A principios de este año fotografías de dos jóvenes bogotanos muy guapos aparecieron en diferentes medios noticiosos. No se trataba de protagonistas de telenovela ni de la última revelación del modelaje sino de Margarita Gómez y Mateo Matamala, estudiantes de la Universidad de los Andes que fueron asesinados por el grupo paramilitar “Los Urabeños” en el departamento de Córdoba.

No es la primera vez que el conflicto armado cobra víctimas entre los jóvenes. Lo excepcional de este caso es el factor clase. La Universidad de los Andes no sólo es una de las más prestigiosas sino la que cuenta con las matrículas más caras del país. Mateo y Margarita hacían parte de lo que en Colombia se llama “gente de bien”.
En mayo de 2005 el estudiante de quince años Nicolás Neira Álvarez fue asesinado por policías del ESMAD (Escuadrón Móvil Anti-disturbios). El crimen fue denunciado por la prensa independiente y recibió un lacónico cubrimiento en los medios burgueses que se limitaron a reproducir las incoherentes explicaciones de la Policía Nacional. Además, el padre del menor, que desde entonces exige justicia ante un crimen que permanece impune1, ha sido perseguido como delincuente por las fuerzas del Estado.

La indignación que nos produjo el caso de Nicolás y sus particularidades motivó a Andrés Arias y quien escribe estas líneas a desarrollar un artículo periodístico al respecto2. El desarrollo de nuestras averiguaciones llevó nuestra indignación más allá del luctuoso evento al develársenos un estado criminal que sólo sabe mantenerse en el poder a costa de sostener un aparato represivo que cobra el grueso de sus víctimas en los más vulnerables. Esta indignación, que Marx define como el pathos esencial de la crítica3, es también la inspiradora de Suícidame, obra publicada recientemente por Ediciones B y que inaugura a Andrés como novelista.

Suícidame
cuenta la historia de Antonio Fandiño, un periodista que asume con indiferencia su trabajo hasta que conoce a Margarita Carrillo, una joven practicante que es desaparecida por las fuerzas del Estado. Andrés no es un marxista, pero es un artista consiente de los tiempos que vive. Su novela, aparte de ser un muy bien construido relato que rinde homenaje a lo mejor de la narrativa norteamericana del siglo XX, devela las macabras lógicas del poder en Colombia, capaz de cometer cualquier tipo de iniquidades con tal de mantener sus intereses incólumes. La historia de Margarita es la realidad de miles de inocentes que no aceptaron el silencio como respuesta a las injusticias.

Así, por ejemplo, el 7 de junio de 1929, bajo el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez, es asesinado por la policía el estudiante Gonzalo Bravo Pérez, al día siguiente sus compañeros realizan una gran marcha. Desde entonces los colombianos conmemoramos el 8 de junio como el Día del Estudiante Caído y la oligarquía se ha encargado de que cada año tengamos más motivos para recordar esta luctuosa fecha.

La juventud en pie de lucha
Los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) implementaron como parte de la “seguridad democrática” la criminalización de la protesta popular. Indígenas, campesinos desplazados, trabajadores, líderes sindicales y por supuesto los estudiantes, fueron víctimas de persecuciones, torturas y asesinatos en los que intervinieron organismos del Estado, incluyendo a las Fuerzas Militares aliadas con el narcoparamilitarismo.

La dureza de estas acciones redujo la actividad política de la oposición a su mínima expresión. Sin embargo, si hubo un sector que supo caracterizarse por su combatividad y fidelidad a los intereses de la clase obrera fueron los estudiantes. A pesar de las traiciones de ciertos líderes sindicales y algunos dirigentes del PDA (Polo Democrático Alternativo), del actuar criminal del ESMAD (que ahora incluye mujeres en su escuadrón para justificar acciones violentas contra las compañeras), de las acciones erróneas promovidas por  grupos anarquistas y ultra-izquierdistas y de los medios de comunicación burgueses que los muestran como delincuentes; los jóvenes de Colombia han levantado los puños en alto y con cantos, pintas, banderas, disfraces y demás expresiones pacíficas, insisten permanentemente en la necesidad de cambiar el actual estado de cosas

El pasado 7 de abril, coincidiendo con diferentes actividades que realizaron los jóvenes de Europa (que también enfrentan los recortes del capitalismo en crisis), los estudiantes de Colombia se movilizaron en contra de la reforma a la Ley 30 de 1992. Esta reforma se enmarca en las lógicas neoliberales de la educación en la que la universidad deja de ser una institución regida por principios humanísticos y se torna en una fábrica de mano de obra calificada al servicio del capital. Cada punto de la reforma es lesivo para la universidad pública. El artículo 2 del proyecto de reforma condiciona los aportes para el sistema de universidades estatales al PIB. Una medida que parece un chiste cruel en tiempos de crisis económicas, máxime cuando se trata de una educación que funciona con presupuestos exiguos y es insuficiente para la población. El parágrafo 2° del artículo 6, que crea el “Fondo para la Permanencia Estudiantil en la Educación Superior”, contempla en su numeral 3 que los recursos de este Fondo estarán constituidos, además de los aportes estateles, por “Aportes y donaciones de particulares, organizaciones no gubernamentales, entidades de derecho público internacional y gobiernos extranjeros”4. Ciertamente un riesgo para la débil autonomía universitaria de un país cuya burguesía desespera por firmar un TLC (Tratado de Libre Comercio) con los E.U.A. y otro con la U.E. Una medida de este tipo abre las puertas a la privatización de las universidades públicas. Todas ellas enfrentan dificultades presupuestarias, algunas, como la Universidad del Atlántico, se encuentran al borde de la quiebra debido a que se les exige el pago de sus pasivos y se les obliga a generar recursos con este fin. Si la reforma se hace efectiva los rectores se verían obligados a apelar al capital privado que, naturalmente, buscará hacer de su aporte una inversión favorable a sus intereses.

El llamado a la movilización estudiantil tuvo una fuerte convocatoria y contó además con el apoyo de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), los trabajadores de la ETB (Empresa de Teléfonos de Bogotá) y el PDA. Si bien la medida afecta principalmente a los estudiantes de las universidades públicas, alumnos de instituciones privadas como la Universidad de los Andes y la Pontificia Universidad Javeriana se solidarizaron con la justa protesta de sus compañeros y se sumaron a la marcha.

En la ciudad de Bogotá se contó con una participación de casi noventa mil compañeras y compañeros, contó con la anuencia de la Alcaldía y se desarrolló de manera pacífica, a pesar de que agentes del ESMAD trataron de promover disturbios accionando papas explosivas y gases lacrimógenos. A su vez, los edificios gubernamentales y la gran empresa privada preparó a su personal de limpieza para que borrara los grafitis que los jóvenes dejaban a su paso. Germán Vargas Lleras, ministro del Interior y Justicia, al final de la jornada, dio a los medios el reporte de una jornada pacífica.

¿Es más democrática la Unidad Nacional?
Los trabajadores colombianos no se pueden dejar engañar por la buena actitud con la que el Gobierno Nacional asumió la jornada de protestas del pasado 7 de abril. Días antes de iniciarse las movilizaciones, diferentes medios burgueses hablaron, sin evidencias, de infiltración de las guerrillas FARC-EP y ELN en las movilizaciones. De otra parte, en informaciones no confirmadas, se habla de que al concluir la jornada el ESMAD promovió disturbios y enfrentamientos con jóvenes que aún se encontraban en la Plaza de Bolívar.

Como lo menciona el camarada Federico León, la presencia de Juan Manuel Santos en la Presidencia de la República incluye superar la mala imagen que dejó Uribe ante los inversionistas extranjeros en cuanto a Derechos Humanos para facilitar la firma de los TLC5. De hecho, mientras miles de estudiantes colombianos se manifestaban en contra el actual Gobierno, el jefe de estado se reunía con Barack Obama en Washington. Esta reunión no sólo reactivó las estancadas negociaciones, sino que el presidente regresó con un nuevo paquete de medidas legislativas necesarias para la aprobación del Tratado.
Sería extenso entrar aquí a relacionar los perjuicios que traerían para Colombia los TLC. No sólo afectan al proletariado sino también a la pequeña burguesía y a los sectores más débiles de la burguesía.

Organizaciones como RECALCA (Red Colombiana de Acción frente al Libre Comercio)6 se han referido ampliamente a las consecuencias que trae el libre comercio para un país atrasado como Colombia. La misma reforma educativa también es impopular entre la burguesía. Ya los empresarios han dejado saber que no tienen ningún interés en invertir en educación. La oligarquía colombiana, que creó un terrible monstruo al adoptar el capitalismo sobre la estructura política de la hacienda, poco o ningún interés ha mostrado por el desarrollo de las ciencias, las artes y la tecnología. Su pereza innata los lleva a copiar mecánicamente las directrices del imperialismo sin medir las consecuencias de tales errores. Ya vendrán medidas, por ejemplo, referentes a la legislación laboral o a la propiedad de la tierra, que sólo serán aceptadas por la oligarquía en la medida en que puedan ser violadas. Los constantes enfrentamientos indirectos entre Santos y el expresidente Uribe, demuestran que la llamada Unidad Nacional es un objetivo que todavía se encuentra lejos de cumplirse. Mientras tanto, los campesinos, trabajadores y estudiantes sufren las consecuencias de la ineficiente burguesía.

Si bien la universidad pública ha sabido forjar jóvenes despiertos, laboriosos y dispuestos a consagrar lo mejor de sus talentos al servicio del país, la gran mayoría de jóvenes colombianos enfrentan un entorno de pobreza, desigualdades, ignorancia, desempleo, violencia, prostitución, alcoholismo, drogadicción y todo el repertorio de miseria que tiene el capitalismo a disposición de los menos favorecidos. Cada día se presentan más casos de embarazos no deseados en adolescentes, muchos de los colegios públicos del país, particularmente en las grandes ciudades, viven como parte de su cotidianidad las armas y el tráfico de drogas. Profesores se han visto amenazados de muerte por estudiantes o padres de familia que no aceptan una mala calificación o un llamado de atención por parte del docente. A donde quiera que mire el joven colombiano de hoy en busca de un camino para forjarse un futuro, encontrará un signo de violencia estampado en cada una de las opciones que la Colombia de la Unidad Nacional y la Seguridad Democrática tiene para ofrecerle.

La buena imagen que quiso dejar el gobierno por su aparente anuencia a la protesta del jueves 7, queda disuelta una semana más tarde. Agentes del ESMAD ingresaron el día catorce a la Universidad Nacional, la más importante del país, y con la violencia de siempre reprimieron a estudiantes que se manifestaban contra las cámaras y el costoso sistema de vigilancia contratados por la institución, cuya rectoría es responsabilidad del profesor Moisés Wasserman Lerner, quien ya en una ocasión acusó de secuestro al alumnado y ahora desperdicia el exiguo presupuesto en un oneroso sistema de vigilancia que tiene poco de pedagógico y, por el contrario, acerca a la universidad a un espacio de represión y no de diálogo, investigación y debate.

No futuro
El estudiantado colombiano sabe que nada bueno puede esperar del actual gobierno. Si bien el año pasado muchos de ellos apoyaron durante las elecciones al Partido Verde (PV), este los dejó a su suerte luego de conocidos los resultados. De hecho, esta colectividad no se hizo presente en la protesta y, hasta el momento no se ha declarado en oposición al gobierno. Hoy por hoy, el PDA es el referente político inmediato para los universitarios de Colombia.

Si bien en la última década han sabido mostrarse combativos, padecen la misma falta de dirección revolucionaria que los diferentes sectores del proletariado colombiano. Esto es una gran desventaja, sobre todo si vemos que la jornada del siete de abril contó con el apoyo del movimiento obrero y sindical. Es decir, está claro que un paro del sector educativo sería, en principio, una acción de poco alcance ya que resultaría inocua para los intereses de la burguesía: los estudiantes no producen capital. Sin embargo, una huelga de estudiantes y profesores podría despertar el interés de los trabajadores industriales, quienes podrían aportar su experiencia de lucha. El apoyo de los trabajadores de la ETB a la pasada actividad es muestra de que estoes posible. Pero aún con el apoyo de los obreros, falta aún una dirección revolucionaria que, apoyada en las ideas del marxismo, lidere al proletariado colombiano a la conquista del poder político. Desde la Corriente Marxista Internacional hacemos un llamado a los trabajadores y estudiantes de Colombia invitándoles a conformar una organización de cuadros marxistas verdaderamente revolucionaria.

Si bien los medios de comunicación burgueses insisten en dibujar un aura de tranquilidad alrededor de la administración Santos, lo cierto es que sin haberse cumplido el primer año de gobierno, el descontento de las masas con respecto a sus condiciones de vida no se deja de sentir.
Junto con las noticias de violencia y corrupción política aparecen cotidianamente reportes de protestas y marchas en diferentes partes del país: mototaxistas, pueblos que no tienen acceso a servicios públicos, comunidades que ven su entorno amenazado por la minería, víctimas del conflicto armado, etc.

Ya se dio a principios de este año un paro de transportadores que demostró la fuerza de este gremio a la hora de combatir el capital. Los taxistas de Bogotá estaban en toda la disposición de sumarse a la huelga, fue su dirección sindical la que se opuso a que se solidarizaran con sus compañeros. A pesar de la propaganda, diferentes sectores del proletariado colombiano empiezan a tomar conciencia de  clase, algunos, con mucha discreción ven con simpatía y admiración el ejemplo del pueblo venezolano y muchos de ellos exigen una dirección revolucionaria que los guíe a la victoria sobre el capital. La juventud podría cumplir un papel fundamental al momento de concentrar y direccionar las luchas aisladas. Los recientes eventos del mundo árabe son una prueba de ello.

Decía Lenin que “…las tareas de la juventud en general… podrían definirse en una sola palabra: aprender”7.  Los eventos políticos de los sesentas y setentas llevaron a las universidades de Colombia la obra de Marx, pero también las tesis revisionistas de aquellos días. Hoy las ideas de Marx se siguen estudiando pero mediadas por el filtro de la posmodernidad y la nueva izquierda. Por otra parte, grupos ultra-izquierdistas y anarquistas reiteran errores pasados. No hay tarea más urgente para los jóvenes colombianos que librarse de este fárrago de “crítica crítica” e “infantilismo” y beber las ideas revolucionarias de su fuente original: Karl Marx, Friedrich Engels, V. I. Lenin, Rosa Luxemburgo, León Trotsky. La lectura y discusión de estas obras a la luz de las contradicciones actuales serán la feraz tierra de la que brotarán las estrategias y métodos que permitirán a los jóvenes no sólo reforzar sus lazos con los trabajadores y sumarse de manera más efectiva a sus luchas: la agitación guiada por ideas correctas resultará inspiradora para la clase destinada a llevarnos por el sendero de la revolución y el socialismo.

NOTAS

7. V. I. Lenin. “Tareas de las Juventudes Comunistas”. http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1920s/2-x-20.htm

Fecha:

15 de abril de 2011