Leer a Alfredo Maneiro es encontrarse con múltiples debates que atravesaron a la izquierda venezolana. Hoy, muchos de esos debates vuelven a cobrar vigencia (quizá porque nunca dejaron de tenerla) para las organizaciones de izquierda y el movimiento obrero y popular.

En su época liceísta, Alfredo fue dirigente estudiantil y miembro de la Juventud Comunista. Luchó contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, formando parte del Frente Juvenil de la Junta Patriótica que lo derrocaría. A los 21 años fue electo diputado suplente al Congreso Nacional, y a los 24 pasa a ser parte del Comité Central del Partido Comunista, siendo luego comandante guerrillero durante la lucha armada. En 1971, participó activamente en los debates internos del PCV que terminan con su división, dedicándose a la construcción de lo que años más tarde (oficialmente en 1978) se convertiría en la Causa R.

La intensa labor en el campo de la organización obrera daría sus frutos en el año 79, cuando el Movimiento Matancero (frente laboral de La Causa R) lograra arrasar en las elecciones de Sidor, uno de los sindicatos más grandes del país.

En el ámbito teórico, Maneiro abordó problemas como el de la organización revolucionaria (que visualizaba como un partido-movimiento) y su estrategia. Polemizó sobre las causas de la derrota de la lucha armada, contrastando insurrección y foquismo[1], y, en cuanto al problema del desarrollo nacional, se colocó del lado de la revolución frente a quienes apostaban al nacional-reformismo, demostrando una superación de las concepciones etapista que aún persisten en el estalinismo venezolano. Finalmente, apostaba por una unidad de la izquierda con base en el reconocimiento y el debate abierto de las diferencias, más que una unidad electoral para obtener cargos.

En este artículo, abordaremos dos de estos debates que nos permitirán echar luces sobre el momento actual. El primero, trata sobre la caracterización que elabora Maneiro de la situación del movimiento revolucionario en 1969 y el balance que hace sobre la ideología nacional-reformista, para ello, abordaremos el texto “Para esta situación” que recoge su discurso frente al pleno de militantes del Partido Comunista en El Tigre en ese mismo año. El segundo debate, será sobre la estrategia revolucionaria y el papel de las luchas reivindicativas en la elevación de la conciencia de las masas, tema cuyo desarrollo a profundidad veremos en la “Entrevista hecha por Iván Loscher” en 1977.

El momento actual: La debilidad del movimiento popular

“Vivimos una especial situación: lo peculiar de ella consiste en que coinciden un estado de atomización, desorganización, derrota y debilidad de las fuerzas revolucionarias con extraordinarias posibilidades para el desarrollo del movimiento popular y revolucionario”[2].

Con estas palabras inicia Maneiro su discurso al pleno de militantes del Partido Comunista en el Tigre (Edo. Anzoátegui), por allá en 1969. Este 27 de junio, estas palabras han cumplido 50 años de haber sido pronunciadas y, sin embargo, parece que se fuesen dicho ayer con ocasión del momento que vivimos.

“Derrota”, es una palabra que aún está lejos de expresar el estado actual del movimiento popular, por ello, y para ser fieles al análisis marxista y no caer en paralelismo mecánicos, habría que salvar las distancias entre ambas épocas. Baste para ello con borrar esta palabra de la cita para dar a la misma gran exactitud más allá de la gran diferencia de contextos dados.

Maneiro usaba la palabra derrota entonces luego de haber hecho un balance de la lucha armada. Sin embargo, si bien es cierto que en la actualidad no podemos hablar de una derrota, no es menos cierto que sí enfrentamos la atomización, la desorganización y la debilidad de las fuerzas revolucionarias y del movimiento popular. Pero, ¿cómo llegamos a este punto luego de haber pasado por un momento revolucionario? Pues precisamente por no haber completado la revolución.

¿Se podía pensar que los oprimidos podían mantenerse permanentemente movilizados, aplazando indefinidamente sus necesidades? Decir sí sería profundamente antidialéctico. Lo que se constata es que la revolución bolivariana, que mantuvo más que ninguna otra a las masas en tensión por un largo periodo de tiempo, no es la excepción. El cansancio se ha hecho evidente, los músculos se han relajado a fuerza de los golpes conjuntos de la burocracia y la burguesía sobre el pueblo, y sin embargo, aún vemos brillantes focos de resistencia, una resistencia que nos dice que aún estamos en el juego.

La debilidad de la que nos habla Maneiro, tiene que ver precisamente con la desorganización y la atomización de las fuerzas revolucionarias, tiene que ver, con el poco tejido que logramos construir fuera del abrigo del Estado benefactor (y ciertamente progresista) que encabezó Chávez. En aquel entonces, los abundantes recursos provenientes del Estado si bien sirvieron para hacer crecer flores en el desierto del capitalismo dependiente venezolano, también generaron una fuerte dependencia del movimiento popular (devenido en corporación) a las instituciones del Estado Burgués.

¿Atomización? Sí, pues aunque muchas fueron las experiencias organizativas, los enlaces fueron pocas veces horizontales y la mayoría de las veces verticales, se privilegiaba la articulación con quien asignaba los recursos y no con quien estaba en la misma lucha. Prueba de lo anterior son los innumerables congresos campesinos, obreros, comunales, estudiantiles y de cualquier otra índole convocados y controlados desde la burocracia del Estado, y en la que en última instancia ésta proponía y decidía las resoluciones. Prácticas que con el paso del tiempo se fueron haciendo cada vez más frecuentes, sobre todo en la medida en la que el agotamiento se hacía más evidente, dos fenómenos que se alimentan uno al otro.

El fracaso del reformismo

El debate durante todo este tiempo a lo interno del chavismo, fue sobre la velocidad de los cambios y su profundidad, entre reforma o revolución. Es aquí donde vale la pena volver a los debates de la izquierda y hacer un balance.

Ya a fines de la década de los sesenta, parecía (por lo menos dentro de la izquierda) estar resuelto el debate entre las posibilidades del reformismo y la necesidad de la revolución, para entonces Maneiro señalaba que:

“… La evidencia del fracaso de las ‘posibilidades’ del nacional-reformismo es tan rotunda o, dicho de otra manera, los resultados de la practica hacen tan definitiva la pérdida de validez ideológica de esa posición que la insistencia en mantenerla por partidos, sectores e individuos autocalificados de izquierda y de progresistas hace mucho que no deja lugar a dudas sobre la ausencia de ilusiones o errores de juicios en ellos. […] No es descartable que en alguna época éstas fueran ilusiones que estos grupos y personas tuvieran, pero ahora son ilusiones que, simplemente, intentan sembrar”[3].

Con esto, el ex comandante guerrillero no hacía sino dar cuenta de varios años de intentos de desarrollar las fuerzas productivas en el país al margen del puesto que se nos había asignado en la división internacional del trabajo y que nos colocaba como un proveedor barato de algunas materias primas.

Maneiro señalaba, además, cómo partidos autocalificados de izquierda y progresistas seguían elevando la bandera del nacional-reformismo a pesar de haberse demostrado su fracaso, evidenciando que, si quizá en el pasado éstos pudieron tener ilusiones, ahora se trata de ilusiones que se intentan sembrar en las masas. Estas palabras hoy golpean como un martillo a quienes insisten en la teoría de las etapas y anteponen a la lucha por el socialismo una supuesta lucha “antiimperialista” por la liberación nacional.

Para el fundador de la Causa R:

“La Trasformación social que se programe, el desarrollo económico que se suponga, ya no puede proponerse sino cambiando las bases de la sociedad […] No existe ya ningún propósito serio de progreso económico y social que no parta de la transformación radical de la estructura de nuestra sociedad y de la ruptura de las relaciones de dependencia y sometimiento que la ligan a los Estados Unidos”[4].

Maneiro no fue el único que llegó a esta conclusión. Estas ilusiones en una supuesta burguesía nacionalista, hoy llamada “burguesía revolucionaria” por quienes apuestan al nacional-reformismo, también fueron combatidas por el Che Guevara, quién identificó el papel subordinado que en nuestros países juega la burguesía frente el imperialismo. Según el Che,

 “En las actuales condiciones históricas de América Latina, la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras naciones esa clase, aun cuando sus intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a éste, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor de las masas explotadas” .

Guevara, E. Guerra de guerrillas: un método.

Señalando en otra oportunidad que:

“Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez lo tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución” .

Guevara, E. Mensaje a los pueblos a través de la Tricontinental. (Negritas propias)

Estas citas que hemos reproducido de Maneiro y del Che, no son sino el reconocimiento de la razón de la Teoría de la Revolución permanente de Trotsky, quién ya en 1905 señalaba el papel subordinado de la burguesía de los países atrasados, su miedo a la revolución y su incapacidad de cumplir incluso las tareas históricas que le correspondían, por lo que necesariamente la revolución en estos países cobraba un carácter permanente, en el que el proletariado debía asumir las tareas democrático burguesas y seguir con las tareas socialistas de transformación de la sociedad.

Estas tesis de Trotsky, fueron confirmadas por la historia, la Revolución Rusa de 1917, luego, la revolución China de 1925-27 sería un ejemplo tanto del fracaso de la línea etapista (desarrollada por los mencheviques y luego adoptada por el estalinismo), como del acierto de la revolución permanente. La Revolución Cubana por su parte, también demostró la necesidad de pasar de la fase democrática de la revolución a las tareas socialistas, echando mano de las palancas de la economía y planificando ésta en función de los intereses de los explotados.

El gran problema en Venezuela, fue la ausencia del elemento subjetivo que llevase al proletariado a la conquista del poder para que emprendiese la transformación socialista de la sociedad. Fabricio Ojeda, en referencia a la revolución cubana, constata esto hecho al señalar que “La Transición del gobierno democrático-burgués al régimen socialista fue consecuencia directa de la radicalización popular frente a la agresión imperialista y producto de los nuevos gobernantes encabezados por Fidel Castro”[5], es decir, la combinación de un auge del movimiento de masas con una dirección decidida.

En nuestro país, aunque se contaba con un auge del movimiento popular, no había un partido con cuadros dispuestos a llevar las cosas más allá.  No bastaba con un hombre arengando al pueblo a que tomase las fábricas y las pusiera bajo control obrero, o que tomasen las tierras, pues si bien los marxistas reconocemos el papel del individuo en la historia, no es menos cierto que para destruir el Estado burgués y su ejército de funcionarios hace falta una organización que pueda conducir al ejercito del proletariado en conjunto con el resto de los oprimidos y explotados para oponer al Estado de los capitalistas, el Estado de los Trabajadores.

Ahora, ¿cómo pasamos de la situación actual del movimiento popular a lucha por el socialismo? ¿cómo retomamos el empuje revolucionario?

El papel de las luchas por reivindicaciones

En una entrevista concedida a Iván Loscher en 1977, Maneiro resaltaba el papel de la lucha democrática para elevar el nivel de conciencia popular, entendiendo la democracia no como las instituciones acabadas del puntofijismo, sino como una participación activa de las masas en la política, como la toma en sus propias manos de sus destinos.

En contraste con quienes pensaban que las luchas por reivindicaciones eran reformistas, Maneiro señalaba que éstas tenían el potencial de evidenciar lo antidemocrático que era el orden dominante para las masas. En referencia a la lucha que llevaba a delante en la parroquia de Catia, respondía al entrevistador:

“Tú dices que la democracia actual, es decir, las clases dominantes, para decirlo en términos más comprensibles, pueden permitirse hacer unas cuantas mejoras en Catia, pero de hecho no se lo permiten. Hay una diferencia entre algo que la sociedad puede permitirse y se lo permite y algo que el pueblo conquista luchando[6].

Más adelante, y en referencia a la lucha popular por la construcción de una pasarela en San Félix señalaba:

“… pero entonces empieza la lucha de la gente por su pasarela para evitar más muertes; sin embargo, no te mandan al ingeniero a construir la pasarela, te mandan al policía municipal a disolver la manifestación a planazos y bombas lacrimógenas[7].

Ésto puede que nos suene como algo lejano, pero evaluemos por un momento la protesta por el suministro de gas en Táriba, Edo Táchira. ¿No era mejor enviar un camión con bombonas de gas en vez de enviar “al policía municipal [en este caso del Estado] a disolver la manifestación a planazos y bombas lacrimógenas”? ¿Cuál fue el resultado de esta decisión? Pues el resultado fue que un joven perdiese ambos ojos producto de los impactos de perdigones disparados directamente al rostro. ¿Por qué se actuó de una manera y no de otra? Porque el Estado no puede permitirse, en medio de una escasez generalizada de gas domestico (entre otras cosas), que se demuestre que a través de la lucha se pueden obtener resultados a los problemas de la comunidad, lo que además estimularía más luchas similares.

Maneiro no sólo llegaría a esta misma conclusión, sino que además, señala cómo de la lucha emergen elementos subjetivos del poder popular. Veamos:

“¿Qué dejó la lucha por la pasarela en San Félix? Dejo la pasarela, pero además dejó liderazgo, gente que sabe movilizar a sus vecinos, organizaciones populares, […] dejó además algo inapreciable no cuantificable pero un ingrediente gigantesco de lo que tú llamas toma de conciencia: dejó autoconfianza popular, la gente sabe que luchando consigue, pero debe luchar[8].

Más adelante insistiría en ésto, pero agregaría la capacidad que tiene el pueblo, una vez organizado, de convertirse en un actor político que rompiese la polarización entonces representada en un modelo bipartidista AD-Copei, y hoy personificada en la lucha gobierno oposición.

“Te digo una cosa, la pasarela de San Félix es ya un hecho irreversible, no hay quien la tumbe, pues ya no es cuestión de que dos obreros con sopletes la echen abajo, sino que hacen falta dos obreros con sopletes más quinientos policías que te sometan a la población. La autoconfianza popular entra ya como otro elemento y así se rompe la polarización, pero no por vía electoral, sino por vía práctica, el movimiento mismo la rompe. Ahora hay tres en la mesa: el gobierno [AD], la oposición oficial (Copei) y el pueblo, que sabe que luchando consigue”[9].

Sin embargo, para que este tercer elemento se constituya como una alternativa revolucionaria, será necesario vincular las luchas reivindicativas con un programa de transformación de la sociedad, volviendo aquí nuevamente al problema de la dirección en cuyas manos está esta tarea.

Esto no escaparía del análisis de Maneiro (ni de tantos otros revolucionarios), quien concluía que:

El lazo que une esta lucha democrática con la necesaria acumulación de conciencia para una reversión profunda y revolucionaria de la sociedad, es tarea de la vanguardia política. El lazo que une la lucha de los obreros porque le paguen media hora de tiempo viajando, porque le paguen unas vacaciones mochas, en fin, el lazo que une esta lucha lochera con los intereses históricos y permanentes de la clase, es el arcano, el secreto de los dioses”[10].

Una estrategia para el presente

En la medida en que cada vez más organizaciones de izquierda han venido encontrándose en un diagnostico común de la situación actual, en el que se señala el giro programático a la derecha del gobierno, su incapacidad de hacer valer la soberanía en el marco de la pugna interimperialista y la perdida de espacios democráticos, el debate ha comenzado a girar en torno de cuál debe ser la estrategia para construir una alternativa socialista a los polos en disputa.

En nuestra opinión, el momento actual brinda buenas posibilidades de plantear una lucha defensiva con posibilidades de éxito -el éxito en este momento corresponde a frenar el avance de las fuerzas capitalistas-. Esto, debido a que, a diferencia del momento histórico que le tocó vivir a Maneiro, no estamos partiendo de cero, sino que contamos con espacios y conquistas ganados en el periodo de auge anterior: se ocuparon fábricas, se construyeron comunas, se distribuyeron tierras y se crearon (pues las condiciones eran favorables) un gran número de organizaciones populares fuertemente influenciadas por el pensamiento socialista. Estas conquistas, han actuado como fortalezas ante el avance de las fuerzas capitalistas, nuestra tarea en este periodo consiste en defenderlas con el fin de preparar una contraofensiva que nos dé una victoria estratégica (revolucionaria).

Esta lucha defensiva no se da en un solo escenario, sino que podemos decir que está dando simultáneamente en distintos niveles: el de la vanguardia, que enfrenta a las organizaciones clasistas (sindicatos, consejos de trabajadores, comunas y organizaciones campesinas) al Estado burgués (en manos de la burocracia) y a la burguesía (a la que se suman las trasnacionales y los terratenientes), en una lucha por la defensa del salario, el empleo y la tierra; y uno que podemos llamar el nivel popular, que enfrenta directamente al “pueblo” (por lo general clase trabajadora no integrada en las organizaciones que señalamos antes o que luchan al margen de éstas) con los cuerpos de seguridad del estado en su pugna por servicios básicos, agua, luz, gas, trasporte, alimentos, entre otros.

En este momento, luchas como la de los trabajadores contra el memorándum 2792 del Ministerio del Trabajo, que echa por tierra las reivindicaciones laborales y deja el camino abierto para la violación sistemática de los contratos colectivos del sector publico y privado; la de los trabajadores que se enfrentan a privatizaciones, despidos masivos y a cierres de empresas y defienden su derecho al trabajo; la de los campesinos que se enfrentan al sicariato de sus dirigentes y al despojo de sus tierras por parte de los terratenientes e incluso de funcionarios policiales y militares, o la de los comuneros, que se enfrentan a un cerco por parte de la burocracia, son solo algunas de las luchas que se emprenden desde la vanguardia, mientras que las recientes protestas por el racionamiento del servicio eléctrico o del agua, las protestas por gas o por alimentos, se van haciendo cotidianas y más intensas en el interior del país encabezadas directamente por el pueblo pobre.

Trasversalmente a éstas, se da una lucha que corta todos los niveles, la lucha por la defensa de los derechos democráticos más básicos: contra la censura, el acceso a la representación, pero sobre todo a la participación, el uso arbitrario de la violencia, etc., y que por su contenido puede movilizar no sólo a los oprimidos sino también servir de fachada a sus opresores. En todo caso, y tal como señalaba Maneiro, las luchas reivindicativas tienen un lado democrático, el ejemplo del memorándum 2792, que viola no solo la ley del trabajo vigente sino también la propia constitución, o el de la represión de la criminalización de la protesta popular y la lucha contra la arbitrariedad de los cuerpos de seguridad, plantean casos en los que las luchas que señalamos antes se pueden plantear desde una perspectiva democrática-radical.

Como no es difícil darnos cuenta, la derecha en su lucha contra el gobierno está actuando en todos estos niveles, ya sea promoviendo sus propias organizaciones sindicales (sin éxito por ahora en el ámbito comunal y campesino), o bien cooptando (o formando) dirigentes de base para encabezar las luchas reivindicativas de los sectores populares, algo que en el pasado era impensable pero que hoy es una realidad. En este escenario global, a la izquierda corresponde disputar, con menos recursos pero con más capacidad hegemónica, la dirección de las luchas populares, no hacerlo es hacerle un gran favor a la derecha.

Otro actor clave en esta disputa por la dirección del movimiento es la propia burocracia, quien ejerce su acción, al igual que la derecha, no solo a través de sus propias organizaciones gremiales (corporativas), sino también a través de su influencia sobre corrientes oportunistas y reformistas en el seno del movimiento popular. La actuación en conjunto de ambas actúa en forma de tenazas para dividir y así frenar la posible conformación de una alternativa revolucionaria.

La gran potencia con la que actúa la burocracia, y los grandes recursos con los que cuenta la derecha, no deben hacernos perder el horizonte ni hacernos subestimar nuestra capacidad, pues ni la burocracia puede (y menos en medio de la crisis actual) satisfacer las demandas del pueblo, ni la derecha es capaz de hegemonizar a todos los sectores en lucha (lo que implicaría sacrificar sus intereses). Sólo la izquierda tiene la capacidad de empujar una lucha real por los intereses de los trabajadores, campesinos y oprimidos de la sociedad capitalista hasta el final. Conquistar esa hegemonía dependerá de los métodos de lucha que despleguemos en este momento y de nuestra capacidad de combatir el sectarismo, el oportunismo y las divisiones internas.

¡Por la construcción de una alternativa revolucionaria!
¡Defendamos nuestras conquistas! ¡Luchemos por el socialismo!


[1] Si bien el balance hecho por Maneiro sobre la lucha guerrillera requeriría todo un artículo aparte, es importante destacar el valor que tiene para el análisis de dicho periodo su caracterización de los primeros años de la década de los ’60 como una “situación revolucionaria ascensional con ocasiones potencialmente insurreccionales” centrada en la ciudad, lo que “reclamaba una política insurreccional básicamente urbana y más aún, caraqueña”. Maneiro, si bien explica el surgimiento de la guerrilla, y casi justifica su existencia, señala que en todo caso esta “tenía que ligar su suerte política a la suerte de la insurrección, programar su actividad según las necesidades y exigencias de ella” algo que no ocurrió por la deriva foquista que adquirió la lucha armada. Citas tomadas de: Maneiro, A. (2016). Escritos de filosofía y política. (Ministerio del Poder Popular para la Agricultura Productiva y Tierras, Ed.) (2da ed.). Barquisimeto.

[2] Maneiro, A. (2016). Escritos de filosofía y política. (Ministerio del Poder Popular para la Agricultura Productiva y Tierras, Ed.) (2da ed.). Barquisimeto. p. 105.

[3] Ibidem p. 107.

[4] Ibid. p. 106. (Negritas propias).

[5] Ojeda, F. (2018). Hacia el poder revolucionario. (Fundación Editorial El perro y la rana, Ed.) (1era ed.). Miranda. p. 72.

[6] Maneiro, A. (2016). Op. cit. p 198. (Negritas propias).

[7] Ibidem. p. 199. (Negritas propias).

[8] Ibid. p. 201. (Negritas propias).

[9] Ibid. p. 203. (Negritas propias).

[10] Ibid. p. 204. (Negritas propias).