La Revolución Bolivariana ha llegado a su encrucijada definitiva. Aunque las reformas llevadas a cabo por el gobierno bolivariano durante la pasada década, permitieron elevar de manera muy significativa el nivel de vida de las masas trabajadoras, no constituyeron una ruptura radical con el modo de producción capitalista, y ahora han terminado por evidenciar sus profundas limitaciones.

Por un lado, el sabotaje económico de la burguesía ha generado niveles de escasez e inflación sin precedentes históricos, golpeando duramente las condiciones de vida de las masas trabajadoras, y por el otro, las políticas reformistas y conciliadoras del gobierno, no ofrecen ninguna salida a la crisis, sino que más bien han contribuido a su agudización, aunado a las cada vez mayores concesiones que el gobierno otorga a los empresarios, como en la “expo Venezuela Potencia”, o con el pago puntual de la deuda externa, en un marco de drástica reducción del ingreso de divisas, necesarias para la importación de bienes de primera necesidad, insumos y materias primas, en detrimento de las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras.

Este marco de condiciones económicas cada vez más agravadas, ha provocado una peligrosa situación de reflujo, que se reflejó en el resultado de las parlamentarias de 2015, y que ha continuado desarrollándose a lo largo de 2016 y 2017, en la medida en que la situación de escasez crónica y crecimiento vertiginoso de los precios se ha agudizado.

Sobre esta base de descontento popular cada vez mayor, la burguesía ha ejecutado un nuevo plan insurreccional violento contra el gobierno, que a la fecha ya ha cobrado la vida de más de 90 personas, y que ha implicado una movilización importante de su base, así como protestas en zonas históricamente controladas por el chavismo, en el oeste y centro de la ciudad capital, y en pueblos y ciudades del interior.

En este difícil marco político y social el llamado a la Asamblea Nacional Constituyente ha calado sobre un sector de la vanguardia popular, que considera que dicha instancia abre la posibilidad para radicalizar la revolución, profundizar los cambios sociales, políticos y económicos, y avanzar hacia el socialismo, permitiendo derrotar así los planes de la burguesía y el imperialismo. Este sector, se ha organizado en varias plataformas locales, regionales y nacionales, para proponer candidatos alternativos a la burocracia, que defiendan un programa de reivindicaciones populares avanzadas.

No obstante, si se analizan a profundidad los planteamientos del gobierno en torno al contenido de la constituyente, puede observarse que la intención real de la dirigencia bolivariana no es utilizar la constituyente para completar la revolución socialista, sino más bien, tratar de llegar a un acuerdo con un sector de la burguesía nacional e incluso, de su representación política, la MUD.

A pesar de que el gobierno ha lanzado consignas reivindicativas, como la constitucionalización de las misiones sociales y la profundización de la democracia participativa y protagónica, entre otras, su objetivo conciliacionista queda claro con la propuesta de la llamada “economía postpetrolera”, que no es más que la consolidación de la política de conciliación de clases entre la burguesía y el gobierno.

De ser así, la ANC no permitirá resolver las contradicciones de fondo que provocan la crisis económica, social y política que hoy existe en el país, sino que más bien, contribuirá a su agudización, pudiendo incluso así precipitar, de cara a la brutal ofensiva fascista a la que hoy nos enfrentamos, un desenlace fatal para la Revolución Bolivariana.

Una perspectiva totalmente posible, es la obtención de un margen de abstención muy alto en las elecciones del próximo 30 de julio, dado el fuerte nivel de desgaste, desmoralización y desmovilización de las masas trabajadoras, lo que serviría de elemento de propaganda idóneo para calificar una vez más al gobierno de “régimen dictatorial”, movilizar a la base de oposición a las calles y agudizar la ofensiva violenta.

No obstante, la dirigencia bolivariana continúa empecinándose en llamar a diálogo a la burguesía, cuando es ésta la cabeza que organiza y dirige la ofensiva insurreccional contra la revolución. Recientemente, hemos podido ver cómo la canciller Delcy Rodríguez anunció el establecimiento de un canal de diálogo entre el gobierno y Leopoldo López, utilizando al reformista Rodríguez Zapatero como elemento mediador. En medio de la peor ofensiva insurreccional de la derecha venezolana, ¿tiene sentido dialogar con una de sus cabezas, enemigo acérrimo de la revolución y fascista confeso? La burguesía venezolana está decidida a ir hasta las últimas consecuencias para derrocar al gobierno y aplastar al movimiento obrero y popular. Esta política por lo tanto, sólo puede conducir a la revolución a un camino, el de la derrota.

Mientras tanto, la ofensiva política, mediática e institucional no se detiene. Las acciones llevadas a cabo durante las pasadas semanas por parte de la Fiscal General Luisa Ortega Díaz, han servido como contrapeso político al desgaste de la base opositora, y al desgaste natural de las guarimbas. El recurso de nulidad contra la ANC, introducido hace algunas semanas por la Fiscal en el TSJ, unido a sus hipócritas y oportunistas denuncias contra la “represión”, la “violación de derechos humanos” y el supuesto atentado del gobierno contra el “estado de derecho”, están sirviendo como catalizador para la base opositora y su vanguardia fascista, lo que puede contribuir también a agudizar la situación de violencia.

La lucha de clases en Venezuela se está extremando progresivamente. Al final, sólo una de las dos fuerzas históricas en pugna podrá vencer. La única forma de derrotar de manera definitiva a la contrarrevolución es completando la revolución socialista, expropiando bajo control obrero las palancas económicas fundamentales del país, desmantelando el estado burgués, reemplazándolo por un estado obrero basado en los Consejos de Trabajadores y las Comunas y construyendo milicias obreras y populares revolucionarias para aplastar la avanzada fascista. El pueblo trabajador debe ponerse al frente de la lucha y llevar adelante estas medidas, hasta sus últimas consecuencias. Sólo eso puede ser garantía de victoria sobre el fascismo y la contrarrevolución.