En el viernes 26 de noviembre a las 10.29 de la noche hora local, el dirigente revolucionario cubano Fidel Castro murió a la edad de 90 años. Su hermano Raúl Castro anunció la noticia a la población cubana y el mundo alrededor de la medianoche, en un discurso televisado. Su muerte no fue inesperada, ya que había estado enfermo durante varios años y ya había renunciado a sus responsabilidades políticas formales, pero aún así fue un shock para amigos y enemigos.

Toda su vida estuvo estrechamente ligada a la revolución cubana. Una valoración de su papel es de hecho una valoración de la revolución cubana, la primera en abolir el capitalismo en el hemisferio occidental y que durante más de cinco décadas resistió la embestida del imperialismo de EE.UU., apenas a 90 millas náuticas al norte de sus costas.

Al comentar sobre la muerte del presidente venezolano y dirigente revolucionario Hugo Chávez, Fidel dijo: «¿Quieres saber quién fue Hugo Chávez?  Mira quiénes lo lloran y quiénes festejan». Lo mismo se puede decir de Fidel Castro. La noticia de su muerte fue recibida con júbilo por los exiliados cubanos contrarrevolucionarios en Miami, por la oposición reaccionaria en Venezuela y comentaristas de los medios en todo el mundo, derechistas y «liberales» por igual.

Por otra parte, la muerte de Fidel se sintió como un golpe para millones de trabajadores y jóvenes, activistas revolucionarios y de izquierda en América Latina y en todo el mundo, para los que Fidel era un símbolo de la revolución cubana, de enfrentarse al imperialismo, de garantizar salud y educación de calidad para todos.

Hay una razón muy buena por la cual las clases dominantes de todo el mundo le aborrecían tanto y por qué el imperialismo de Estados Unidos diseñó más de 600 planes diferentes para asesinarle. Era la amenaza de un buen ejemplo que la revolución cubana dio a los oprimidos del mundo. La revolución cubana, aboliendo el capitalismo, fue capaz de erradicar el analfabetismo, dar a todos sus ciudadanos un techo sobre sus cabezas, crear un sistema de salud de primera clase que ha reducido la mortalidad infantil y aumentado la esperanza de vida a los niveles de los países capitalistas avanzados y mejorado masivamente el nivel educativo de su pueblo. Todo esto en un país que antes de la revolución había sido el burdel y el casino de los EE.UU. y a pesar de las décadas de acoso terrorista y del criminal bloqueo y embargo impuesto por Washington.

Nosotros defendemos incondicionalmente la revolución cubana, por las mismas razones. Ese es nuestro punto de partida. Cualquier evaluación de la figura de Fidel Castro y de la propia revolución cubana tiene que ser equilibrada y crítica, para que podamos aprender algo de la misma. Pero tiene que empezar desde el punto de vista del reconocimiento de las conquistas históricas de la revolución, que fueron logradas mediante la expropiación de los capitalistas, los imperialistas y los terratenientes.


Para dar sólo algunos ejemplos: la revolución cubana abolió el analfabetismo y ahora ha erradicado la desnutrición infantil. La esperanza de vida al nacer en Cuba es de 79,39 años, más alta que en los EE.UU. con 78,94 y más de 16 años superior a la de la vecina Haití dónde es de apenas 62,75 años. La tasa de mortalidad infantil (muertes de niños menores de un año de edad por cada 1.000 nacimientos) en Cuba es de 4,5, mientras que en los EE.UU. es de 5,8 y en Haití un sangrante 48,2.

Fidel nació en 1926 en Birán, en la provincia de Holguín, en el oriente de Cuba, en una familia de terratenientes. Asistió a escuelas religiosas privadas en Santiago y luego La Habana. Empezó a participar políticamente cuando empezó a estudiar derecho en la Universidad de La Habana en 1945.

Cuba fue el último país de América Latina en lograr la independencia formal, pero tan pronto como se libró mediante la lucha revolucionaria del imperialismo español en decadencia, en 1898, cayó en las garras del imperialismo estadounidense en auge. El poderoso vecino del norte dominaba la economía cubana casi por completo y de esa manera ejercía el control de su sistema político. Durante un período de tiempo, la enmienda Platt formalizó esta dominación humillante en la forma de una cláusula en la Constitución cubana que permitía la intervención militar estadounidense en el país. Un ardiente sentimiento de injusticia y un deseo profundo de soberanía nacional inspiraron varias oleadas de lucha revolucionaria en la primera mitad del siglo 20. Fidel conoció los hechos y fue inspirado por las figuras más importantes de la guerra de Cuba por la independencia.

Al mismo tiempo, la isla tenía una clase obrera numerosa que había desarrollado tradiciones combativas, comenzando con una poderosa tendencia anarco-sindicalista, y más tarde un combativo Partido Comunista, una numerosa Oposición de Izquierda, una huelga general insurreccional en 1933, etc. La liberación nacional y social están estrechamente entrelazadas, por ejemplo, en el pensamiento de Julio Antonio Mella, fundador del Partido Comunista de Cuba, de Antonio Guiteras, el fundador del movimiento Joven Cuba y otros.

En 1945, cuando Fidel fue a la universidad, la generación de jóvenes de clase media que empezaba a participar en política radical no se sentía en absoluto atraída por el Partido Comunista de Cuba (oficialmente conocido como Partido Socialista Popular), más bien les repelía. El PSP, siguiendo la política de «democracia contra el fascismo» de la estalinizada Comintern, había participado en el gobierno 1940-1944 de Fulgencio Batista.

Fidel se sintió atraído hacia el anti-imperialismo, incluyendo su participación en una expedición militar fallida en la República Dominicana para derrocar la dictadura de Trujillo en 1947. En 1948 formó parte de una delegación a un congreso de estudiantes latinoamericanos en Colombia, donde fue testigo de Bogotazo, el levantamiento que siguió al asesinato del dirigente radical Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de ese año.

Fidel también se vinculó al Partido Ortodoxo de Chibás, un popular senador que denunció la corrupción del Partido Auténtico, al que había pertenecido originalmente, y que finalmente se suicidó en 1951.


En 1952, Fulgencio Batista dió su segundo golpe de estado. Fidel y un grupo de sus compañeros (incluyendo a su hermano Raúl, a Abel Santamaría, la hermana de éste Haydée y a Melba Hernández) comenzaron a organizar una organización de combate, en su mayoría procedentes de la juventud del Partido Ortodoxo. El 26 de julio de 1953, se llevó a cabo un atrevido asalto al cuartel Moncada del ejército en Santiago. El objetivo era capturar un gran número de armas y emitir un llamamiento a un levantamiento nacional contra la dictadura de Batista. El intento fracasó, y casi la mitad de los 120 hombres y mujeres jóvenes que participaron fueron asesinados después de ser capturados.

Fidel usó su discurso en el estrado durante su juicio por esos hecho para explicar su programa y terminó con las famosas palabras «¡condenarme! La historia me absolverá», que le hicieron famoso. El programa de lo que se conoció como el Movimiento Revolucionario 26 de julio (M-26-7), se resume en 5 leyes revolucionarias que habían planeado transmitir:

  • El restablecimiento de la Constitución de 1940. 
  • La Reforma Agraria.
  • El derecho de obreros y empleados a participar del treinta por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales.
  • El derecho de los colonos a participar del cincuenta y cinco por ciento del rendimiento de la caña.
  • La confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los gobiernos ya sus causahabientes y herederos.

Era un programa democrático nacional progresista, que también contenía una serie de puntos destinados a mejorar las condiciones de los trabajadores. Pero ciertamente no iba más allá de los límites del sistema capitalista, ni tampoco ponía en entredicho la propiedad privada. Después de un período en la cárcel, Fidel fue amnistiado y se exilió a México.

Sobre la base del programa del Moncada organizó un grupo de hombres para viajar en el Granma a Cuba a finales de 1956. Una vez más, la idea era que esto coincidiría con un levantamiento en el este del país, alrededor de Santiago. Una vez más, sus planes fallaron y la mayoría de los miembros de la fuerza expedicionaria fueron muertos o capturados en las primeras horas. Sólo 12 pudieron escapar y se adentraron a las montañas de la Sierra Maestra. Y, sin embargo, en poco más de dos años, el 1 de enero de 1959, Batista se vio obligado a huir del país y la revolución cubana había triunfado.

La victoria de la guerra revolucionaria se debió a una serie de factores: la podredumbre extrema del régimen; la guerra de guerrillas en las montañas que, utilizando métodos revolucionarios de reforma agraria, ganó al campesinado y desmoralizó a los reclutas del ejército; la oposición generalizada en el Llano entre las capas medias y, por último pero no menos importante; la poderosa participación del movimiento obrero (aspecto que es menos conocido). El golpe final al régimen fue la huelga general revolucionaria convocada por el M-26-7, que duró una semana en La Habana, del 1 al 8 de enero, hasta la llegada de las columnas guerrilleras.

Durante los siguientes dos años, hubo un rápido proceso de radicalización de la revolución. La ejecución del programa nacional democrático del Moncada, en particular la reforma agraria, provocó la ira de la clase dominante, la deserción de los elementos más moderados de los primeros gobiernos revolucionarios, el entusiasmo de las masas de obreros y campesinos que empujaban hacia adelante, la reacción en contra por parte del imperialismo estadounidense y en respuesta a ésta, medidas cada vez más radicales de la revolución contra las propiedades imperialistas en la isla.

La aplicación consecuente de un programa democrático nacional había dado lugar a la expropiación de las empresas multinacionales de Estados Unidos y en la medida que estas controlaban sectores clave de la economía, esto llevó a la abolición de facto del capitalismo ya en 1961. Una vez le pregunté a un compañero cubano que había estado involucrado en el movimiento revolucionario y sindical en Guantánamo desde la década de los 1930, como caracterizaba a Fidel y la dirección del M-26-7, y me respondió que eran «revolucionarios pequeñoburgueses guapos» (en la acepción cubana de la palabra guapo, que significa valiente, arrojado). Aquí «pequeño burgués» debe entenderse no como un insulto, sino como una descripción de la extracción de clase de muchos de ellos, así como una descripción del programa por el que habían combatido. El hecho de que implementaron su programa de manera decidida los empujó mucho más allá de lo que habían previsto. Hay que reconocer a Fidel Castro el mérito de haber llevado el proceso hasta el final.

La existencia de la URSS en ese momento, también jugó un papel en el curso que tomaron los acontecimientos después de la victoria revolucionaria. Esto no quiere decir que la Unión Soviética les animó a avanzar contra el capitalismo. Por el contrario, hay constancia de que la Unión Soviética los desalentó y les aconsejó proceder con cautela y lentamente. A pesar de esto, el hecho de que la Unión Soviética pudiera llenar el vacío dejado por la creciente beligerancia de los EE.UU. (vendiendo petróleo y comprando azúcar a Cuba y rompiendo el bloqueo) fue un factor importante.

Durante unos 10 años, sin embargo, la relación entre la revolución cubana y la URSS fue incómoda, llena de desavenencias y enfrentamientos. El Partido Comunista de Cuba (PSP) sólo se había unido al movimiento revolucionario en sus últimas etapas y la dirección cubana estaba orgullosa de su propia independencia y tenía su propia base de apoyo. El primer período de la revolución fue uno de discusiones y debates acalorados y apasionados en todos los ámbitos (política exterior y económica, las artes y la cultura, el marxismo) en el que los estalinistas intentaban – no siempre con éxito – imponer su línea.

Fidel y sus compañeros estaban profundamente recelosos de la URSS, sobre todo después de la forma en que Jruschov había llegado a un acuerdo con los EE.UU. para resolver la crisis de los misiles de Octubre de 1962, sin ni siquiera consultarlos. Por otra parte, sobre todo debido a la insistencia del Che Guevara, trataron de extender la revolución a otros países de América Latina y más allá, lo que chocaba con la política reaccionaria de «coexistencia pacífica» perseguida por la Unión Soviética, así como con la perspectiva profundamente conservadora de la mayoría de los partidos comunistas latinoamericanos.

Esos intentos de exportar la revolución fracasaron, en parte debido a la manera simplista en que se trató de generalizar la experiencia de la Revolución Cubana. Se demostró en la práctica la incorrección de la idea de que un pequeño grupo de hombres armados yéndose a las montañas podían provocar el derrocamiento de los regímenes reaccionarios en un corto espacio de tiempo  (lo que era en sí mismo una simplificación de las condiciones que permitieron la victoria cubana). Quizás el ejemplo más extremo es el de Bolivia, un país que había visto una reforma agraria parcial y que también tenía un proletariado minero combativo y políticamente avanzado, y donde el intento del Che Guevara condujo a su muerte en 1967 a manos del imperialismo de Estados Unidos  (que también había aprendido algunas lecciones de Cuba).

Progresivamente, la revolución cubana quedó cada vez más aislada y, por tanto, más dependiente de la Unión Soviética. El fracaso de la «zafra de los diez millones de toneladas» 1970 y la dislocación económica que provocó, no hizo más que aumentar esta dependencia. Los vínculos estrechos con la URSS permitieron a la Revolución Cubana sobrevivir durante tres décadas, pero también trajeron consigo fuertes elementos de estalinismo. Durante el Quinquenio Gris de 1971 a 1975 se usaron medidas represivas para imponer el pensamiento estalinista en los campos de las artes, las ciencias sociales y muchos otros. También fue en este momento que la homofobia y la discriminación y el acoso a los hombres homosexuales (que ya existían y que habían sido heredadas del régimen anterior) se institucionalizaron.

La forma en que la revolución había triunfado, bajo la dirección de un ejército guerrillero, también jugó un papel en determinar el carácter burocrático del Estado en la revolución. Como el propio Fidel explicó: «una guerra no se dirige con métodos colectivos y democráticos, se basa en la responsabilidad de mando». Después de la victoria revolucionaria la dirección tenía gran autoridad y un amplio apoyo popular. Cientos de miles de personas tomaron las armas a la velocidad del rayo en 1961 para derrotar la invasión contrarrevolucionaria de Playa Girón. Un millón de personas se reunieron en la Plaza de la Revolución en 1962 para ratificar la Segunda Declaración de La Habana.

Sin embargo, no existían mecanismos de democracia revolucionaria para que se pudieran debatir y discutir las ideas y, sobre todo, a través de los cual las masas de obreros y campesinos pudieran ejercer su propio poder y controlar a sus dirigentes.

El Partido Comunista de Cuba, por ejemplo, que se formó sobre la base de la fusión (en varias etapas) del estalinista PSP, el M-27-6 y el Directorio Revolucionario, fue fundado en 1965, pero no celebró su primer congreso hasta 1975. Y no fue hasta 1976 cuando se aprobó una constitución formal.

Una economía planificada necesita la democracia obrera como el cuerpo humano necesita oxígeno, ya que esta es la única manera de mantener un control de la producción.

Este proceso de burocratización también tuvo un impacto en la política exterior de la dirección de la revolución cubana. La revolución cubana no tiene parangón en términos de solidaridad internacional, envío de ayuda médica y ayuda en todo el mundo. También desempeñó un papel crucial en la derrota del régimen sudafricano en Angola, una lucha en la que cientos de miles de cubanos participaron durante muchos años.

Sin embargo, en revoluciones como la de Nicaragua en 1979-1990 y en Venezuela, más recientemente, al tiempo que Cuba ofrece un apoyo práctico y material de valor incalculable  y la solidaridad, el consejo político ofrecido por la dirección cubana ha sido el de no seguir el mismo camino que la revolución cubana en abolir el capitalismo. Esto tuvo consecuencias desastrosas en ambos países. En Nicaragua, la URSS aplicó una presión enorme sobre la dirección sandinista para que mantuviera una «economía mixta» – es decir, capitalista – y luego para que participara en las negociaciones de paz de Contadora, que terminaron por estrangular la revolución. La dirección sandinista estaba muy cercana y tenía un gran respeto por la revolución cubana. Sin embargo, el consejo político de Fidel fue el mismo que el de la Unión Soviética: no expropiéis a los capitalistas, lo que estáis haciendo es lo máximo que puede hacerse hoy en Nicaragua. Ese consejo resultó funesto.

En Venezuela también, mientras que la revolución cubana ha proporcionado un valioso apoyo (particularmente con los médicos cubanos) y solidaridad, el consejo político que se le dio, de nuevo, ha sido el de no ir por el camino que la revolución cubana había seguido 40 años antes. El resultado de hacer una revolución a medias lo podemos ver claramente hoy en día: una dislocación masiva de las fuerzas productivas, la rebelión del capitalismo contra de cualquier intento de regularlo. Este tipo de consejo político no sólo tuvo un impacto negativo en las revoluciones de Nicaragua y Venezuela, sino que también ha agravado el problema del aislamiento de la propia revolución cubana.

La resistencia heroica de la revolución cubana después del colapso de la URSS fue verdaderamente impresionante. Mientras que los líderes del Partido «Comunista» en la Unión Soviética rápidamente y sin esfuerzo giraron hacia la restauración del capitalismo y el saqueo de la propiedad estatal, Fidel y la dirección cubana defendieron los logros de la revolución. El «período especial», fue también un testimonio de la vitalidad de la revolución cubana. Había todavía una generación viva que aún recordaba cómo era la vida antes de la revolución y otros podían comparar su nivel de vida con el de los países capitalistas vecinos.

La dirección resistió, y el pueblo cubano, de manera colectiva, encontró formas y medios para superar las dificultades económicas. Completamente aislada ante el bloqueo de Estados Unidos, Cuba tuvo que hacer importantes concesiones al capitalismo, manteniendo al mismo tiempo la mayor parte de la economía en manos del Estado. El turismo se convirtió en una de las principales fuentes de ingresos, con todos los males que le acompañan.

El desarrollo de la revolución venezolana, sobre todo después del fallido golpe en 2002, proporcionó a la revolución cubana un nuevo respiro diez años más tarde. No era solo intercambio de médicos cubanos a cambio de petróleo venezolano, sino que también reavivó el entusiasmo de las masas cubanas al ver de nuevo la revolución en desarrollo en América Latina. Las dificultades económicas y el agotamiento de la revolución en Venezuela – precisamente por no ir hasta el final y expropiar la propiedad de los oligarcas e imperialistas como había hecho Cuba – significa que este alivio está llegando a su fin.

El estancamiento en que se encuentra la revolución cubana ha empujado a un sector importante de la dirección hacia las reformas del mercado y mayores concesiones al capitalismo, lo que se denomina la vía china o vietnamita. Se han dado ya muchos pasos en esa dirección. Tienen la esperanza de que estas medidas por lo menos puedan provocar un poco de crecimiento económico. Es una ilusión. En la actualidad el sistema capitalista mundial está en crisis y es dudoso que hubiera mucha inversión en Cuba. Cuba no posee las enormes reservas de mano de obra barata, que son uno de los factores clave del «éxito» económico chino. Incluso si todo esto no fuera cierto, la restauración del capitalismo en China ha ido acompañado de una polarización masiva de la riqueza, la brutal explotación de la clase obrera y la destrucción de las conquistas de la revolución china.

Es en este contexto que Obama intentó un cambio de la táctica de los Estados Unidos. La estrategia sigue siendo la misma: la restauración del capitalismo en Cuba y la destrucción de los logros de la revolución, pero en lugar de continuar con la táctica de confrontación directa, la financiación de los grupos contrarrevolucionarios y terroristas, etc., que fracasó, ahora han decidido que podría ser más inteligente destruir la revolución desde dentro mediante la dominación del mercado mundial sobre una pequeña isla con muy pocos recursos y un nivel muy bajo de productividad del trabajo.


Claramente, los imperialistas consideraban a Fidel, incluso después de su retiro formal de la vida política oficial, como un obstáculo para este proceso. Fidel denunció públicamente el burocratismo y la creciente desigualdad y advirtió del peligro de que la revolución pudiera ser destruida desde dentro. En un famoso discurso en la Universidad de La Habana en noviembre de 2005, habló de «nuestros defectos, nuestros errores, nuestras desigualdades, nuestra injusticia «, y advirtió que la revolución no era irreversible y podía terminar como la Unión Soviética.  «Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra», dijo Fidel, y añadió, «o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir:  o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos».

El burocratismo, sin embargo, no es sólo una desviación, o el problema de unos pocos individuos. Es un problema que se deriva de la falta de democracia obrera en la gestión de la economía y el estado y que se ve reforzado por el aislamiento de la revolución. Dicho esto, está claro que los estrategas del capitalismo consideraban que mientras Fidel estuviera vivo, se avanzaría poco en el camino de Cuba hacia el capitalismo.

Con su fallecimiento, esperan que el proceso ahora se acelerará. Existen ya grandes contradicciones y se hayan iniciado un creciente proceso de diferenciación social en el país. Los principales factores de este proceso son: el estancamiento de la economía burocráticamente planificada y la inserción extremadamente desigual de Cuba en de la economía mundial, lo que a su vez es el resultado del aislamiento de la revolución. Una vez más se ha demostrado la imposibilidad del «socialismo en un solo país.»

De esto se deduce que el único camino a seguir por la revolución cubana pasa por la lucha por el control obrero democrático en Cuba y la lucha por la revolución socialista en todo el mundo. Esa es la única manera de defender las conquistas de la revolución cubana.

Hoy en día, los imperialistas en todas partes se llenan la boca hablando de la falta de «derechos humanos» en Cuba. Son los mismos que hacen la vista gorda ante el régimen saudí y ondearon la bandera a media asta cuando murió su podrido dictador reaccionario semi-feudal. Son los mismos que no tuvieron empacho en la instalación por la fuerza y apoyar a los regímenes más sangrientos en Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Guatemala, República Dominicana, México, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras … La lista es infinita.

Y no estamos hablando del pasado lejano y distante. No hace tanto, se han intentado golpes de Estado patrocinados por el imperialismo estadounidense en Venezuela, Honduras, Ecuador y Bolivia. No, cuando Obama y Clinton hablan de «derechos humanos» lo que quieren decir es el derecho de los capitalistas a explotar la mano de obra, el derecho de los propietarios a desalojar a los inquilinos, el derecho de los turistas ricos a comprar mujeres y niños.

Hoy más que nunca decimos: ¡defender la revolución cubana, no a la restauración capitalista, luchar contra el capitalismo en todo el mundo!