Entramos al definitorio mes de mayo en un contexto seriamente atípico de cara a los venideros comicios presidenciales del día 20. Mientras el abstencionismo reina entre la mayoría de agrupaciones políticas opositoras (MUD–FAVL y SV), hecho que limita las posibilidades de triunfo de Henry Falcón; Nicolás Maduro se prepara para capitalizar la fragmentación de la derecha, esperando obtener un triunfo que lo habilite para un nuevo periodo constitucional, en medio de una cada vez más aguda situación económica y social que promete dar continuidad al clima de inestabilidad e incertidumbre hoy imperantes.

Venezuela afronta un contexto económico catastrófico: contracción de un tercio del PIB desde el 2013, hiperinflación de 4 dígitos (aunque algunos analistas sostienen que ya hemos saltado a los 5), déficit presupuestario del 21% del PIB, reservas internacionales situadas en 10 millardos de $ (sus cifras más bajas en 15 años), niveles enormes de endeudamiento externo y con múltiples «compromisos» vencidos, bloqueo a nuevas fuentes de financiamiento internacional, y caída de hasta un 50% en la producción de petróleo desde 2013, cuya renta aporta el 96% de los ingresos en divisas del país.

Los impactos en los niveles de vida de los trabajadores resultan dramáticos. Si solo medimos el desplome del poder de compra de los salarios, como consecuencia de la hiperinflación: el ingreso mínimo integral (sueldo base más bono de alimentación) situado en 2.555.500 Bs, solo supera en un 22% el costo de un kilogramo de carne, que para el martes 1 de mayo ya se ubicaba en 2.000.000 Bs en varios estados del país. La acelerada devaluación del Bolívar ha hecho que este salario sea canjeable por US$ 37 a la tasa Dicom (oficial), y por US$ 4 y fracción a la tasa de cambio paralela -la cual rige el comportamiento de los precios en el país-, es decir, 319 y 352 dólares por debajo del promedio latinoamericano, respectivamente. A lo anterior, deben sumarse los innumerables padecimientos cotidianos ante la escasez de bienes de primera necesidad, también de dinero efectivo –como producto de la reducción en la proporción de dinero físico con respecto al crecimiento de la liquidez y la hiperinflación–, y el colapso generalizado de los servicios públicos.

Las calamidades derivadas de la crisis estructural del capitalismo venezolano hoy someten al pueblo trabajador a una amarga lucha por la subsistencia cotidiana, que no deja espacio para atender temas de gran importancia como la política. Para las masas pobres, el entusiasmo, la disposición al combate, y la voluntad para confrontar ideas, tan características en campañas de otrora –desde el auge de la revolución bolivariana– hoy se ven mermadas como obra de la desmoralización y la desesperanza, que parten de la evidente descomposición económica y social, pero sobretodo, de la perspectiva de que nada mejorará en el futuro próximo, aunque se logre derrotar nuevamente a la derecha. Este creciente proceso de reflujo supone un peligro de muerte para la revolución.

Propinar una nueva derrota electoral a la derecha no será garantía de un futuro libre de turbulencias. A medida que recrudece la crisis económica, y con ella las tensiones sociales y políticas, los sectores abstencionistas de la burguesía buscan acumular fuerzas para intentar, en el mediano plazo, una nueva embestida insurreccional que intente, esta vez sí, quebrar la unidad entre la cúpula militar, y en consecuencia producir un golpe de Estado. La intervención imperialista, mediante presiones económicas y políticas –para las que también emplea a gobiernos serviles en la región– busca fomentar tal desenlace. Sin embargo, la fragmentación de la derecha tradicional en tres sectores supone el principal obstáculo a superar, por parte de la burguesía, para el alcance de tan nefastos objetivos.

«Venezuela Libre» y «Soy Venezuela»: las dos caras del abstencionismo opositor

Bajo el alegato de que «no existen garantías electorales claras», el bando abstencionista mayoritario, donde se agrupan los partidos que aún permanecen en la MUD, trata de cubrir su bancarrota política y la enorme desmoralización de sus bases, tras el fracaso de las guarimbas del año pasado, que como sabemos, obedecieron a las vacilaciones del liderazgo opositor en los momentos decisivos y a la gran participación de las masas revolucionarias en la elección de la ANC. A pesar de que han transcurrido 10 meses desde tan ignominiosa derrota, sus fuerzas de calle no logran levantar cabeza, hecho que se comprueba con la última sucesión de convocatorias a marchar cada una menos concurrida que la anterior.

Con la idea de refrescar su imagen, este sector pro oligárquico ha conformado el llamado Frente Amplio Venezuela Libre, donde aparte de la MUD, se aglomeran asociaciones empresariales como Fedecamaras, organizaciones estudiantiles y juveniles, rectorados universitarios, ONG, sociedad civil, caras disidentes del chavismo, Conferencia Episcopal (que no podía faltar), representantes de iglesias protestantes, entre otros especímenes. Aunque el liderazgo del FAVL ha declarado estar evaluando propuestas de boicot para el 20M, el nivel tan bajo en que han caído sus fuerzas actuales, en principio, pudiera desestimar cualquier posibilidad de que puedan jugar un papel de relevancia, por lo menos hasta realizados los comicios. Este es, en gran medida, el motivo que explica su negativa a participar en las elecciones presidenciales y por qué su actividad ha estado fuertemente enfocada en el cabildeo internacional, demandando más sanciones a funcionarios públicos venezolanos, mayores presiones económicas y políticas, así como una «intervención humanitaria» que permita saciar el hambre del pueblo con misiles tomahawk. El sector mayoritario de la derecha venezolana requiere tiempo para reagrupar sus fuerzas y espera proveerse de los servicios de la crisis y del desgaste de la base social del gobierno para enfilarse hacia el poder en mejores condiciones.

Mientras tanto, desde el sector más derechista y pro yankee de la oposición venezolana: «Soy Venezuela», que agrupa a organizaciones como Vente Venezuela de María Cocina Machado, Alianza Bravo Pueblo del convicto Antonio Ledezma y personalidades como Diego Arria, y cuyo nacimiento el pasado septiembre inició la fragmentación actual de la MUD; trata de influir desesperadamente en la palestra política nacional, paradójicamente desde una posición abstencionista pero aislacionista. Sus histéricos berridos radicales, que cuentan con una amplia difusión en medios internacionales, propugnan, de manera más abierta, una intervención humanitaria «con todas sus implicaciones». La estridencia de sus gritos es inversamente proporcional a la capacidad que tienen para jugar algún papel destacado en la situación política del país. Sus bases de respaldo están concentradas fundamentalmente en ciertas zonas del este caraqueño y algunos minúsculos puntos de apoyo en el interior del territorio nacional. Aparte de exponer sus pergaminos contrarrevolucionarios a cada paso, desde su presentación en sociedad no han dejado de arremeter contra el viejo liderazgo de la MUD –hoy en el FAVL– por participar en mesas de diálogo con «la tiranía», y más recientemente contra Falcón y sus adeptos por «hacerle el juego al régimen» al legitimar las venideras elecciones presidenciales con su participación.

Si bien, todo parece indicar que las dos cabezas del abstencionismo opositor estarán relegadas al mero rol de espectadoras, la volatilidad de la situación política nacional puede propiciar sucesos que alteren dramáticamente el actual estado de cosas. En el contexto actual, cualquier chispa podría iniciar un incendio. Cabe recordar los momentos previos al inicio de las guarimbas del año pasado: las bases derechistas se encontraban desmoralizadas y su cuestionada dirección poco cohesionada, tras no haber podido forzar la realización del referéndum revocatorio y no avanzar un milímetro en la promesa de retornar al poder luego de ganar la mayoría en la Asamblea Nacional. Bastó que se iniciara la controversia con respecto a las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de Justicia, y posterior denuncia de golpe de Estado por parte de la derecha, para que la situación virara radicalmente. El distanciamiento entre el FAVL y SV solo podría ser superado con la maduración de las condiciones para un nuevo llamado a la insurrección reaccionaria.

Es deber de todos los revolucionarios, en especial de aquellas capas activas, organizar comités de autodefensa en todo el país, a los fines de contrarrestar la amenaza fascista en proceso de gestación y cuyo resurgimiento no puede tomarnos por sorpresa. Para ello es necesario superar y trascender la resistencia de la dirección bolivariana, la cual ya ha dado suficientes muestras de no querer blindar la revolución con organización desde abajo, dejando a las masas en una situación de vulnerabilidad a medida que la reacción se fortalece, mientras se ciñe la defensa revolucionaria a los marcos institucionales y militares, siempre susceptibles de virar al campo del golpismo de un momento a otro.