El domingo 21 de abril se celebraron las elecciones presidenciales francesas y han provocado un terremoto político que ha sacudido los cimientos del país. La característica principal ha sido la polarización a derecha e izquierda. El resultado fue el colapso parcial de la derecha gaullista (Chirac), que consiguió menos del 20 por ciento de los votos. En las últimas dos semanas había perdido el 14% de los votos. 

El nivel de abstención en la primera ronda presidencial ha sido récord: más del 28% no ha votado. Esto es una señal del profundo descontento con todos los partidos políticos establecidos, no sólo con los socialistas y comunistas, también con Chirac. “En general”, dice The Independent, “los resultados equivalen a un rechazo extraordinario de las corrientes políticas en Francia. El resultado total de la extrema izquierda disidente ha sido del 22 por ciento. Si añadimos a la extrema derecha y otros votos populistas, casi la mitad de los electores franceses, hay que admitir un número bajo de electores, ha votado por los llamados candidatos ‘marginales’”. 

Un sector de los votantes gaullistas deben haber votado por Le Pen y esto le ha permitido pasar a la ronda final. En las últimas elecciones presidenciales Le Pen consiguió el 15,3%. Ahora el 17%. Si tenemos en cuenta que la escisión del FN ha conseguido el 3 por ciento, esto significa que los partidos de extrema derecha han conseguido aproximadamente el 20 por ciento, prácticamente lo mismo que Chirac. Esto ha provocado conmoción en toda la clase política francesa. Temen -correctamente- que el avance del Frente Nacional (FN) de Le Pen desestabilice toda la situación política en Francia.

El desglose de votos entre los principales contendientes ha sido el siguiente:

Jacques Chirac 5.666.440 19,88%
Jean-Marie Le Pen 4.805.307 16,86%
Lionel Jospin 4.610.749 16,18%

De este modo, Le Pen se ha confirmado como uno de los dos candidatos que disputarán la presidencia con Chirac. Ha sido un golpe terrible para la izquierda y el movimiento obrero. Jospin, el candidato socialista, se ha visto relegado a un humillante tercer puesto, después del gaullista Chirac y el ultra-derechista Le Pen. La prensa ha puesto todo el énfasis de su cobertura de los resultados electorales en el giro a la derecha. Lo han presentado en términos alarmistas, no sólo en Francia.

Fracaso del reformismo

La característica más llamativa es el colapso del voto del Partido Socialista -ha conseguido sólo el 16 por ciento-. Jospin ha conseguido el peor resultado de un candidato de izquierdas en unas elecciones presidenciales francesas. Esto ha provocado una gran agitación dentro el partido. Laurent Fabius, el ministro de economía francés, describió el resultado como un “cataclismo terrorífico. ¿Cómo nos verán en el extranjero? ¿Qué mensaje va a enviar Francia? Esta no es la Francia que queremos. Nuestro pueblo [la izquierda] simplemente llora”. Pero lo que se necesita no son lágrimas, sino un cambio de política.

Jospin ha anunciado su retirada de la política activa. Pero los dirigentes del PS se han negado a sacar las conclusiones necesarias. ¡Culpan al electorado porque no les ha votado! Esto nos recuerda a algo que escribió Bertolt Brecht después de la abortada insurrección anti-estalinista en Alemania Oriental en 1953: “Con sus actos el gobierno ha aprobado un voto de no-confianza en el pueblo. Por lo tanto debería disolverse y elegir otro”.

En realidad la derrota electoral es el resultado del fracaso del PS a la hora de aplicar una política socialista. Los votantes socialistas, desilusionados con el gobierno, han castigado a la dirección con la abstención o el voto a otros partidos de izquierda. El PS es el único responsable de esto. Ha tenido muchas oportunidades de llevar adelante la transformación socialista de la sociedad. La última oportunidad fue en 1997, cuando Jospin llegó al poder con una mayoría aplastante. Este voto masivo era un voto para un cambio fundamental. La derecha quedó hecha añicos, dividida y desmoralizada. Si Jospin hubiera querido, podría rápidamente haber aprobado una ley en la Asamblea para nacionalizar los bancos y los monopolios, y al mismo tiempo, animar a los trabajadores, pequeños campesinos y soldados para que emprendieran desde abajo emprendieran la acción que les permitiera hacerse cargo del funcionamiento de la sociedad, formando comités de acción para combatir a la reacción y defender el gobierno.

En su lugar, el “realista” Jospin, dócilmente, aceptó el dominio del Capital, con todas sus consecuencias. Es verdad que ha hecho algunas reformas, pero para la mayoría no ha cambiado nada fundamental. El desempleo en Francia todavía está en el nueve por ciento (oficialmente). La situación de los jóvenes -electores naturales de la izquierda- es incluso peor. Un reciente artículo de BusinessWeek decía lo siguiente: “El desempleo en Francia entre los jóvenes menores de 25 años alcanza el 20,8%, una de las tasas más altas de Europa y dos veces más que la tasa de paro entre los trabajadores franceses con mayor edad. La tasa de pobreza entre los veinteañeros franceses pasó de menos del 6% en los años ochenta, a casi el 9% a finales de los años noventa, mientras que los niveles de pobreza para los de mayor edad mejoraron”. (22/4/02).

Aunque lo que dice BusinessWeek sobre la pobreza entre los trabajadores de mayor edad no es del todo correcto. Aunque hablaba de la “izquierda” e implantó algunas reformas como la jornada semanal de 35 horas, Jospin, en la práctica, ha aplicado una política en la línea del liberalismo por-burgués del FMI. En los últimos cinco años, los ricos se han hecho más ricos, y los pobres más pobres. Lo que es verdad, es que los jóvenes han sufrido de una forma desproporcionada:

“El desempleo es sólo uno de las aflicciones de la generación más joven. La escuela pública está en crisis, con muchas clases masificadas y plagadas de violencia. Aunque Francia gasta más que la media europea en educación, los críticos recursos se distribuyen injustamente, con un puñado de escuelas de elite que consigue más dinero y mejores profesores, mientras que las escuelas que acogen a los estudiantes más pobres se llevan la peor parte. ‘Tenemos un sistema educativo de dos velocidades y estamos hartos de él’, estas son las palabras de Mariloy Jampolsky, una estudiante de secundaria de 17 años. Ella pertenece a un grupo de estudiantes que recientemente protagonizaron protestas en varias ciudades por las condiciones educativas. Una reciente encuesta realizada a jóvenes de entre 18 y 24 años, dice que el 60% pensaba que las escuelas habían fracasado con ellos”. (Ibíd.)

Jospin presentaba la imagen de un socialista de izquierdas que se oponía al abiertamente pro-burgués Tony Blair. En realidad, la diferencia entre Jospin y Blair era una diferencia de estilo más que de contenido. El gobierno Jospin ha seguido con las privatizaciones, cierres y pérdidas de empleo -todo en nombre de la liberalización-. Como destacaba recientemente The Economist, Francia se ha estado “encaminando hacia una forma más ‘anglosajona’ de hacer negocios. Con un primer ministro socialista han pasado a manos privadas más bienes públicos que antes. Los costes laborales se han reducido”. (20/4/02).

Esto era inevitable. No es posible aplicar una política en interés de la clase obrera mientras que los bancos y los monopolios sigan controlando la economía. No es el gobierno el que dicta la economía bajo el capitalismo, sino la economía la que dicta al gobierno. Consiguientemente, Jospin acabó prisionero de las grandes empresas y alejado de una amplia capa de su electorado. De este modo, el ”realismo” de los dirigentes reformistas se ha convertido en la peor clase de utopía.

Después de la primera vuelta Le Pen dijo que: “Es una inspiración para mí trabajar duro, la perseverancia y la ayuda de Dios para poder superar finalmente todos los obstáculos”. El Todopoderoso puede haber ayudado o no al líder del FN, pero lo que más le ayudó ha sido la mala política y la peor campaña de los dirigentes del PS. Como admitía The Guardian (22 de abril), Jospin contaba con muchos “seguidores desencantados que esperaban una campaña más enérgica y radical”.

“La estrategia socialista”, explica el mismo artículo, “se basó siempre en apelar a los votantes centristas y Jospin en determinado momento llegó a decir que su campaña no era ‘socialista’”. Esta era una receta acabada para la derrota. Irónicamente, Jospin giraba hacia el centro justo cuando el “centro” en Francia está empezando a desintegrarse. Como es habitual, estos dirigentes obreros “realistas” han sido incapaces de captar el ambiente real de la sociedad. En contraste, Le Pen ha sido más cuidadoso.

Le Pen es un gángster reaccionario, pero no está loco. En sus discursos electorales ha evitado hacer referencias a la inmigración o a la ley y el orden, en su lugar, ha hecho un llamamiento demagógico a los trabajadores de cuello azul “arruinados por la euro-globalización y la pobreza” para que le voten en la segunda vuelta. Le Pen ha dicho que era “socialmente de izquierdas y económicamente de derechas”, un “patriota” que traería el “renacimiento francés”. El corresponsal de la BBC dijo que los discursos de Le Pen habrían sido los típicos ¡de un candidato del PCF en los años sesenta!

Uno de los lugartenientes de Le Pen señaló que la razón por la cual el líder del FN no se concentró en la ley y el orden y la emigración, es por que no tenía que hacerlo. Otros lo hicieron por él, sobre todo Chirac. El presidente de la república ayudó en gran medida al ascenso de la ultra derecha al hacer campaña en el territorio de Le Pen, el crimen y la inseguridad. Después, al ver que la situación se le escapaba de las manos, hizo uno de sus célebres cambios de dirección y apeló a la “tolerancia, la apertura y el respeto por los derechos humanos”. Pidió una coalición nacional derecha e izquierda para apoyar su candidatura en nombre de la “generosidad y la apertura… y la gran aventura europea que hemos apoyado y deseado”.

El castigo al Partido Comunista

Los franceses tienen un refrán que dice: “Plus ça change, plus c’est le même chose”. Los dirigentes obreros son incluso peores que los Borbones, de quienes se dice que no aprendían nada y olvidaban todo. Los dirigentes de los partidos socialista y comunista, desgraciadamente, no han aprendido nada y han olvidado todo. Ahora se quejan del peligro de la reacción, pero no pueden o no quieren entender que su política y conducta son directamente responsables de esta situación.

Incluso más llamativo que la derrota del PS es el colapso del voto del PC. Su electorado claramente ha querido castigar al partido por colaborar con los socialistas en una política que incluía las privatizaciones -por ejemplo en el transporte donde hay un ministro del PC-. El Partido Comunista ha conseguido menos del 4 por ciento, su peor resultado en la historia. La mayoría de sus votantes han dado su apoyo a los candidatos que se llaman trotskistas. Los resultados han sido los siguientes:

Arlette Laguiller (LO) 1.630.244 5,72%
Olivier Besancenot (LCR) 1.210.694 4,25%
Robert Hue (PCF) 960.757 3,37%
Daniel Gluckstein (PT) 132.072 0,47%

El hecho de que los partidos a la izquierda del PC hayan conseguido casi un 11 por ciento entre ellos, es una indicación clara del creciente potencial para una política revolucionaria en Francia. Es un síntoma del ambiente revolucionario que se está desarrollando entre una capa de los trabajadores y jóvenes avanzados. Esto demuestra hacia donde se dirige Francia. Desgraciadamente, los dirigentes del PS y el PC -por no mencionar a los dirigentes sindicales- no han comprendido nada de esto.

Naturalmente, los partidos socialista y comunista culpan de su derrota y el avance de Le Pen en la primera vuelta a la extrema izquierda, en lugar de culpar a su administración de la política neoliberal e imperial en nombre de la clase dominante francesa. En realidad, los resultados demuestran que un frente electoral unido de trotskistas y comunistas podrían hacer tenido muchas posibilidades para competir en la segunda vuelta (incluso fragmentados han conseguido el 14 por ciento de los votos).

La razón del éxito de Le Pen no está en el hecho de que partidos como LO y la LCR se hayan presentado a las elecciones. Sin embargo, las dos cosas están relacionadas. El voto por los partidos de la extrema izquierda y extrema derecha del espectro político -y también el incremento de la abstención- es una expresión de lo mismo. Es un producto del profundo desencanto de las masas con el orden existente. Es inútil pronunciar discursos sobre las maravillas de la democracia a aquellos que han perdido su empleo en el último período, o aquellos que no tienen una vivienda para su familia; o a al pequeño campesino o tendero que ven como los bancos y grandes monopolios se quedan con sus negocios. Lo que las masas quieren es un cambio fundamental de la sociedad. Han demostrado eso en varias formas durante años y este cambio se puede conseguir fácilmente.

En 1968, los dirigentes obreros, y especialmente los del PC, tuvieron la posibilidad de tomar el poder pacíficamente. En realidad el poder estaba en las manos de los trabajadores, y ninguna fuerza sobre la tierra les habría detenido. Incluso De Gaulle confesó al embajador estadounidense: “El juego ha terminado, en pocos días los comunistas tomarán el poder”. Esa perspectiva era completamente posible, de no haber sido por la conducta de los dirigentes del PC y la CGT. Su rechazo a tomar el poder cuando lo podían haber hecho, preparó el camino para al regreso de la reacción gaullista. La actual derrota del PC francés es un castigo por su abandono de una genuina política comunista; no sólo ahora, sino durante décadas.

Los dirigentes del PC durante muchos años han seguido servilmente los dictados de la burocracia estalinista en Moscú. Hace algunos años, incluso antes de la caída de la URSS, rompieron con Moscú. Pero en lugar de regresar a una genuina política leninista, se convirtieron en otro partido reformista, no cualitativamente diferente al PS. Los dirigentes imaginaban que esto era realismo, cuando en realidad era exactamente lo contrario. Es una ley que si hay dos partidos reformistas, uno más que pequeño que otro, los trabajadores siempre votarán por el más grande de los dos, y el pequeño terminará desapareciendo.

Al entrar en una coalición de gobierno con Jospin, los dirigentes del PC abandonaron completamente cualquier posibilidad de una política independiente. Aplicaron fielmente la política de Jospin, incluida las privatizaciones. Este fue el caso del ministro del PC de transportes. El resultado fue una conclusión predeterminada. Los trabajadores al no ver una diferencia fundamental entre el PC y el PS, excepto que el PS es más grande. Ahora el PC ha pagado el precio por su oportunismo. Increíblemente, su voto fue más bajo que el los candidatos del LO y la LCR. La lección es bastante clara. A menos que el PC rompa radicalmente con la política del reformismo y comience a luchar por una verdadera política comunista, se verá abocado a la extinción.

Francia y Europa

El “nuevo orden mundial”, como ya pronosticamos hace diez años, se está manifestando como el período más turbulento y agitado desde los años treinta. En muchos aspectos, el período actual es más similar al tormentoso período entre guerras que al largo período de auge capitalista que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Esto lo vemos más claramente en Francia. Y Francia demuestra a los demás países en Europa su propio futuro como si fuera un espejo.

La burguesía y sus estrategas no tienen la más vaga idea de adonde les lleva la situación actual. Durante algún tiempo se parecían parecido a los marineros de la antigüedad que navegaban hacia el borde del mundo desconocido y entraban en mares inexplorados donde los viejos mapas escribían: “aquí hay monstruos”. Mientras que el boom del último período continuaba, se sentían razonablemente confiados. Después de todo, el “comunismo” había colapsado con la caída de la URSS y el capitalismo avanzaba triunfante en todos los frentes.

En EEUU este período estuvo marcado por el ascenso de los Demócratas. Los trabajadores en EEUU podían disfrutar de una economía en expansión y del pleno empleo, a costa de sacrificar su vida familiar, su salud, felicidad y trabajando largas y agotadoras jornadas. Estaban dispuestos a pasar por alto los pecadillos amorosos de Clinton, recordando su célebre frase: “¡Eso es economía, estúpido!”

En Europa, vimos la victoria de los socialdemócratas en un país tras otro. En Gran Bretaña, la victoria del Partido Laborista fue la mayor victoria parlamentaria de la historia y significó el final de dieciocho años de gobierno conservador. El presidente Kohl, el “héroe” de la unificación alemana, fue echado sin ceremonias y sustituido por los socialdemócratas. En Italia, la izquierda ganó las elecciones por primera vez desde los años cuarenta. En Francia, donde los partidos de derecha habían conseguido la mayor victoria en un siglo, fueron expulsados del poder en 1997 con una victoria por sorpresa del Partido socialista de Jospin, que consiguió un record, el 47% de los votos.

Con la excepción de España, donde los socialistas perdieron el poder frente a la derecha de Aznar, era el reino supremo de la socialdemocracia en Europa. Este parecía el período posterior a 1924, cuando, en un clima de recuperación económica, Europa estuvo dominada por lo que Trotsky llamó el Bloque de Izquierdas. El fracaso a la hora de realizar la revolución socialista en Alemania y otros países después de 1917, llevó a una estabilización temporal del capitalismo, y la consecuente recuperación del reformismo. Sin embargo, este fue sólo un interludio temporal entre una crisis y otra. Preparó el camino para el tormentoso período que siguió al colapso de 1929, un período de revolución y contrarrevolución.

Sobra decir que las perspectivas de la burguesía en esa época eran tan miopes como en la actualidad. Intoxicada por el éxito de la economía estadounidense en los años veinte, estaba convencida de que el período de crisis capitalitas estaba superado y que el futuro sería un avance ininterrumpido de progreso, prosperidad y, por supuesto, democracia. Werner Sombart, un economista alemán que en algún momento se consideró marxista, escribió un libro en el que explicaba como ya no era posible una recesión. Sin embargo, el momento de su publicación no podía haber sido más desafortunado. Apareció en las librerías en 1929.

Si la burguesía en ese momento comprendía muy poco, los dirigentes reformistas no comprendieron nada en absoluto. Estaban ocupados preconizando la paz social cuando las contradicciones del capitalismo estaban abriendo un abismo entre las clases. Temerosos ante el ascenso del fascismo, los socialdemócratas (y más tarde los estalinistas) plantearon el Frente Popular entre los partidos obreros y los sectores “progresistas” de la burguesía para “defender la democracia”. Esta fue la llamada política del mal menor. Pero la historia ha sometido esta teoría a un veredicto muy cruel. En cada caso, sin excepción, el “mal menor” llevó directamente a un mal mayor. El Frente Popular, al subordinar a la clase obrera a la burguesía “democrática”, desarmó y desorientó al movimiento obrero y garantizó la victoria de la reacción y el fascismo.

El ejemplo más terrible de esto fue España, donde una coalición de socialistas, comunistas, republicanos, más tarde se unieron los anarquistas y el POUM, destruyeron la revolución y permitieron la victoria de Franco. En Francia, donde existía una situación revolucionaria, el PC y el PS formaron una alianza con los radicales burgueses y de esta forma perdieron la oportunidad de que la clase obrera tomara el poder. Esto llevó a la victoria de la reacción en Francia y la formación del régimen de Vichy. En realidad, la burguesía francesa “democrática” prefería capitular ante Hitler a armar a la clase obrera para defender Francia, temían otra Comuna de París.

Hasta hace poco, parecía que Europa estaba firmemente bajo el control de los socialdemócratas. Las contradicciones del capitalismo teóricamente se habían superado. Pero ahora ha salido a la luz la verdad, el reformismo no elimina las contradicciones del capitalismo, en realidad las exacerba, mientras desilusiona a las masas y prepara el camino para la victoria de la reacción e incluso mayores convulsiones sociales y políticas. Esa es la única lección de los años treinta. Blair en Gran Bretaña y Schroeder en Alemania también están preparando el camino para un movimiento en dirección hacia la reacción. Por supuesto, no tienen la más mínima idea esto. Ellos están, por citar a Trotsky, deslizándose hacia el desastre con los ojos cerrados.

¿El peligro del fascismo?

El espectacular avance de Le Pen ha encendido las luces de alarma. El resultado ha provocado conmoción en toda Europa. El Daily Express, un periódico de derechas tory, hoy publicaba en su portada con grandes letras: EL REGRESO DEL FASCISMO. El mismo tema, en un grado u otro, ha aparecido en muchos periódicos.

Los dirigentes de los partidos socialista y comunista inmediatamente se han declarado a favor de un “bloque democrático” para frenar a Le Pen. Piden a los trabajadores que voten a Chirac como “el mal menor”. Justifican esto diciendo que Le Pen es un fascista y una amenaza para la democracia. Pero este argumento es completamente defectuoso y representa una peligrosa trampa para la clase obrera francesa.

En verdad, los intentos de comparar la situación actual en Francia con el ascenso de Hitler en Alemania, son totalmente falsos. Es verdad que Le Pen es un reaccionario extremo, un racista y un digno heredero de las tradiciones del Vichy francés. Es como Haider en Austria. Pero Haider, como ya hemos explicado en otra ocasión, no era un fascista, sino un político marcapasos del fascismo en Austria. Su victoria en las urnas sin duda fue un fenómeno reaccionario, pero no significó la formación de una dictadura totalitaria, la destrucción de los sindicatos y la victoria de la negra reacción. Todo lo contrario, provocó un gran movimiento de los jóvenes y trabajadores austriacos.

En la práctica, una vez elegido, Haider se comportó igual que un típico político burgués de derechas. Lo mismo ocurre con Fini, el dirigente de los neofascistas en Italia. No hay razón para suponer que Le Pen actuaría de una forma diferente si llegara al Palacio del Elíseo. Por supuesto, es necesario frenar a este gángster de derechas. Pero para hacer esto, es necesario que el movimiento obrero tenga una comprensión correcta del fenómeno al que se enfrenta.

El equilibrio de fuerzas de clase ha cambiado radicalmente desde los días de Hitler o Mussolini. La reserva de masas de la reacción se ha reducido profundamente. El campesinado, que era la gran mayoría en Italia y Francia antes de la Segunda Guerra Mundial, y una clase muy grande en Alemania, ahora se reduce a una pequeña minoría. La clase obrera es la mayoría decisiva de la sociedad. El poder del proletariado francés se pudo ver en mayo de 1968, cuando diez millones de trabajadores ocuparon las fábricas. En estas condiciones, la victoria del fascismo con su disfraz tradicional como movimiento de masas de la pequeña burguesía y lúmpemproletariado, está descartada. Pero según se profundiza la crisis del capitalismo, no se puede excluir en absoluto que la burguesía en Europa llegue a la conclusión de que la democracia es un lujo que no pueden mantener.

En el momento actual, el sector decisivo de la clase dominante francesa no está en absoluto cómoda ante la perspectiva de una victoria de Le Pen. La razón de esta incomodidad no es una adhesión particular a la democracia en abstracto. La clase dominante francesa siempre se ha distinguido por su buena voluntad para recurrir a los métodos dictatoriales y la represión violenta contra la clase obrera, siempre que ha sentido que sus intereses fundamentales estaban amenazados. Es una de clases dominantes más venales, traidoras y reaccionarias de Europa. Y detrás del brillo de barniz del encanto y cultura gala, Chirac es el representante de esta clase dominante. No debemos olvidar que el gaullismo es un descendiente lineal del bonapartismo, y que el bonapartismo es un invento francés.

Cuando llegue la hora de ajustar las cuentas con la clase obrera en Francia, la clase dominante no quiere que en el poder estén los perros rabiosos del fascismo. ¡No! Los mantendrán en la reserva, como auxiliares de la reacción, para aterrorizar a los trabajadores, los inmigrantes y los estudiantes de extrema izquierda. Cuando llegue el momento, los banqueros y capitalistas franceses abandonarán la democracia con la misma facilidad con que tiran una camiseta usada. Encontrarán a algún hombre de negocios “respetable” o un general que asuma las riendas del poder y “restaure el orden”, como hicieron en 1848, 1871 y 1940. Pero esa hora todavía no ha llegado. Saben muy bien que si se mueven demasiado rápido en esta dirección, provocarían una guerra civil y no es seguro que la puedan ganar. Por eso no quieren los servicios de Le Pen.

Sin embargo, la tendencia hacia un conflicto abierto entre las clases en Francia crece según pasa el tiempo. Los intentos de los dirigentes reformistas del PS y PC de evitarlo con llamamientos a mantener la unidad del centro, son inútiles y contraproductivos. ¿Cuál es el contenido de este “centro”? ¿Cuál es su programa? La defensa de la democracia contra la supuesta amenaza del “fascismo”. Esto, en esencia, es un programa para el mantenimiento del status quo. Pero ¿de dónde viene esta amenaza? ¡Del masivo descontento con el mismo status quo que el “centro” quiere defender!

Cómo derrotar a la reacción

En realidad, a pesar de la ruidosa campaña sobre la amenaza a la “democracia”, está descartado que Le Pen gane la segunda vuelta. Aunque Chirac sólo consiguiera un estrecho margen sobre Le Pen en la primera ronda, un 19,65 por ciento frente al 17,06 por ciento, hay pocas dudas de que regresará de nuevo al Palacio del Elíseo dentro de dos semanas. Una encuesta telefónica realizada la misma noche electoral, dice que Chirac ganaría la segunda vuelta con un 78 por ciento frente al 22 por ciento de Le Pen. Muchos votantes socialistas y comunistas, de mala gana, votarán a Chirac. Pero la victoria de Chirac no resuelve nada.

Después de haber aprovechado la campaña para construir su base electoral, Le Pen tendrá el lujo de sentarse y observar mientras los partidos reformistas y burgueses continúan administrando la crisis del capitalismo. Esto le proporcionará todo lo que necesita para ganar nuevos adeptos y prepararse para las próximas elecciones. Al pedir a la gente que vote a Chirac, los socialistas y comunistas sólo prepararán el terreno para la victoria de la derecha en las elecciones de junio. Francia podría encontrarse con un presidente y una mayoría de derechas en la Asamblea. Y el PS y el PC serán los responsables de los resultados. El único que se beneficiará será el FN.

¿Qué conclusiones sacará Chirac del éxito de Le Pen? Sólo esta: que para triunfar es necesario imitar al FN, hacer sonar los tambores de la ley y el orden, limitar la inmigración (con un todo “moderado”, por supuesto) y otras cosas por el estilo. Con el disfraz de “fortalecer el centro”, todo el centro de gravedad de la política francesa girará a la derecha. Al implicarse con los partidos burgueses, los socialistas y comunistas se encontrarán comprometidos. Y los agentes abiertos de la reacción estarán esperando a la próxima crisis.

Para derrotar a la reacción, es necesario destruir las condiciones sociales que la provocan. Para eliminar el racismo, no es suficiente con hacer discursos moralistas sobre la hermandad de los hombres. Es necesario eliminar el desempleo, ese terrible cáncer que destruye vidas humanas y crea una generación alienada que busca a alguien a quien culpar de sus problemas y lo encuentra en el llamado problema de la inmigración. Es necesario destruir las casuchas que desfiguran las ciudades de Francia y dar a cada familia una casa decente donde vivir. Es necesaria una reforma real del sistema educativo para garantizar una educación digna para todos. Pero nada de esto es posible con un sistema que pone los beneficios de un puñado de ricas familias por encima de los intereses vitales del pueblo francés.

La condición previa para esto es que los socialistas y los comunistas rompan con Chirac y la burguesía, y que realicen una política independiente. ¡Ninguna confianza en la burguesía y sus partidos! Los partidos socialista y comunista deben luchar por el poder con un programa para la transformación socialista de la sociedad. Ese es el único camino.

¿Apoyamos la campaña Frenar a Le Pen? ¡Por supuesto! Los marxistas franceses estarán en primera línea de lucha contra este reaccionario rabioso. Pero decimos que la clase obrera debe luchar contra Le Pen con sus propios métodos: con manifestaciones de masas, con reuniones públicas de protesta, con agitación en los centros de trabajo y con huelgas. ¡La CGT, CFDT y FO deben convocar una huelga general de 24 horas! Debemos crear comités de acción en las fábricas, en los barrios obreros, en los institutos, en las universidades… Debemos atraer a los inmigrantes, a las mujeres y los jóvenes. Debemos organizar un movimiento de protesta nacional que sacuda los cimientos de Francia. Sólo por este camino podemos infligir una derrota decisiva sobre los racistas y fascistas y parar el avance del FN. Pero al combinar nuestras fuerzas con los representantes podridos y desacreditados del capitalismo, sólo caeremos en manos de la reacción.

Se está desarrollando una situación pre-revolucionaria

Paradójicamente, cuando todos chillan por la reacción (¡e incluso el fascismo!) en Francia, los marxistas vemos las cosas con una luz completamente diferente. Noel Mamère, el candidato verde, dijo que el avance de Le Pen había provocado “la crisis política más seria en Francia desde la Segunda Guerra Mundial”. Esto podría ser verdad. Pero lo que la crisis refleja es el callejón sin salida del capitalismo, su incapacidad para resolver las necesidades más apremiantes de la población. Eso sólo se puede conseguir con la transformación revolucionaria de la sociedad. E incluso en la situación actual, los elementos revolucionarios están claramente presentes.

Es bien conocido que en Francia la primera vuelta da la oportunidad a la gente, tanto de izquierdas como derechas, de expresar un voto de protesta. Pueden permitirse el lujo de dar a los partidos tradicionales una advertencia para que sepan que no están satisfechos con su trabajo y esperan algo mejor. La clase política por lo tanto puede reconfortarse con que estos resultados son “sólo una protesta”.

Hasta cierto punto obviamente esto es verdad, pero no es menos verdad que en esta ocasión la protesta ha ido más lejos de lo que esperaban. Los resultados son bastante extraordinarios y en absoluto eran lo que esperaban los analistas políticos. Lo que vemos aquí es la manifestación concreta en el plano político de un fenómeno que hemos explicado insistentemente para todo el que quiera escuchar: que la característica más fundamental de la situación mundial actual es la extrema inestabilidad a todos los niveles: económico, social, político y militar.

La reacción inmediata en Francia fue un ambiente de miedo y aprensión, especialmente, en las comunidades inmigrantes. Algunos judíos ya hablaban de emigrar a Israel (que es como saltar de la tostadora al fuego), mientras que algunos árabes estaban considerando regresar a Argelia o Túnez. Este temor es comprensible. La población de Francia se enfrenta a dos semanas en las que este demagogo reaccionario tendrá acceso sin precedentes a la televisión y a la prensa para poder extender su veneno racista. Las bandas fascistas y racistas se crecerán y se reunirán alrededor de la bandera negra del FN. Existe el peligro de ataques a inmigrantes y a activistas socialistas y comunistas.

El temor es muy real. Pero cuando comience a desaparecer el humo de la confusión, el temor y la desesperación rápidamente se transformarán en rabia y deseo de luchar. Por eso es lo que más asusta a la clase dominante, que son conscientes de las tradiciones revolucionarias del pueblo francés. Marx señaló que Francia es un país donde la lucha de clases siempre se lucha hasta el final. El enorme abismo que existe entre la izquierda y la derecha es un síntoma de las contradicciones insalvables que se están abriendo entre las clases.

Newton señaló hace tiempo que cada acción causa una reacción contraria. Lo que es verdad para la mecánica elemental también lo es para la sociedad. El ascenso de la extrema derecha provocará una reacción de la izquierda. Ya lo ha hecho. Durante las últimas dos noches se han producido violentas manifestaciones en las principales ciudades del país. Eso es lo que aterroriza a la clase dominante y a todos los dirigentes políticos tradicionales.

Hemos explicado muchas veces las características básicas de una situación revolucionaria. Primero, que la clase dominante esté dividida e incapaz de gobernar a la antigua usanza. Este es ciertamente el caso de Francia, donde los partidos de la derecha están fragmentados. Por eso Le Pen ha conseguido su empuje, para consternación de la clase dominante.

La segunda condición es que la clase media vacile entre la burguesía y el proletariado. La característica básica de los políticos franceses durante la última década ha sido precisamente los giros violentos a derecha e izquierda y, otra vez a la derecha. Esta tremenda volatilidad es un síntoma de la extrema inestabilidad, sobre todo, en las capas medias de la sociedad.

La tercera condición es que la clase obrera esté preparada para luchar. En el último período los trabajadores franceses han estado en la línea de frente del movimiento en Europa. Ha habido oleadas de huelgas, que han incluido prácticamente a todos los sectores de la sociedad. El mismo espíritu de lucha se puede ver entre los estudiantes. La situación actual no es diferente. El avance del FN no ha acobardado a los jóvenes y trabajadores, les ha puesto en pie

La última condición es la existencia de un partido revolucionario con una dirección decidida. En Francia no hay escasez de candidatos para ese papel. Pero ninguno de ellos ha demostrado ser capaz de poner esto en práctica. Después de todo, un partido revolucionario debería ser capaz de dirigir a las masas. La tarea central es esa: no la conquista del poder, sino la conquista de las masas. Pero a pesar de la buena proyección de los partidos de izquierda en las elecciones, todavía hay un largo camino que recorrer para conseguir este objetivo.

Lo que está cada vez más claro es que el trotskysmo ahora está encontrando un eco en el movimiento comunista en una forma que era impensable en el pasado. Esto es una gran satisfacción para aquellos que hemos luchado durante tantos años por las ideas de Trotsky. Por lo tanto es una pena que para muchos que pretender defender las ideas de León Trotsky mantengan una actitud sectaria y ultraizquierdista con los trabajadores socialistas y comunistas que todavía disponen del apoyo de la mayoría de los trabajadores organizados en la mayoría de los países. Si el trotskysmo triunfa, debe a toda costa conectar con las organizaciones de masas de la clase obrera. Esa fue siempre la posición del propio Trotsky, aunque para muchos de los que hablan en sus nombres esto permanece como un libro cerrado con siete llaves.

Marx señaló que algunas veces la revolución necesita el látigo de la contrarrevolución. En horas, en las mejores tradiciones del movimiento francés, hubo una explosión espontánea de protesta popular. Las manifestaciones de izquierda contra Le Pen inmediatamente tomaron las calles de París y otras ciudades. John Lichfield, el corresponsal de The Independent en París decía:

“Unas 10.000 personas se han reunido en París desde primeras horas cantando: ‘Todos somos hijos de inmigrantes’. La violencia tiñó la protesta pacífica cuando unos miles se separaron, aparentemente se dirigían al palacio presidencial y se enfrentaron con la policía en la Plaza de la Concordia. La enorme ventana del restaurante Maxim fue rota. Varios cientos de manifestantes se desmandaron en la margen izquierda, rompiendo algunas paradas de autobuses y ventanas de tiendas. La policía arrestó a unas docenas de personas. En otras ciudades también se reunieron manifestantes, desde Marsella en el sur, a Lille en el norte y Estrasburgo en el este”. (The Independent, 22 de abril, 2002)

El aumento de los votos de la izquierda y derecha radicales es más que una protesta. Es un reflejo de una creciente polarización entre las clases. Es un síntoma temprano del desarrollo de una situación pre-revolucionaria en Francia. En las calles de París, Toulouse, Lille y también Marsella, donde hay una gran población inmigrante, los trabajadores y jóvenes de Francia están manifestándose y la policía está respondiendo con balas de goma y gas lacrimógeno. ¡Esto incluso antes de que empiece la campaña de la segunda vuelta!

El movimiento en Francia está aún en sus inicios. La vanguardia proletaria tendrá tiempo de organizarse y construir las fuerzas necesarias para llevar la lucha hasta el final. Los trabajadores y jóvenes aprenderán de su propia experiencia, ayudados por la tendencia marxista que participará en la lucha, hombro con hombro con la clase. El movimiento podría continuar durante varios años, con alzas y bajas. Habrá momentos de avance, pero también momentos de derrota, de cansancio, desmoralización e incluso reacción. Pero cada victoria de la reacción sólo será el preludio de nuevas agitaciones. Los acontecimientos actuales en Francia son la prueba viva de esto. Una cosa es cierta: no hay solución posible sobre las bases del capitalismo.

La crisis del capitalismo ahora está adquiriendo proporciones verdaderamente globales. Sólo la semana pasada tuvimos la primera huelga general en Italia en veinte años, millones de trabajadores salieron a las calles de todas las ciudades italianas. El gobierno de derechas de Berlusconi de repente se encontró frente al abismo. Si la derecha gana en Francia debido al fracaso del reformismo, eso sólo abrirá un nuevo capítulo tormentoso en el proceso revolucionario que ahora ha comenzado en toda Europa.

23 de abril, 2002