Alan Woods: La semana pasada, como ya saben los lectores de In Defence of Marxism, visité Caracas para asistir al Segundo Encuentro Mundial de Solidaridad con la Revolución Venezolana, que se llevó a cabo en el segundo aniversario de la derrota del intento de contrarrevolución de abril de 2002. En el transcurso de una agitada semana hablé en varias reuniones defendiendo un punto de vista marxista, principalmente ante una audiencia formada por trabajadores y pobres ?activistas del movimiento bolivariano y principales protagonistas de la revolución venezolana?. Asistí a un mitin de masas el 12 de abril y presencié de primera mano el fervor revolucionario que motiva a las masas y que les permitió frenar la contrarrevolución.

También tuve la oportunidad de reunirme y conversar con el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez. Como escritor e historiador marxista suelo escribir sobre hombres y mujeres que han hecho historia. Pero no es algo habitual tener la oportunidad de observar de cerca a un protagonista del proceso histórico, hacerle preguntas y poder formarme una impresión no a partir de los artículos aparecidos en los periódicos, sino a partir de mi experiencia personal. 

Me gustaría dejar algunas cosas claras antes de entrar en materia. Abordo la revolución venezolana como un revolucionario y no como un observador externo, y por supuesto no como un adulador o un sicofante. La adulación es la enemiga de las revoluciones porque es enemiga de la verdad y las revoluciones, por encima de todo, necesitan conocer la verdad. El fenómeno del “turismo revolucionario” lo encuentro profundamente detestable. En el caso de Venezuela está particularmente fuera de lugar porque aquí la revolución se encuentra en grave peligro. Los discursos estúpidos que constantemente hablan de los logros de la revolución bolivariana pero que convenientemente ignoran los peligros a las que aún se enfrenta, son falsos amigos de la revolución y no se puede confiar en ellos.

Una revolución exitosa siempre tiene muchos “amigos”. Esos elementos de clase media que se sienten atraídos por el poder como moscas a la miel, que están dispuestos a alabar la revolución en la medida que ésta sigua en el poder, que no hacen nada útil para salvarla de sus enemigos, que derraman lágrimas de cocodrilo cuando es derrocada y al día siguiente pasan al siguiente asunto que tienen anotado en su agenda -“amigos” así no valen la pena. Un verdadero amigo no es quien siempre te da la razón. Un verdadero amigo es aquel que no teme mirarte directamente a los ojos para decirte que te has equivocado.

Los mejores amigos de la revolución venezolana ?en realidad los únicos amigos verdaderos son la clase obrera mundial y sus representantes más conscientes? son los marxistas revolucionarios. Estas son las personas que mueven cielo y tierra para defender la revolución venezolana contra sus enemigos. Al mismo tiempo, los verdaderos amigos de la revolución ?amigos leales y honestos? siempre hablarán sin temor alguno. Cuando consideremos que se está siguiendo el camino correcto lo elogiaremos. Cuando pensemos que se está cometiendo errores haremos una crítica amistosa pero firme. ¿Qué otro tipo de comportamiento se puede esperar de los verdaderos revolucionarios e internacionalistas?

En un discurso tras otro en Venezuela -incluidas varias entrevistas en televisión- me preguntaron mi opinión sobre la revolución venezolana y respondí en el siguiente sentido: “Vuestra revolución es una inspiración para los trabajadores de todo el mundo; habéis conseguido milagros; sin embargo, la fuerza motriz de la revolución es la clase obrera y las masas, ahí está el secreto de su triunfo futuro. La revolución no ha terminado aún y no terminará hasta que destruya el poder económico de los banqueros y los capitalistas. Para conseguirlo, las masas deben armarse y estar organizados en comités de acción, organizados en todos los niveles. Los trabajadores deben tener sus propias organizaciones independientes y deben construir la Tendencia Marxista Revolucionaria”.

La democracia y la clase dominante

En todos los lugares en los que hablé estas ideas fueron recibidas con gran entusiasmo. En ningún momento se me presionó para modificar o cambiar mis ideas. En cada uno de los niveles encontré un considerable interés en las ideas del Marxismo. Contrariamente a las lamentables mentiras y calumnias diseminadas por todas partes (con algo de ayuda de la CIA), la Venezuela revolucionaria disfruta de completa democracia. A la oposición burguesa, que constantemente conspira contra la democracia, se la permite defender sus ideas tan libremente como a mí –en realidad más libremente, porque posee los principales canales de televisión desde donde constantemente lanza propaganda contrarrevolucionaria e incluso hace llamamientos abiertos al golpe de estado.

Resultan irónicos los argumentos de los enemigos de la revolución cuando dicen que Chávez es un dictador. A diferencia del actual inquilino de la Casa Blanca, que nunca consiguió la mayoría y disfruta de los frutos de su cargo porque el resultad de las elecciones fueron amañados, Hugo Chávez ganó dos elecciones de forma contundente y otros cinco procesos electorales han ratificado su programa, todo en un intervalo de seis años. Chávez introdujo una nueva constitución caracterizada por su carácter democrático. Irónicamente, es esta nueva constitución, que le concede a la población el derecho a convocar un referéndum para echar a un gobierno impopular, la que está utilizando la oposición para intentar echar a Chávez del gobierno, aunque sin éxito. Así que ambas partes apelan a las mismas leyes y a la misma constitución.

Al principio la oligarquía no sabía que hacer con el gobierno de Chávez. Pensaba que sería como los otros gobiernos. Y en Venezuela, como en cualquier otro país donde existe la democracia formal, los gobiernos elegidos son una mercancía como cualquier otra: se pueden comprar y vender –sólo hace falta decidir el precio exacto. El precio de Hugo Chávez era desconocido pero, como antiguo oficial del ejército, pensaban que seguramente entraría pronto en razón. Para la clase dominante los discursos que hacen los políticos durante las campañas electorales son sólo la calderilla de la política –no son para tomárselos en serio.

Un político conservador británico le dijo en cierta ocasión a un socialista: “Ustedes nunca pueden ganar porque nosotros siempre compraremos a sus dirigentes.” Siguiendo el mismo principio, la oligarquía intentó alcanzar un acuerdo con el nuevo gobierno. Incluso escribieron favorablemente sobre Hugo Chávez. Siguiendo el viejo principio de la política venezolana, pensaban que se podría llegar a un acuerdo amistoso sobre las siguientes bases: “Mira, este es un país con grandes recursos y riquezas, hay bastante para todos nosotros. Así que realmente no hace falta discutir. Vamos a llegar a un acuerdo de caballeros: toma lo que quieras que nosotros nos quedamos con el resto”.

Desgraciadamente para la clase dominante, no todo el mundo está en venta. Incluso cuando el gobierno aprobó la nueva constitución, la oligarquía no desesperó. El nuevo gobierno aprobó una constitución que es la más democrática de América Latina, quizá de todo el mundo. Le concede derechos a todos, independientemente de raza, color o sexo. Naturalmente la oligarquía no se lo tomó en serio. Después de todo ¿qué es una constitución sino un simple pedazo de papel? El razonamiento de la oligarquía era impecable y reflejaba la realidad de todas las leyes y constituciones de una democracia burguesa formal. No son para tomárselas en serio. Tan solo son un adorno diseñado para encubrir con un velo la verdadera situación que es el dominio de una enriquecida minoría sobre la mayoría.

La democracia, el parlamento, las elecciones, la libertad de expresión y los sindicatos libres son vistos por la clase dominante como un mal necesario, que pueden tolerarse en la medida que no representan una amenaza para la dictadura de los bancos y los monopolios. Pero en cuanto el mecanismo de la democracia es utilizado por las masas para introducir un cambio fundamental en la sociedad, la actitud de la clase dominante cambia. Comienza a gritar la palabra “dictadura” incluso cuando, como en Venezuela, el gobierno ha sido elegido democráticamente por una aplastante mayoría. Utilizan su músculo económico, su control de la vida económica de la nación, su control de los medios de comunicación de masas y la judicatura para acosar, sabotear y socavar al gobierno elegido democráticamente. Es decir, recurren a métodos extraparlamentarios para derrocar el gobierno.

Imaginar que las leyes y las constituciones salvarán al gobierno en estas condiciones resulta extremadamente ingenuo. Las medidas extraparlamentarias de la clase dominante no se pueden derrotar con discursos en el parlamento y llamamientos a la constitución. Sólo se pueden derrotar con la acción extraparlamentaria de las masas. La experiencia de la revolución venezolana confirma cien por cien esta afirmación. Una cosa es aprobar una constitución que da derechos a la mayoría y otra es cambiar realmente estos derechos. Para actuar en interés de la mayoría es necesario enfrentarse a los intereses creados de la oligarquía. Y esto no se puede hacer sin una lucha frontal.

El golpe del 11 de abril

Tan pronto como la oligarquía se dio cuenta de que no podría llegar a un acuerdo con Chávez, que no podría comprarle, comenzó a atacarle. La elite comenzó a organizar y movilizar sus fuerzas. Utilizaron su control de los medios de comunicación para enloquecer a la clase media. Utilizaron a la CIA para sobornar a los dirigentes sindicales para que organizaran huelgas reaccionarias, siguiendo el mismo patrón que la huelga de camioneros contra el gobierno de Salvador Allende en Chile. Comenzaron una huelga de inversión y se llevaron miles de millones a cuentas bancarias de Miami. Estaban preparando el terreno para el golpe contrarrevolucionario del 11 de abril de 2002.

Sobra decir que todos los hilos de esta conspiración los movió Washington. ¿Por qué odia el imperialismo estadounidense a Chávez? ¿Por qué le teme a la revolución bolivariana? Chávez no ha expropiado la propiedad de las grandes empresas estadounidenses en Venezuela. No ha detenido el envío de petróleo a los EEUU. No ha nacionalizado las propiedades de la oligarquía.

En parte, la hostilidad de Washington hacia Chávez está dictada por su feroz determinación a resistir las imposiciones del imperialismo estadounidense. Desde el principio fue uno de los más firmes defensores de mantener alto el precio del petróleo, una política que va en contra de los intereses del capitalismo estadounidense que lucha por salir de una recesión y necesita mantener bajos los precios del petróleo. En el pasado, Washington podía basarse en el gobierno de Caracas que siempre estaba dispuesto a adoptar una política más flexible (por una adecuada suma de dinero). La empresa venezolana de petróleo, PDVSA, aunque formalmente nacionalizada, estaba controlada por burócratas corruptos que gestionaban a PDVSA como cualquier otra empresa capitalista y eran más que amigos de las multinacionales petroleras norteamericanas.

Sin embargo, la verdadera razón del odio subyacente del imperialismo estadounidense hacia Chávez hay que buscarlo por otro lado. Actualmente no hay un solo régimen capitalista estable desde Tierra del Fuego hasta Río Grande. Una oleada revolucionaria está recorriendo a todo el continente latinoamericano. Esto ha llenado de temor y malos augurios a los estrategas del Capital en Washington. Los ojos del mundo están puestos en el Medio Oriente, una zona de vital importancia económica y estratégica para el imperialismo estadounidense. Pero América Latina es considerada como el patio trasero de los EEUU. Los acontecimientos en el sur afectan a los EEUU de una forma muy directa.

La revolución bolivariana de Hugo Chávez es una amenaza directa para el imperialismo estadounidense porque sirve de ejemplo a las masas oprimidas del resto de América Latina. Ha despertado a las masas de su largo letargo invernal y las ha sacado a la lucha. La lista de conquistas prácticas de la revolución es impresionante. Ha llevado a cabo algunas reformas importantes para los trabajadores y las masas empobrecidas. Un millón y medio de personas han aprendido a leer y escribir y otras tres millones están participando en planes educativos a distintos niveles. Doce millones de personas, muchas de las cuales nunca antes habían visto a un médico, han recibido atención médica de los doctores cubanos que son enviados a vivir en los pueblos y barrios pobres. Casi dos millones de hectáreas de tierra han sido distribuidas entre los campesinos.

Estas son conquistas reales. Pero la verdadera ganancia de la revolución es más importante e intangible. No se puede pesar, medir o contar, pero resulta decisiva. La revolución ha dado a las masas un sentido de su propia dignidad como seres humanos, les ha dado un intenso sentido de justicia, les ha dado sentido de su propio poder, les ha dado confianza. Les ha dado esperanza en el futuro. Desde el punto de vista de la clase dominante y el imperialismo esto representa un peligro mortal.

En la actualidad la correlación de fuerzas de clase sigue favorable para la revolución. La popularidad personal de Chávez sigue sin competencia. Las encuestas le dan un 60 por ciento o más de apoyo. En realidad, su apoyo es incluso mayor si consideramos qué fuerzas le apoyan. Todo lo que está vivo, es creativo y vibrante en Venezuela está con la revolución. Por el otro lado tenemos a las fuerzas de la reacción y el conservadurismo, que engloban a todo lo degenerado, corrupto y podrido.

Por primera vez en sus casi doscientos años de historia, las masas venezolanas sienten que el gobierno está en manos de personas que quieren defender sus intereses. En el pasado el gobierno siempre fue un poder ajeno, contrario a ellos. No quieren que regresen los viejos partidos corruptos.

Como explica Trotsky en Historia de la Revolución Rusa, una revolución es una situación donde las masas comienzan a tomar el destino en sus propias manos. Eso es lo que ocurre ahora en Venezuela. El despertar de las masas y su participación activa en la política es la característica más decisiva de la revolución venezolana y el secreto de su éxito.

Hace dos años la insurrección espontánea de las masas derrotó a la contrarrevolución. Esto es lo que sirvió para acelerar todo el proceso. Pero dos años después se está desarrollando entre las masas un nuevo ambiente. Hay frustración y descontento. No se han satisfecho las aspiraciones de las masas. Desean ir más allá. Quieren enfrentarse y derrotar a las fuerzas de la contrarrevolución y están presionando por el avance.

Pero por arriba hay otras presiones, las de aquellos que piensan que la revolución ha ido demasiado lejos, aquellos que, por un lado, temen a las masas y, por el otro, al imperialismo. Quieren ponerle un freno a esto. Las dos tendencias contradictorias no pueden coexistir para siempre. Una o la otra tendrá que ganar. Del resultado de esta lucha interna dependerá el futuro de la revolución.

Esta contradicción central se refleja en todos los niveles, en la sociedad, en el movimiento, en el gobierno, en el Palacio de Miraflores e incluso en el propio presidente.

Chávez y las masas

Por décadas, Venezuela estuvo gobernada por una oligarquía corrupta y degenerada. Había un sistema bipartidista en la que los dos partidos representaban a la oligarquía. Cuando Chávez fundó el Movimiento Bolivariano intentó limpiar el hediondo establo en el que se había convertido la vida política venezolana. Era un objetivo limitado y muy modesto, pero se encontró con la feroz resistencia de la oligarquía dominante y sus sirvientes.

Hace dos años, el 11 de abril, la oligarquía, con el apoyo activo de Washington, intentó derrocar a Chávez con un golpe de estado. Fue arrestado y encarcelado. Los conspiradores se instalaron en el palacio de Miraflores. Pero en cuarenta y ocho horas fueron derrocados por una insurrección espontánea de las masas. Unidades del ejército leales a Chávez se pusieron al lado de las masas y el golpe colapsó ignominiosamente el 13 de abril.

En el Segundo Encuentro Mundial de Solidaridad con la Revolución Venezolana calculo que habría unos 150 delegados extranjeros, la mayoría de Centroamérica y América del Sur. El 13 de abril por la tarde nos reunimos en una tribuna del centro de Caracas, a las afueras del Palacio de Miraflores, para ver la inmensa manifestación que conmemoraba la derrota del golpe.

Era una vista impresionante. Desde las fábricas y los barrios pobres de Caracas decenas de miles de chavistas inundaban las calles con camisetas y cachuchas rojas, ondeando banderas y pancartas. Estas eran las mismas personas que hace dos años derrotaron a la contrarrevolución y su entusiasmo por la revolución sigue intacto.

Los actos comenzaron con música y algunos discursos de precalentamiento. Después habló Chávez. Resultaba interesante observar la relación entre Chávez y las masas. Se podía ver la enorme lealtad que sienten las masas pobres y oprimidas hacia este hombre. Hugo Chávez dio por primera vez alguna esperanza y voz a las masas pobres y oprimidas. Ese es el secreto de la devoción y lealtad extraordinarias que le profesan. Chávez despertó a las masas a la vida y ellas se ven en él. Esto le ha granjeado el odio de los ricos y los poderosos, y la lealtad y el afecto de las masas.

Eso explica el odio igualmente extraordinario que la clase dominante muestra hacia Chávez. Es el odio del rico hacia el pobre, del explotador hacia el explotado. Detrás de este odio está el miedo; el temor a perder su riqueza, poder y privilegios. Este es un abismo que no se puede salvar con palabras justas. Es la fundamental división de clase de la sociedad. Y no se ha eliminado con la derrota del golpe y el posterior paro patronal. Si hay algo que ha ocurrido es que éste ha aumentado en intensidad.

Como es habitual, Chávez habló largo rato, abarcando muchos temas, nacionales e internacionales. Lo más significativo es que hizo una clara distinción entre el gobierno y la población de los EEUU, apelando a esta última para que no apoyara a Bush y a los imperialistas. Mientras él hablaba podía observar la reacción de las masas en la gran pantalla situada detrás del presidente. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, la aplastante mayoría trabajadores, escuchaban atentamente, asimilando cada palabra. Aplaudían, gritaban, reían e incluso lloraban. Esta era la cara de un pueblo despierto, un pueblo que es consciente de sí mismo como participante activo del proceso histórico, es la cara de la revolución.

¿Y Chávez? Chávez claramente saca su fuerza del apoyo de las masas, con quien se identifica plenamente. Su forma de hablar ?espontánea y carente de la formalidad que se espera de los políticos profesionales? conecta con ellas. Si en algunos momentos falta claridad incluso ésta es reflejo del momento en el que se encuentran las masas. La identidad es completa.

Primer encuentro

Inmediatamente después del mitin de masas los delegados internacionales fuimos invitados a una recepción dentro del palacio de Miraflores. No es un lugar con acceso o salida fáciles. La seguridad es enorme debido a la constante amenaza de asesinato. Se registran una y otra vez las bolsas. Se miran los pasaportes minuciosamente. Los guardias inspeccionan los carros por debajo con espejos. Se tarda un tiempo para entrar, pero estas precauciones son absolutamente necesarias.

Chávez de nuevo se dirige a los presentes, uno se pregunta de dónde saca tanta energía. Finalmente habla sobre el día del golpe cuando fue arrestado y revela ciertos detalles que nadie sabía hasta ese momento. Después es rodeado por muchas personas que esperan estrecharle la mano e intercambiar algunas palabras. Es como un partido de rugby, pero finalmente consigo acercarme lo suficiente para presentarme: “Soy Alan Woods de Londres, el autor de Razón y Revolución”.

Me da la mano firmemente y me mira con curiosidad: “¿Qué libro dices?” “Razón y Revolución”. Una amplia sonrisa aparece en su cara. “¡Es un libro fantástico! Te felicito” Después mira alrededor y dice: “¡Todos debrían leer este libro!” No deseaba robar más tiempo a expensas de las otras personas que estaban esperando y le pregunté si podríamos tener una reunión. “Por supuesto, debemos reunirnos, habla con mi secretario” Me señaló a un hombre joven que estaba a su lado y me dijo que él “estaría en contacto”.

Estaba apartándome para permitir que las otras personas se acercaran al presidente cuando éste me paró. Por un momento pareció aislarse de todo lo que le rodeaba y me habló con obvio entusiasmo: “Sabes, tengo ese libro al lado de mi cama y lo leo cada noche. Voy por el capítulo que habla sobre ‘el proceso molecular de la revolución’. En él escribes acerca de la energía de Gibbs”. Parece que este capítulo le ha causado una considerable impresión porque lo cita continuamente en sus discursos. ¡Probablemente Gibbs no ha sido antes tan famoso!

Esto no es casualidad. La revolución venezolana ha llegado a un punto crítico en el que el resultado final debe decidirse en un sentido o en el otro. El capítulo al que hace referencia trata de este punto crítico existente en las reacciones químicas, un punto donde una reacción necesita una determinada cantidad de energía, conocida como energía de Gibbs, para conseguir una transformación cualitativa. Chávez ha entendido que la revolución necesita dar este salto cualitativo y por eso este pasaje ha llamado su atención.

Al día siguiente estuve ocupado, hablé en una reunión ante cien personas en un debate sobre los problemas fundamentales de la revolución, en la que defendí la expropiación de la propiedad de la oligarquía, el armamento del pueblo, el control y la gestión de los trabajadores. Cité las famosas cuatro condiciones de Lenin para el poder obrero, la limitación de los salarios de los funcionarios resultó ser muy popular.

Me respondió un parlamentario colombiano que defendió una posición totalmente reformista. Es un antiguo guerrillero (son siempre los más fervientes reformistas). Le respondí firmemente ?ante el deleite de la audiencia? citando el famoso dictamen de Tawney: “Puedes pelar una cebolla capa por capa, pero no puedes quitarle la piel a un tigre garra por garra”. Al final el pobre hombre parecía bastante aturdido.

Por la tarde me reuní con Manzoor Ahmed, parlamentario marxista de Pakistán. El pobre Manzoor acababa de llegar después de treinta y tres horas de viaje agotador. Sin embargo, parecía fresco y dio un inspirador discurso en el que realizó un paralelismo entre la revolución venezolana y la pakistaní de 1968-69.

Cuando Manzoor explicaba lo que ocurrió cuando Bhutto no llevó hasta el final la revolución, observé las caras de las personas que me rodeaban. La mayoría eran activistas obreros de los Círculos Bolivarianos. Estaban claramente cautivados con lo que estaba diciendo Manzoor, le interrumpieron con gritos de: “¡Eso es lo correcto! ¡Eso es lo que queremos!” Cuando finalmente Manzoor llegó a la conclusión: “No puedes hacer media revolución, la revolución hay que acabarla”, la audiencia estalló en un estruendoso aplauso. Manzoor recibió la única ovación de pie de esa noche.

El segundo encuentro

Al día siguiente llamé al secretario de Chávez para pedirle una cita. La respuesta no fue muy esperanzadora: “El Presidente está muy ocupado. Mucha gente quiere verlo”. “Bueno, pero dígamelo claramente, ¿la reunión va a ser posible, sí o no?” “Creo que será imposible”. Saqué la conclusión obvia y me fui a discutir mientras almorzábamos con dos dirigentes obreros petroleros de Puerto La Cruz.

En medio de la comida me quedé sorprendido cuando Fernando Bossi entró en el restaurante y se acercó a nuestra mesa. Es un argentino y jefe del Congreso de los Pueblos Bolivarianos que se extiende por toda América Latina. “Alan, tienes que estar listo a las cinco y media, el Presidente te verá a las seis y media”.

El Palacio de Miraflores es un elegante edificio neoclásico construido probablemente en el siglo XIX con un aire que recuerda a la época colonial española. En el centro hay un gran patio rodeado por columnas. Aunque la reunión originalmente estaba prevista para las seis y media, llegué a las seis y diez. Cuando estaba esperando me sorprendió el sonido de los grillos, son mucho más estridentes que los que solía escuchar en España.

Me dijeron que la entrevista duraría entre veinte y treinta minutos, algo que me parecía perfectamente adecuado. La persona que iba delante de mí era Heinz Dieterich, un alemán que ahora vive en México y viejo amigo de Chávez. Estuvo con el presidente cuarenta minutos y me pidió disculpas por hacerme esperar. Le dije que no importaba. Sin embargo, pasó un largo rato antes de que finalmente me llamaran. Supuse que Chávez estaba cansado después de un largo día y quería descansar, o quizá había ido a comer algo.

Estas especulaciones eran incorrectas. Más tarde descubrí que Hugo Chávez no es un hombre que se canse fácilmente. Comienza cada día a trabajar a las ocho de la mañana y trabaja hasta las tres de la madrugada. Después lee (es un lector voraz). No sé cuando duerme, pero siempre parece lleno de energía y habla sin parar sobre todo tipo de cosas. Esto lo hace un hombre con el que no es fácil trabajar, como me dijo su secretario personal: “No existe un momento de paz. Algunas veces no puedo ni siquiera ir al baño. Comienzo a caminar en esa dirección y alguien grita: ‘¡el Presidente te llama!’”

La razón por la que estuve esperando es que el presidente quería leer todo el material sobre la campaña Manos Fuera de Venezuela. Entré en su oficina, estaba sentado en su escritorio con un enorme retrato de Simón Bolívar a sus espaldas. En el escritorio había una copia de Razón y Revolución y una carta que le había enviado. La carta estaba subrayada en azul.

Chávez me saludó con afecto. No era “protocolo”, sólo sinceridad y franqueza. Comenzó preguntándome por Gales y mis antecedentes familiares. Le expliqué que venía de una familia obrera y me respondió que él de una familia de campesinos. “Bien Alan, ¿qué tienes que decir?” me preguntó. Realmente yo estaba más interesado en lo que él tenía que decir, que era muy interesante.

Primero le presenté dos libros: mi historia del Partido Bolchevique (Bolchevismo, el camino a la revolución) y el libro de Ted Grant, Rusia, de la revolución a la contrarrevolución. Los miró con agrado y dijo: “Amo los libros. Si son buenos libros los amo aún más. Pero incluso si son malos también los amo”.

Abrió el libro del Bolchevismo y leyó la dedicatoria que le había escrito: “Al Presidente Hugo Chávez con mis mejores deseos. El camino a la revolución pasa por las ideas, programa y tradiciones del Marxismo. ¡Adelante hacia la victoria!” Y dijo. “Es una maravillosa dedicatoria. Gracias Alan”. Comenzó a pasar las páginas y se detuvo: “Veo que escribes sobre Plejánov.” “Correcto.” “Yo leí un libro de Plejánov hace mucho tiempo y me impresionó mucho. Fue El papel del individuo en la historia, ¿lo conoces?” “Por supuesto”.

“El papel del individuo en la historia”, meditó y me dijo: “Bien, yo sé que ninguno de nosotros es realmente indispensable”. “Eso no es del todo correcto” le respondí. “Hay momentos en la historia en que un individuo puede marcar una diferencia fundamental”. “Sí, ya vi que en Razón y Revolución dices que el Marxismo no se puede reducir a factores económicos”. “Eso es correcto. Esa es una caricatura vulgar del Marxismo”.

“¿Sabes cuando leí El papel del individuo en la historia de Plejánov?” me preguntó. “No tengo ni idea”. “Lo leí cuando era oficial en una unidad antiguerrillera en las montañas. Sabes, nos daban material para leer para que pudiéramos comprender la subversión. Leí que los subversivos trabajan entre el pueblo, que defienden sus intereses y se ganan sus conciencias y sus corazones. ¡Eso me pareció una idea bastante buena!”

“Después comencé a leer el libro de Plejánov y impresionó profundamente. Recuerdo que era una maravillosa noche estrellada en las montañas y estaba leyendo en mi tienda de campaña con la luz de una antorcha. Lo que leí me hizo pensar y comencé a cuestionar lo que estaba haciendo en el ejército. Me hizo muy infeliz”.

“Sabes, nosotros no teníamos problema. Moviéndonos por las montañas armados rifles. Tampoco las guerrillas tenían problemas, estaban haciendo lo mismo que nosotros. Pero los que realmente sufrían eran los campesinos normales. Estaban indefensos y estaban viviendo tiempos brutales. Recuerdo un día en que fuimos a una aldea y vi a unos soldados torturando a dos campesinos. Les dije que se detuvieran de inmediato, que no se haría nada de eso mientras yo estuviera al mando”.

“Bueno, eso realmente me metió en problemas. Incluso me quisieron juzgar por insubordinación militar. [Puso especial énfasis en estas dos últimas palabras]. Después de eso decidí que el ejército no era lugar para mí. Quise salir pero un viejo comunista me hizo cambiar de parecer cuando me dijo: ‘Eres más útil para la revolución en el ejército que diez sindicalistas’ Así que me quedé. Ahora creo que hice lo correcto”.

“Alan, ¿sabes que formé un ejército en aquellas montañas? Era un ejército de cinco hombres. Pero teníamos un nombre muy largo. Nos llamábamos el Ejército Simón Bolívar de Liberación Nacional del Pueblo”. Se empezó a reír a carcajadas. “¿Cuándo fue eso?” le pregunté. “En 1974. Ves, me decía a mí mismo: esta es la tierra de Simón Bolívar. Debe ser que todavía vive algo de su espíritu; algo en nuestros genes, supongo. Así que nos pusimos a la tarea de revivirlo”.

No tenía ni idea de que la posición actual del ejército venezolano era el resultado de décadas de un paciente trabajo revolucionario. Pero ese es el caso. Chávez continuó, como si pensara en voz alta: “Hace dos años, en el momento del golpe, cuando fui arrestado y me llevaron, pesaban que me iban a disparar. Me pregunté a mi mismo: ¿acaso he malgastado los últimos veinticinco años de mi vida? ¿Ha sido todo por nada? Pero no fue por nada, como lo demostró la insurrección del regimiento de paracaidistas”.

Chávez recuerda el golpe

Chávez me habló mucho sobre el golpe. Me relató cómo lo mantuvieron completamente aislado. Los rebeldes querían presionarlo para que firmara un documento en el que renunciaba a su cargo. Después de eso le permitirían irse al exilio en Cuba o en cualquier otra parte. Querían hacer lo hicieron recientemente con Arístide en Haití. No querían asesinarlo físicamente sino moralmente, desacreditarlo a los ojos de sus seguidores. Pero se negó a firmar.

Los conspiradores utilizaron todo tipo de trucos para conseguir que dimitiera. Incluso utilizaron a la Iglesia (sobre la que Chávez habla muy cáusticamente). “Sí, incluso enviaron al cardenal para persuadirme. Me dijo muchas mentiras: que no tenía apoyo, que todos me habían abandonado, que el ejército apoyaba firmemente el golpe. Yo no tenía información y estaba completamente aislado del mundo. Pero aún así me negué a firmar.

“Mis captores estaban muy nerviosos. Recibían muchas llamadas de Washington exigiendo saber donde estaba la carta de renuncia firmada. Cuando vieron que la carta no venía, empezaron a desesperarse. El cardenal me presionó para que firmar y así evitaría una guerra civil y un baño de sangre. Pero entonces noté un repentino cambio de tono. Se volvió más amable y conciliador. Y pensé: si me habla así es que algo ha ocurrido.

Después sonó el teléfono y uno de mis captores dijo: ‘Es el Ministro de la Defensa. Quiere hablar con usted’. Le dije que no hablaría con ningún golpista. Entonces dijo: ‘Pero es su Ministro de la Defensa’. Le arranqué el teléfono de las manos y después escuché una voz que sonaba como el Sol. No sé si se puede decir eso, pero de cualquier forma eso es lo que me pareció a mí”.

Con esta conversación fui capaz de formar una impresión sobre Chávez, el hombre. Lo primero que lo impresiona a uno es que es un hombre honesto y transparente. Su sinceridad es absolutamente clara, como su dedicación a la causa de la revolución y su odio a la injusticia y a la opresión. Por supuesto, estas cualidades por sí mismas no son suficientes para garantizar la victoria de la revolución, pero sí explican su tremenda popularidad entre las masas.

Me preguntó qué pensaba yo del movimiento en Venezuela. Le respondí que era impresionante, que las masas eran claramente la fuerza motriz y que estaban presentes todos los ingredientes para llevar la revolución hasta el final, pero que faltaba algo. Me preguntó qué era. Y respondí que la debilidad del movimiento era la ausencia de una ideología definida y de cuadros. Estuvo de acuerdo: “¿Sabes?, no me considero un Marxista porque no he leído suficientes libros Marxistas” me dijo con cierta lamentación.

De esta conversación saqué la impresión de que Hugo Chávez buscaba ideas y que estaba realmente interesado en las ideas del Marxismo y ansioso por aprender. Esto está relacionado con la etapa en la que se encuentra la revolución venezolana. Más pronto de lo que muchos esperan, se tendrá que enfrentar una dura elección: o liquidar el poder económico de la oligarquía o ir prontamente a la derrota.

Es posible que las condiciones objetivas empujen a Chávez hacia un profundo giro a la izquierda. Recientemente realizó un discurso en el que defendió el armamento del pueblo. Está claramente frustrado con el constante sabotaje y las provocaciones de la oposición, dentro y fuera del parlamento. Ha visto los métodos de sabotaje utilizados por los jueces, los parlamentarios de la oposición, la Policía Metropolitana, los burócratas de PDVSA, etc. Si la revolución va a avanzar, hay que eliminar estos obstáculos. Para removerlos hay que movilizar el movimiento de masas, organizarlo y armarlo.

En la cúpula del movimiento hay resistencia a esto. Los elementos reformistas y socialdemócratas son débiles o inexistentes en la base del movimiento, pero son fuertes por arriba. Hay un creciente resentimiento entre la base chapista hacia los elementos reformistas y conciliadores, que está frustrada ante la ausencia de una acción decisiva contra la contrarrevolución.

En estas circunstancias las ideas del Marxismo, representadas por la Corriente Marxista Revolucionaria ?El Topo Obrero-El Militante? están consiguiendo un gran eco.

La campaña Manos Fuera de Venezuela

La conversión después se trasladó a nuestra campaña internacional de solidaridad, Manos Fuera de Venezuela, sobre la que Chávez había expresado un gran entusiasmo. Me preguntó qué pensaba del Encuentro Mundial. Le dije que era una excelente idea pero que tenía sus debilidades. Casi todos los delegados de Europa eran sólo individualidades, la mayoría académicos e intelectuales, que no representaban a nadie excepto a sí mismos. La reacción de Chávez indicaba que ya estaba consciente de ello.

“¿Qué pueden hacer estas personas? Volverán a casa y organizarán un seminario sobre lo maravillosa que es la revolución bolivariana. Con esta solidaridad no llegarán muy lejos. La revolución necesita una campaña seria en el movimiento obrero internacional”.

“Pero los intelectuales sí pueden hacer algo. Pueden darnos algo de publicidad”. “Estoy de acuerdo. No creo que se deban excluir. Pero la principal base de apoyo para la revolución venezolana debe ser la clase obrera y el movimiento obrero internacional”. El presidente estaba completamente de acuerdo en este punto. Después comenzó a leer cuidadosamente las dieciséis páginas de firmas de las personas que apoyaban la campaña Manos Fuera de Venezuela.

A medida que iba leyendo los nombres su cara reflejaba una profunda impresión: “¡Mira ésta!” dijo a su secretario. “Te lo dije. No son sólo individualidades. Son delegados sindicales, secretarios de sindicatos, dirigentes obreros. ¡Esto es lo que necesitamos!” Después se detuvo durante un momento. “Mira, algunos incluso han escrito mensajes. Aquí hay uno. Alan, ¿qué es Rabochaya Demokratiya?” “Es ruso. Significa Democracia Obrera”.

Después Chávez tradujo el texto del mensaje al castellano, que dice lo siguiente:

“A los trabajadores y trabajadoras de Venezuela.

¡Camaradas!

En este momento, cuando las rapaces garras del imperialismo estadounidense, en colaboración con las fuerzas reaccionarias dentro de Venezuela, presionan a la República Bolivariana, intentando privatizar la riqueza petrolera del país y hundir a los trabajadores y campesinos de Venezuela en una enorme miseria, los Marxistas rusos (Soviéticos) expresamos nuestra solidaridad con la lucha de clases de los trabajadores venezolanos contra las fuerzas de la reacción.

Como demostró la exitosa experiencia de la Revolución Rusa de 1917, sólo es posible derrotar los planes de los imperialistas con la formación de consejos obreros (soviets), una milicia obrera y la nacionalización de la industria bajo el control de los trabajadores.

Una revolución exitosa en Venezuela y la fundación de un estado obrero sería una inspiración para los trabajadores y los pobres de América Latina y de todo el mundo.

¡Obreros del mundo uníos!”

“Es realmente un mensaje maravilloso” dijo Chávez, visiblemente conmovido. “Creo que debemos escribirles para agradecérselo. Debo escribir a todos. ¿Cómo puedo hacerlo?” “Puedes escribir un mensaje en nuestra página Web”, le sugerí. “¡Eso es lo que haré!” exclamó.

El presidente miró rápidamente su reloj. Eran las once de la noche. “¿Te importa si pongo un momento la televisión? Vamos a empezar un nuevo programa de noticias y me gustaría que vieras lo que hemos hecho”. Miramos las noticias durante cinco minutos, era un programa sobre Irak. “Bien Alan, ¿qué piensas de esto?” “No está nada mal”. “Planeamos lanzar un servicio de televisión que se emita a toda América Latina”. No es de extrañar que los imperialistas tengan pesadillas con Hugo Chávez.

Sobre George W. Bush, Chávez se expresaba en términos de absoluto desprecio. “Personalmente es un cobarde. Atacó a Fidel Castro en una reunión de la OEA cuando Fidel no estaba presente. Si él hubiera estado allí no se habría atrevido a hacerlo. Dicen que teme encontrarse conmigo y lo creo. Pero en cierta ocasión coincidimos en una cumbre de la OEA y estaba sentado cerca de mí.” Chávez se sonrió con mirada de niño travieso. “Estaba en una de esas sillas giratorias y él estaba sentado detrás de mí. Entonces, después de un rato, giré la silla y me senté frente a él. Y le dije ‘¡Hello Mister President!’ Su cara cambió de color, del rojo al púrpura y al azul. De él sólo se puede decir que es un manojo de complejos. Lo que le hace peligroso es el poder que tiene entre las manos”.

Al final de nuestra reunión Hugo Chávez me expresó su apoyo a la campaña Manos Fuera de Venezuela. También me dio su apoyo personal a la publicación de una edición venezolana de Razón y Revolución, con la posibilidad de editar otros libros en el futuro. La reunión terminó a las once y media. Pero antes de salir me preguntó por Manzoor Ahmed, el parlamentario marxista pakistaní:

“¿Está aquí?” preguntó. “Sí, llegó ayer”, le contesté. “¿Por qué no ha venido a verme?” “Supongo que porque no está invitado”, respondí. Durante un momento la cara del presidente se ensombreció. “Bien, dile a Manzoor de mi parte que no puede abandonar Venezuela sin venir a verme. ¿Dónde está mi agenda?” Chávez comenzó a mirar impacientemente las páginas, cada minuto estaba lleno de reuniones. Arrugó durante un momento el entrecejo y de repente dijo: “Tendremos una reunión mañana después de la cena. ¿Estaréis los dos allí? Bien. Dile que a las diez de la noche”.

Un discurso improvisado

La tarde siguiente nos reunieron una vez más a los delegados extranjeros dentro del palacio presidencial. Había unas doscientas personas junto con cámaras de televisión. Llegué un poco tarde y me senté en la parte de atrás de la sala. Después de unos minutos llegó un hombre de la oficina del presidente y me tocó el hombro: “Señor Woods, preparado para hablar en cinco minutos”.

Yo no estaba para nada preparado para esto pero me dirigí al micrófono frente a las cámaras de televisión, cerca de la mesa donde estaba sentado el presidente. Hablé sobre la crisis mundial del capitalismo y expliqué que todas las guerras, crisis económicas, terrorismo, etc., eran sólo manifestaciones individuales de esta crisis orgánica del capitalismo. Señalé que la única forma de resolver los problemas de la humanidad era a través de la abolición del capitalismo y el establecimiento del socialismo mundial. Expliqué que doscientos años después de la muerte de Bolívar, la burguesía latinoamericana ha convertido un paraíso terrenal en un infierno para millones de personas.

Para concluir dije que el colosal potencial de las fuerzas productivas se estaba despilfarrando debido a las dos principales barreras al progreso humano: la propiedad privada de los medios de producción y “esa reliquia de la barbarie que es el estado nacional”. Señalé los enormes logros de la ciencia y la tecnología, que serían suficientes para transformar la vida de la mayoría del planeta.

En este punto dije: “Parece que los estadounidenses están dispuestos a enviar un hombre a Marte. Creo que deberíamos apoyar esta propuesta con una condición: que ese hombre sea George W. Bush y que vaya con un ticket sin regreso”. La sala estalló en risas y Chávez gritó: “Y Aznar, que no se olviden de Aznar”. A lo que respondí: “¡Sr. Presidente, no debemos hablar mal de los muertos!” Mi discurso fue el único político y fue muy bien recibido.

Como es habitual, Chávez habló largo rato, mencionando mi discurso en varias ocasiones. A intervalos regulares alguien venía con una nota de los desesperados responsables del catering porque la comida se estaba quedando fría por el retraso. Pero Chávez continuaba y nadie podía pararlo. Miraba al desafortunado mensajero y decía: “¡Qué! ¡Tú otra vez!” y continuaba hablando como si nada hubiera ocurrido.

Como todos los venezolanos él tiene un gran sentido del humor. En determinado momento, después de hablar durante bastante tiempo, me dijo: “¿Está ahí Alan?” “Sí, todavía estoy aquí”. “¿Estás dormido?” “No, estoy despierto” [Pausa] “¿Quién es este Gibbs?” “Un científico”. “¡Oh! Un científico”. Y después continuó como antes. La referencia a Gibbs (o Hibbs, como él lo pronuncia) dejó a la audiencia perpleja y tuve que dedicarme un momento a decir cómo se escribía.

Era casi media noche cuando finalmente empezamos a cenar. Estaba sentado con mi amigo y compañero Manzoor, nos habían sentado en mesas separadas y eso no nos agradaba, aunque estuvieran una al lado de la otra. Llamé a una joven del departamento de protocolo y le expliqué que quería cambiar mi sitio para sentarme cerca de Manzoor, le expliqué que él no hablaba castellano y que se sentiría solo: “Esta bien, enviaré a un intérprete”. Le mostré mi desacuerdo y finalmente me senté con mi amigo.

Al poco tiempo apareció una joven, aparentemente la jefa de protocolo. “Señor Woods” dijo con una voz que no parecía aceptar ninguna réplica. “Por favor, venga conmigo”. Como un cordero que se dirige al matadero acepté mi destino, aunque al final tenía una naturaleza mejor. Me indicó donde sentarme y miré alrededor. Para mi sorpresa estaban el presidente Chávez y su joven hija. Nos entretenía un grupo de músicos que tocaban música venezolana con guitarras, arpas y otros instrumentos tradicionales, el cual obviamente disfrutamos mucho.

La cena terminó aproximadamente a la una y media o incluso más tarde. Pero esto es temprano para Chávez y todavía teníamos que reunirnos junto con Manzoor. A las dos de la mañana nos escoltaron a una sala grande, que como siempre estaba adornada con retratos de Simón Bolívar. Además de Chávez y su secretario estaba el ministro de exteriores -una muestra de la importancia de esta entrevista. Durante un momento pensé que el presidente Chávez parecía un poco cansado, pero de igual manera procedió a hacerle a Manzoor preguntas detalladas sobre Pakistán y Afganistán. Nada parece agotar su insaciable apetito de conocer más del mundo en el que vivimos. Por otro lado, su secretario y el ministro parecían más dispuestos a irse a la cama.

Manzoor le regaló un tradicional chal adornado proveniente de Sindh y unos maravillosos jarrones artesanales -un regalo de los trabajadores metalúrgicos pakistaníes. Puso los jarrones en lugares estratégicos de la habitación y se puso el chal, con el cual fue fotografiado. Para Chávez estas cosas no son pequeños detalles. Al día siguiente contó detalladamente en la radio su reunión con Manzoor. Para este hombre cada gesto internacional de apoyo es enormemente importante y valioso.

Unas últimas palabras

¿Qué más puedo decir? Normalmente no escribo en detalle sobre los individuos, soy consciente de que algunas personas consideran estas cosas fuera de lugar en la literatura Marxista. Pero creo que están equivocadas, o al menos un tanto parcializadas. Marx explica que los hombres y las mujeres hacen la historia, y que el estudio de estos individuos que hacen historia es una parte válida de la literatura, incluida la Marxista.

Personalmente, nunca he estado interesado en la psicología, excepto en el sentido más amplio de la palabra. A menudo, los escritores de segunda fila intentar cubrir su ausencia de comprensión real de la historia recurriendo a lo más profundo de la mente de determinados individuos, con la intención de descubrir, por ejemplo, que Stalin y Hitler tuvieron una infancia infeliz. Se supone que esto explicaría por qué más tarde se convirtieron en dictadores despiadados que tiranizaron a millones de personas. Pero en realidad estas explicaciones no dicen absolutamente nada. Hay muchas personas que no tienen una infancia feliz pero no muchas que se conviertan en un Hitler o un Stalin. Para explicar este fenómeno hay que entender las relaciones entre las clases y los procesos socioeconómicos objetivos que las conforman.

Sin embargo, hasta cierto punto, la personalidad de un individuo tiene un efecto sobre los procesos históricos. Para mí, lo interesante es la relación dialéctica entre el sujeto y el objeto, o como habría dicho Hegel, entre lo Particular y lo Universal. Sería muy instructivo escribir un libro sobre la relación exacta entre Hugo Chávez y la revolución venezolana. Que esta relación existe está fuera de toda duda. Si es positiva o negativa dependerá del punto de vista de clase que defienda.

Desde el punto de vista de las masas, de los pobres y oprimidos, Hugo Chávez es el hombre que los puso en pie y los ha inspirado, por su indudable coraje personal, los actos de heroísmo sin precedentes. Pero la historia de la revolución venezolana no ha terminado aún. Hay varios finales posibles: no todos agradables de considerar. Las masas todavía están aprendiendo, el movimiento bolivariano se está desarrollando. La tremenda polarización entre las clases culminará en un momento decisivo en donde todos los partidos, tendencias, programas e individuos serán puestos a prueba.

Partiendo de mis limitados contactos con Hugo Chávez, estoy firmemente convencido de su honestidad personal, su valor y dedicación a la causa de las masas, los oprimidos y los explotados. Ya lo pensaba antes de reunirme con él, y todo lo que he visto y escuchado me ha confirmado esta creencia. Pero como he dicho muchas veces, la honestidad y el valor personal, por sí y en sí mismos, no son suficientes para garantizar la victoria de la revolución.

¿Qué hace falta? Ideas claras, una comprensión científica, un programa, política y perspectivas revolucionarios consistentes. La única garantía de futuro de la revolución bolivariana consiste en el movimiento desde abajo, el movimiento de masas que, encabezado por la clase obrera, debe tomar el poder en sus propias manos. Esto exige la rápida construcción de la Corriente Marxista Revolucionaria, la sección más firmemente revolucionaria del movimiento.

Creo que un número creciente de militantes del movimiento bolivariano están mirando hacia las ideas del marxismo. Estoy seguro que esto se aplica a muchos de sus dirigentes. ¿Y Hugo Chávez? Me dijo que no era un marxista porque no había leído suficientes libros marxistas. Pero ahora los está leyendo. Y en una revolución una persona aprende más en veinticuatro horas que en veinte años de existencia normal. Al final, llegará a los mejores elementos de la sociedad venezolana y los unirá en una fuerza de lucha invencible. En ese camino está la posibilidad de la victoria.

Londres, 29 de abril de 2004


Traducción de Encounters with Hugo Chavez.