En la mañana del 6 de febrero, el prominente dirigente de izquierda Chokri Belaid fue asesinado frente a su casa en Túnez. Miles han salido a las calles, atacado oficinas del partido gobernante Ennahda, que es considerado el responsable del asesinato, y se ha convocado una huelga general para mañana, 8 de febrero. Éste podría ser el incidente que desencadene una muy necesaria segunda revolución, dos años después del derrocamiento del odiado régimen de Ben Alí.

 

tunezChokri Belaïd Chokri Belaid era el secretario general del Partido Unificado de los Demócratas Patriotas (PUPD) que se define como marxista y Panarabe, además de ser una de las principales figuras del Frente Popular, una coalición de fuerzas de izquierda, que incluye al Partido de los Trabajadores (PT, antes PCOT). La familia y compañeros de Belaid culpan de su asesinato a las autodenominadas «Ligas para la Protección de la Revolución», pandillas de matones fascistas vinculados al partido gobernante islamista Ennahda. Hamma Hammami, portavoz del Frente Popular y principal dirigente del PT ha declarado que «el gobierno en su conjunto es responsable de este crimen político». El gobierno actual es una coalición entre el islamista Ennahda, el Congreso para la República (CPR) y el socialdemócrata Ettakol.

El sábado, 2 de febrero, un congreso regional de la PUPD fue atacado por bandas salafistas que dejaron 11 personas heridas. En esa reunión, Chokri Belaid denunció a Ennahda como responsable del ataque, que fue sólo el último de una campaña constante y creciente de intimidación y violencia llevada a cabo por los extremistas islámicos.

Inmediatamente después de que las noticias sobre su asesinato se extendieran, miles se reunieron en manifestaciones de protesta, tanto en la capital de Túnez así como en ciudades y pueblos de todo el país, incluyendo Gafsa, Sidi Bouzid, Beja, Kasserine, Bizerte, Mahdia, Sousse, Siliana y Mezzouna. En muchos de esos lugares los manifestantes incendiaron y saquearon las oficinas del partido gobernante Ennahda. Miles se reunieron en la avenida Habib Bourgiba en la capital y frente al Ministerio del Interior. Una vez más se volvieron a escuchar los gritos de «el pueblo quiere la caída del régimen», consigna de la revolución contra Ben Alí.

Increíblemente, a pesar de la condena oficial del asesinato por porte del gobierno y Ennahda, el estado usó la policía antidisturbios y gases lacrimógenos contra los manifestantes y el cortejo que acompañó a la ambulancia que transportaba el cuerpo de Belaid.

Algunas de las manifestaciones en la jornada del jueves han adquirido proporciones de insurrección. En Sidi Bouzid los jóvenes se enfrentaron con la policía durante la noche y atacaron el cuartel de la Policía, finalmente forzando su retirada y teniendo que ser reemplazados por el Ejército en las calles. En Jendouba, una marcha organizada por el sindicato regional UGTT el jueves 7, ocupó el edificio de la governación regional y exigió que el gobernador abandone la región. Asimismo, en Gafsa, paralizada por una huelga general, los manifestantes se enfrentaron con la policía al tratar de ocupar el edificio de la gobernación. Hubo una huelga general en Siliana, donde ya se había dado un levantamiento popular en noviembre de 2012. En El Kef, que fue escenario de una huelga regional dos semanas atrás, las oficinas de Ennahda fueron agredidas, declarando el pueblo a todos los representantes gubernamentales como personas no gratas en la región. Reportes de la prensa señalaron que las fuerzas de policía estaban completamente ausentes y los militantes del Frente Popular organizaron piquetes para garantizar la seguridad pública.

Es evidente que, incluso antes del asesinato de Belaid, se había producido una oleada creciente de ira y descontento que fue acumulándose durante meses. La actual coalición inestable en el gobierno nunca ha tenido un apoyo de masas. En el momento de las elecciones a la Asamblea Constituyente en octubre de 2011, con una participación de sólo el 50% de los inscritos para votar, Ennahda, el principal socio de la coalición consiguió apenas el 37% de los votos y sus aliados aún menos, el CPR 8,7% y Ettakol 7%.

La falta de legitimidad del gobierno tripartito quedó en evidencia por el hecho de que la ola de huelgas y levantamientos regionales que se desataron con el derrocamiento del gobierno de Ben Alí el 14 de enero de 2011, continuó sin cesar, aunque con altibajos.

La razón fundamental de esto es que las condiciones sociales y económicas no han cambiado de forma significativa. Si acaso, la situación ha empeorado desde el derrocamiento del régimen de Ben Alí. En el pasado, la economía tunecina dependía en gran medida de la inversión extranjera, atraída por mano de obra barata y una situación política estable (es decir, una implacable dictadura que garantizaba la represión de las protestas sociales), el turismo y la migración a Europa como válvula de escape. Con el inicio de la crisis capitalista en Europa, estas tres vías se han cerrado. Decenas de empresas europeas han cerrado en Túnez, ya que no hay más «paz social», y adicionalmente, porque Europa ya no proporciona un mercado para sus productos. El turismo tiene un comportamiento similar, y ha colapsado con una caída del 30% en número de turistas en 2011.

Tenemos que recordar que fueron las condiciones sociales y económicas principalmente las que generaron el levantamiento revolucionario que culminó con el derrocamiento de Ben Alí. Tasas de desempleo juvenil endémicas de más del 35%, y cientos de miles de licenciados en paro, sin futuro, estaban entre las principales razones para el movimiento. Nada de eso ha cambiado. El desempleo ronda el 17 a 18% del total de la población activa (frente al 13% antes de la revolución) y 40% para los jóvenes.

El levantamiento en Siliana, donde una huelga general exigía puestos de trabajo y progreso económico en noviembre, llevó a enfrentamientos con la policía, la quema de las oficinas de Ennahda y más de 300 heridos, y marcó el comienzo de una nueva ola de protestas. A principios de diciembre, matones salafistas (que actúan con la complacencia del gobierno nacional) atacaron las oficinas de la UGTT en la capital el día en que el sindicato conmemoraba el aniversario del asesinato su fundador. El ataque provocó una reacción airada que obligó a los dirigentes sindicales a convocar una huelga general para el 13 de diciembre. Incluso días antes varias regiones que desempeñaron un papel clave en la caída de Ben Alí se declararon en huelga el 6 de diciembre: Gafsa, Sidi Bouzid, Sfax y Kasserine.

La huelga general del 13 de diciembre era vista por todos como una huelga política, cuyo único objetivo posible era el derrocamiento del gobierno. Se ejerció una enorme presión sobre los dirigentes de la UGTT, que finalmente, en el último momento, decidieron cancelarla. La decisión de suspender la huelga general fue tomada con una muy mayoría estrecha y generó descontento generalizado entre la militancia.

En cualquier caso, la cancelación a la convocatoria de la huelga no resolvió nada. Siguieron las huelgas y movimientos regionales, así como una ola de huelgas sectoriales que involucraron a funcionarios de aduanas, de educación secundaria, profesores universitarios, funcionarios de la seguridad social, hospitales, etc. Diciembre de 2012 terminó con una huelga regional en Jendouba y enero de 2013 comenzó con una huelga general muy radical en El Kef, con decenas de miles de personas que participaron en manifestaciones y el establecimiento de bloqueos de carreteras en la región. En una señal de la desesperación de muchos de los desempleados, algunos de los participantes de las sentadas que demandaban empleos fueron a huelga de hambre y decidieron coserse los labios.

Esta enorme presión desde abajo llevó a una crisis en la coalición de gobierno y todos tipo de conjuros para intentar ampliar su base, es decir, hacer a más partidos responsables por sus políticas económicas. En el transcurso de Enero se hicieron llamamientos a la formación de comisiones para una especie de «diálogo nacional», con el objetivo principal de atar a los dirigentes sindicales de la UGTT a algún tipo de acuerdo para poner fin a la ola de huelgas y exigencias de los trabajadores. Mientras tanto, el gobierno ha estado en negociaciones con el FMI para lograr un préstamo de 1.800 millones de dólares. Las condiciones impuestas para tal préstamo son, en sí mismas, una receta para una explosión social, exigen una mayor desregulación del mercado de trabajo, recortes a los subsidios de los productos básicos, la reducción del número de funcionarios, etc.

Bajo una enorme presión desde abajo, la dirección de la UGTT ha decidido convocar una huelga general para mañana viernes, coincidiendo con el funeral de Chokri Belaid. Al mismo tiempo, el primer ministro Hamadi Jebali decidió destituir al gobierno y designar a un nuevo «gobierno tecnocrático». Esto ha sido rechazado por Ennahda (el partido al que pertenece). Las operaciones y transacciones desde arriba reflejan la dificultad de la clase dirigente tunecina para encontrar un gobierno con suficiente legitimidad para llevar a cabo la política anti-obrera necesaria desde su punto de vista. Esto es un reflejo de la fuerza del movimiento de los trabajadores.

La revolución de 2010/11 en Túnez no se ha completado. Ben Alí fue derrocado, pero el régimen y el sistema capitalista que él defendía aún permanecen. En el momento de la revolución ninguna de las organizaciones revolucionarias ofreció una alternativa clara que hubiera podido llevar al movimiento más allá de los límites de la democracia burguesa y hacia una transformación social verdadera. En esas condiciones, el movimiento se descarriló y fue contenido dentro del marco democrático-burgués.

La revolución que se está preparando necesita estudiar y aprender de las deficiencias de la previa. La única manera de resolver los problemas acuciantes de las masas tunecinas, de los trabajadores y los pobres es a través de la expropiación de un puñado de familias capitalistas y grupos multinacionales que controlan la economía del país, para que los recursos del país (materiales y humanos) pueden ser engarzados en un plan democrático de producción para comenzar a satisfacer las necesidades de las masas.

Lo que tiene que quedar claro es que mientras el sistema capitalista, basado en la propiedad privada de los de medios de producción, se deje intacto, entonces, ninguno de los problemas de pobreza, desempleo y opresión que enfrentan millones de tunecinos se pueden resolver. Ésta es precisamente la lección de los últimos dos años.

Decenas de miles de trabajadores y jóvenes ya han experimentado las alegrías de la «democracia» capitalista en Túnez. Ellos están listos y dispuestos a luchar por la liberación auténtica. Lo que se necesita es una dirección revolucionaria armada con un programa que puede llevar a las masas a la victoria. Un proceso similar se está produciendo en otros países árabes, en particular en Egipto. Un nuevo auge revolucionario en Túnez tendría un impacto mucho más grande a lo largo del Mundo Árabe que incluso el derrocamiento de Ben Alí dos años atrás.