Hace 40 años el pueblo cubano apostó por el socialismo, y en el 2002, frente a las fuertes marejadas capitalistas que llegan hasta nuestras costas, lo declaró, constitucionalmente, irrevocable. El apoyo mayoritario que tuvo esta decisión, a pesar de Hace 40 años el pueblo cubano apostó por el socialismo, y en el 2002, frente a las fuertes marejadas capitalistas que llegan hasta nuestras costas, lo declaró, constitucionalmente, irrevocable. El apoyo mayoritario que tuvo esta decisión, a pesar de la enorme crisis económica que sobrevino en los 90 y su indudable impacto en la credibilidad del socialismo como régimen económico, social y político, da fe de que los cubanos lo consideran como el único sistema capaz de salvaguardar los intereses nacionales y mantener las conquistas sociales alcanzadas por la Revolución. En este sentido, cualquier alternativa política que no sea consecuentemente anticapitalista tendrá escasas posibilidades en la vida de la Nación.

La tan llevada y traída oposición interna de Cuba no es tal; son sólo individuos sostenidos, asesorados y pagados por la Oficina de Intereses norteamericana. Son asalariados de un poder extranjero, que viven sin trabajar, holgadamente, del negocio del anticastrismo. La disidencia, construida artificialmente desde afuera, sin fuerza alguna, no ha presentado una sola propuesta o proyecto que no tenga tras sí, de alguna manera, al Tío Sam. El apoyo estadounidense viene a desempeñar en Cuba el papel de mano del Rey Midas, que al más leve contacto con un proyecto político, aunque lo cubra de oro, de recursos, lo desacredita e inmoviliza de plano, ganándose automáticamente el rechazo de la población, por ese antiimperialismo acendrado en las raíces más profundas de la nacionalidad cubana. Por tal razón, no hay ni dentro ni fuera de la Isla una oposición seria, original, autóctona, que presente una alternativa creíble, realista, a la política oficial.

Existen varias leyendas en el exterior sobre estos personajes. Una de ellas es la de los llamados presos de conciencia o presos políticos, según la cual muchos se encuentran encarcelados sólo por pensar diferente y manifestar opiniones contrarias al régimen. Si se quiere analizar con seriedad la realidad cubana tendrán que tomarse en cuenta las terribles y difíciles condiciones en que ha tenido que sobrevivir la Revolución Cubana durante más de 40 años en los que ha enfrentado el acoso constante del imperio más poderoso de la Tierra. Por tanto, no se puede medir a Cuba con el mismo rasero que se mide a otros países en condiciones normales, pues las de la pequeña isla del Caribe son de guerra despiadada, cruel, prolongada y abiertamente declarada en todos los órdenes: económico, político, diplomático, etc. Son enormes las fuerzas imperialistas que se oponen al proyecto revolucionario cubano y se han propuesto derrotarlo.

La Revolución Cubana tiene el derecho elemental a defenderse para sobrevivir, utilizando los escasos recursos con que cuenta para ello, máxime después del derrumbe de la URSS y del campo socialista cuando quedó solitaria, náufraga en un océano capitalista.

El diferendo entre Estados Unidos y Cuba, que tiene raíces históricas y no nació con el triunfo revolucionario de enero de 1959, es la clásica pelea del león contra el mono. Y además quieren amarrar al mono. A nuestro país le exigen respeto a las libertades democráticas y a los derechos humanos los que han financiado y apoyado las dictaduras militares más feroces que se hayan conocido en el planeta. Y lo exigen para que sus aliados internos tengan total libertad de acción. Para que puedan desarrollar su labor de zapa, de quintacolumna al servicio de un poder externo.

Porque estos señores que se hacen pasar por opositores pacíficos, no son más que vulgares provocadores al acecho de cualquier oportunidad que les permita brindar motivos para desatar un conflicto de envergadura entre las dos naciones. Sus actitudes, sus formas de actuar, sus proyecciones no solamente son contrarrevolucionarias, sino antinacionales, y como tal, además de ganarse la aversión del pueblo, que los observa con desprecio, merecen y reciben las sanciones previstas en nuestro Código Penal para las acciones que contribuyan a intereses foráneos de dominación.

Estos disidentes, que son en la práctica agentes de un gobierno extranjero, tendrán muy poca o ninguna importancia en los destinos del país. El movimiento que provoque los cambios que necesita Cuba, las reformas al sistema, vendrá de adentro, surgirá espontáneamente del pueblo, de las propias filas del Partido Comunista, sin más compromiso que con el socialismo. Él buscará sus propias formas de democracia. No serán burocracias totalitarias eternizadas en el poder, pero tampoco la corrompida democracia representativa burguesa con su pluripartidismo atomizante, en que la participación del pueblo se reduce, escasamente, a los períodos eleccionarios.