Este año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa, un acontecimiento que alteró el curso de la historia humana. Por primera vez –si excluimos el breve pero glorioso episodio de la Comuna de París– los obreros tomaron el poder en sus manos y comenzaron la gigantesca tarea de la reconstrucción socialista de la sociedad. Aquí publicamos un artículo escrito en 1992 por Alan Woods. El artículo da una excelente panorámica de la revolución y resalta sus principales lecciones.

«La Revolución de Octubre sentó las bases para una nueva cultura que tomara a todo el mundo en consideración, y por esa misma razón adquirió inmediatamente importancia internacional. Aun suponiendo que debido a las desfavorables circunstancias y a los golpes hostiles, el régimen soviético fuera derrocado temporalmente, la huella inexpugnable de la Revolución de Octubre, empero, sería un ejemplo para todo el desarrollo futuro de la humanidad«”- Leon Trotsky –  La Historia de la Revolución Rusa

Hace 75 años, este mes, se produjo un evento que alteró todo el curso de la historia humana. Por primera vez –si  excluimos el breve pero glorioso episodio de la Comuna de París– los obreros tomaron el poder en sus manos y comenzaron la gigantesca tarea de la reconstrucción socialista de la sociedad.

Ahora, en vísperas de este gran aniversario, las masas de la antigua Unión Soviética se enfrentan al espectro de la contrarrevolución capitalista. En medio de las escenas más aterradoras de caos económico y social, todas las fuerzas oscuras que habían sido barridas por la marea revolucionaria están volviendo a flotar. La propiedad privada, la especulación, la iglesia ortodoxa, el racismo, el nacionalismo, los pogroms, la prostitución, el desempleo y la desigualdad, surgen como un enjambre de insectos grotescos y venenosos bajo una piedra.

Y esto es aclamado como un «nuevo amanecer» por los medios occidentales. Las personas capaces de identificar esas monstruosidades con «progreso» no pueden detenerse ante nada. Ninguna mentira es demasiado grande para ellos, ninguna distorsión demasiado vil. Y la avalancha de mentiras ya ha comenzado.

Para justificar el sistema capitalista, es necesario ennegrecer el nombre del socialismo, y especialmente del socialismo científico, expresado en las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Ante todo, es necesario mostrar que la revolución es algo malo, que representa una horrible desviación de las «normas» de la evolución social pacífica, que inevitablemente termina en un desastre.

No hace mucho, celebramos el 200º aniversario de la revolución francesa. A pesar de que se trataba de una revolución burguesa, a pesar de que ocurrió hace dos siglos, no obstante, la clase dominante de Francia y de otros lugares no podía dejar de denigrar la memoria de 1789-1793. Incluso un acontecimiento histórico tan distante era un incómodo recordatorio para los ricos y poderosos de lo que sucede cuando un determinado sistema socioeconómico alcanza sus límites. Incluso proponen cambiar las aterradoras palabras de «La Marsellesa».

Sin embargo, las revoluciones ocurren, y no por accidente. Una revolución se vuelve inevitable cuando una forma particular de sociedad entra en conflicto con el desarrollo de las fuerzas productivas, que constituyen la base de todo progreso humano.

Uno de los libros más grandes del siglo XX es la Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky. Este monumental estudio de los hechos de 1917 nunca ha sido igualado. Es un sobresaliente ejemplo del uso del método del materialismo histórico para elucidar los procesos tal y como se dan en la sociedad. Los acontecimientos que condujeron a Octubre no sólo son narrados, sino que se explican de una manera que tiene una validez y una aplicación mucho más extensa que la propia experiencia histórica de la Revolución rusa.

En un intento por desacreditar la Revolución de Octubre, la clase dominante, a través de sus agentes contratados en las universidades, ha cultivado asiduamente el mito de que la revolución bolchevique no fue más que un «golpe de Estado» organizado por Lenin y un puñado de conspiradores.

Intervención de las masas

En realidad, como explica Trotsky, la esencia de una revolución es la intervención directa de las masas en la política y en el día a día de la sociedad. En los períodos «normales», la mayoría de las personas se contentan con dejar la gestión de la sociedad en manos de los «expertos» –los parlamentarios, consejeros, abogados, periodistas, dirigentes sindicales, profesores universitarios y demás.

Durante un período, que puede ser un período prolongado de años o incluso décadas, la sociedad puede adquirir la apariencia de un cierto «equilibrio». Esto es particularmente cierto en un período prolongado de crecimiento económico capitalista, como el que duró casi cuatro décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial.

En tales períodos, las ideas del marxismo no son fácilmente aceptadas o entendidas, porque parecen llevar la contraria a los «hechos». Por el contrario, las ilusiones de los líderes obreros reformistas de un cambio lento, gradual y evolutivo – “hoy mejor que ayer, y mañana mejor que hoy»– logran una audiencia generalizada.

Sin embargo, bajo la superficie aparentemente tranquila, se están acumulando fuertes corrientes. Hay una acumulación gradual de descontento y frustración en las masas, y un malestar creciente entre las capas medias de la sociedad. Esto es sentido particularmente por los intelectuales y los estudiantes, que son un barómetro sensible que refleja los cambios de humor de la sociedad.

En una frase maravillosamente gráfica, Trotsky se refiere al «proceso molecular de la revolución», que continúa ininterrumpidamente en la mente de los trabajadores. Sin embargo, dado que este proceso es gradual y no afecta a la fisonomía política general de la sociedad, pasa desapercibido para todos, excepto para los marxistas.

De la misma manera, el suelo nos parece sólido y firme bajo nuestros pies («tan firme como una roca», como dice el refrán). Pero la geología nos enseña que las rocas no son en absoluto estables, y que la tierra está cambiando constantemente bajo nuestros pies. Los continentes están en movimiento, y en un estado de perpetua «guerra», uno colisionando con otro. Dado que el cambio geológico no se mide por años o incluso siglos, sino por eones [período geológico que mide el tiempo por cientos de millones de años, NdT], los cambios continentales permanecen inadvertidos, excepto para los especialistas. Pero las líneas de falla se acumulan, sujetas a presiones inimaginables, que eventualmente estallan en terremotos.

Guerras y revoluciones

Existen líneas de falla similares en todas las sociedades. La repentina erupción de guerras y revoluciones obedece aproximadamente a las mismas leyes que los terremotos, y son igual de inevitables. El momento inevitablemente llega cuando la masa del pueblo decide que «las cosas no pueden seguir así por más tiempo». La ruptura se produce cuando la mayoría se mueve para tomar sus vidas y su destino en sus propias manos. Esto, y nada más, es el significado principal de una revolución.

Para el académico acomodado, una revolución es una aberración, un «monstruo», una desviación de la norma. La sociedad temporalmente se vuelve «loca», hasta que eventualmente el «orden» es restaurado. Para tal psicología, la imagen mental más satisfactoria de una revolución es la de un rebaño ciego que se ha asustado repentinamente o, mejor aún, la de una conspiración creada por demagogos.

En realidad, los cambios psicológicos que ocurren con extrema brusquedad en cualquier revolución, no son accidentales, sino que están arraigados en todo el período anterior.

La mente humana, en general, no es revolucionaria, sino conservadora. Mientras las condiciones de vida son generalmente aceptables, la gente tiende a aceptar el estado de cosas existente dentro de la sociedad. La conciencia tiende a estar muy por detrás de los cambios que ocurren en el mundo objetivo de la economía y la sociedad.

Sólo en último recurso, cuando no hay alternativa, la mayoría opta por una ruptura decisiva con el orden existente. Mucho antes de esto, intentarán por todos los medios adaptarse, comprometerse, buscar la imaginada «línea de menor resistencia». Ese es el secreto del atractivo de la política reformista, especialmente en un período de auge capitalista, pero no sólo en él.

La Revolución de Octubre fue el producto de todo el período anterior. Antes de optar por los bolcheviques, los trabajadores y campesinos rusos ya habían pasado por la experiencia de dos revoluciones (1905 y febrero de 1917) y dos guerras (1904-5 y 1914-17).

La Rusia zarista, que estaba considerada como uno de los principales Estados imperialistas con un poderoso ejército, era sin embargo una potencia capitalista económicamente atrasada. Por la ley del desarrollo desigual y combinado, se estableció la industria a gran escala en un puñado de centros (principalmente Moscú, San Petersburgo, la región occidental, los Urales y el Donbass) como resultado de la inversión occidental. Sin embargo, la gran mayoría de la población eran campesinos, hundidos en condiciones de atraso casi medieval. En muchos aspectos, la composición social del zarismo ruso era similar a la de muchos países del Tercer Mundo en la actualidad.

A pesar de su pequeñez numérica, la clase obrera rusa fijó tempranamente su sello en los acontecimientos de manera decisiva. En la ola tempestuosa de huelgas de la década de 1890, anunció su existencia al mundo. A partir de ese momento, la «cuestión obrera» ocuparía una posición central en la política rusa.

El crecimiento tormentoso de la industria en los primeros años del siglo XX llevó a un rápido crecimiento de la clase trabajadora. A diferencia de Gran Bretaña, donde el capitalismo experimentó un crecimiento lento, gradual y orgánico durante 200 años, el desarrollo del capitalismo en Rusia se dio en un par de décadas.

Como resultado, la industria rusa no tuvo que pasar por la fase de la artesanía o la pequeña industria artesanal, sino que se implantó directamente a través de grandes empresas. Ase establecieron grandes fábricas con las técnicas más modernas importadas de Gran Bretaña, Alemania y los EE.UU. Junto con la tecnología más moderna importada de Occidente, llegaron las ideas más modernas y avanzadas del socialismo.

A partir de la década de 1890, el marxismo logró desplazar a la antigua tendencia socialista terrorista y utópica del “narodnismo” (literalmente, “populismo”) como la tendencia dominante en el movimiento obrero.

Narodnikis

Los críticos más sofisticados del bolchevismo intentan hacer una distinción entre el marxismo «occidental» civilizado y el leninismo crudo y bárbaro, un producto, supuestamente, del atraso ruso.

De hecho, poco o nada hay de ello en  un personaje específicamente ruso como es Lenin y sus ideas, ya que pasó toda su vida luchando incansablemente contra los Narodnikis (o Populistas) en su «vía rusa hacia el socialismo».

Tanto Lenin como Trotsky dedicaron sus vidas a la defensa del internacionalismo socialista. Sus ideas no pueden considerarse más «rusas» que las ideas de Marx como «alemanas». Lenin y Trotsky desarrollaron y expandieron el marxismo, pero defendieron las ideas y principios fundamentales elaborados por Marx y Engels a partir de 1848.

La primera gran prueba para los marxistas rusos llegó en 1905.

La profunda crisis social fue frenada por la guerra ruso-japonesa, que terminó en un desastre militar para el zarismo. El nueve de enero de 1905, los trabajadores de San Petersburgo se reunieron con sus familias para una manifestación pacífica en la plaza del Palacio de Invierno. Su objetivo era presentar una petición al zar, el «padrecito».

La mayoría de estos trabajadores, muchos de los cuales habían llegado recientemente de las aldeas, no eran sólo religiosos, sino monárquicos. Los marxistas (o socialdemócratas, como se les llamaba entonces) tenían fuerzas muy limitadas y estaban divididos entre bolcheviques y mencheviques. Cuando trataban de distribuir folletos denunciando a la monarquía, en varios momentos los trabajadores les arrancaban los folletos y se los rompían, e incluso les golpeaban.

Sin embargo, nueve meses después los mismos trabajadores habían organizado una huelga general revolucionaria y un Soviet, y al final del año, los trabajadores de Moscú se habían levantado en una insurrección armada.

En todos los centros urbanos, los socialdemócratas se transformaron en la fuerza decisiva. La revolución de 1905 fue derrotada en su mayor parte porque el movimiento en el campo sólo se puso en marcha después de que los trabajadores de las ciudades habían sufrido una derrota.

Durante varios años (1907-11), Rusia fue sumergida en la noche oscura de la reacción. Sin embargo, para 1911-12, hubo un nuevo auge, caracterizado por una ola de huelgas masiva (que reflejó en parte un repunte de la economía) que, comenzando con demandas económicas, adquirió rápidamente un carácter político.

Durante este período los bolcheviques obtuvieron una mayoría decisiva en la clase obrera organizada. Rompieron con el ala oportunista menchevique en 1912 y fundaron el Partido Bolchevique.

Debe recordarse, sin embargo, que bolcheviques y mencheviques habían sido dos tendencias del partido tradicional de masas de los trabajadores –el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, POSDR-, e incluso después de 1912, los bolcheviques se llamaban todavía el POSDR (B).

Primera Guerra Mundial

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, Rusia se encontraba nuevamente al borde de la revolución. Es posible que los bolcheviques hubieran podido llegar al poder entonces, pero la situación fue interrumpida por el estallido de las hostilidades en agosto de 1914. Durante la guerra, el partido bolchevique fue diezmado por arrestos y el exilio. La juventud, que era la principal vía de crecimiento del partido, fue reclutada al ejército, donde el elemento obrero estaba esparcido en un mar de soldados campesinos atrasados.

En el exilio, Lenin estaba en contacto con quizá un par de docenas de colaboradores. En 1915, en la Conferencia de internacionalistas socialistas en Zimmerwald, Lenin bromeó diciendo que se podría poner a todos los internacionalistas del mundo en dos carruajes.

En una reunión de jóvenes socialistas suizos en enero de 1917, Lenin dijo que probablemente no viviría para ver la revolución socialista. En unas pocas semanas, el zar había sido derrocado y, a finales de año, Lenin estaba a la cabeza del primer gobierno obrero del mundo.

¿Cómo explicar un giro tan dramático de los acontecimientos? Los historiadores comunes explican la revolución como el producto de la miseria extrema. Eso es unilateral y falso. Si eso fuera cierto, como explica Trotsky, las masas en un país como la India estarían siempre en rebelión. La victoria de la reacción en el período de 1907-11 fue facilitada por la crisis económica que, después de una derrota política, temporalmente aturdió y desorientó a los trabajadores. Como predijo Trotsky, se necesitó de una resurgimiento económico (1911-12) para permitir que el movimiento se recuperara.

Auges y crisis

En realidad, ni los auges ni las crisis económicas producen revoluciones. Son las rápidas sucesiones de auge y crisis, la interrupción del patrón «normal» de existencia, lo que provoca incertidumbre general e inestabilidad, y hace que la gente cuestione el estado actual de las cosas. Aún más profundas son las sacudidas causadas por las guerras, que vuelven el mundo al revés, arrancan la vida a millones y obligan a hombres y mujeres a deshacerse de sus ilusiones y a enfrentarse, finalmente, a la realidad.

La revolución de febrero fue una expresión concreta del hecho que el antiguo régimen había llegado a un callejón sin salida. Como en 1904-5, el martillo de la derrota militar sirvió para exponer la putrefacción interior del zarismo.

El movimiento huelguístico en Petrogrado asumió proporciones abrumadoras a comienzos de 1917, pese a que ya había comenzado antes. El estado de ánimo de descontento que emanaba de los centros industriales encontró un eco en las filas del ejército, que sufría ya de derrotas y agotamiento. La crisis del régimen anticipaba el movimiento de las masas.

Cada revolución comienza, no en las capas más bajas de la sociedad, sino en las superiores. Su primera manifestación es una serie de crisis y fracturas en la clase dominante, que se siente en un callejón sin salida, incapaz de seguir gobernando a la antigua.

Trotsky lo expresa en el siguiente sentido: «Una revolución estalla cuando todos los antagonismos de una sociedad han alcanzado su más alta tensión, esto hace que la situación sea insoportable incluso para las clases de la vieja sociedad, es decir, para aquéllas que están condenadas a desintegrarse».

El olor de la corrupción y del escándalo siempre cuelga de un régimen que se ha sobrevivido a sí mismo. La actual epidemia de escándalos políticos y financieros en Gran Bretaña, Japón, Estados Unidos e Italia no es más que un accidente como fue el régimen de Rasputín en la corte de «Nicolas el Sanguinario» o el «factor Pompadour» del Antiguo Régimen en Francia.

Los Cosacos

A pesar de todo su poder armado, su policía, sus cosacos, su servicio secreto, el zarismo cayó en el primer desafío serio, como una manzana podrida en un soplo de viento. El ejército se derrumbó como un castillo de naipes, una vez que los trabajadores se enfrentaron con la  determinación manifiesta de cambiar la sociedad.

La clase trabajadora en su conjunto aprende de la experiencia –especialmente con la experiencia de los grandes acontecimientos. La experiencia de 1905, a pesar de la derrota, dejó una impresión indeleble, que de inmediato volvió a emerger en febrero con la creación de los comités soviéticos elegidos por obreros y soldados, que eran a la vez órganos de lucha y, potencialmente, órganos de un nuevo poder.

Como ha sucedido muchas veces en la historia, en la Revolución de Febrero, los obreros tuvieron el poder en sus manos, pero no eran conscientes de ello. Con una dirección correcta, la clase obrera podría haber llevado a cabo inmediatamente la revolución socialista. Pero bajo la dirección de los mencheviques y de los social-revolucionarios [los herederos de las viejas ideas “narodnikis” NdT] , la revolución de febrero terminó en el aborto del «sobre poder».

La revolución significa la entrada explosiva en el escenario político de millones de mujeres y hombres sin experiencia previa en política, en busca de una solución a sus problemas más apremiantes.

Inevitablemente, en primera instancia, las masas buscan la línea de menor resistencia, las soluciones más fáciles, las figuras políticas conocidas, los partidos políticos familiares.

En el caso de Rusia, la guerra misma tuvo un efecto fundamental en el balance de las fuerzas de clase. Aquí, las «masas» representaban, ante todo, al campesinado, que había sido la columna vertebral del ejército zarista. Hasta 1914, los bolcheviques tenían la dirección de las  tres cuartas partes de la clase obrera organizada. Pero esa situación fue alterada por la guerra.

En la revolución de febrero, todo el balance de las fuerzas de clase fue cambiado por el explosivo surgimiento en la escena de la masa de trabajadores políticamente inexpertos, que tendían a apoyar a los mencheviques. El elemento decisivo en la ecuación era el ejército, y aquí los campesinos tenían una preponderancia aplastante. Los soldados campesinos, recién despertados a la vida política, miraron, no a los bolcheviques, sino a los dirigentes socialistas «moderados», los mencheviques y especialmente a los social-revolucionarios, también conocidos por sus siglas (SR’s), eseristas.

Los trabajadores, después de la experiencia de 1905, temían una ruptura con los campesinos uniformados y, por el momento, estaban dispuestos a esperar. El peso combinado de los campesinos y la masa de trabajadores políticamente inexpertos se movieron detrás de los mencheviques y los eseristas, reduciendo a los bolcheviques a una pequeña minoría en las primeras etapas de la revolución.

Los mencheviques

Sesión del Soviet de PetrogradoLas masas confiaban en los líderes obreros reformistas. Y estos últimos, como siempre, confiaban en el ala «liberal» de la burguesía, que a su vez se esforzaba desesperadamente por defender a la monarquía y poner fin a la revolución. Mientras tanto, entre bastidores, los generales reaccionarios preparaban un contragolpe.

No por primera ni por última vez, los obreros habían luchado y vencido, sólo para ser embaucados de los frutos de la victoria por su dirección. Los eseristas y los dirigentes mencheviques estaban obsesionados por una sola idea: devolver el poder lo antes posible a los banqueros y capitalistas.

El Gobierno Provisional que surgió de la Revolución de Febrero fue un gobierno de terratenientes y capitalistas que se autodenominaban «demócratas». El líder derechista del Partido Laborista («Trudovike») Kerensky entró en el gobierno como Ministro de Justicia. El ministro de la guerra era el gran industrial de Moscú, Guchkov. El «liberal» Miliukov se convirtió en ministro de Relaciones Exteriores.

Activistas obreros

Los activistas obreros desconfiaban mucho del gobierno. Pero entre la masa de la sociedad había una ola de euforia. Las masas tenían ilusiones en sus líderes y consideraban a Kerensky como su portavoz en el gobierno.

La atmósfera predominante de intoxicación democrática revolucionaria afectó incluso a algunos dirigentes bolcheviques en Petrogrado, cuando Lenin todavía estaba en el exilio en Suiza. Los principales dirigentes de Petrogrado eran Kamenev y Stalin, que sucumbieron a la presión de la «unidad». Instintivamente, los bolcheviques de Petrogrado se manifestaron contra el Gobierno Provisional, al que caracterizaron correctamente como un gobierno contrarrevolucionario. Sin embargo, Kamenev y Stalin llevaron al partido a una alianza cercana con los eseristas y mencheviques, e incluso propusieron la reunificación con estos últimos.

Desde el exilio en Suiza, Lenin observó la situación con alarma. Sus primeros telegramas a Petrogrado eran totalmente intransigentes en tono y contenido: «Nuestra táctica: absoluta falta de confianza, ausencia de apoyo al nuevo gobierno, sospecha especialmente de Kerensky, armar al proletariado como única garantía, elecciones inmediatas al ayuntamiento de Petrogrado, ningun acercamiento a otros partidos».

Después del regreso de Lenin en abril, el Partido Bolchevique entró en una crisis. Esta es una ley en una situación revolucionaria, cuando la presión de las fuerzas de clase ajenas pesa sobre el partido y su dirección: la presión por la «unidad de la izquierda», el miedo al aislamiento, etc.

La tensión entre Lenin y la mayoría de los dirigentes fue tan grande que, inmediatamente después de su regreso, Lenin se vio obligado a publicar sus Tesis de Abril en el diario del partido, Pravda, bajo su propia firma.

En la Conferencia de abril del partido, donde se produjo una feroz lucha, Lenin advirtió que, en lugar de aceptar la posición de Kamenev y Stalin, preferiría estar solo «como Karl Liebknecht, uno contra 110» (refiriéndose a la valiente lucha de Liebknecht contra la guerra en la fracción parlamentaria del partido Socialdemócrata alemán).

Lenin explicó que la revolución no había logrado sus objetivos centrales: que era necesario derrocar al gobierno provisional; Que los obreros deben tomar el poder, aliados con la masa de campesinos pobres. Solamente por estos medios se podría terminar la guerra, dar la tierra a los campesinos y establecer las condiciones para una transición a un régimen socialista.

En esencia, estas ideas eran idénticas a las perspectivas brillantemente elaboradas por Trotsky en 1904-5, y conocidas en la historia como la «revolución permanente».

Las ideas de Lenin se impusieron. Sin embargo, los bolcheviques seguían siendo una minoría en los Soviets, y los dirigentes de los soviets –los eseristas y los mencheviques– respaldaban al Gobierno Provisional. Y aquí vemos las tácticas flexibles de Lenin, muy alejadas de las aventuras ultra-izquierdistas. Bajo la consigna «explicar pacientemente», instó a los bolcheviques a dirigirse a los trabajadores en los Soviets para que les plantearan exigencias a los dirigentes reformistas, demandarles hechos en vez de palabras, que publicaran los tratados secretos, que pusieran fin a la guerra, que rompieran con la burguesía y tomaran el poder en sus propias manos. Si ellos hacían estas cosas, Lenin repitió muchas veces, entonces la lucha por el poder se reduciría a una lucha pacífica por alcanzar una mayoría en los Soviets.

Tomar el poder

Sin embargo, los mencheviques y los dirigentes Social-Revolucionarios no tenían ninguna intención de romper con el Gobierno Provisional burgués. En realidad, estaban aterrorizados con tomar el poder y tenían más miedo de los obreros y campesinos que del cuartel general contrarrevolucionario.

La verdad era que el Gobierno Provisional era una cáscara vacía. Sólo había dos poderes reales en el país, y uno o el otro tenían que ser derrocado. Por un lado, los soviets de obreros y diputados campesinos; por otro lado, los restos del antiguo aparato estatal, agrupados en torno a la monarquía y al Estado Mayor, que bajo la sombra protectora del Gobierno Provisional se preparaba para un enfrentamiento con los soviets.

Crecimiento explosivo

Una de las características principales de una situación revolucionaria es la brusquedad con que puede cambiar el estado de ánimo de las masas. Los trabajadores aprenden rápidamente sobre la base de los acontecimientos.

Así, una tendencia revolucionaria puede experimentar un crecimiento explosivo, pasando de una minúscula minoría a una fuerza decisiva, con una condición: que combine tácticas flexibles con firmeza implacable en todas las cuestiones políticas.

Al principio, sus oponentes se burlaban de Lenin por ser un «sectario» desesperado, condenado a la impotencia de mantenerse fuera de la «unidad de la izquierda». Sin embargo, la marea pronto comenzó a fluir fuertemente en la dirección del bolchevismo.

En una revolución, escribió Trotsky: «el más extremo siempre reemplaza al menos extremo». Los trabajadores llegan a comprender la corrección de las ideas de la tendencia revolucionaria gracias a su propia experiencia, especialmente en la escuela de los grandes acontecimientos.

Estos son absolutamente necesarios para que los trabajadores se convenzan de la necesidad de una transformación radical de la sociedad. Las diferentes etapas en el crecimiento de la conciencia de la clase se reflejan en el ascenso y la caída de los partidos políticos, de las tendencias, de los programas y de los dirigentes individuales.

El fracaso del gobierno provisional burgués para resolver cualquiera de los problemas básicos de la sociedad provocó una aguda reacción en los principales centros obreros, especialmente en Petrogrado, donde al proletariado militante se sumaban los marineros revolucionarios (que, a diferencia de la infantería eran por lo general de extracción proletaria y fabril, especialmente de entre los trabajadores cualificados).

El aumento constante de los precios, el recorte en las raciones de pan, etc. causaron un fermento de descontento. Y sobre todo la continuación de la guerra, elevó la temperatura social hasta el punto de ebullición.

Los trabajadores reaccionaron con una serie de manifestaciones de masas a partir de abril, que indicaban un cambio cada vez mayor hacia la izquierda en su estado de ánimo. En un movimiento paralelo, las fuerzas de la reacción intentaron movilizarse en las calles, dando lugar a una serie de enfrentamientos.

La manifestación

Los bolcheviques convocaron una manifestación en abril para presionar a los líderes reformistas y probar el estado de ánimo de la capital.

Las resoluciones de las fábricas y de los distritos de los trabajadores inundaron el seno del ejecutivo soviético, exigiendo una ruptura con la burguesía. Los trabajadores acudieron a los comités locales preguntando cómo transferir sus nombres de los mencheviques a los bolcheviques.

A principios de mayo, los bolcheviques ya tenían al menos un tercio de los trabajadores en Petrogrado.

«Toda acción de masas –escribe Trotsky– independientemente de su objetivo inmediato, es una advertencia dirigida a los dirigentes. Esta advertencia es en un primer momento de carácter suave, pero que se vuelve cada vez cada vez más resuelta. En julio se ha convertido en una amenaza. En Octubre tuvimos el acto final».

Los apologistas de la clase dominante siempre buscan presentar la revolución como un acontecimiento sanguinario. A los líderes reformistas les encanta presentarse como demócratas parlamentarios amantes de la paz. Pero la historia demuestra la falsedad de ambas afirmaciones. Las páginas más sangrientas de la historia de la lucha social ocurren cuando una dirección cobarde e inepta vacila en el momento decisivo y no logra poner fin a la crisis de la sociedad mediante una acción vigorosa. La iniciativa pasa entonces a las fuerzas de la contrarrevolución que son invariablemente despiadadas, y dispuestas a vadear a través de ríos de sangre para «darle a las masas una lección».

En abril de 1917, los dirigentes reformistas de los Soviets podrían haber tomado el poder «pacíficamente», como Lenin les había invitado a hacer. No habría habido guerra civil. La autoridad de estos líderes era tal que los obreros y soldados les hubieran obedecido incondicionalmente. Los reaccionarios habrían sido generales sin ejército.

Pero la negativa de los reformistas a tomar el poder pacíficamente hizo que el derramamiento de sangre y la violencia fueran inevitables y pusieran en peligro los logros de la revolución. De la misma manera, los dirigentes socialdemócratas alemanes devolvieron el poder conquistado por los obreros y soldados alemanes en 1918, un crimen que el mundo entero pagó con el ascenso de Hitler, los campos de concentración y los horrores de una nueva guerra mundial. En lugar de tomar el poder, los dirigentes mencheviques y eseristas entraron en un primer gobierno de coalición con los líderes burgueses.

Las masas al principio lo acogieron con agrado, creyendo que los ministros socialistas estaban allí para representar sus intereses. Una vez más, sólo los acontecimientos podrían provocar un cambio en la conciencia. Inevitablemente, los ministros socialistas se convirtieron en los peones de los terratenientes y capitalistas, y sobre todo del imperialismo anglo-francés, que impacientemente exigía una nueva ofensiva militar en el frente ruso.

Estos mismos «socialistas» que habían mantenido una posición pacifista previamente, una vez que cruzaron el umbral del ministerio, olvidaron instantáneamente sus discursos de Zimmerwald y apoyaron con entusiasmo la guerra. Se anunció una nueva ofensiva. Las medidas para reintroducir la disciplina en el ejército reflejaban un intento de reafirmar el poder de la casta de los oficiales. El estado de ánimo de los trabajadores de Petrogrado estaba cerca del punto de ebullición. Como tiro de advertencia y prueba de fuerza, los bolcheviques consideraron una manifestación armada para presionar al Congreso de los Soviets de toda Rusia que se iba a celebrar en junio.

El partido estaba dando voz al creciente sentimiento de frustración de los trabajadores de Petrogrado, resumida en consignas dirigidas a los dirigentes reformistas de los Soviets: «¡Tomar el poder del Estado!» ¡Romper con la burguesía! «¡Abandonar la idea de una coalición y tomar las riendas del poder en sus propias manos!» La idea de una manifestación armada causó una reacción histérica en los líderes de la clase media que lanzaron una campaña de calumnias, interpretándola como un intento de golpe. El ministro menchevique Tseretelli advirtió siniestramente que «la gente que no sabía usar armas debe ser desarmada». Siendo una pequeña minoría en el Congreso de los Soviets (con el cual estaba previsto que coincidiera la manifestación), los bolcheviques decidieron dar un paso atrás. La idea de una manifestación armada fue abandonada. En su lugar, el mismo Congreso de los Soviets llamó a una manifestación desarmada el 1 de julio en defensa del gobierno. Este intento de maniobrar contra los bolcheviques resultó contraproducente.

Crecimiento de la conciencia

Guardias Rojos, milicias obreras de PetrogradoLos obreros y soldados llegaron a la manifestación «oficial» llevando carteles con las consignas de los bolcheviques: «¡Abajo los tratados secretos!» “¡Abajo los diez ministros capitalistas!” “¡No a la ofensiva! ¡Todo el Poder a los Soviets!». En una revolución, incluso las organizaciones tan extremadamente democráticas y flexibles como los soviets no pueden  reflejar los rápidos cambios de humor de las masas. El soviet se quedó rezagado tras los comités de fábrica, y los comités de fábrica se quedaron por detrás de las masas. Sobre todo, los soldados se quedaron por atrás de los obreros, y las provincias atrasadas se quedaron por detrás del Petrogrado revolucionario.

El proceso de crecimiento de la conciencia nunca es uniforme. Diferentes capas llegan a conclusiones diferentes en momentos diferentes. Siempre existe el peligro de que las capas más avanzadas de la clase vayan demasiado lejos demasiado pronto, y se separen de la mayoría, con consecuencias desastrosas.

Enfurecidos por la ofensiva, los sectores más radicales de la guarnición de Petrogrado se prepararon para una manifestación armada. Conscientes de que las provincias aún no estaban listas para un enfrentamiento con el Gobierno Provisional, los bolcheviques trataron de contener a los soldados, pero finalmente se vieron obligados a ponerse a la cabeza de la manifestación para evitar una masacre.

Como advirtieron los bolcheviques, el gobierno aprovechó la oportunidad para reprimir el movimiento, apoyándose en los regimientos más atrasados. Las «Jornadas de Julio» terminaron en una derrota, pero gracias a la dirección responsable de los bolcheviques, las pérdidas se redujeron al mínimo y los efectos de la derrota no fueron duraderos.

Una revolución no es un drama de un solo acto. Tampoco es un proceso simple siempre hacia adelante. La revolución rusa se desarrolló durante nueve meses. La revolución española tuvo lugar durante siete años, desde la caída de la monarquía en 1931 hasta las jornadas de mayo de Barcelona en 1937. Dentro de la revolución hay períodos de avance impresionantes, pero también periodos de calma, de derrota e incluso de reacción. Así, la revolución de febrero fue seguida por la reacción que siguió a las jornadas de julio. Los bolcheviques fueron acusados de ser agentes alemanes y perseguidos sin piedad, detenidos y encarcelados. Lenin se vio obligado a esconderse y luego se trasladó a Finlandia.

Contrarrevolución

A partir de febrero, la contrarrevolución había estado esperando su momento, escondiéndose mientras tanto  tras las faldas del gobierno provisional. La ofensiva y el aplastamiento de los bolcheviques en julio, ahora inclinaban el péndulo hacia la derecha. La casta de oficiales comenzó los preparativos serios para un golpe de Estado, que culminó en el levantamiento del general Kornilov a finales de agosto. Sólo la valiente respuesta de los obreros y soldados salvó la revolución. Los trabajadores ferroviarios, arriesgando sus vidas, se negaron a conducir los trenes, o los dirigieron mal para evitar la llegada de tropas. El ejército de Kornilov se encontró sin provisiones, sin gasolina, desorganizado y desorientado. Agitadores, principalmente bolcheviques, llegaron a operar entre las tropas de Kornilov y las conquistaron. Kornilov terminó siendo un general sin ejército. A regañadientes, los mencheviques y los eseristas se vieron obligados a legalizar a los bolcheviques. Pero ahora las masas habían comenzado a darse cuenta del verdadero estado de cosas. En un artículo sobre la revolución, escrito entre las sesiones de las negociaciones de la paz de Brest-Litovsk en 1918, Trotsky recordó la situación aún fresca: «El crecimiento de la influencia y de la fuerza de los bolcheviques fue indudable y ahora había recibido un espaldarazo importante. Los bolcheviques habían advertido contra la Coalición, contra la ofensiva de julio, y habían predicho la rebelión de Kornilov, y ahora las masas populares veían que habíamos tenido razón».

Asustados por el avance de la «división salvaje» de Kornilov, los dirigentes reformistas de los soviets se vieron obligados a armar a los trabajadores. La posición de los bolcheviques llegó a ser hegemónica en el soviet de Petrogrado. Por otra parte, el tiempo estaba corriendo hacia la celebración del segundo Congreso  de los Soviets de toda Rusia, en el cual los bolcheviques tenían ahora asegurada la mayoría. En un momento dado, las políticas contrarrevolucionarias de los líderes reformistas en los soviets habían inclinado a Lenin a considerar la posibilidad de abandonar el lema «Todo poder a los soviets», y sustituirlo por la idea de tomar el poder a través de los comités de fábrica. Este hecho demuestra la extrema flexibilidad táctica de Lenin. No se trataba de hacer un fetiche de ninguna forma organizativa, ni siquiera de los soviets. Sin embargo, la forma soviética de elecciones directas desde los centros de trabajo y en las guarniciones representaba una expresión mucho más democrática de la voluntad de la sociedad que cualquier régimen de democracia parlamentaria burguesa conocido en la historia.

Una de las mentiras más flagrantes sobre Octubre es que los bolcheviques eran «antidemocráticos» porque se basaban en la democracia soviética y no en un parlamento («Asamblea Constituyente»). El argumento es que Lenin y Trotsky representaban, no a las masas, sino sólo a un pequeño grupo disciplinado de conspiradores. Para estos críticos, Octubre no fue una revolución, sino un «golpe».

La verdad fue muy diferente. El sistema soviético en 1917 y en los años inmediatamente posteriores a la revolución fue el sistema de representación popular más democrático  jamás conocido. Incluso los modelos más democráticos del parlamentarismo burgués no pueden compararse con la democracia simple y directa de los soviets. Por cierto, la palabra rusa «soviet» significa simplemente «consejo» o «comité». Los soviets nacieron en 1905 como «comités de huelga» ampliados. En 1917, los soviets obreros fueron ampliados para incluir la representación de los soldados, que eran abrumadoramente campesinos con uniforme. Los representantes de los soviets eran elegidos directamente por sus compañeros de trabajo e inmediatamente revocables en cualquier momento por aquellos que los eligieron. Comparemos esto con el sistema actual de democracia burguesa, donde los parlamentarios son elegidos cada cuatro años en promedio, no hay posibiloidad de revocarlos una vez que resultaron elegidos al parlamento y no pueden ser cambiados hasta las próximas elecciones generales. Los gobiernos son libres de renegar de sus promesas – e invariablemente lo hacen, sabiendo que no podrá ser revocado.

La mayoría de los parlamentarios son políticos profesionales, sin contacto con la gente que los eligió. Viven en otro mundo, con altos salarios y gastos que los colocan en una categoría social diferente a las personas que se supone que representan.

En una situación revolucionaria, donde el estado de ánimo de las masas cambia rápidamente, los engorrosos mecanismos de la democracia burguesa formal serían totalmente incapaces de reflejar con precisión la situación. Incluso los soviets, como hemos visto, a menudo se quedaban atrás.

En su obra de 1918, Trotsky caracteriza la democracia de los soviets de la siguiente manera: «Depende de grupos orgánicos, como talleres, fábricas, minas, empresas, regimientos, etc. En estos casos, por supuesto, no existen garantías para la exactitud perfecta de las elecciones como en las de los consejos municipales y zemstvos [una especie de consejo de distrito elegido en las zonas rurales bajo el zarismo, NdT], «pero existe la garantía mucho más importante del contacto directo e inmediato del diputado con sus electores. El miembro del consejo municipal o zemstvo depende de una masa amorfa de electores que le confieren de autoridad durante un año, y luego se disuelven. «Los electores soviéticos, por su parte, permanecen en contacto permanente entre sí por las condiciones de su vida y de su trabajo: su diputado está siempre bajo su observación directa y puede en cualquier momento recibir nuevas instrucciones y, si es necesario, puede ser censurado, revocado y reemplazado por otra persona».

Los socialistas de derechas trataron por todos los medios de evitar que los soviets tomaran el poder. En primer lugar, organizaron la llamada «Conferencia Democrática», pidiendo un Gobierno «responsable». Esto no satisfacía a nadie, y fue atacado desde la derecha y la izquierda. La rápida polarización entre las clases condenó todas las maniobras del «centro» a una derrota por adelantado. Las interminables intrigas y combinaciones de los políticos contrastaban con la posición desesperada en el frente de guerra en aquel otoño frío y húmedo como fue el de 1917. El estado de ánimo en las aldeas era cada vez más impaciente. Los socialistas de derecha argumentaban que los campesinos debían esperar la elección de la «Asamblea Constituyente». Los bolcheviques exigieron la transferencia inmediata de la tierra a los comités campesinos. Las consignas de «paz, pan y tierra» ganaron la masa de los campesinos para el terreno de los soviets. Para Octubre, el escenario estaba previsto para el último acto del drama revolucionario.

Contrariamente al  prejuicio generalizado existente, la revolución no es lo mismo que la insurrección. Las nueve décimas partes de la obra de la revolución consistieron en ganar a la mayoría decisiva de los obreros y soldados a través del trabajo político paciente, resumido por la consigna de Lenin:»!Explicar Pacientemente!»

Los principales golpes de la propaganda y de la agitación bolchevique se dirigían no contra los dirigentes obreros de derecha, sino contra el enemigo de clase –la monarquía, los terratenientes, los capitalistas, las centurias negras (fascistas) y los ministros burgueses liberales del gobierno de coalición.

Mayoría bolchevique

En Octubre, los bolcheviques tenían una clara mayoría en los soviets. Trotsky insistió en que la fecha de la insurrección debía coincidir con la apertura del Congreso de los Soviets de toda Rusia, donde los bolcheviques ganarían la mayoría del Comité Ejecutivo y, por tanto, podrían actuar con  la plena autoridad de los soviets, que comprendían la mayoría decisiva de la sociedad.

Se alcanza un punto en cada revolución en donde la cuestión del poder se plantea de manera categórica. En esta etapa, o la clase revolucionaria pasa a una ofensiva decisiva, o la oportunidad se pierde, y puede que no vuelva por mucho tiempo. Las masas no pueden mantenerse permanente en un estado de agitación. Si se pierde la oportunidad, y la iniciativa pasa a la contrarrevolución, entonces inevitablemente seguirán el derramamiento de sangre, la guerra civil y la reacción.

Esta es la experiencia de cada revolución. Lo vimos en el período de 1918-23 en Alemania y en España en 1931-37. En ambos casos, la clase obrera pagó los crímenes de su dirección con una espantosa derrota, las dictaduras fascistas de Hitler y Franco y la Segunda Guerra Mundial, que casi concluyó en la destrucción de la civilización.

Tal es la importancia de la dirección que, en última instancia, el destino de la revolución rusa estuvo determinado por dos hombres –Lenin y Trotsky. Los otros líderes bolcheviques, Stalin, Kamenev, Zinoviev, vacilaron repetidamente bajo la presión de la «opinión pública» de la clase media, que eran en realidad los prejuicios de las capas superiores de la clase media, la intelectualidad y y los educados líderes liberales disfrazados de socialistas. Estos dirigentes representaban los primeros esfuerzos confusos y amorfos de las masas por encontrar una salida por el camino más corto.

Engaño cruel

Sin embargo, los trabajadores y campesinos aprendieron gracias a su propia experiencia que este presunto atajo representaba un engaño cruel. Esta experiencia, junto con las políticas, la estrategia y las tácticas correctas y adecuadas de Lenin y Trotsky, prepararon el terreno para el cambio masivo de opinión en dirección al bolchevismo. Esto nunca hubiera sido posible si la línea de los conciliadores hubiera sido la predominante.

Lenin fue constantemente acusado de «sectarismo» por los enemigos del bolchevismo –y por una parte de los dirigentes bolcheviques que querían un «amplio frente de izquierda» con los mencheviques y los eseristas, y que estaban aterrorizados por quedarse «aislados». Este temor fue aun, si cabe, más pronunciado después de la experiencia de julio. Con la excepción de Lenin y Trotsky (que se unió a los bolcheviques en el período de reacción durante el verano, junto con un importante grupo de marxistas sin partido, los Meyarontsi), la mayoría de los otros destacados dirigentes bolcheviques se mostraron partidarios de participar en la «Conferencia Democrática» e incluso en el falso «pre-parlamento» que se estableció en esta Conferencia -un «parlamento» sin poderes, elegido por nadie y que se representaba sólo a sí mismo.

Los viejos líderes del partido reflejaban la experiencia pasada de obreros y campesinos, no su presente ni su futuro. Finalmente, los bolcheviques se retiraron demostrativamente del «pre-parlamento», con el aplauso general de los obreros y soldados, y con el horror e indignación de los conciliadores.

Gracias principalmente a la obra de Trotsky, la guarnición de Petrogrado fue conquistada para la causa bolchevique. Trotsky hizo uso del Comité Militar Revolucionario, creado por el Comité Ejecutivo del soviet de Petrogrado, encabezado por el propio Trotsky, para armar a los obreros en defensa contra los reaccionarios. Los trabajadores de las fábricas de armas distribuían rifles a la Guardia Roja. En las calles de Petrogrado se celebraban abiertamente reuniones de masas, manifestaciones e incluso desfiles militares.

Lejos de ser el trabajo de un minúsculo grupo secreto de conspiradores, los preparativos para la insurrección involucraron una masiva participación de obreros y soldados.

John Reed, en su célebre libro Diez días que conmovieron al mundo, ofrece un testimonio gráfico de estas reuniones de masas que se celebraban a todas horas del día y de la noche, dirigidas por bolcheviques, eseristas de izquierda [que se acababan de escindir de los eseristas de derecha, llevándose la mayoría del partido, NdT] soldados recién llegados desde el frente, e incluso anarquistas. Incluso en la revolución de febrero, hubo pocas reuniones como ésta. Y en ese momento todos hablaban con una sola voz: «¡Abajo el gobierno de Kerensky!» ¡Abajo la guerra! -¡Todo el poder para los soviets!

El Petrogrado revolucionario

La base de poder del Gobierno Provisional se había reducido prácticamente a nada. Incluso los regimientos conservadores reclutados desde el frente se infectaron del estado de ánimo del Petrogrado revolucionario. El apoyo al Gobierno Provisional en la capital colapsó inmediatamente conforme los trabajadores comenzaron a moverse. La insurrección de Petrogrado fue un asunto prácticamente exangüe.

Algunos años más tarde, el célebre director soviético Sergei Eisenstein hizo una película llamada Octubre, que contiene una famosa escena sobre la toma del Palacio de Invierno, durante la cual hubo algunos accidentes. ¡Más personas fueron heridas y resultaron muertas durante el rodaje de la película que en el acontecimiento real! La propaganda de los burgueses contra la Revolución de Octubre es una cruda falsificación de la historia. La toma real del poder tuvo lugar suavemente, y con muy poca resistencia. Los obreros, soldados y marineros ocuparon un edificio del gobierno tras otro, sin disparar un tiro. ¿Cómo fue esto posible? Sólo unos meses antes, la posición de Kerensky y del Gobierno Provisional parecía inatacable. Pero en el momento de la verdad, no encontró defensores. Su autoridad se había derrumbado. Las masas los abandonaron y se volvieron hacia los bolcheviques.

La idea de que todo esto fue el resultado de una conspiración inteligente de un pequeño grupo es digno de una mentalidad policial, pero no soporta el más mínimo análisis desde un punto de vista científico. La abrumadora victoria de los bolcheviques en el II Congreso de los Soviets de toda Rusia el  24-25 de Octubre (6-7 de noviembre en el nuevo calendario) subraya el hecho de que los líderes reformistas de derecha habían perdido todo su apoyo. Los mencheviques y los eseristas sólo consiguieron el apoyo de una décima parte del Congreso, unas 60 personas en total. El Congreso de los Soviets votó por una mayoría masiva tomar el poder.

Lenin presentó dos decretos breves sobre la paz y la tierra que fueron aprobados por unanimidad por el congreso, que también eligió una nueva autoridad central compuesta por bolcheviques y eseristas de izquierda, aunque con mayoría de los primeros, a la que llamaron el «Consejo de Comisarios del Pueblo», para evitar la jerga ministerial burguesa. El poder estaba en manos de los trabajadores.

Un nuevo Octubre

Ahora, setenta y cinco años más tarde, la película de la historia parece estar proyectándose a la inversa. La clase obrera soviética ha pagado un precio terrible por los crímenes del estalinismo. El colapso del régimen burocrático ha sido el preludio de un intento de regresar al capitalismo. Sin embargo, como decía Lenin: «la historia conoce todo tipo de transformaciones». En el camino del capitalismo, no hay futuro para los trabajadores.

Sobre la base de su experiencia, los trabajadores de la antigua URSS llegarán a comprender ese hecho. Las antiguas ideas, programas y tradiciones serán redescubiertas. Se sentarán las bases para una nueva edición de la Revolución de Octubre, sobre una base cualitativamente superior, no sólo en la antigua Unión Soviética, sino a escala mundial.

Alan Woods,  noviembre de 1992