Si el amor es como la guerra, entonces, para lograr una victoria hay que preparar la ofensiva como en la lucha de clases. Mi vida entera ha sido, es y será la toma del poder, pero hoy, antes de ocuparme en tomar el cielo por asalto, tomaré su corazón, y su cuerpo, y ella el mío. Con obsesión leninista organizaré cada beso, cada caricia, cada pellizco, cada mordisco. Colmado de una dulce impaciencia, redactaré con deliciosa ansiedad nuestro programa de transición. Siguiendo los pasos del camarada León, empezaré por las reivindicaciones mínimas: Mis manos acariciarán lentamente el terciopelo de sus acanelados muslos, mientras recito a Mayakovsky, y mis labios deleitarán la seda de su cuello con húmedos mimos, a la vez que le susurro al oído poemas de Miguel Hernández. Sin embargo advierto, que como un comunista consecuente, no me detendré en las tareas democrático burguesas. ¡Basta de bastardos etapismos! La única verdad es que la revolución es permanente. Sujetaré con delicada fiereza su gloriosa corporeidad avanzando con firmeza hacia las reivindicaciones máximas, y, como los bolcheviques en 1917, no me detendré hasta entrar en su palacio de invierno. Entonces, cuando la contradicción entre nuestras impías carnes se haya tornado insoportable, nos fundiremos en una tempestuosa unidad de contrarios. Daremos rienda suelta a la indómita dialéctica de nuestros cuerpos. Yo seré tesis y ella antítesis, luego, seré antítesis y ella tesis, hasta tornarnos en una confusa síntesis de cueros despojados, de exquisitos vapores, de demenciales anhelos y de tiernas querencias. Una madeja de piel y de sensaciones, de divinas inmoralidades y de labios rotos de éxtasis, en la que las partes han devenido en una unidad indivisible, como cuando las serpientes se arrejuntan, y no se sabe cuál es cuál. Finalmente, cuando gozoso haya ocupado con mi humanidad su espléndido Táurida, implantaremos juntos el programa socialista. Aquí no habrá la menor cabida para el reformismo timorato ni para el etapismo decrépito. Expropiaré sus caderas, sin indemnización, a lo que ella ripostará confiscando mi pecho para sí. Socializaremos nuestros apetitos, nuestros placeres y nuestros dolores, dolores de amores perdidos, rotos y olvidados en la inexorable eternidad del tiempo. Colectivizaremos nuestros gemidos, nuestras miradas y nuestros vientres, y yo, implantare el control obrero sobre cada centímetro de su suculenta desnudez. Devoraremos nuestras carnes trémulas, como dos caníbales desesperados que no han comido por siglos, y devendremos en salvaje festín de tiernas obscenidades, de deliciosas maldades, hasta que la cantidad se transforme en calidad, y en el acto más poéticamente dialéctico de nuestra animal existencia, ambos moriremos por un eterno segundo, para luego nacer de nuevo. Seremos y no seremos al mismo y único tiempo, dejaremos de ser para volver a ser. Y desgarrando nuestros pulmones gritaremos que estamos vivos, porque creemos firmemente, que el que goza un polvo en nombre de la camaradería, de la amistad y del amor genuinos, lo goza en nombre de toda la humanidad. En nombre de toda la humanidad que sufre y muere aplastada, bajo el oceánico poderío de banqueros e industriales. En nombre de toda la humanidad que vive sin vivir, y que muere sin haber vivido, que vive sin darse cuenta que bajo este régimen podrido, está ya muerta en vida. De  toda la humanidad esclavizada por vampiros, que todo lo compran y todo lo venden, que compran vidas, almas, muertes, sangre y sexo, que compran la belleza al mejor precio y la transforman en horror. Nuestro grito de éxtasis será un pequeño gran acto de rebeldía contra este putrefacto régimen social de opresores y oprimidos. Un régimen de muerte, de opresión, de maldita miseria y de guerras. Ese grito será una victoria de nuestra pequeña comuna de cómplices amantes, en nombre de la humanidad entera.