Desde finales de los años noventa varios países de América Latina iniciaron un viraje social, político y económico como respuesta a las movilizaciones en el marco de la crisis del modelo neoliberal. En principio, desde el campo de la izquierda se saludó el viraje “antineoliberal” de estos nuevos gobiernos, que prometían una serie de rupturas con los procesos de privatización, flexibilización laboral, y financiarización de estas economías. Luego de más de diez años de este viraje, ya se tienen más y mejores elementos de juicio para analizar si estos nuevos gobiernos han representado una verdadera ruptura con las políticas neoliberales, o si por el contrario asistimos a una continuidad con nuevos matices.

Dentro  del conjunto de los países de la región suramericana es importante señalar la existencia de dos bloques político-económicos fundamentales. El primero, compuesto por: Venezuela, Ecuador y Bolivia, se caracteriza por ser el que más ha avanzado hacia transformaciones que impliquen un modelo económico alternativo, además de su destacado papel en la lucha antiimperialista y la creación de nuevas formas de integración de Nuestra América. Dentro del segundo bloque ubicamos a Argentina, Brasil y Uruguay; a este bloque lo caracterizamos por ser el de los gobiernos progresistas o como algunos académicos denominan, centroizquierda (Stolowicz, 2011) (Estrada, 2011) (Katz, 2012), que llevan a cabo políticas reformistas y no intentan combatir frontalmente (no han combatido) los métodos de explotación y acumulación del neoliberalismo.

Dentro de este último bloque, Brasil es el país más poderoso. A diferencia de sus vecinos, su economía se encuentra un poco más diversificada y ha avanzado hacia una industrialización más compleja. Esto ha conllevado el fortalecimiento de una burguesía local pero que se encuentra altamente transnacionalizada pues controla las exportaciones y tiene un alto grado de asociación con el capital especulativo extranjero. Lo anterior le ha permitido a Brasil mantenerse en el G-20.

Brasil se ha perfilado como potencia o como lo denomina Katz (2012), subpotencia económica que se demuestran en su creciente influencia geopolítica, el incremento de su poderío militar que se evidencia –desafotunadamente- en su participación en la ocupación de  Haití luego de su catastrófico terremoto, e intentar a través de varias iniciativas un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Lula da Silva ascendió al poder en el 2002, se reeligió en 2006, y para el 2010 ganó las elecciones Dilma Rouseff, ambos pertenecientes al Partido de los Trabajadores. Estos dos gobiernos impulsaron una modernización de la economía capitalista brasileña desde arriba y se erigió como un modelo a seguir gracias a sus políticas asistencialistas, más que por lograr una equitativa redistribución de la riqueza, sin demeritar sus logros en reducción de la pobreza y ampliación de la clase media.

Desde el ascenso de Lula, Brasil no ha intentado actuar dentro de lo que se ha denominado la emancipación popular de América Latina, y así lo hizo saber Lula en el Foro impulsado por el BID entre Colombia y Brasil, realizado en el año 2011: “Hoy no necesitamos de la espada de Bolívar, sino de los bancos de inversión y crédito”, palabras que expresan los intereses de la clase dominante carioca. Los sectores sociales que dominan esta economía y que han impulsado su crecimiento, son resultado de alianzas entre el capital financiero, el gran capital industrial, y la gran burguesía rural, tanto con capitales nacionales como extranjeros, y por supuesto son los sectores que más se han visto beneficiados con el crecimiento económico del país.

Las clases más bajas de la sociedad brasileña también se han visto marginalmente beneficiadas de su crecimiento económico, esto a través de políticas asistencialistas,  como el programa Bolsa Familia, así como del aumento del salario mínimo. Este último buscando que la clase trabajadora, pero sobre todo la clase media aumente y mantenga importantes niveles de consumo. Por supuesto, en este propósito juega un papel preponderante no tanto el aumento del consumo gracias al incremento salarial, sino el que proviene del aumento del endeudamiento; de este modo se alimenta la lógica financiera y, desde luego, la especulación característica de este sector que se apropia del ahorro público y privado de los brasileños.

¿Qué pasa con “el milagro brasileño”? Nos sorprende ver cómo lo que para propios y extraños era un ejemplo a seguir, hoy es un caos. Indignación, rabia, decepción es lo que hoy se respira en Brasil. Los brasileños salen a las calles exigiendo a sus dirigentes una respuesta, ¿Pero una respuesta a qué? ¡¿Los brasileños protestando contra la economía más fuerte de la región?! ¡¿Están reclamando al gobierno que desde el 2002 ha ampliado la clase media, y ha sacado de la pobreza a más de 50 millones de personas?! ¡¿No están conformes con ser la séptima potencia económica mundial?! ¡¿A los brasileños no les basta con eso?! Al parecer no.

Las políticas petistas se han desgastado, los brasileños no quieren seguir recibiendo minucias por parte del Estado, están cansados de los casos de corrupción que no tienen sanciones, de la deuda; de la inflación que tanto asusta a los pueblos latinos, del enriquecimiento del sector financiero; de la asfixiante carga tributaria, no toleran que el PT se haya convertido en un partido tan lejano a los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares. Han salido más de un millón de personas en más de ochenta ciudades del país, entre ellas quince capitales, desde principios del mes de junio.

A estas manifestaciones se han unido diversas luchas e importantes personalidades brasileñas como, los ex y futbolistas Dani Alves, Rivaldo y Romario (Cabe recordar el nefasto papel de Pelé, quien pasó a estar del lado de los de arriba, olvidando su propio origen), la actriz Bruna Lizmayer, el cantante Jair Oliveira por nombrar algunos. Dentro de la diversidad de actores se destaca el importante papel de la juventud universitaria, el movimiento campesino que ha sentido el flagelo de que el gobierno favorezca a la agroindustria en detrimento de la agricultura campesina; el de los indígenas que han sido víctimas de genocidios por parte de grandes propietarios rurales que ha sido tolerado por el petismo, para darle paso a gigantes proyectos hidroeléctricos.

Los grupos LGBT, y la opinión pública se sienten indignados por las políticas conservadoras que vulneran sus derechos, dándosele espacio a la ultraderecha fundamentalista religiosa para que sirva como aliada del gobierno. Todas estas alianzas ponen en evidencia la debilidad del programa petista, y su carácter conciliador de clase, en que la polarización social en lugar de modularse, se acentúa, como ocurre en aquellos países donde el neoliberalismo sigue rampante.

En algún momento este alegre pueblo reaccionaría, y el detonante de esta indignación fue el aumento del precio del transporte público, donde se pusieron en evidencia los graves problemas y las deficiencias que presentaba este “milagro económico”.

Aunque parece prematuro hacer una caracterización profunda de la personalidad de esta marcha, sí hay muchas cosas para destacar. Algunos académicos como Atilio Boron[1] advierten que es una marcha que no sabe hacia dónde va, ni qué quieren, pero algo sí es claro, saben que es lo que no quieren. Probablemente el carácter juvenil que se toma una gran proporción de la marcha sumado a su carácter esporádico explican el posible pantano en el que se desenvuelve la marcha, pero no olvidemos que este tipo de movilizaciones lograron un viraje político en países como Argentina, Ecuador y Bolivia. Trotsky nos recuerda algo al respecto en el prólogo de La Historia de la Revolución Rusa: Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja”.

Como en la primavera árabe, Turquía, los indignados en España y Grecia y los Ocuppy de Wall Street, las redes sociales han jugado un papel destacado a la hora de la movilización, con hashtags como: #RevoltadoBusao, #Copapraquem o #MudaBrasil, que invaden la Internet informando a la gente, se les convoca a las movilizaciones, enardecen a los brasileños exigiendo un nuevo Brasil.

La prensa registra esta movilización como una marcha apolítica porque los marchantes han rechazado la presencia de diversos movimientos y partidos políticos dentro de la movilización, los han expulsado, tanto a los partidos y sindicatos de la izquierda como el PT, y la CUT, tildándolos de traidores; como a los de derecha, que han sido caracterizados como oportunistas, al interesarse en la movilización solo cuando esta representó un peligro para el gobierno. Pero la prensa no puede desconocer la gran agitación política que existe, quieren una profundización de políticas anticapitalistas, marchan por una sociedad mejor; esto la hace política.

Los brasileños se han indignado con algo tan sagrado para ellos como es el fútbol. La Copa Confederaciones o Copa de la vergüenza como la denominan, sirvió de vitrina y motivo para expresar lo que opinan del gobierno; para que el mundo entero se diera cuenta de cuál es la verdadera Brasil. No soportaron la idea de que se gastaran más de 13.600 millones de dólares en un espectáculo elitista y privado que no disfrutarán las clases populares y medias brasileñas, sin contar el dinero que se gastarán en las Olimpiadas del 2016. No olvidemos que Argentina en medio de una dictadura organizó el Mundial de 1978 tratando de desviar la atención internacional respecto a violaciones de Derechos Humanos que se presentaban en aquella nación.

Ante esta situación, la presidenta de la nación Dilma Rouseff ha convocado a un plebiscito para definir la realización de una asamblea constituyente que lleve a cabo una reforma política que solucione los problemas planteados por la multitud que protesta. Sin embargo, el anuncio parece no haber llenado las expectativas de los manifestantes quienes siguen en las calles agitando sus exigencias.

Existe un común denominador entre las protestas en Brasil y las de Turquía. Durante muchos años estos dos países se han mostrado como las pruebas de que sí es posible transitar hacia una senda sostenida de desarrollo y bienestar, llevando a cabo un capitalismo “responsable”. Sin embargo, estas protestas son síntoma de que los proyectos que no se proponen modelos alternativos al neoliberalismo, a la sobreexplotación, a la financiarización de la economía, a las privatizaciones, sino que por el contrario los desarrolla y amplía están condenados al fracaso.

Pero también está condenado al fracaso el programa socialdemócrata que actualmente se encuentra adelantando de manera entusiasta los programas de austeridad y privatización en la Unión Europea, que se encargan de realizar las tereas que los partidos de la derecha europea no pueden hacer por su elevado y merecido desprestigio. Ha llegado el momento de hablar de socialismo en el sentido que lo propuso Hugo Chávez: como un proyecto radical de superación del capitalismo, y no como instrumento retórico para realizar reformas cosméticas que no resuelven los problemas de los sectores más desfavorecidos de la población. El despertar de las multitudes en Brasil `puede ser el inicio de una nueva ola de movilizaciones en toda Nuestra América  y que pueden significar un nuevo impulso para las transformaciones económicas, políticas y sociales que se requieren para el tránsito hacia el socialismo. Frente al reformismo timorato desde arriba se impone la lucha anticapitalista desde abajo.

 

 

 


[1]http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170144&titular=%BFun-nuevo-ciclo-de-luchas-populares?

Por: Cristian Fabián Bejarano Rodríguez – @CristaFabianB

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