos íntegramente:

«Las recomendaciones calurosas que se nos habían dado con respecto al ‘aguilucho’ y la primera conversación sostenida impulsaron a Vladimir Illich a examinar con atención al recién llegado. Habló mucho con él y salieron juntos a pasear.

«Vladimir Illich interrogó a Trotsky sobre su viaje a Poltava para ponerse en contacto con El Obrero del Sur(que vacilaba entre Iskra y sus adversarios), y le gustó la precisión de las respuestas de Trotsky; el hecho de que éste hubiera sabido darse cuenta inmediatamente de la esencia de las divergencias (…).

«Desde Rusia se reclamaba con insistencia el regreso de Trotsky. Vladimir Illich quería que éste se quedara en el extranjero a fin de que aprendiera y prestara su concurso a la labor de Iskra.

«Plejánov manifestó inmediatamente su recelo hacia Trotsky, en el cual veía a un miembro del sector joven de Iskra (Lenin, Mártov y Potrésov), a un discípulo de Lenin. Cuando Vladimir Illich mandó un artículo de Trotsky a Plejánov, éste contestó: ‘La pluma de vuestra Pluma no me gusta’. ‘El estilo’, respondió Vladimir Illich, ‘se adquiere; Trotsky es un hombre capaz de aprender y nos será muy útil» (Krupskaya, Recuerdo de Lenin, p. 92. Editorial Fontamara. Barcelona, 1976).

En marzo de 1903, Lenin solicitó formalmente la entrada de Trotsky al Comité de Redacción. En una carta dirigida a Plejánov decía: «Propongo a los miembros del Comité de Redacción la cooptación de Pero como miembro pleno de la Redacción (creo que para la cooptación no basta la mayoría, sino la unanimidad).

«Necesitamos un séptimo miembro porque simplificaría el voto (seis es un número par) y reforzaría la Redacción.

«Pero lleva varios meses escribiendo en cada número. Trabaja para Iskra enérgicamente, pronuncia conferencias (con un tremendo éxito), etc. Para nuestro departamento de artículos y noticias de actualidad,no sólo será muy útil, sino indispensable. Es un hombre con una capacidad incuestionable, con un convencimiento, una energía y un compromiso por encima de la media. Y también puede ser muy bueno para la traducción y la literatura popular.

«Debemos involucrar a los jóvenes: esto les estimulará y les llevará a considerarse escritores profesionales. Una buena prueba de la escasez de éstos es: 1) la dificultad de encontrar editores de traducción, 2) la escasez de artículos que examinen la situación interna, y 3) la escasez de literatura popular. Y es precisamente en la literatura popular donde a Pero le gustaría intentarlo.

«Posibles argumentos en contra: 1) juventud, 2) su próximo (quizás) regreso a Rusia, 3) una pluma con trazos de estilo folletinesco, demasiado pretencioso, etc.

«No propongo a Pero para un puesto independiente, sino para la Redacción. En ella conseguirá experiencia. No hay duda de que posee la «intuición» de un hombre del partido, de nuestra tendencia; el conocimiento y la experiencia los podrá adquirir. Es indiscutible que puede aprovecharlo. Es necesario atraerle y animarle».

Pero Plejánov sabía que Trotsky apoyaría a Lenin y que por lo tanto él quedaría en minoría, y vetó coléricamente la propuesta.

«Poco después», añade Krupskaya, «Trotsky se fue a París y allí comenzó a avanzar y consiguió un destacable éxito». (Ibíd.).

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Estas líneas de la compañera de toda la vida de Lenin son más significativas si tenemos en cuenta que se escribieron en 1930, cuando Trotsky ya había sido expulsado del Partido, vivía exiliado en Turquía y estaba totalmente proscrito en la Unión Soviética. Lo que salvó a Krupskaya de la cólera de Stalin fue el hecho de ser la viuda de Lenin. Más tarde, la intolerable presión le obligaría a inclinar la cabeza y a aceptar pasivamente la falsificación de la historia, aunque se negó firmemente a unirse al coro de glorificación de Stalin.

Por desgracia, esa primera colaboración entre Lenin y Trotsky se interrumpió bruscamente debido a la escisión ocurrida en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), celebrado en 1903.

 

El Segundo Congreso

Se han escrito muchas tonterías sobre el famoso II Congreso del POSDR, dejando sin explicar las causas de la escisión. Todo partido revolucionario atraviesa una larga etapa de trabajo propagandístico y formación de cuadros. Este período conlleva inevitablemente hábitos y formas de pensar que en un momento determinado pueden convertirse en un obstáculo para trasformar el partido en una organización de masas. Si cuando cambia la situación objetiva el partido no es capaz de cambiar esos métodos, corre el riesgo de convertirse en una secta osificada.

En el II Congreso, la lucha entre los dos sectores de Iskra sorprendió a todos, incluso a los que estaban directamente implicados. El motivo fue la incompatibilidad entre la posición de Lenin -consolidar un partido de masas revolucionario con cierto grado de disciplina y eficacia- y la de los militantes del antiguo Grupo para la Emancipa-ción del Trabajo, que se sentían cómodos en la rutina, no veían la necesidad de hacer cambios y achacaban el problema a cuestiones personales de Lenin: «querer ser el centro de atención», «tendencias bonapartistas», «ul-tracentralismo» y cosas por el estilo.

Es una ley histórica que las tendencias pequeño-burguesas son orgánicamente incapaces de separar las cuestiones políticas de las personales. Cuando Lenin, por motivos completamente justificados, propuso la destitución de Axelrod, Zasúlich y Potrésov del Comité de Redacción de Iskra, éstos se lo tomaron como un insulto personal y montaron un escándalo. Por desgracia los «viejos» activistas se las arreglaron para impresionar a Trotsky, por aquel entonces joven e inexperto, que no comprendió la situación y aceptó sin más las acusaciones de Zasúlich, Axelrod y demás. Esta tendencia, denominada «blanda» y representada por Mártov, surgió como una minoría y después del congreso se negó a aceptar las decisiones y a participar en el Comité Central y el Comité de Redacción. Los esfuerzos de Lenin, tras el congreso, para llegar a un compromiso fracasaron debido a la oposición de la minoría. Plejánov, que en el congreso apoyó a Lenin, no resistió las presiones de sus antiguos compañeros y amigos.

Al principio, Trotsky apoyó a la minoría frente a Lenin, y esto fue lo que creó la impresión equivocada de que Trotsky era un menchevique. No obstante, en el II Congreso, bolchevismo y menchevismo no surgieron como dos tendencias políticas claramente definidas. Las diferencias políticas entre ambas tendencias comenzaron a surgir un año después, pero no tuvieron nada que ver con la cuestión del centralismo, sino con la cuestión clave de la estrategia revolucionaria: colaboración con la burguesía liberal o independencia de clase. Finalmente, en 1904, Lenin llegó a la conclusión de que era necesario organizar los «comités de la mayoría» (bolcheviques) para salvar lo que quedaba. La escisión del partido era un hecho consumado.

 

Trotsky en 1905

En víspera de la guerra ruso-japonesa, el país vivía un fermento prerrevolucionario. A la oleada huelguística le siguieron las manifestaciones estudiantiles. La agitación afectaba a la burguesía liberal, que lanzó una campaña de banquetes políticos basada en los zemstvos, entes de administración local en las zonas rurales que servían de plataforma a los liberales. Entonces surgió el debate de cuál debería ser la posición de los marxistas respecto a la campaña de los liberales. Los mencheviques estaban a favor de apoyarlos totalmente; los bolcheviques se oponían enérgicamente a darles cualquier clase de apoyo y en su prensa criticaban la campaña y denunciaban a los liberales ante la clase obrera. Tan pronto como surgieron las diferencias políticas, Trotsky estuvo de acuerdo con los bolcheviques y rompió con los mencheviques. Desde ese momento y hasta 1917, Trotsky estuvo organizativamente al margen de ambas facciones, aunque en todas las cuestiones políticas siempre estuvo más cerca de los bolcheviques.

La situación revolucionaria maduraba rápidamente. Las derrotas militares del ejército zarista aumentaron el descontento, que estallaría en una manifestación en San Petersburgo el 9 de enero de 1905, que fue brutalmente reprimida. Así comenzó la Revolución de 1905, donde Trotsky jugó un papel prominente. Lunacharsky, que entonces era un colaborador próximo de Lenin, escribió en sus memorias: «Debo decir que de todos los dirigentes socialdemócratas de 1905-06, sin duda Trotsky demostró, a pesar de su juventud, que era el mejor preparado. De todos, era el que menos llevaba el cuño de la emigración. Trotsky comprendía mejor que nadie lo que significaba dirigir la lucha política contra el Estado. Trotsky emergió de la revolución y consiguió un enorme grado de popularidad, que ni Lenin ni Mártov disfrutaban. Plejánov perdió bastante por las tendencias liberales que en él se dejaban ver»(Lunacharsky, citado por Trotsky enMi vida, p. 146. Ed. Pluma. Bogotá, 1979).

Este no es lugar para analizar en detalle la revolución de 1905; nos remitimos a la obra de Trotsky 1905. Resultados y perspectivas, todo un clásico del marxismo.

Con sólo 26 años, Trotsky fue presidente del Sóviet de Diputados Obreros de San Petersburgo, el más importante de lo que Lenin describió como «órganos embrionarios de poder revolucionario». La mayoría de los manifiestos y resoluciones del Sóviet fueron escritos por Trotsky, que también fue el editor de su periódico, Izvestia. En las ocasiones importantes hablaba tanto para los bolcheviques o los mencheviques como para el Sóviet en su conjunto. Con todo, los bolcheviques de San Petersburgo no fueron capaces de apreciar la importancia del Sóviet y por ello tenían escasa representación en él. Lenin, desde su exilio en Suecia, escribió al periódico bolchevique Novaya Zhizn (Vida nueva) animando a los bolcheviques a que tuvieran una actitud más positiva hacia el Sóviet, pero la carta no vio la luz del día hasta treinta y cuatro años después. Esta situación se volvería a repetir en cada coyuntura política importante de la historia de la Revolución Rusa: los dirigentes del partido del interior de Rusia se caracterizaron por su confusión y sus vacilaciones cada vez que se enfrentaron a la necesidad de tomar una decisión audaz sin la dirección de Lenin.

En 1905, Trotsky se hizo cargo del periódico Russkaya Gazeta (La gaceta rusa) y lo transformó en el popular periódico revolucionarioNachalo (Comienzo), de gran circulación, donde expresaba sus opiniones sobre la revolución, muy próximas a las bolcheviques y en directa oposición a las mencheviques. Era natural que, a pesar de la agria disputa del II Congreso, el trabajo de los bolcheviques y el de Trotsky coincidieran en la revolución. El Nachalo de Trotsky y el bolchevique Novaya Zhizn, editado por Lenin, trabajaron conjuntamente y se apoyaron mutuamente frente a los ataques de la reacción, dejando a un lado las polémicas. Novaya Zhizn saludó así la aparición del primer número de Nachalo: «Ha salido el primer ejemplar de Nachalo. Damos la bienvenida a un compañero de lucha. El primer ejemplar es extraordinario por la brillante descripción de la huelga de octubre escrita por el camarada Trotsky».

Lunacharsky recuerda que cuando alguien le habló a Lenin del éxito de Trotsky en el Sóviet, el rostro de Lenin se ensombreció durante un momento, y después dijo: «Bien, el compañero Trotsky lo ha conseguido gracias a su incansable e impresionante trabajo». Años después, Lenin en más de una ocasión escribiría positivamente del Nachalo de Trotsky en 1905.

Después de la derrota de la revolución, Trotsky fue arrestado junto con los demás miembros del Sóviet de San Petersburgo y, una vez más, enviado a Siberia. Desde el banquillo de los acusados, Trotsky pronunció un incendiario discurso que se convirtió en una acusación al régimen zarista. Al final fue condenado a «deportación perpetua», pero sólo estuvo en Siberia ocho días, antes de volver a escapar. De nuevo se dirigió al exilio -en esta ocasión a Austria-, donde continuó con su actividad revolucionaria. En Viena publicó un periódico llamado Pravda (La verdad). Con un estilo sencillo y atractivo, la Pravda de Trotsky pronto consiguió una popularidad mayor que ninguna otra publicación socialdemócrata de su tiempo.

Los años de reacción que siguieron a la derrota de la revolución fueron con toda probabilidad el período más difícil de la historia del movimiento obrero ruso. Después de la lucha, las masas estaban exhaustas y los intelectuales desmoralizados. Existía un ambiente general de desánimo, pesimismo e incluso desesperación. Hubo incluso suicidios. En esta situación de reacción generalizada, las ideas místicas y religiosas se propagaron como una nube negra entre los círculos intelectuales e incluso encontraron eco entre el movimiento obrero, traducido en una serie de intentos de revisar las ideas filosóficas del marxismo. En estos difíciles años, Lenin se dedicó a librar una lucha implacable contra el revisionismo para defender la teoría y los principios marxistas. Pero fue Trotsky quien dotó a la revolución rusa de la base teórica necesaria para recuperarse de la derrota de 1905 y continuar hasta la victoria.

 

La revolución permanente

La Revolución de 1905 sacó a la luz las diferencias entre bolchevismo y menchevismo -entre reformismo y revolución, colaboración de clases y marxismo-. El tema crucial fue la actitud del movimiento revolucionario hacia la burguesía y los llamados partidos «liberales». Por este motivo, Trotsky rompió en 1904 con los mencheviques. Al igual que Lenin, Trotsky se oponía a la colaboración de clases propugnada por Plejánov y sus seguidores, al mismo tiempo que señalaban al proletariado y al campesinado como las únicas fuerzas capaces de llevar la revolución hasta el final.

Ya antes de 1905, durante los debates sobre las alianzas de clase, Trotsky había desarrollado las líneas generales de la teoría de la revolución permanente, una de las contribuciones más brillantes al pensamiento marxista. ¿En qué consistía esta teoría? Los mencheviques razonaban que la revolución rusa tendría una naturaleza

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democrático-burguesa y que, por tanto, la clase obrera no podía aspirar a la toma del poder y debía apoyar a la burguesía liberal. Los mencheviques, con esta forma mecánica de pensar, parodiaban las ideas de Marx sobre el desarrollo de la sociedad. La teoría menchevique de las «etapas» situaba la revolución socialista en un futuro lejano. Mientras ésta llegaba, la clase obrera tenía que comportarse como un apéndice de la burguesía «liberal». Esta es la misma teoría reformista que muchos años después llevaría a la derrota de la clase obrera en China (1927), España (1936-39), Indonesia (1965) o Chile (1973).

Ya en 1848, Marx observó que la burguesía «democrático-revolucionaria» alemana era incapaz de jugar un papel revolucionario en la lucha contra el feudalismo, con el que prefería negociar por temor al movimiento revolucionario de los trabajadores. De hecho, el propio Marx anticipó la «revolución permanente». Siguiendo los pasos de Marx -que calificó a los partidos «democráticos» burgueses como «más peligrosos para los trabajadores que los antiguos liberales»-, Lenin explicó que la burguesía rusa, lejos de ser un aliado de los trabajadores, inevitablemente se alinearía con la contrarrevolución.

«La burguesía en su mayoría» -escribía en 1905- «se volverá inevitablemente del lado de la contrarrevolución, del lado de la autocracia, contra la revolución, contra el pueblo, en cuanto sean satisfechos sus intereses estrechos y egoístas, en cuanto ‘dé la espalda’ a la democracia consecuente (y ahora comienza a darle la espalda)«(Lenin, Obras Escogidas, vol. 1, p. 549. Ed. Progreso. Moscú, 1961).

¿Qué clase social, en opinión de Lenin, encabezaría la revolución democrático-burguesa?

«Queda ‘el pueblo’, es decir, el proletariado y los campesinos: sólo el proletariado es capaz de ir seguro hasta eso, el proletariado lucha en vanguardia por la república, rechazando con desprecio los consejos, necios e indignos de él, de quienes le dicen que tenga cuidado de no asustar a la burguesía»(Ibíd.).

¿Contra quién van dirigidas estas palabras? ¿Contra Trotsky y la revolución permanente? Veamos lo que escribía Trotsky en aquel entonces:

«Esto conduce a que la ‘lucha por los intereses de toda Rusia corresponda a la única clase fuerte actualmente existente, al proletariado industrial. Como consecuencia de esto al proletariado industrial le corresponde una gran importancia política; por lo tanto, la lucha en Rusia por la liberación del pulpo asfixiante del absolutismo ha llegado a ser un duelo entre éste y la clase de obreros industriales, un duelo en el cual el campesinado otorga un apoyo importante pero sin que pueda desempeñar un papel dirigente» (Trotsky, 1905. Resultados y perspectivas, vol. 2, p. 174. Ed. Ruedo Ibérico. Francia, 1971. Subrayado en el original).

Y continúa:

«Armar la revolución significa en Rusia, antes que nada, armar a los obreros. Como los liberales lo sabían y lo temían, preferían desistir de crear las milicias. Sin combate, pues, abandonaron estas posiciones al absolutismo igual que el burgués Thiers abandonó París y Francia a Bismarck con el único objeto de no tener que armar a los obreros».(Ibíd., p. 168).

Las posiciones de Lenin y Trotsky respecto a la actitud hacia los partidos burgueses coincidieron totalmente. Ambos se opusieron a los mencheviques, que justificaban la subordinación del partido obrero a la burguesía por la naturaleza burguesa de la revolución. En su lucha contra la colaboración de clases, tanto Lenin como Trotsky explicaron que sólo la clase obrera, en alianza con las masas campesinas, podría acometer las tareas de la revolución democrático-burguesa.

¿Cómo podían los trabajadores llegar al poder en un país atrasado y semifeudal como la Rusia zarista? Trotsky respondió a esto en 1905: «Es posible que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado (…) En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer un despliegue completo de su genio político» (1905Resultados y perspectivas, vol. 2, pp. 171-2. Ed. Ruedo Ibérico. Francia, 1971. Subrayado en el original).

¿Significa esto, como más tarde pretendieron los estalinistas, que Trotsky negó la naturaleza burguesa de la revolución? El propio Trotsky responde: «En la revolución de comienzos del siglo XX, pese a ser igualmente burguesa en virtud de sus tareas objetivas inmediatas, se bosquejó como perspectiva próxima la inevitabilidad o, por lo menos, la probabilidad del dominio político del proletariado. El propio proletariado se ocupará, con toda seguridad, de que este dominio no llegue a ser un ‘episodio’ meramente pasajero tal como lo pretenden algunos filisteos realistas. Pero ahora podemos ya formular la pregunta: ¿Tiene que fracasar forzosamente la dictadura del proletariado entre los límites que determina la revolución burguesa o puede percibir, en las condiciones dadas de la historia universal, la perspectiva de una victoria después de haber reventado este marco limitado? Aquí nos urgen algunas cuestiones tácticas: ¿Debemos dirigir la acción conscientemente hacia un gobierno obrero, en la medida en que el desarrollo revolucionario nos acerque a esta etapa, o bien tenemos que considerar, en dicho momento, el poder político como una desgracia que la revolución quiere cargar sobre los obreros, siendo preferible evitarla?»(Ibíd., p. 175. El segundo subrayado es nuestro).

En 1905, solamente Trotsky planteaba la necesidad de la revolución socialista en Rusia de una forma clara y audaz y era el único que defendía la posibilidad de su triunfo en Rusia antes que en Europa Occidental. Lenin todavía no tenía una postura clara. En líneas generales, la posición de Trotsky estaba muy próxima a la de los bolcheviques, como más tarde admitió el propio Lenin. Doce años después, la Historia demostraría que estaba en lo cierto.

 

La reunificación

En el período de auge revolucionario, las dos facciones se reunificaron, pero fue una unidad más formal que real y cuando vino el reflujo la tendencia oportunista rebrotó entre los mencheviques, como refleja la famosa frase de Plejánov sobre la actitud de los trabajadores en las jornadas huelguísticas de 1905: «Los trabajadores no deberían haber tomado las armas». Las diferencias resurgieron abruptamente y de nuevo Trotsky se encontró en una posición política muy similar a la de los bolcheviques.

Las diferencias entre Lenin y Trotsky en ese período estuvieron motivadas por las tendencias «conciliadoras» de éste. Utilizando una expresión poco amable, podemos decir que Trotsky era un «vendedor de la unidad», aunque no era el único. Desde Nachalo, Trotsky defendía consecuentemente la reunificación e intentaba mantenerse alejado de la lucha fraccional, pero antes del IV Congreso (el llamado «congreso de unificación», celebrado en Estocolmo en mayo de 1906) fue arrestado y encarcelado por su papel en el Sóviet. El avance de la revolución dio un impulso tremendo al movimiento de reunificación de las fuerzas del marxismo ruso. Los trabajadores mencheviques y bolcheviques luchaban hombro con hombro con las mismas consignas, los comités del partido rivales se unían espontáneamente. La revolución unió a los trabajadores de ambas facciones.

La segunda mitad de 1905 se caracterizó por un proceso continuo y espontáneo de unidad desde la base. Sin esperar directrices desde arriba, las organizaciones menchevique y bolchevique del POSDR simplemente se unieron. Esto en parte reflejaba el instinto natural de los trabajadores a la unidad, pero también influyó que los dirigentes mencheviques se vieran obligados a girar a la izquierda por la presión de su propia base. Al final, a sugerencia del Comité Central bolchevique, incluido Lenin, se dio un paso hacia la reunificación. En diciembre de 1905, ambas direcciones estaban en la práctica fusionadas y existía un único Comité Central.

En el momento de celebración del congreso de unificación la oleada revolucionaria ya estaba menguando, y con ella el espíritu de lucha y los discursos «izquierdistas» de los mencheviques. Era inevitable el conflicto entre los revolucionarios consecuentes y aquellos que ya abandonaban a las masas y se acomodaban a la reacción. La derrota de la insurrección de Moscú en diciembre de 1905 había marcado el principio del fin de la revolución y un cambio decisivo en la actitud de los llamados «liberales». La burguesía se unió contra la «locura» de diciembre. En realidad, los liberales ya se habían pasado a la reacción en octubre, después de que el zar concediera una nueva Constitución, pero ahora aparecían con su verdadero rostro. No fue la primera vez en la historia que se vio este fenómeno. Como Marx y Engels explicaron, ocurrió exactamente lo mismo en la revolución alemana de 1848.

Los mencheviques representaban la capitulación ante la burguesía liberal, que en la práctica apoyaba abiertamente a la monarquía y se rendía a la autocracia. Esa era precisamente la cuestión central de las diferencias de Lenin con los mencheviques: «El ala de derechas de nuestro partido no cree en la victoria completa del momento -la revolución democrático-burguesa en Rusia-; tiene miedo a la victoria (…) Han llegado a la conclusión equivocada debido a la idea equivocada de lo que en realidad es una vulgarización del marxismo: que sólo la burguesía puede ‘hacer’ independientemente la revolución burguesa o sólo ella puede encabezarla. Los socialdemócratas de derechas no comprenden el papel del proletariado como vanguardia de la lucha por la victoria completa y decisiva de la revolución burguesa» (Lenin, Collected Works, vol. 10, pp. 337-38).

Al igual que Trotsky, Lenin estaba a favor de la unidad organizativa, pero bajo ningún concepto era partidario de abandonar la lucha ideológica, y mantenía una posición firme en todas las cuestiones básicas de tácticas y perspectivas. Aunque formalmente unido, el partido estaba en la práctica dividido en dos tendencias opuestas, la revolucionaria y la oportunista -el reformismo o la revolución, la colaboración de clases o la política proletaria independiente-. Estas eran las cuestiones básicas que separaban al bolchevismo del menchevismo, representadas en la actitud hacia la Duma (parlamento) y los partidos burgueses. Lenin y Trotsky mantuvieron la misma posición sobre estas cuestiones fundamentales, como el propio Lenin señalaría en el V Congreso del POSDR (Londres, 1907). En el transcurso del debate sobre la actitud hacia los partidos burgueses, Lenin comentó lo siguiente:

«Trotsky expresó por escrito [su acuerdo con la opinión de] la comunidad económica de intereses entre el proletariado y el campesinado en la actual revolución en Rusia. Trotsky reconocía la inutilidad de un bloque de izquierda con la burguesía liberal. Estos hechos me bastan para reconocer que Trotsky está más cercano a nuestras ideas (…) coincidimos en los puntos fundamentales de la actitud hacia los partidos burgueses».

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Trotsky con Lenin y Kámenev en 1919

Partiendo de un punto de vista diferente, Trotsky luchaba por lo mismo que Lenin. Su periódico Pravda, publicado en Viena, disfrutaba de una gran popularidad. Varios dirigentes bolcheviques estaban a favor de utilizar Pravda para conseguir la unión de aquellos bolcheviques y mencheviques partidarios de la unidad del partido. Kámenev y Zinóviev, en ese momento los más estrechos colaboradores de Lenin, tenían la intención de que Proletari (El proletario) sustituyese a Pravda y fuera aceptado como el órgano oficial del Comité Central del POSDR. Otros, como Tomsky, también apoyaron la propuesta, que se aprobó con la oposición de Lenin, que propuso la creación de un periódico bolchevique y una publicación teórica mensual. Al final se llegó al acuerdo de que Proletari siguiera apareciendo, pero por un período no superior a un mes. Mientras tanto se entablarían negociaciones con Trotsky para intentar convertir Pravda en el órgano oficial del Comité Central del POSDR. Este detalle demuestra la fuerza que tenían las tendencias conciliadoras en las filas de los bolcheviques y también dice mucho sobre la actitud de los bolcheviques hacia Trotsky en aquel entonces.

El error fundamental de Trotsky en ese período -como hemos señalado- fue su «conciliacionismo», pensar que era posible unir a bolcheviques y mencheviques. Esta idea fue lo que se denominó trotskismo. Trotsky utilizó la Pravda para ese objetivo y parece que durante un tiempo tuvo éxito. Muchos dirigentes bolcheviques estaban de acuerdo con él en la cuestión. En el Comité Central, los bolcheviques N. A. Rozhkov y V. P. Noguin eran conciliadores, al igual que Kámenev y Zinóviev, miembros del Comité de Redacción de Sotsial-Demokrat (El socialdemócrata).

La acalorada denuncia de Lenin del «trotskismo» (conciliación) en ese mo-mento iba dirigida contra aquellos bolcheviques que se inclinaban hacia esa posición. En la carta a Zinóviev del 11 (24) de agosto de 1909 y en otros escritos de ese período, Lenin hace referencia Trotsky en términos muy duros.

Lenin estaba molesto con él por su rechazo a unirse a la tendencia bolchevique aunque no existían diferencias políticas que les separasen. Trotsky creía que, tarde o temprano, una nueva oleada revolucionaria empujaría a los mejores elementos de ambas tendencias a unir sus fuerzas. Trotsky cometió el error más serio de su vida al mantener esta postura conciliadora, y él mismo lo admitiría más tarde. Sin embargo no deberíamos olvidar que las cosas en ese momento no estaban tan claras. El propio Lenin, en más de una ocasión, intentó acercarse a determinadas sectores de los mencheviques. En 1908 llegó a un acuerdo con Plejánov y a «la soñada alianza con Mártov», como la calificó Lunacharsky. Pero la experiencia demostraría que era inviable porque ambas tendencias evolucionaban en sentidos opuestos. Tarde o temprano la ruptura sería inevitable.

La iniciativa de Trotsky para conseguir la unidad del movimiento se concretó en la celebración de un pleno extraordinario para echar a los liquidadores de derechas y los otzovistas de ultraizquierda e intentar conseguir la unidad entre los mencheviques de izquierda y los bolcheviques. Lenin se opuso a la iniciativa. Se negaba a participar en un pleno con elementos que de hecho se habían situado al margen del partido. El escepticismo de Lenin estaba plenamente justificado. El giro a la derecha de los mencheviques había ido demasiado lejos. Los mencheviques de izquierda (Mártov) se negaron a romper con su ala de derechas y la tentativa de unidad fracasó pronto debido a las diferencias irreconciliables. Más tarde, Trotsky reconocería sinceramente su error. Lenin sacó las conclusiones necesarias y rompió con los mencheviques en 1912, la auténtica fecha de formación del Partido Bolchevique.

En 1911 se abrió un nuevo período de luchas que continúo hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. La recién despertada clase obrera rápidamente gravitó a la izquierda. En estas circunstancias, el vínculo con los mencheviques era un obstáculo para el desarrollo del partido. Los acontecimientos justificaban totalmente la ruptura con ellos y la organización de un partido separado. Pronto los bolcheviques representaron la mayoría decisiva de la clase obrera: en el período 1912-14, cuatro quintas partes de los trabajadores organizados en San Petersburgo apoyaban a los bolcheviques. La publicación de un periódico bolchevique diario jugó un papel decisivo. El nombre elegido (Pravda) amargó las relaciones con Trotsky, pero las protestas de éste fueron en vano. A la mayoría de los activistas obreros les era indiferente y los mencheviques estaban desacreditados por su política de colaboración con la burguesía.

Trotsky, una vez más, se declaró contrario a la escisión, intentaba en vano conseguir la unidad. Este sería un error que le separaría momentáneamente de Lenin, pero fue un error honesto, el error de un genuino revolucionario cuyo único interés era la causa. En 1924 reconocería con franqueza su error. Trotsky escribió al Buró de la Historia del Partido:

«Como he declarado en muchas ocasiones, en mis discrepancias con el bolchevismo en toda una serie de cuestiones fundamentales, el error fue sólo por mi parte. Para describir a grandes rasgos la naturaleza y el alcance de mis antiguas discrepancias con el bolchevismo, diré que durante el período de mi permanecía fuera del Partido Bolchevique, en ese momento en que mis diferencias con el bolchevismo alcanzaron su nivel más alto, la distancia que me separaba de las posiciones de Lenin nunca fue tan grande como la que separa la actual posición de Stalin-Bujarin de los fundamentos del marxismo y el leninismo».

De esta forma tan honesta, Trotsky explica sus propios errores y reconoce que Lenin tuvo la posición correcta desde el principio. Sin embargo los acontecimientos pronto convertirían las antiguas diferencias entre Lenin y Trotsky en irrelevantes. La escisión en Rusia fue sólo el anticipo de otra escisión mayor de carácter internacional que tendría lugar dos años más tarde, ante la que Lenin y Trotsky estarían en el mismo bando.

 

La Primera Guerra Mundial

La decisión de los dirigentes de los partidos de la Internacional Socialista de apoyar a «sus» respectivas burguesías nacionales en 1914 fue la mayor traición en la historia del movimiento obrero mundial. Cayó como un rayo, conmocionando y desorientando a la base de la Internacional, hasta el punto que significó su colapso. Desde agosto de 1914, la cuestión de la guerra concentró la atención de los socialistas de todos los países.

Muy pocas personas consiguieron en ese momento mantener la orientación correcta. Lenin en Rusia, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania, James Connolly en Irlanda, John MacLane en Escocia y los dirigentes socialdemócratas serbios fueron excepciones a la regla. Desde el principio, Trotsky adoptó una postura claramente revolucionaria ante la guerra, como se puede comprobar en su libro La guerra y la Internacional. En 1915, Trotsky redactó el manifiesto de la Conferencia de Zimmerwald, que reunió a todos los socialistas opuestos a la guerra, que lo aprobaron por unanimidad a pesar de las diferencias existentes entre ellos.

En París, Trotsky publicaba el periódico Nashe Slovo (Nuestra palabra), que defendía los principios del internacionalismo. Sólo tenía un puñado de colaboradores y todavía menos dinero, pero con enormes sacrificios consiguieron publicarlo diariamente, un éxito no igualado por ninguna otra tendencia del movimiento obrero ruso del momento, incluidos los bolcheviques. Durante dos años y medio, bajo el ojo vigilante de la censura, Nashe Slovo llevó una existencia precaria, hasta que las autoridades francesas, bajo presión del gobierno ruso, lo clausuraron. Durante un motín en la flota rusa en Tolón, se encontraron ejemplares de Nashe Slovo en poder de algunos de los marineros, lo que fue utilizado como excusa por las autoridades francesas para deportar a Trotsky a finales de 1916. Después de un breve período en España, incluida una estancia en prisión, de nuevo fue deportado a Nueva York, donde colaboró con Bujarin y otros revolucionarios rusos en la publicación del periódico Novy Mir (Nuevo mundo). Todavía estaba trabajando en este periódico cuando llegaron los primeros informes confusos sobre el alzamiento en Petrogrado. Había comenzado la segunda Revolución Rusa.

 

Lenin y Trotsky en 1917

La política revolucionaria es una ciencia. El estudio de las revoluciones pasadas es la manera de preparar la del futuro. La teoría no es optativa, sino una guía vital para la acción. Cuando antes de la Primera Guerra Mundial Trotsky defendió la posibilidad de una revolución proletaria en Rusia antes que en Europa Occidental, nadie le tomó en serio. Sólo en octubre de 1917 se demostró la superioridad del método marxista aplicado por Trotsky. Al inicio de la Revolución de Febrero, Lenin estaba en Suiza y Trotsky en Nueva York. Aunque muy alejados de la revolución y entre sí, ambos llegaron a las mismas conclusiones. Los artículos de Trotsky en Novy Mir y las Cartas desde lejos de Lenin son prácticamente idénticos en las cuestiones fundamentales relativas a la revolución: la actitud hacia el campesinado, la burguesía liberal, el gobierno provisional y la revolución mundial.

A pesar de todos los intentos de los estalinistas de falsificar la realidad levantando una muralla china entre Lenin y Trotsky, los hechos hablan por sí mismos: en el momento decisivo de la revolución, trotskismo y leninismo eran una misma cosa. Tanto para Lenin como para Trotsky, 1917 fue el punto de inflexión que convirtió en irrelevantes las antiguas polémicas entre ambos. Por esa razón, Lenin nunca se refirió a ellas después de 1917. De hecho, en su último discurso al Partido Comunista Ruso (el famoso Testa-mento de Lenin, oculto durante décadas por los estalinistas), advertía de que no se debía utilizar contra Trotsky su pasado no bolchevique. Esas fueron las últimas palabras de Lenin respecto a Trotsky y su relación con el Partido Bolchevique antes de 1917.

Con la única excepción de Lenin, los dirigentes bolcheviques no comprendían la situación, y los acontecimientos les superaban. Es una ley histórica que en una situación revolucionaria el partido y sobre todo su dirección sufren la intensa presión de los enemigos de clase, de la «opinión pública» burguesa e incluso de los prejuicios de las masas obreras. Ninguno de los dirigentes bolcheviques en Petrogrado fue capaz de resistir esas presiones, ninguno planteó que la revolución únicamente podía llegar hasta el final con la toma del poder por parte del proletariado. Todos habían abandonado la perspectiva de clase, adoptando simplemente una vulgar postura democrática. Stalin era partidario de apoyar «críticamente» al Gobierno Provisional y de unirse a los mencheviques. Kámenev, Rikov, Molotov, etc. compartían su postura.

Sólo tras la llegada de Lenin el Partido Bolchevique cambió de postura, después de una lucha interna alrededor de las Tesis de Abril, publicadas en Pravda con su única firma. Nadie estaba dispuesto a que le identificaran con esa postura. No comprendían el método de Lenin y hacían un fetiche de las consignas de 1905. El «crimen» de Trotsky fue prever los acontecimientos. En 1917, los propios acontecimientos demostraron la corrección de la teoría de la revolución permanente.

Desde entonces nada separó políticamente a Lenin y Trotsky. Todas las diferencias del pasado dejaron de existir. Cuando Trotsky regresó a Petrogrado en mayo de 1917, Lenin y Zinóviev asistieron a la ceremonia de bienvenida organizada por el Comité Interdistrito. En aquella reunión, Trotsky manifestó que la unidad de bolcheviques y mencheviques ya no significaba nada. Sólo aquellos que habían roto con el socialpatriotismo podían unirse bajo la bandera de una nueva Internacional. En realidad, desde su llegada, Trotsky habló y actuó al lado de los bolcheviques. El bolchevique Raskólnikov lo recordaría como sigue:

«León Davidovich, Trotsky, en esos momentos formalmente no era militante de nuestro partido, pero en la práctica desde el primer día de su llegada de América trabajó

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Lenin y Trotsky en 1920

constantemente dentro de él. En cualquier caso inmediatamente después de su primer discurso en el Sóviet todos le consideramos uno de los dirigentes de nuestro partido» (Proletarskaya Revolutsia, p. 71. 1923).

Con relación a las controversias pasadas, señaló: «Los ecos de las antiguas discrepancias en el período previo a la guerra habían desaparecido totalmente. No existían diferencias entre la táctica de Lenin y Trotsky. Esa fusión, que ya se observaba durante la guerra, se demostró totalmente desde el momento en que Trotsky regresó a Rusia. A partir de su primer discurso público, todos nosotros, antiguos leninistas, le considerábamos uno de los nuestros» (Ibíd., p. 150).

Si Trotsky no ingresó inmediatamente en el Partido Bolchevique no fue por las antiguas discrepancias, sino porque quería que también entrase el Comité Interdistrito, que agrupaba aproximadamente a 4.000 trabajadores de Petrogrado y a muchas figuras prominentes de la izquierda, como Uritsky, Joffe, Lunacharsky, Riazanov, Volodarsky y otros que posteriormente jugaron un importante papel en la dirección bolchevique. Como Trotsky explicó en su testimonio ante la Comisión Dewey:

«Trabajaba junto al Partido Bolchevique. Existía un grupo en Petrogrado que programáticamente defendía lo mismo que el Partido Bolchevique, pero organizativamente era independiente. Consulté a Lenin si sería mejor que yo entrara al Partido Bolchevique inmediatamente o con esa organización obrera de tres mil o cuatro mil militantes revolucionarios» (The case of Leon Trotsky, p. 21).

El Congreso de los Sóviets de toda Rusia celebrado a principios de junio todavía estuvo dominado por los mencheviques y socialrevolucionarios. El historiador E. H. Carr, refiriéndose a Trotsky y al Comité Interdistrito, hace la siguiente observación: «Trotsky y Lunacharsky estaban entre los diez delegados de los ‘socialdemócratas unidos’ que apoyaron unánimemente a los bolcheviques durante las tres semanas que duró el congreso» (E. H. Carr, La revolución bolchevique (1927-1923), vol. 1, p. 106. Alianza Universidad).

Para acelerar la entrada del Comité Interdistrito al partido, a la que se oponían algunos miembros de la dirección, Trotsky escribió en Pravda la siguiente declaración: «En mi opinión, actualmente [julio], no hay diferencias ni de principios ni tácticas entre el Interdistrito y las organizaciones bolcheviques. Por consiguiente no existen motivos que justifiquen la existencia separada de ambas organizaciones».(El subrayado es nuestro).

En mayo de 1917, incluso antes de su adhesión formal al Partido Bolchevique, Lenin propuso a Trotsky como jefe de redacción de Pravda y de paso recordó la excelente calidad del Russkaya Gazzeta (el periódico que Trotsky dirigía y que en 1905 se transformaría en el Nachalo). Este hecho fue recogido en 1923 en Krasnaya Letopis (La Crónica Roja) nº3. Aunque la propuesta no fue aceptada por el comité de redacción de Pravda, demuestra la actitud de Lenin hacia Trotsky en ese momento. Estaba tan ansioso de que Trotsky y sus colaboradores se unieran a los bolcheviques que estaba dispuesto a ofrecerles sin condiciones puestos de dirección en el Partido.

Cuando el Comité Interdistrito se fusionó con el Partido Bolchevique, para considerar los años de militancia en el partido se tuvo en cuanta la fecha de entrada al Comité Interdistrito, lo que significó admitir que no existían diferencias importantes entre ambos grupos. Una nota en las obras de Lenin publicadas en Rusia después de la revolución dice lo siguiente: «Sobre la cuestión de la guerra, el Comité Interdistrito sostenía una postura internacionalista y sus tácticas estaban cercanas a los bolcheviques» (Collected Works, vol. 14, p. 448).

Después de las Jornadas de Julio, la reacción tomó la iniciativa durante un tiempo. En los días más difíciles, el partido estaba en la clandestinidad, Lenin y Zinóviev se vieron obligados a pasar a Finlandia, Kámenev estaba en la cárcel y los bolcheviques sufrían una campaña de calumnias acusándolos de ser agentes alemanes. Trotsky salió públicamente en su defensa y se identificó con sus posturas. En esos tiempos difíciles y peligrosos, Trotsky escribió una carta al Gobierno Provisional, que por su valor la reproducimos íntegramente porque sirve para arrojar luz sobre las relaciones de Trotsky con los bolcheviques en 1917. La carta está fechada el 23 de julio:

«Ciudadanos ministros:

He tenido conocimiento de que se ha publicado una orden, en relación con los acontecimientos de los pasados 16 y 17 de julio, decretando el arresto de Lenin, Zinóviev y Kámenev, pero no el mío, por lo que desearía solicitar su atención para los puntos siguientes:

1) Coincido con las principales tesis de Lenin, Zinóviev y Kámenev, y las he defendido en el periódicoVperiod y en mis discursos públicos.

2) Mi postura hacia los acontecimientos del 16 y 17 de julio ha sido idéntica a la mantenida por ellos.

a) Tanto Kámenev y Zinóviev como yo conocimos por primera vez los planes propuestos por el regimiento de ametralladoras y otros más en el mitin conjunto de los Burós de los Comités Ejecutivos el 16 de julio. Actuamos inmediatamente para detener a los soldados. Zinóviev y Kámenev poniéndose en contacto con los bolcheviques y yo, con la organización «interdistritos», a la que pertenezco.

b) Cuando, a pesar de nuestros esfuerzos, la manifestación se realizó, mis camaradas bolcheviques y yo pronunciamos numerosos discursos a favor de la principal exigencia de la multitud: «todo el poder a los sóviets», pero a la vez exhortamos a los manifestantes, tanto a los soldados como a los civiles, a regresar a sus casas y cuarteles en forma pacífica y ordenada.

c) En una conferencia celebrada en el Palacio de Táurida, muy avanzada la noche del 16 al 17 de julio, entre los bolcheviques y la organización interdistritos, apoyé la posición, hecha por Kámenev, de que se debía hacer todo lo posible para evitar una nueva manifestación el 17 de julio. Sin embargo, cuando a través de los agitadores que llegaban de los distintos distritos supimos que los regimientos y los obreros ya habían decidido la salida y que era imposible detener a la multitud hasta que se hubiera resuelto la crisis gubernamental, todos los allí presentes estuvimos de acuerdo en que lo mejor que podíamos hacer era dirigir la manifestación de forma pacífica y pedir a las masas que dejaran sus fusiles en casa.

d) A lo largo del 17 de julio, día que pasé en el Palacio Táurida, tanto yo como los camaradas bolcheviques exhortamos más de una vez a la multitud para que actuase según esta línea.

3) El hecho de que yo no esté conectado a Pravda y no sea miembro del Partido Bolchevique no se debe a diferencias políticas, sino a ciertas circunstancias de la historia de nuestro partido que han perdido ahora toda importancia.

4) El intento de los diarios de dar la impresión de que yo he declarado ‘no tener nada que ver’ con los bolcheviques tiene tanto de verdad como el informe según el cual he pedido a las autoridades protección de la ‘violencia del populacho’, o como el resto de los falsos rumores extendidos por la misma prensa.

5) Por todo lo que he declarado, resulta evidente que no me pueden excluir lógicamente de la orden de arresto que han lanzado contra Lenin, Kámenev y Zinóviev. Tampoco puede haber ninguna duda en sus mentes de que soy un enemigo del Gobierno Provisional tan irreconciliable como los camaradas anteriormente nombrados. Dejándome al margen, únicamente se consigue subrayar el propósito contrarrevolucionario que está tras el ataque a Lenin, Zinóviev y Kámenev» (León Trotsky, La era de la revolución permanente, pp. 98-99. Editorial Akal. Madrid, 1976. El subrayado es nuestro).

En ese período, Trotsky expresó su acuerdo con la posición de los bolcheviques en docenas de ocasiones y llegó a ser encarcelado a consecuencia de ello.

 

Trotsky y la Revolución de Octubre

No es posible aquí hacer justicia al papel de Trotsky durante la Revolución de Octubre. Hoy su papel es universalmente reconocido. Pero lo que sí podemos decir es que la Revolución Rusa demuestra la enorme importancia del factor subjetivo y el papel del individuo en la historia. El marxismo es determinista pero no fatalista. Los viejos populistas rusos y los terroristas eran utópicos voluntariosos. Imaginaban que toda la historia dependía de la voluntad de los individuos, «grandes hombres» o héroes, ajena a la situación objetiva y las leyes históricas. Plejánov y los marxistas rusos libraron una lucha implacable contra la interpretación idealista de la historia.

Dicho esto, hay que añadir que existen momentos en la historia de la sociedad en los que todos los factores objetivos necesarios para la revolución han madurado y, por tanto, el factor subjetivo -su preparación consciente, la dirección revolucionaria- se convierte en el factor decisivo. En esos momentos todo el proceso histórico depende de las actividades de un pequeño grupo de individuos e incluso de una sola persona. Engels explicó que hay períodos históricos en los que veinte años equivalen a un día, en los cuales aparentemente no ocurre nada, en los que a pesar de que haya mucha actividad la situación no cambia. Pero también dijo que hay otros períodos en los que la historia de veinte años se concentra en el espacio de unas pocas semanas o incluso días. Si no existe un partido revolucionario con una dirección revolucionaria que aproveche la situación, ese momento se puede perder y sería necesario el paso de años para que se presente una nueva oportunidad.

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Trotsky llega a Petersburgo en Mayo de 1917

En el breve espacio de nueve meses, entre febrero y octubre de 1917, se evidenció con total claridad la importancia de las cuestiones de la clase, el partido y la dirección. El Partido Bolchevique fue el partido más revolucionario de la historia. Sin embargo, a pesar de la enorme experiencia y fortaleza acumuladas por su dirección, en el momento decisivo los dirigentes de Petrogrado vacilaron. En última instancia, el destino de la revolución descansó sobre los hombros de dos personas: Lenin y Trotsky. Sin ellos la Revolución de Octubre no habría ocurrido.

A primera vista esta afirmación contradice la teoría marxista sobre el papel del individuo en la historia, pero no es así. En aquella situación, sin el partido, Lenin y Trotsky no podrían haber hecho absolutamente nada. Les había costado casi dos décadas de trabajo construir y perfeccionar el instrumento, ganar autoridad entre la clase obrera y echar profundas raíces entre las masas, en las fábricas, en los barracones del ejército y en los barrios obreros. Un solo individuo, por muy grande que fuese, nunca podría haber sustituido al partido, que no se puede improvisar.

La clase obrera necesita un partido para cambiar la sociedad. Si no hay un partido revolucionario capaz de dar una dirección consciente a la energía revolucionaria de la clase, ésta se despilfarra, de la misma forma que se disipa el vapor si no existe el pistón. Por otra parte, todo partido tiene su lado conservador. En realidad, en algunas ocasiones, los revolucionarios pueden ser las personas más conservadoras. Este conservadurismo se desarrolla a consecuencia de años de trabajo rutinario, absolutamente imprescindible pero que puede llevar a determinados hábitos y tradiciones que en una situación revolucionaria podrían actuar como un freno si la dirección no es capaz de superarlas. En el momento decisivo, cuando la situación exige un cambio profundo en la orientación del partido -el paso del trabajo rutinario a la toma del poder-, las viejas costumbres pueden entrar en conflicto con las necesidades de la nueva situación. Es precisamente en este contexto en el que el papel de la dirección es vital.

Un partido, como órgano de lucha de una clase contra otra, en cierta forma se puede comparar a un ejército. El partido también tiene sus generales, tenientes, cabos y soldados. Tanto en la revolución como en la guerra, el factor tiempo es una cuestión de vida o muerte. Sin Lenin y Trotsky, los bolcheviques sin duda habrían corregido sus errores, pero ¿cuándo y a qué precio? La revolución no puede esperar a que el partido corrija sus errores porque el precio de las dudas y los retrasos es la derrota. Esto quedó demostrado en Alemania durante el proceso revolucionario de 1923.

Para comprender el papel clave que Trotsky jugó en 1917 es suficiente leer cualquier periódico de la época o cualquier libro histórico, sea amistoso u hostil. Tomemos como ejemplos las siguientes líneas escritas sólo doce meses después de que los bolcheviques llegaran al poder:

«Todo el trabajo práctico de organización de la insurrección se hizo bajo la dirección directa del camarada Trotsky -presidente del Sóviet de Petrogrado-. Se puede afirmar con total seguridad que el partido está en deuda, en primer lugar y sobre todo, con el camarada Trotsky por la rapidez con que la guarnición se pasó al lado de los sóviets y por la forma de organizar el trabajo del Comité Militar Revolucionario».

Este pasaje fue escrito por Stalin en el primer aniversario de la Revolución de Octubre. Más tarde, Stalin volvería a escribir: «El camarada Trotsky no jugó ningún papel importante ni en el partido ni en la insurrección de Octubre, y no otra cosa se podía esperar de quien en el período de Octubre era un hombre relativamente nuevo en nuestro partido» (Stalin’s Works. Moscú, 1953).

Más tarde, no sólo Trotsky sino todo el estado mayor de Lenin fueron acusados de ser agentes de Hitler y de querer restaurar el capitalismo en la URSS. En realidad, setenta y cuatro años después de Octubre, como Trotsky predijo, fueron los herederos de Stalin los que liquidaron la URSS y todas las conquistas de la Revolución.

Para ser exactos, ni siquiera la primera apreciación de Stalin hace justicia al papel de Trotsky en la Revolución de Octubre. En el período clave, de septiembre a octubre, Lenin pasó la mayor parte del tiempo en la clandestinidad y el peso de la preparación política y organizativa de la insurrección recayó sobre Trotsky. La mayoría de los antiguos seguidores de Lenin -Kámenev, Zinóviev, Stalin, etc.- eran contrarios a la toma del poder o tenían una posición vacilante y ambigua. Zinóviev y Kámenev llevaron su oposición a la insurrección tan lejos que hicieron públicos los planes en la prensa ajena al partido. Basta leer la correspondencia de Lenin con el Comité Central para comprender la lucha que libró para superar la resistencia de la dirección bolchevique. En cierto momento incluso llegó a amenazar con dimitir y apelar a la base del partido por encima del Comité Central. En esta lucha, Trotsky y el Comité Interdistrito apoyaron la línea revolucionaria de Lenin.

Una de las obras más célebres sobre la revolución rusa es Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed. Lenin describió este libro en la introducción como «la exposición más fidedigna y gráfica» de aquellos hechos y recomendó que se publicasen «millones de copias y traducirlo a todas las lenguas». Bajo Stalin, el libro desapareció de las publicaciones de los partidos comunistas. La razón no es difícil de comprender. Una ojeada a su contenido demuestra que el autor menciona 63 veces a Lenin, 53 a Trotsky, 8 a Kámenev, 7 a Zinóviev y sólo 2 veces a Bujarin y Stalin. Esto refleja con cierta precisión la realidad.

En la lucha política dentro del partido, que se prolongó más allá de Octubre, el principal argumento de los conciliadores fue que los bolcheviques no debían tomar el poder por sí mismos, sino que debían formar una coalición con otros partidos «socialistas»(mencheviques y socialrevolucionarios). En la práctica eso supondría devolver el poder a la burguesía, como en Alemania en noviembre de 1918. John Reed describe la situación:

«El Congreso debía reunirse a la una y el gran salón de sesiones estaba lleno desde hacía rato. Sin embargo, a las siete, el Buró no había aparecido todavía (…) Los bolcheviques y la izquierda socialrevolucionaria deliberaban en sus propias salas. Durante toda la tarde, Lenin y Trotsky habían tenido que combatir las tendencias hacia una componenda. Una buena parte de los bolcheviques opinaba que debían hacerse las concesiones necesarias para lograr constituir un gobierno de coalición socialista.

– No podemos aguantar -exclamaban-. Son demasiados contra nosotros. No contamos con los hombres necesarios. Quedaremos aislados y se desplomará todo.

Así se manifestaban Kámenev, Riazanov y otros.

Pero Lenin, con Trotsky a su lado, se mantenía firme como una roca.

– Quienes deseen llegar a un arreglo, que acepten nuestro programa y los admitiremos. Nosotros no cederemos ni una pulgada. Si hay camaradas aquí que no tienen el valor y la voluntad de atreverse a lo que nosotros nos atrevemos, ¡que vayan a reunirse con los cobardes y conciliadores! ¡Con el apoyo de los obreros y los soldados seguiremos adelante!» (Diez días que estremecieron el mundo, p. 123. Ed. Grijalbo. Barcelona, 1985)

Era tal el grado de afinidad entre Lenin y Trotsky que las masas con frecuencia se referían al Partido Bolche-vique como «el partido de Lenin y Trotsky». En una reunión del Comité de Petrogrado el 14 de noviembre de 1917, Lenin expuso que las tendencias conciliadoras en la dirección del partido constituían un peligro incluso después de la Revolución de Octubre. El 14 de noviembre, once días después de la triunfante insurrección, tres miembros del Comité Central (Ká-menev, Zinóviev y Noguin) dimitieron en protesta por la política del partido, publicando un ultimátum en el que exigían la formación de un gobierno de coalición con mencheviques y socialrevolucionarios, «o si no, un gobierno puramente bolchevique sólo podría mantenerse aplicando una política de terror». Acababan su declaración con un llamamiento a los trabajadores para formar una «coalición inmediata» bajo la consigna «larga vida al gobierno de todos los partidos del Sóviet».

Parecía que esta crisis en las filas del partido acabaría por destruir las conquistas de Octubre. Lenin pidió la expulsión de los dirigentes desleales y fue precisamente en ese momento cuando pronunció el discurso que acaba así: «¡Ningún compromiso! Un gobierno bolchevique homogéneo». En el texto original del discurso aparecen además las siguientes palabras: «Sobre la coalición, lo único que puedo decir es que Trotsky dijo hace ya tiempo que era imposible una unión. Trotsky lo comprendió y a partir de ese momentono ha habido otro bolchevique mejor».

Tras la muerte de Lenin, la camarilla dominante (Stalin, Kámenev y Zinóviev) comenzó una campaña de falsificaciones destinada a minimizar el papel de Trotsky en la revolución. Para conseguirlo, inventaron la leyenda del «trotskismo» y metieron una cuña entre las posiciones de Trotsky y las de Lenin y los «leninistas» (ellos mismos). Los historiadores a sueldo revolvieron en la basura de las viejas polémicas hacía tiempo olvidadas por aquellos que participaron en ellas: olvidadas porque todas las discrepancias quedaron resueltas por la experiencia de Octubre y por lo tanto no tenían otro interés que el puramente histórico. Pero el obstáculo más serio en el camino de los epígonos fue la propia Revolución de Octubre. Poco a poco lo eliminaron, borrando el nombre de Trotsky de los libros, reescribiendo la historia y, por último, suprimiendo totalmente incluso las más inocuas menciones al papel de Trotsky.

 

Trotsky y el Ejército Rojo

Antes de la revolución, ni Lenin ni Trotsky sabían mucho de tácticas bélicas. A Trotsky se le pidió que se hiciera cargo de los asuntos militares en un momento en que la revolución estaba en grave peligro. El viejo ejército zarista se había desintegrado sin que hubiese nada para sustituirlo. La joven república soviética estaba invadida por veintiún ejércitos imperialistas. En cierto momento, el Estado soviético quedó reducido a la franja de territorio entre Moscú y Petrogrado y poco más. Al final se consiguió superar esta situación adversa y el Estado obrero logró sobrevivir. Este éxito se logró en gran medida gracias al trabajo infatigable de Trotsky al frente del Ejército Rojo.

En septiembre de 1918, cuando en palabras de Trotsky el poder del Sóviet estaba en su nivel más bajo, el gobierno aprobó un decreto especial declarando en peligro a la Rusia socialista. En ese difícil momento se envió a Trotsky al decisivo frente oriental, donde la situación militar era catastrófica. Simbirsk y Kazán estaban en manos de los blancos. El tren blindado de Trotsky sólo podía llegar hasta Simbirsk, a las afueras de Kazán. Las fuerzas enemigas eran superiores tanto en número como en organización. Algunas compañías blancas estaban compuestas exclusivamente de oficiales y competían en mejores condiciones que las mal entrenadas y poco disciplinadas fuerzas rojas. Entre las tropas cundió el pánico y se retiraban en desorden. «El mismo suelo parecía estar infectado de pánico». Más tarde, Trotsky reconocería en su biografía: «Los nuevos destacamentos rojos llegaban con energía, pero rápidamente se hundían en la inercia de la retirada. Se comenzó a extender el rumor entre el campesinado local de que los sóviets estaban condenados. Los curas y los tenderos levantaban cabeza. En los pueblos, los elementos revolucionarios se escondían. Todo se desmoronaba. No había un solo palmo de tierra firme. La situación parecía desesperada» (Ibíd.).

Ésa era la situación que a su llegada se encontraron Trotsky y sus agitadores. Pero, en una semana, Trotsky regresó victorioso de Kazán tras conseguir el primer y decisivo éxito militar de la revolución. En un discurso al Sóviet de Petrogrado para pedir voluntarios para el Ejército Rojo, describió la situación en el frente:

«El cuadro que presencié ante mis ojos era el de las noches más tristes y trágicas de Kazán, cuando las fuerzas de jóvenes reclutas se retiraban presas del pánico. Eso ocurría en la primera mitad de agosto, cuando sufrimos los mayores contratiempos. Llegó un destacamento de comunistas: más de cincuenta hombres, cincuenta y seis, creo. Entre ellos algunos que nunca antes de ese día habían tenido un fusil en las manos. Había hombres de cuarenta años o más, pero la mayoría eran chicos de dieciocho, diecinueve o veinte años. Recuerdo a uno de dieciocho años con la cara tranquila, un comunista de Petrogrado que apareció en el cuartel general de noche, fusil en mano y nos relató cómo un regimiento había desertado de su posición y ellos habían ocupado su lugar, y dijo: ‘Somos comuneros’.De este destacamento de

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cincuenta hombres regresaron doce, pero, camaradas, crearon un ejército, de estos trabajadores de Petrogrado y Moscú, destacamentos de cincuenta o sesenta hombres que ocuparon posiciones abandonadas, regresaron doce. Murieron anónimamente, al igual que la mayoría de los héroes de la clase obrera. Nuestro problema y deber es esforzarnos por restablecer sus nombres en la memoria de la clase obrera. Muchos murieron aquí y no se les conoce por su nombre, sino por lo que hicieron por nosotros en ese Ejército Rojo que defiende la Rusia soviética y las conquistas de la clase obrera, esa ciudadela, esa fortaleza de la revolución internacional que ahora representa nuestra Rusia soviética. Desde ese momento, camaradas, nuestra situación es, como ya sabéis, incomparablemente mejor en el frente oriental, allí donde el peligro era mayor con los checoslovacos y los guardias blancos dirigiéndose hacia Simbirsk y Kazán, amenazándonos en dirección hacia Nijny, en la otra hacia Vologda, Rasoslavl y Arcángel, y así unirse a la expedición anglo-francesa. Por eso nuestros mayores esfuerzos van dirigidos al frente oriental, y hemos obtenido buenos resultados» (Leon Trotsky speaks, p. 126).

Después de la liberación de Kazán, Simbirsk, Khvalynsk y otras ciudades de la región del Volga, a Trotsky se le encomendó la tarea de coordinar y dirigir la guerra en los muchos frentes abiertos en ese vasto país. Reorganizó las fuerzas armadas de la Revolución e instauró el juramento del Ejército Rojo, en el que todo soldado juraba lealtad a la revolución mundial. Pero su éxito más destacable fue conseguir que un gran número de oficiales del ejército zarista colaborase con la revolución. De no ser así, no hubiera sido posible encontrar los cuadros militares necesarios para dirigir a más de quince ejércitos en diferentes frentes. Por supuesto, al final, algunos de ellos fueron traidores y otros sirvieron con desgana o por rutina. Pero lo más sorprendente fue el gran número de oficiales que se pasó al lado de la revolución, a la que sirvieron lealmente. Algunos, como Tujachevsky -un genio militar- se convertiría en un comunista convencido. Casi todos fueron asesinados por Stalin en las purgas de 1937.

El éxito de Trotsky con los antiguos oficiales cogió por sorpresa incluso a Lenin. Cuando durante la guerra civil le preguntó a Trotsky si era mejor reemplazar a los antiguos oficiales zaristas, controlados por comisarios políticos, y sustituirlos por otros, comunistas, Trotsky respondió:

«- Me preguntaba usted si no convendría que separásemos a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe usted cuántos sirven actualmente en el ejército?

– No, no lo sé.

– ¿Cuántos, aproximadamente, calcula usted?

– No tengo idea.

– Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá cien personas seguras y por cada desertor, dos o tres caídos en el campo de batalla. ¿Por quién quiere usted que los sustituyamos?

«A los pocos días, Lenin pronunció un discurso acerca de los problemas que planteaba la reconstrucción socialista del Estado en el que dijo: ‘Cuando hace poco tiempo el camarada Trotsky hubo de decirme, concisamente, que el número de oficiales que servían en el departamento de guerra ascendía a varias docenas de millares, comprendí, de un modo concreto, dónde está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al enemigo (…) y cómo es necesario construir el comunismo utilizando los mismos ladrillos que el capitalismo tenía preparados contra nosotros» (Trotsky, Mi vida, p. 348. Ed. Pluma. Bogotá, 1979).

Los logros de Trotsky fueron reconocidos incluso por enemigos declarados de la Revolución, entre ellos los oficiales y diplomáticos alemanes. Max Bauer calificó a Trotsky como «un organizador militar y un líder (…) Creó un nuevo ejército de la nada en medio de duras batallas. La forma en que después organizó y entrenó a su ejército es completamente napoleónica». El general Hoffmann llegaría a la misma conclusión: «Incluso desde un punto de vista puramente militar es asombroso cómo fue posible que las tropas rojas, recién reclutadas, aplastaran a las fuerzas de los generales blancos y las eliminaran totalmente» (E.H. Carr, La revolución bolchevique 1917-23, vol. 3, p. 326).

Dimitri Volkogonov, a pesar de su hostilidad hacia el bolchevismo, diría lo siguiente: «Su tren viajaba de un frente a otro; trabajaba duro para asegurar los suministros para las tropas, su implicación personal en el uso de los comisarios militares en el frente tuvo resultados positivos. Además los jefes del ejército le veían como el ‘segundo hombre’ de la república soviética, un importante oficial político y del Estado, un hombre con una enorme autoridad personal. Su papel en el terreno estratégico fue más político que militar» (Dimitri Volkogonov, Trotsky: the etenal revolutionary, p. 140).

Demos la última palabra acerca del papel de Trotsky en la Revolución Rusa y la guerra civil a Lunacharsky, el veterano bolchevique que se convertiría en el primer Comisario Soviético de Educación y Cultura: «Sería un gran error pensar que el otro gran líder de la revolución rusa es inferior en todo a su colega [Lenin]: por ejemplo, hay aspectos en los que Trotsky sobrepasa indiscutiblemente a Lenin, es más brillante, más claro y más activo. Lenin era el más adecuado para ocupar la Presidencia de los Comisarios del Consejo del Pueblo y guiar la revolución mundial con ese toque de genialidad, pero nunca hubiera podido cumplir la titánica misión que Trotsky soportó sobre sus hombros, con aquellos traslados de lugar en lugar, aquellos asombrosos discursos que precedían a las órdenes en el acto, el papel de galvanizador incesante de un ejército débil, ahora en un punto, después en otro. No hay un hombre sobre la Tierra que pudiera haber reemplazado a Trotsky en este papel.

«En toda gran revolución las personas siempre encuentran el actor adecuado para actuar en cada parte, y uno de los signos de grandeza de nuestra revolución es el hecho de que el Partido Comunista los haya creado en sus propias filas, los haya pedido prestado a otros partidos y haya incorporado en sus propios organismos las suficientes personalidades excepcionales que fueron encajadas para cumplir cualquier función política que se les demandase.

«Y dos de los más fuertes, identificados completamente con sus respectivos papeles, son Lenin y Trotsky» (Lunacharsky, Revolutionary Silhouttes, pp. 68-69).

 

La lucha de Trotsky contra la burocracia

La Revolución de Octubre fue el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Por vez primera -si excluimos la breve experiencia de la Comuna de París en 1871- las masas oprimidas tomaron su destino en sus propias manos y emprendieron la tarea de transformar la sociedad. La revolución socialista es totalmente diferente de cualquier otra revolución de la historia porque, por primera vez, el factor subjetivo -la conciencia de la clase- se convierte en la fuerza motriz del desarrollo social. La explicación hay que buscarla en las diferentes relaciones de producción. Bajo el capitalismo, las fuerzas del mercado funcionan de una forma incontrolada, sin planificación ni intervención estatal. La revolución socialista pone fin a la anarquía de la producción e implanta el control y la planificación por parte de la sociedad. El resultado es que, después de la revolución, el factor subjetivo se convierte también en el factor decisivo. En palabras de Engels, el socialismo es «el salto del reino de la necesidad al de la libertad».

Pero la conciencia de las masas no es algo separado de las condiciones materiales de vida, del nivel de cultura, de la jornada laboral, etc. Por eso Marx y Engels insistieron en que los requisitos materiales previos para conseguir el socialismo dependían del desarrollo de las fuerzas productivas. Las protestas mencheviques contra la Revolución de Octubre, argumentando que las condiciones materiales para el socialismo estaban ausentes en Rusia, tenían una parte de verdad. No obstante, las condiciones objetivas sí existían internacionalmente.

Para los bolcheviques, el internacionalismo no era una cuestión sentimental. Lenin repitió en cientos de ocasiones que si la revolución rusa no se extendía a otros países sería su fin. Tras ella hubo una oleada revolucionaria y se dieron situaciones revolucionarias en muchos países (Alemania, Hungría, Italia, Francia, etc.) pero, dada la ausencia de partidos marxistas de masas, todos esos movimientos terminaron derrotados. O, para ser más exactos, en Alemania y otros países fueron traicionadas por los dirigentes socialdemócratas. Debido a esa traición, la revolución quedó aislada en un país atrasado, donde las condiciones de vida de la población eran atroces. Sólo en un año murieron de hambre seis millones de personas. En 1921, al final de la guerra civil, la clase obrera estaba exhausta.

En esa situación, la reacción era inevitable. Los resultados conseguidos no se correspondían con las expectativas de las masas. Una buena parte de los obreros más conscientes y militantes falleció en la guerra civil. Otros, absorbidos por las tareas de administración de la industria y el Estado, se fueron divorciando poco a poco de los trabajadores, a la par que el aparato del Estado se elevaba gradualmente por encima de la clase obrera. Cada paso atrás de la clase obrera estimulaba a los burócratas y arribistas. En ese contexto, surgió una casta burocrática que se sentía satisfecha con su propia posición y estaba en desacuerdo con las ideas «utópicas» de la revolución mundial. Estos elementos abrazaron con entusiasmo la teoría del «socialismo en un solo país», esbozada por primera vez en 1923.

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El marxismo explica que las ideas no caen del cielo. Si una idea obtiene un apoyo de masas es porque necesariamente refleja los intereses de una clase o casta social. Actualmente los historiadores burgueses tratan de presentar la lucha entre Stalin y Trotsky como un «debate» sobre cuestiones teóricas en el que, por oscuros motivos, Stalin ganó y Trotsky perdió. Pero el factor determinante en la historia no es la lucha entre las ideas, sino entre los intereses de clase y las fuerzas materiales. La victoria de Stalin no se debió a su superioridad intelectual (en realidad, de todos los líderes bolcheviques, Stalin era el más mediocre en las cuestiones teóricas), pero las ideas que defendió representaban los intereses y privilegios de la nueva casta burocrática surgida, mientras que Trotsky y la Oposición de Izquierda defendían las ideas de Octubre y los intereses de la clase obrera, que se vio obligada a replegarse ante la ofensiva lanzada por la burocracia, la pequeña burguesía y los kulaks (campesinos ricos).

Las ideas y acciones de Stalin tampoco estaban planeadas de antemano. En las primeras etapas, ni él mismo sabía hacia dónde se dirigía. En realidad, si lo hubiera conocido en 1923 cuando se gestaba el proceso que lideraba, lo más probable es que nunca hubiera tomado ese camino. Lenin era consciente del peligro e intentó avisar de la amenaza que representaba la burocracia. En el XI Congreso, presentó ante el partido una contundente acusación contra la burocratización del aparato del Estado:

«Tomemos Moscú, con sus 4.700 comunistas en puestos de responsabilidad. Si consideramos la enorme máquina burocrática, ese enorme gigante, debemos preguntarnos: ¿quién dirige a quién? Dudo mucho que se pueda decir sinceramente que los comunistas dirigen al enorme gigante. A decir verdad no están dirigiendo, les están dirigiendo» (Lenin, Collected Works, vol. 33, p. 288. El subrayado es nuestro).

Para lograr apartar a los burócratas y arribistas de los aparatos del Estado y el partido, se creó el Rabkrin (Comisariado de Inspección Obrera y Campesina), al frente del cual se situó a Stalin porque Lenin creía necesario poner al frente a un organizador fuerte que llevase con rigor esa tarea y Stalin parecía cualificado por su éxito como organizador del partido. En pocos años, Stalin ocupó distintos puestos organizativos: dirigió el Rabkrin y fue miembro del Comité Central, del Politburó, del Buró de Organización y del Secretariado del partido. Pero su estrecha perspectiva organizativa y la ambición personal hicieron que en breve espacio de tiempo apareciese como el portavoz de la burocracia en la dirección del partido, no como su adversario.

A principios de 1920, Trotsky criticó el trabajo del Rabkrin porque, en vez de ser una herramienta de lucha contra la burocracia, se había convertido en su criadero. Al principio Lenin defendió el Rabkrin. Su enfermedad le impedía darse cuenta de lo que se estaba incubando. Stalin utilizó su atribución de seleccionar al personal para los puestos de dirección en el Estado y el partido para rodearse de aliados y funcionarios serviles, nulidades políticas que le estaban agradecidas por su ascenso. En sus manos, el Rabkrin se convirtió en un instrumento para defender su propia posición y eliminar a sus rivales políticos.

Lenin se dio cuenta de la terrible situación cuando descubrió las manipulaciones de Stalin en Georgia. Sin el conocimiento de Lenin ni del Politburó, Stalin, junto con sus secuaces Dzerzhinsky y Ordjonikidze, dio un golpe de Estado en el partido en Georgia, purgando a los mejores cuadros del bolchevismo georgiano. Cuando al final se dio cuenta de lo que ocurría, Lenin se enfureció. Desde su lecho de convalecencia, dictó a finales de 1922 una serie de notas a sus secretarias sobre «las cuestiones de la autonomía en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas».

Las notas de Lenin son una contundente acusación a la arrogancia burocrática y chovinista de Stalin y su camarilla. Pero Lenin no trató el incidente como un fenómeno accidental, sino como la expresión del corrupto y reaccionario nacionalismo de la burocracia soviética. Vale la pena citar textualmente las palabras de Lenin:

«Se afirma que era necesaria la unidad del aparato. ¿De dónde emanaban esas afirmaciones? ¿No provenían acaso del mismo aparato de Rusia, que, como ya lo dije en un número anterior de mi diario, tomamos del zarismo, limitándonos a recubrirlo ligeramente con un barniz soviético?

«Sin duda alguna, habríamos debido esperar con esa medida hasta el día en que pudiéramos decir que respondemos de nuestro aparato porque es nuestro. Pero ahora, en conciencia, debemos decir lo contrario: que denominamos nuestro a un aparato que, en conciencia, nos es fundamentalmente extraño y que representa una mezcolanza de supervivencias burguesas y zaristas; que nos fue en absoluto imposible transformarlo en cinco años, ya que no contábamos con la ayuda de otros países y predominaban las ‘ocupaciones’ militares y la lucha contra el hambre.

«En tales condiciones es muy natural que ‘la libertad de salir de la Unión’, que nos sirve de justificación, aparezca como una fórmula burocrática incapaz de defender a los miembros de otras nacionalidades de Rusia contra la invasión del hombre auténticamente ruso, del chovinista gran ruso, de ese canalla y ese opresor que es en el fondo el burócrata ruso. No es dudoso que los obreros soviéticos y sovietizados, que se encuentran en proporción ínfima, lleguen a ahogarse en ese océano de la morralla gran rusa chovinista, como una mosca en la leche»(Lenin, Contra la burocracia, p. 141. Siglo XXI. Buenos Aires, 1974).

Después del asunto georgiano, Lenin utilizó toda su autoridad para intentar quitar a Stalin de la secretaría general del partido, que ostentaba desde 1922, tras la muerte de Sverdlov. Sin embargo el principal temor de Lenin, ahora mayor que antes, era una división abierta en la dirección, que en las condiciones existentes podría conducir a la ruptura del partido según los diferentes intereses de clase. Por tanto, intentando confinar la lucha a la dirección, las notas anteriores y el resto del material de Lenin contra la burocracia no se hicieran públicos. Lenin escribía en secreto a los bolcheviques de Georgia (enviaba también copias a Trotsky y Kámenev) y, como no podía seguir personalmente el asunto, escribió a Trotsky para pedirle que defendiese a los georgianos en el Comité Central. Durante su enfermedad siguió luchando contra el proceso de burocratización e incluso le propuso a Trotsky formar un bloque para luchar contra Stalin en el XXI Congreso del partido. Pero Lenin murió antes de poder llevar adelante sus planes. Su carta al Congreso, en la que califica a Trotsky como el miembro del Comité Central más capacitado y exige la destitución de Stalin como secretario general, fue censurada por la camarilla dirigente y durante décadas no vio la luz.

 

‘El socialismo en un solo país’

Incluso con la participación de Lenin el proceso no se habría desarrollado de forma sustancialmente diferente. Las causas no se hallaban en los individuos, sino en la situación objetiva de un país atrasado, hambriento y aislado por el retraso de la revolución socialista en Occidente. Tras la muerte de Lenin, el grupo dirigente (la troika) -inicialmente formada por Kámenev, Zinóviev y Stalin- ignoró la advertencia de Lenin y, en su lugar, emprendieron una campaña contra el trotskismo, que en la práctica significaba renegar de las ideas de Lenin y de la Revolución de Octubre. Inconscientemente reflejaban las presiones del estrato ascendente de funcionarios privilegiados que robaban los bienes de la revolución y deseaban poner fin al período de democracia obrera. La reacción pequeño-burguesa contra Octubre encontró su expresión en la campaña contra el trotskismo y sobre todo en la teoría antileninista del «socialismo en un solo país».

Aunque Rusia era un país atrasado, no habría tenido esos problemas si Octubre hubiera sido el preludio de la revolución socialista mundial, que era el objetivo del Partido Bolchevique con Lenin y Trotsky. El internacionalismo no era un gesto sentimental, estaba enraizado en el carácter internacional del capitalismo y la lucha de clases. En palabras de Trotsky: «El socialismo es la organización de la producción social planificada destinada a satisfacer las necesidades humanas. La propiedad colectiva de los medios de producción no es el socialismo, sólo es su premisa legal. El problema de una sociedad socialista no se puede abstraer del carácter mundial de las fuerzas productivas en la actual etapa de desarrollo humano»(Trotsky, Historia de la revolución rusa, vol. 2, p. 570. Ed. Zyx. Madrid, 1973). La Revolución de Octubre era considerada como el principio de un nuevo orden socialista mundial.

La teoría antimarxista del socialismo en un solo país, que Stalin expuso en otoño de 1924, iba dirigida contra todo lo que defendían los bolcheviques y la Internacional Comunista. ¿Cómo era posible construir el socialismo en un solo país, sobre todo en un país extremamente atrasado como Rusia? Este pensamiento jamás entró en la cabeza de ningún bolchevique, ni siquiera de Stalin hasta 1924. Todavía en abril de ese año, Stalin escribió en su libro Los fundamentos del leninismo: «Para derrocar

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a la burguesía no basta el esfuerzo de un solo país -la historia de nuestra revolución lo testifica-. Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, no bastan los esfuerzos de un país, en especial de un país campesino como el nuestro. Por eso debemos conseguir el apoyo del proletariado de los países desarrollados». Pocos meses después desaparecían estas líneas y en su lugar aparecía lo contrario: «Después de consolidar su poder y dirección, el campesinado, siguiendo la estela del proletariado de un país victorioso, puede construir una sociedad socialista» (Los fundamentos del leninismo, p. 39. Pekín, 1975).

Esta teoría choca con todo lo que Marx, Engels y Lenin defendieron y demuestra lo lejos que llegó la reacción burocrática. Con todo, el nuevo programa de Stalin llevó a una crisis en el triunvirato. Kámenev y Zinóviev, alarmados por el cariz que estaban tomando las cosas, rompieron con Stalin y se unieron temporalmente con la Oposición de Izquierda de Trotsky en la llamada Oposición Conjunta. En 1926, en una reunión de la Oposición, Krupskaya, la viuda de Lenin, comentó con amargura: «Si Vladimir estuviese vivo, estaría en la cárcel». La razón principal para la derrota de Trotsky y de la Oposición hay que buscarla en el ambiente entre las masas, que simpatizaban con la oposición pero se encontraban exhaustas y cansadas por los largos años de guerra.

El surgimiento de una nueva casta dominante tuvo efectos sociales muy profundos. El aislamiento de la revolución fue la principal razón del ascenso de Stalin y la burocracia, pero al mismo tiempo se convertiría en la causa de nuevas derrotas de la revolución mundial: Bulgaria y Alemania (1923), la huelga general británica (1926), China (1927) y la más terrible de todas, la de Alemania en 1933. Cada nuevo fracaso profundizaba el desánimo de la clase obrera soviética y estimulaba todavía más a los burócratas y arribistas. Después de la terrible derrota de China, responsabilidad directa de Stalin y Bujarin, comenzaron las expulsiones del PCUS de los partidarios de la Oposición. Incluso antes, ya se perseguía sistemáticamente a los oposicionistas: se les despedía del trabajo, se les condenaba al ostracismo y, en algunos casos, se les indujo al suicidio.

Las monstruosas acciones de los estalinistas estaban en total contradicción con las tradiciones democráticas del Partido Bolchevique. Por ejemplo, reventaban las reuniones de la Oposición con la colaboración de sus rufianes, instigaban campañas maliciosas de mentiras y calumnias en la prensa oficial, persiguieron a los amigos y colaboradores de Trotsky hasta el punto de llevar a la muerte a varios prominentes bolcheviques, como Glazman (inducido al suicido por el chantaje) y Joffe, el famoso diplomático soviético a quien se negó la asistencia médica ante una terrible enfermedad y también se suicidó. En las reuniones del partido, los portavoces de la Oposición sufrían los ataques de pandillas de gamberros, casi fascistas, organizadas por el aparato estalinista para intimidarlos. El periódico comunista francés Contre le Courant publicaba en los años 20 los métodos utilizados por los estalinistas en los «debates» dentro del partido:

«Los burócratas del partido ruso han creado por todo el país pandillas de reventadores. En cada reunión del partido a las que asiste algún miembro de la Oposición, se sitúan en la entrada, formando un cerco de hombres armados con silbatos de policía. Cuando el orador de la Oposición pronuncia las primeras palabras, comienzan los silbidos. El alboroto dura hasta que el orador de la Oposición se rinde» (La verdadera situación en Rusia. Nota al pie de la página 14).

Debido al aislamiento de la revolución en condiciones terribles de atraso y al cansancio de la clase obrera y su vanguardia, el resultado inevitable fue la victoria de la burocracia estalinista. No fue resultado de la inteligencia o previsión de Stalin, todo lo contrario. Stalin no preveía ni comprendía nada, sino que actuaba empíricamente, como lo demuestran los constantes zigzags en su política. Stalin y su aliado Bujarin dieron un giro a la derecha, intentando apoyarse en los kulaks. Trotsky y la Oposición de Izquierda avisaron insistentemente del peligro de esa política y defendieron una política de industrialización, planes quinquenales y colectivización. En una sesión plenaria del Comité Central, en abril de 1927, Stalin atacó sus propuestas, comparando el plan de electrificación de la Oposición (el esquema Dnieperstroi) con «ofrecer a un campesino un gramófono en lugar de una vaca».

Las advertencias de la Oposición fueron correctas. El peligro del kulak se tradujo en sabotajes y una huelga de grano que amenazaron con derrocar el poder soviético y situó en el orden del día la contrarrevolución capitalista. En una reacción de pánico, Stalin rompió con Bujarin y se lanzó a una aventura ultraizquierdista. Después de rechazar desdeñosamente la propuesta de Trotsky de un plan quinquenal destinado a desarrollar la economía soviética, de repente, en 1927, dio un giro de ciento ochenta grados e impuso la locura del «plan quinquenal en cuatro años» y la colectivización forzosa para «exterminar al kulak como clase». Esto desorientó a muchos oposicionistas, que imaginaron que Stalin había adoptado el programa de la Oposición. Pero la política de Stalin sólo era una caricatura de la de la Oposición porque su objetivo no era regresar a la democracia soviética leninista, sino consolidar a la burocracia como casta dominante.

Empezando con Kámenev y Zinóviev, muchos de los antiguos oposicionistas capitularon ante Stalin, con la esperanza de ser aceptados de nuevo en el partido. Eso era una ilusión. El que se retractaran sólo sirvió para pavimentar el camino a nuevas exigencias y capitulaciones, hasta la humillación final de los juicios de Moscú, en los que Kámenev, Zinóviev y otros viejos bolcheviques fueron declarados culpables de los crímenes más monstruosos contra la revolución. Pero sus «confesiones» no los salvaron. Sus cabezas fueron entregadas a los verdugos estalinistas.

Trotsky mantenía su causa, aunque no tenía ninguna ilusión en poder ganar debido a la desfavorable correlación de fuerzas. Pero luchaba para dejar tras de sí una bandera, un programa y una tradición para la nueva generación. Como él mismo explica en su biografía: «El grupo dirigente de la Oposición se enfrentaba al final con los ojos bien abiertos. Nos dábamos cuenta de que podríamos conseguir que nuestras ideas fueran propiedad común de la nueva generación, no con la diplomacia ni con las evasivas, sino sólo con una lucha abierta sin eludir ninguna de las consecuencias prácticas. Nos dirigíamos al inevitable desastre, pero confiábamos en que prepararíamos el camino para el triunfo de nuestras ideas en un futuro más lejano».

 

La Oposición de Izquierda Internacional

En 1927 Trotsky fue exiliado a Turquía. Stalin todavía no se había consolidado lo suficiente como para asesinarlo. Entre 1927 y 1933, desde sus distintos lugares de deportación (primero el destierro en la URSS y después el exilio), Trotsky dedicó sus energías a organizar la Oposición de Izquierda Internacional, con el objetivo de regenerar la URSS y la Internacional Comunista. El giro ultraizquierdista de Stalin en la Unión Soviética encontró su expresión en el terreno internacional en el «socialfascismo» y el denominado «tercer período», que supuestamente desembocaría en la «crisis final» del capitalismo mundial. La Internacional Comunista, siguiendo instrucciones de Moscú, calificó a todos los partidos -sobre todo a los socialdemócratas, a los que se caracterizó de «socialfascistas»- como fascistas, excepto a los comunistas. Esta locura obtuvo sus resultados más desastrosos en Alemania, donde llevaría directamente a la victoria de Hitler.

La recesión mundial de 1929-33 afectó de manera especialmente grave a Alemania. El desempleo alcanzó los ocho millones de personas. Grandes sectores de las capas medias quedaron arruinados. La decepción con los socialdemócratas en 1918 y posteriormente con los comunistas en 1923 hicieron que las capas medias alemanas miraran con desesperación al partido nazi como una alternativa. En las elecciones de septiembre de 1930, los nazis recogieron seis millones y medio de votos. Desde su exilio en Turquía, Trotsky advirtió una y otra vez del peligro del fascismo y exigió a los comunistas alemanes la formación de un frente único con los socialdemócratas para frenar a Hitler. Este mensaje se puede leer en El giro en la Internacional Comunista y la situación en Alemania y otros artículos y documentos de la época. Pero el llamamiento a regresar a la política leninista del frente único cayó en saco roto.

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Aunque el movimiento obrero alemán era el más poderoso del mundo occidental, a la hora de la verdad quedó paralizado por la política de sus dirigentes. En particular, por los dirigentes del estalinista Partido Comunista Alemán (KPD), que jugó un papel pernicioso al dividir el movimiento obrero frente a la amenaza nazi. ¡Incluso lanzaron la consigna «golpear a los pequeños Scheidemann en los patios de recreo de los colegios», una increíble provocación para que los hijos de los comunistas golpearan a los hijos de los socialdemócratas! Esta locura alcanzó su clímax en el llamado referéndum rojo. Cuando en 1931 Hitler organizó un referéndum para derrocar al gobierno socialdemócrata de Prusia, el KPD, cumpliendo las órdenes de Moscú, pidió a sus seguidores que apoyaran a los nazis. El periódico estalinista británico The Daily Worker escribió después lo siguiente: «Es significativo que Trotsky saliera en defensa del frente único de los partidos comunista y socialdemócrata frente al fascismo. Nada más perjudicial y contrarrevolucionario se puede decir en un momento como el actual».

En 1933, el Partido Comunista Alemán tenía seis millones de partidarios y la socialdemocracia, ocho. Entra ambos sumaban aproximadamente un millón de militantes -una cifra mayor que la Guardia Roja de Petrogrado y Moscú en 1917-. Y todavía Hitler se permitía el lujo de decir: «He llegado al poder sin romper un cristal». Esto representó una traición a la clase obrera comparable a la de agosto de 1914. De la noche a la mañana, las poderosas organizaciones del proletariado alemán quedaron reducidas a escombros. Los trabajadores de todo el mundo -y sobre todo de la URSS- pagaron un terrible precio por la traición.

Trotsky esperaba que esa derrota brutal serviría para sacudir la Internacional Comunista hasta sus cimientos y abrir un debate en las filas de los partidos comunistas que los regeneraría y exculparía a la Oposición. Pero las cosas se desarrollaron de forma diferente. La Internacional Comunista y sus partidos eran tan estalinistas que el debate o la autocrítica ya no existían, sólo repetían las mismas políticas ya desacreditadas. La línea del KPD -y por lo tanto de Stalin, el gran líder, el gran maestro- fue ratificada como la única correcta. Increíblemente, los líderes comunistas alemanes lanzaron la consigna «Después de Hitler, nuestro turno». El año siguiente aún fue peor. Cuando los fascistas franceses de La Croix de Feu y otros grupos intentaron derrocar el gobierno del radical Deladier, los estalinistas impartieron instrucciones a sus militantes para manifestarse junto con los fascistas contra el «radical-fascista» Deladier.

Un partido o una Internacional que son incapaces de aprender de sus errores están condenados. La terrible derrota de la clase obrera alemana, fruto tanto de la política estalinista como de la socialdemócrata, se saldó con una completa ausencia de autocrítica o debate en los partidos de la Internacional Comunista, lo que convenció a Trotsky de que la Tercera Internacional estaba completamente degenerada. Mientras que en los primeros años la burocracia todavía no estaba consolidada como casta dirigente, ahora era evidente que se había convertido no sólo en una aberración histórica imposible de corregir con la crítica y la discusión, sino que representaba a la contrarrevolución triunfante que había destruido todos los elementos de democracia obrera existentes en la Revolución de Octubre. Por esa razón, Trotsky propuso la necesidad de crear una nueva Internacional, la Cuarta.

 

Los Juicios de Moscú

La expresión más clara de la nueva situación fueron los célebres «Juicios de Moscú», descritos por Trotsky como una «guerra civil unilateral contra el Partido Bolchevique». Entre 1936 y 1938, todos los miembros del Comité Central de los tiempos de Lenin que todavía vivían en la URSS -excepto obviamente el propio Stalin- fueron asesinados. «El juicio de los 16» (Zinóviev, Kámenev, Smirnov,…) «el juicio de los 17» (Rádek, Piatakov, Sokólnikov,…), «el juicio secreto de los oficiales del ejército» (Tujachevsky, etc.), «el juicio de los 21» (Bujarin, Rykov, Rakovsky,…). Los antiguos compañeros de armas de Lenin fueron acusados de los crímenes más grotescos contra la revolución. Lo normal es que fueran acusados de ser agentes de Hitler, de igual manera que los jacobinos fueron acusados de ser agentes de Inglaterra en el período de reacción termidoriana en Francia.

Los objetivos de la burocracia eran sencillos: destruir completamente todo aquello que pudiera servir para aglutinar el descontento de las masas. Aunque algunos leales servidores de Stalin también se vieron implicados en las purgas, la mayoría de las miles de personas arrestadas y asesinadas lo fueron por el «crimen» de haber estado vinculados directamente con la Revolución de Octubre. Era peligroso ser amigo, vecino, padre o hijo de un detenido. La condena a muerte de un dirigente de la Oposición conllevaba también la de su esposa e hijos mayores de 12 años. En los campos de concentración se encontraban familias enteras, incluidos niños. El general Yakir fue asesinado en 1938. Su hijo pasó 14 años con su madre en los campos de concentración. Uno entre muchos casos.

El principal acusado -León Trotsky- no se encontraba presente en los juicios. Después de que todos los países europeos le negasen el asilo, México lo acogió. Desde allí organizó una campaña internacional de protestas contra los juicios de Moscú. ¿Por qué la burocracia estalinista temía tanto a un solo hombre? La Revolución de Octubre estableció un régimen de democracia obrera que dio a los trabajadores la máxima libertad. Por otro lado, la burocracia sólo podía gobernar destruyendo la democracia obrera e instalando un régimen totalitario. No podía tolerar la más mínima libertad de expresión o crítica.

En apariencia el régimen de Stalin era similar al de Hitler, Franco o Mussolini. Pero existía una diferencia fundamental: la nueva camarilla dominante en la URSS basaba su poder en las nuevas relaciones de propiedad establecidas por la revolución. Era una situación contradictoria. Para defender su poder y privilegios esta casta parasitaria tenía que defender las nuevas formas de economía nacionalizada que encarnaban las grandes conquistas históricas de la clase obrera. Los burócratas privilegiados que habían destruido las conquistas políticas de Octubre y aniquilado al Partido Bolchevique se vieron obligados a mantener la ficción de un «partido comunista», «sóviets», etc., y basarse en la economía planificada y nacionalizada. De esta forma jugaron un papel relativamente progresista y desarrollaron la industria, aunque a un precio diez veces superior al de los países burgueses.

Los marxistas no defendemos la democracia por razones sentimentales. Como explicó Trotsky, una economía planificada necesita la democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno. El asfixiante control de la poderosa burocracia es incompatible con el desarrollo de una economía planificada. La existencia de la burocracia genera inevitablemente todo tipo de corrupción, mala administración y estafas a todos los niveles. Por esta razón la burocracia, en contraposición a la burguesía, no podía tolerar una crítica o pensamiento independiente en cualquier campo, no sólo en política sino también en literatura, música, ciencia, arte o filosofía. Trotsky era una amenaza para la burocracia porque permanecía como testigo y recuerdo de las genuinas tradiciones democráticas e internacionalistas del bolchevismo.

En la década de los años 30, Trotsky analizó el nuevo fenómeno de la burocracia estalinista en su obra clásica La revolución traicionada, donde explicó la necesidad de una nueva revolución, una revolución política, para regenerar la URSS. Al igual que todas las clases o castas dominantes de la historia, la burocracia rusa no desaparecería por sí sola. A principios de 1936, Trotsky advirtió de que la burocracia estalinista representaba una amenaza mortal para la supervivencia de la URSS. Pronosticó, con asombrosa certeza, que si la burocracia no era eliminada por la clase obrera, el proceso remataría inevitablemente en una contrarrevolución capitalista. Con un retraso de cincuenta años, la predicción de Trotsky se ha cumplido ahora. No satisfechos con los privilegios derivados del saqueo de la economía nacionalizada, los hijos y nietos de los funcionarios estalinistas se han convertido ahora en los propietarios privados de los medios de producción en Rusia y, por tanto, han hundido la tierra de Octubre en una nueva edad oscura de barbarie, como Trotsky previno.

Stalin y la casta privilegiada que él representaba no podían ignorar a Trotsky porque los delataba como usurpadores y sepultureros de Octubre. La tarea de Trotsky y sus colaboradores representaba un peligro mortal para la burocracia, que respondió con una masiva campaña de asesinatos, persecuciones y difamaciones. Se podría buscar en vano en los anales de la historia moderna un paralelo con la persecución sufrida por los trotskistas a manos de Stalin y su monstruosa maquinaria de matar. Sería necesario remontarnos a la persecución de los primeros cristianos o a la infame obra de la Inquisición española para encontrarlo. Los verdugos de Stalin silenciaron uno a uno a los colaboradores de Trotsky. Compañeros, amigos y familiares acabaron en el infierno del gulag estalinista.

Pero incluso allí los trotskistas permanecieron firmes. Sólo ellos mantuvieron la organización y la disciplina. Lograron seguir los asuntos internacionales, organizar reuniones, grupos de discusión marxista y lucharon por defender sus derechos. Llegaron a organizar manifestaciones y huelgas de hambre, como la del campo de Pechora en 1936, que duró ciento treinta y seis días.

«Los huelguistas protestaban contra su traslado de sus anteriores lugares de deportación y contra los castigos que les habían impuesto sin celebración de proceso público. Exigían una jornada de trabajo de ocho horas, la misma alimentación para todos los reclusos (independientemente de que hubieran cumplido las normas de producción o no), la separación de los presos políticos y los delincuentes comunes y el traslado de los inválidos, las mujeres y los ancianos desde la zona ártica a lugares de clima más benigno. La decisión de ir a la huelga se adoptó en asamblea. Los prisioneros enfermos y los ancianos fueron eximidos, pero ‘estos últimos rechazaron categóricamente la exención’. En casi todas las barracas, los que no eran trotskistas respondieron al llamamiento, pero sólo ‘en los barracones de los trotskistas fue completa la huelga’.

«La administración, temerosa de que la acción pudiera propagarse, trasladó a los trotskistas a unas chozas semiderruidas a 40 kilómetros de distancia del campo. De un total de mil huelguistas, varios murieron y sólo dos abandonaron la huelga, pero ninguno de los dos era trotskista» (Isaac Deutscher, El profeta desterrado, p. 376. Ed. Era. México, 1963).

Pero la victoria de los presos duró poco. El terror de Yezhov pronto tomaría nuevos bríos. Las raciones, ya escasas, se redujeron a solamente 400 gramos diarios de pan, la GPU armó a los presos comunes con porras y los incitó a golpear a los oposicionistas, el número de ejecuciones arbitrarias aumentó… Stalin había optado por la «solución final». A finales de marzo de 1938, los trotskistas, en grupos de veinticinco, eran llevados a la muerte en las soledades heladas de los alrededores del campo de Vorkuta. Durante meses, los asesinatos continuaron. Los carniceros de la GPU hicieron su trabajo y asesinaron hombres, mujeres y niños. Nadie se salvó. Un testigo relató cómo la esposa de un oposicionista caminaba sobre sus muletas hacia el lugar de ejecución. «Durante todo abril y parte de mayo continuaron las ejecuciones en la tundra. Cada día o cada segundo día, treinta o cuarenta personas eran sacadas (…) Los altavoces del campo transmitían los comunicados. ‘Por agitación contrarrevolucionaria, sabotaje, bandidaje, negativa a trabajar e intentos de fuga, las siguientes personas serán ejecutadas’. Una vez, un grupo numeroso, formado por unas cien personas, trotskistas en su mayoría, fue sacado del campo (…) Mientras se alejaban, entonaron LaInternacional, y centenares de voces en los barracones se unieron al coro»(Ibíd., p. 377).

 

Un hombre contra el mundo

Para el dirigente de Octubre no había refugio ni lugar seguro de descanso en el planeta. Una tras otra se le cerraban todas las puertas. Aquellos países que se autocalificaban de democracias y les gustaba diferenciarse de los «dictadores» bolcheviques demostraron no ser más tolerantes que los demás. Gran Bretaña, que anteriormente había dado refugio a Marx, Lenin y al propio Trotsky, le negó la entrada a pesar de contar con un gobierno laborista. Francia y Noruega impusieron tales restricciones a los movimientos y actividades de Trotsky que el «santuario» no podía distinguirse de una prisión. Al final, Trotsky y su fiel compañera, Natalia Sedova, encontraron refugio en México gracias al gobierno del nacionalista burgués Lázaro Cárdenas.

Pero tampoco en México estaba a salvo Trotsky. El brazo de la GPU era largo. Al elevar la voz contra la camarilla del Kremlin, Trotsky era un peligro mortal para Stalin, quien, como se ha demostrado, ordenó que cada mañana estuvieran en su despacho los artículos de Trotsky. Juró venganza contra su rival. A lo largo de los años 20, Zinóviev y Kámenev avisaron a Trotsky: «Piensas que Stalin responderá a tus ideas. Pero Stalin te golpeará la cabeza».

En los años previos a su asesinato, Trotsky había presenciado el asesinato de uno de sus hijos, la desaparición de otro, el suicidio de su hija, la masacre de sus amigos y colaboradores dentro y fuera de la URSS y la destrucción de las conquistas políticas de la Revolución de Octubre. La hija de Trotsky, Zinaida, se suicidó debido

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México 1938: Trotsky con Diego Rivera (derecha) y André Beton (izq.)

a la persecución de Stalin. Después del suicidio de su hija, su primera esposa, Alexandra Sokolovskaya, una mujer extraordinaria que pereció en los campos de Stalin, escribió una desesperada carta a Trotsky: «Nuestras hijas estaban condenadas. Ya no creo en la vida. No creo que crezcan. Espero constantemente algún nuevo desastre». Y concluía: «Ha sido difícil para mí escribir y enviar esta carta. Perdóname por ser cruel contigo, pero tú también debes saberlo todo sobre los nuestros»(Ibíd., p. 188).

León Sedov, el hijo mayor de Trotsky, que jugó un papel clave en la Oposición de Izquierda Internacional, fue asesinado en febrero de 1938 mientras se recuperaba de una operación en una clínica de París. Dos de sus secretarios europeos, Rudolf Klement y Erwin Wolff, también fueron asesinados. Ignace Reiss, un oficial de la GPU que rompió públicamente con Stalin y se declaró partidario de Trotsky, fue otra víctima de la maquinaria asesina de Stalin, tiroteado por un agente de la GPU en Suiza.

El golpe más doloroso llegó con el arresto del hijo menor de Trotsky, Sergei, que permanecía en Rusia y se creía a salvo por no estar involucrado en política. ¡Esperanza vana! Incapaz de vengarse de su padre, Stalin recurrió a la tortura más sofisticada: hacer daño a sus hijos. Nadie puede imaginar qué tormentos sufrieron Trotsky y Natalia Sedova. Sólo hace pocos años salió a la luz que Trotsky contempló la posibilidad del suicidio, como una salida para salvar a su hijo. Pero se dio cuenta de que no sólo no lo salvaría, sino que le daría a Stalin lo que buscaba. Trotsky no se equivocó. Sergei ya estaba muerto, fusilado en secreto en 1938 por negarse a renegar de su padre.

Uno por uno, los antiguos colaboradores de Trotsky cayeron víctimas del terror estalinista. Aquellos que se negaban a retractarse eran aniquilados. Pero incluso a los que capitularon, la «confesión» no les salvó la vida; también fueron ejecutados. Una de las últimas víctimas de la oposición dentro de la URSS fue el gran marxista balcánico y veterano revolucionario Christian Rakovsky. Cuando Trotsky escuchó sus confesiones, escribió en su diario:

«Rakovsky fue, en la práctica, mi último contacto con la antigua generación revolucionaria. Después de su capitulación no queda nadie. Incluso aunque mi correspondencia con Rakovsky no llegara, debido a la censura, en el momento de mi deportación sin embargo la imagen de Rakovsky permanecía como un vínculo simbólico con mis antiguos compañeros de armas. Ahora no queda nadie. Desde hace un tiempo no he sido capaz de satisfacer mi necesidad de intercambiar ideas y discutir problemas con alguien más. He quedado reducido a un diálogo con los periódicos, o mejor aun que con los periódicos, con los hechos y opiniones.

«Y aún pienso que el trabajo en el que estoy comprometido ahora, a pesar de su naturaleza extremadamente insuficiente y fragmentaria, es el más importante de mi vida, más importante que 1917, más importante que el período de guerra civil o cualquier otro.

«Por el bien de la verdad seguiré en este camino. Aunque yo no hubiera estado presente en 1917 en San Petersburgo, la Revolución de Octubre hubiera sucedido igualmente, a condición de que Lenin estuviera presente y al mando. Si Lenin ni yo hubiéramos estado presentes en San Petersburgo, no hubiese habido Revolución de Octubre: la dirección del Partido Bolchevique habría impedido que sucediera -¡no tengo la menor duda!-. Si Lenin no hubiera estado en San Petersburgo, dudo que hubiera podido vencer la resistencia de los líderes bolcheviques. La lucha contra el «trotskismo» (con la revolución proletaria) habría comenzado en mayo de 1917, y el resultado de la revolución habría estado en entredicho. Pero, repito, la presencia de Lenin garantizó la Revolución de Octubre y su desarrollo victorioso. Lo mismo se podría decir de la guerra civil, aunque en su primer período, en especial en el momento de la caída de Simbirsk y Kazán, Lenin tuviera muchas dudas. Pero esto sin duda fue un ambiente pasajero que, con toda probabilidad, nunca le admitió a nadie excepto a mí.

«Así que no puedo hablar de la ‘indispensabilidad’ de mi trabajo, incluso en el período de 1917 a 1921. Pero ahora mi trabajo es ‘indispensable’ en el pleno sentido de la palabra. No es arrogancia. El colapso de las dos Internacionales ha creado un problema que ninguno de los dirigentes de estas Internacionales está dispuesto a resolver. Las vicisitudes de mi destino personal me han situado ante este problema y armado con una experiencia importante para ocuparme de él. Ahora lo más importante para mí es llevar adelante la misión de armar a una nueva generación con el método revolucionario, por encima de los dirigentes de la Segunda y Tercera Internacional. Y yo estoy totalmente de acuerdo con Lenin (o incluso con Turgeniev) que el peor vicio son más de 55 años de edad. Necesito al menos cinco años más de trabajo ininterrumpido para asegurar la sucesión» (Diary in exile, pp. 53-54).

Pero Trotsky no vio cumplido su deseo. Después de varios intentos, la GPU al final consiguió poner fin a su vida el 20 de agosto de 1940.

Trotsky permaneció a pesar de todo absolutamente firme hasta el final en sus ideas revolucionarias. Su testamento político revela el enorme optimismo en el futuro socialista de la humanidad. Pero su auténtico testamento se encuentra en sus libros y escritos, un tesoro de ideas marxistas para la nueva generación de revolucionarios. Que el espectro del «trotskismo» continúe obsesionando a los dirigentes burgueses, reformistas y estalinistas es suficiente prueba de la persistencia de las ideas del bolchevismo-leninismo. Esto es en esencia el «trotskismo».

Sobre todo en Rusia -la tierra de Octubre-, el trotskismo mantiene toda su vitalidad y cada vez son más los que miran el ejemplo de los trotskistas, descrito por Leopold Trepper, el organizador de la Orquesta Roja, la famosa red de espionaje soviético en la Alemania nazi, en sus memorias:

«Todos los que no se alzaron contra la máquina estalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto.

«Pero ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío? Los trotskistas pueden reivindicar este honor. A semejanza de su líder, que pagó su obstinación con un pioletazo, los trotskistas combatieron totalmente el estalinismo y fueron los únicos que lo hicieron. En la época de las grandes purgas, ya sólo podían gritar su rebeldía en las inmensidades heladas a las que los habían conducido para mejor exterminarlos. En los campos de concentración, su conducta fue siempre digna e incluso ejemplar. Pero sus voces se perdieron en la tundra siberiana.

«Hoy día los trotskistas tienen el derecho de acusar a quienes antaño corearon los aullidos de muerte de los lobos. Que no olviden, sin embargo, que poseían sobre nosotros la inmensa ventaja de disponer de un sistema político coherente, susceptible de sustituir al estalinismo, y al que podían agarrarse en medio de la profunda miseria de la revolución traicionada. Los trotskistas no ‘confesaban’ porque sabían que sus confesiones no servirían ni al partido ni al socialismo» (El gran juego, pp. 67-68).

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Ya en 1936 León Trotsky predijo que la burocracia estalinista, ese tumor cancerígeno en el organismo del Estado obrero, podría acabar destruyendo todas las conquistas de la revolución: «La caída de la actual dictadura burocrática, o es reemplazada por un nuevo poder socialista o significará el regreso a las relaciones capitalistas, con un declive catastrófico de la industria y la cultura»(La revolución traicionada, p. 243. Fundación Federico Engels. Madrid, 1991). Ahora esa predicción se ha cumplido totalmente. Los últimos cinco o seis años son la prueba de ello. Los dirigentes del llamado Partido Comunista de la Unión Soviética, que ayer juraban lealtad a Lenin y al socialismo, hoy son presa del repugnante arrebato de enriquecerse a costa del saqueo sistemático de la propiedad de la URSS. Comparado con esta monstruosa traición, las acciones de los dirigentes socialdemócratas en agosto de 1914 parecen un juego de niños.

Sin embargo, a pesar de las predicciones de Francis Fukuyama, la historia no ha acabado. La naciente burguesía rusa ha demostrado ser incapaz de hacer progresar la sociedad y desarrollar las fuerzas productivas. Los últimos diez años de la historia de Rusia representan un colapso sin precedentes de las fuerzas productivas y la civilización. Sólo la ausencia de una dirección marxista seria ha evitado el derrocamiento de un régimen corrompido y reaccionario. Los líderes ex estalinistas del Partido Comunista de la Federación Rusa han actuado conscientemente para impedir que la clase obrera tome el poder. No tienen nada en común con las tradiciones de Lenin y el Partido Bolchevique.

A Lenin le gustaba mucho utilizar un proverbio ruso: «La vida enseña». Una vez la clase obrera rusa sea consciente de lo que significa el capitalismo (y cada día que pasa es más consciente), sentirá una necesidad mayor de regresar a las antiguas tradiciones. Descubrirán, a través de la acción, la herencia de 1905 y 1917, las ideas y el programa de Vladimir Illich y también de ese gran dirigente y mártir de la clase obrera llamado León Trotsky. Después de décadas de la represión más terrible, las ideas del bolchevismo-leninismo -las genuinas ideas de Octubre- siguen vivas y vibrantes y no pueden ser destruidas ni con difamaciones ni con las balas de los asesinos. En palabras de Lenin: «El marxismo es todopoderoso porque tiene razón».

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