Para que un joven o un trabajador pierda la vida en Colombia, lo único que hace falta es que esté con vida. El sueño de paz que prometió el anterior gobierno de Juan Manuel Santos fue una patraña destinada a desarmar a las FARC y controlar la actividad política de la oposición durante su mandato. Contrario a las intenciones consagradas en el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, no se ha dado la Reforma Rural Integral, no ha habido ningún tipo de apertura democrática, las drogas ilícitas siguen siendo un problema muy grave y la situación de las víctimas es tan desesperada como siempre.

Por el contrario, se ha reactivado la práctica del desplazamiento forzado, la influencia del narcotráfico es tal, que el Centro Democrático (CD), el partido fundado por Álvaro Uribe que puso a Iván Duque en la Presidencia de la República, es más cercano a un cártel mafioso que a una organización política. La amistad del extinto narcotraficante “Ñeñe” Hernández con el presidente Duque ha resultado tan evidente como los nexos mafiosos de la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez y aún no hay una explicación clara de por qué el exembajador Fernando Sanclemente, nieto del líder fascista Gilberto Alzate Avendaño, tenía un laboratorio de cocaína en una de sus propiedades. Mientras, las víctimas de esta actividad, aumentan. Hasta el momento, el partido FARC cuenta más de doscientos excombatientes asesinados desde la firma del acuerdo, los crímenes contra líderes sociales continúan y el asesinato de Javier Ordoñez, así como la posterior represión que sufrieron las manifestaciones por este homicidio, dejan claro que no hay más ley que el capricho de la burguesía.

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa.” (Karl Marx. El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. En: Carlos Marx & Federico Engels. Obras escogidas. Tomo I. Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s.f. p. 250.) ¿Pero qué pasa con los pequeños personajes? ¿Qué es de aquellos cuyas grandes ambiciones apenas logran llenar un par de renglones en alguna enciclopedia muy especializada?

Álvaro Uribe Vélez y su títere, Iván Duque Márquez, como ejemplos de figuras históricas de importancia minúscula, parecen sintetizar ambos géneros poéticos: cada tragedia de la que son responsables, se contrasta con actos públicos, trinos o discursos marcados por lo farsesco y el ridículo; una realidad que se extiende a todo el CD. Cuadros como María Fernanda Cabal o Paloma Valencia, despiertan las carcajadas de trabajadores y estudiantes cada vez que comparten sus ideas sobre la historia política. En un caso reciente, la nieta del presidente Guillermo León Valencia (1962-1966) acusó a Fidel Castro de haber asesinado a Gaitán. Y ni qué decir de un tipo apellido Castaño que es “líder espiritual del uribismo” y se precia de que su mayor talento es “putiar mamertos” (insultar a la gente de izquierdas).

La única forma en que gentes tan atrasadas logren imponerse sobre los honrados y esforzados trabajadores de Colombia es ejerciendo una violencia sin límites. Cualquier opción de abrir espacios de participación para los obreros y campesinos está descartada ya que la intervención de la clase productora en el poder político daría resultados tan efectivos que evidenciarían al instante que la existencia de la burguesía es innecesaria. Sirva de ejemplo la Unión Patriótica: esta fuerza política que surgió de un anterior proceso de paz con las FARC, logró en su primera campaña electoral poner congresistas, diputados y concejales. Cada uno de esos compañeros mostró dotes de liderazgo que redundaban en mejoras en las condiciones de vida en los pueblos y veredas donde ejercían sus actividades. En cuestión de semanas inició una serie de asesinatos que llegaron a sumar más de seis mil víctimas. Hasta el momento, la impunidad contra este genocidio ha sido total.

Un pueblo valeroso

Quienes sí han dado auténticas pruebas de heroísmo son los trabajadores, campesinos y estudiantes de Colombia. Desde hace un año, cuando era evidente que bajo Iván Duque el constante escenario de miseria y violencia en el que nos mantiene la burguesía se desarrollaba en un teatro en el que todas las salidas estaban clausuradas, se inició una ola de movilizaciones que sólo amainó con la llegada del COVID-19. La presencia de este virus estimuló la codicia de la burguesía y esta coyuntura se ha tomado como excusa para implementar un régimen totalitario en donde la supuesta división de poderes que promueve la democracia burguesa en sus versiones más tradicionales, se convierte en una grotesca caricatura ya que todas las instancias del poder público están en manos del Centro Democrático o de sus fuerzas aliadas. Quizá uno de los mayores actos de descaro fue el protagonizado por el ministro de Defensa Carlos Trujillo García, hijo de un político cercano a Pablo Escobar, quien se negó con insolente obstinación a aceptar un fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obligaba a excusarse por los abusos de autoridad de la Policía Nacional y el ESMAD durante las protestas contra el asesinato de Javier Ordoñez. En cambio, Trujillo prefirió señalar y acusar de todo lo imaginable a quien cuestione en algo el proceder del Gobierno.

Esta actitud déspota, antes que acobardar a los trabajadores, ha alimentado su indignación. Evidencia de ello, es el apoyo recibido por la Minga: una gran manifestación de las comunidades indígenas que tradicionalmente se adelanta en esta época del año pero que quizá, sólo hasta este 2020 ha encontrado un nivel de simpatía tan grande por parte del país. Asimismo, como parte de las acciones iniciadas el 21 de noviembre del año pasado, se ha organizado una jornada de paro general, a realizarse el 21 de este mes en la que, según se ha informado, la Guardia Indígena se encargará de la seguridad de quienes asistan a la movilización. Previamente, desde el día 20, los trabajadores del magisterio han iniciado una huelga de 48 horas con la que se han solidarizado obreros de distintos sectores.

Crisis de dirección

La violencia política que ha acompañado la historia republicana de Colombia, no sólo ha dejado huérfanas o sin hijos a millones de familias obreras y campesinas. Dentro de ese gran número de víctimas cayeron también los más resueltos y valerosos líderes. El resultado ha sido que lo sobrevive de la izquierda colombiana sean las tendencias menos revolucionarias. Ejemplo de ello es que la instancia que representa al sector más amplio es Gustavo Petro y su Colombia Humana que, a pesar de la campaña mediática que lo asocia a lo más radical de la izquierda, realmente defiende un programa liberal. En sus propias palabras, su apuesta es por un “capitalismo humano”.

Pero el gran capital no ha sido muy humano con Petro. A pesar de que algún apoyo recibió en su campaña del sector financiero, este ha cerrado filas en torno a Duque cada vez que su incompetencia y corrupción han quedado en evidencia. La actividad de la reacción en su contra es arrolladora; de ella, incluso, ha participado el mismísimo Donald Trump. Petro respondió al ataque exhibiendo una vieja foto con Ted Kennedy (1932-2009).

Ya es hora de que Petro responda a la burguesía de manera efectiva y no confiando en posibles escenarios de diálogo fraterno entre clases que ni existen, ni tiene razón de ser en medio de una crisis mundial del capitalismo que supera sus precedentes. El aumento cotidiano de la miseria y la violencia demuestran que no hay condiciones para un supuesto “capitalismo humano” y sí plantean la necesidad de organizar la producción económica a partir de un plan democrático.

Hace un tiempo Petro llamó a una jornada de desobediencia civil que consistía en no pagar servicios públicos. Quizá una iniciativa así podría tener impacto en el capitalismo desarrollado pero en Colombia muchos no tienen acceso a servicios públicos y el abuso de las empresas privadas que los operan se ejerce con la complacencia y apoyo del Estado. Esta jornada de paro, es una ocasión perfecta para que Petro llame a organizar una huelga general que se prolongue hasta la renuncia de Duque y su gabinete. Esas jornadas de lucha serían, además, el escenario perfecto para que se mostrara dispuesto a actualizar sus propuestas con las necesidades de los trabajadores, valerse del pueblo como guía y no como instrumento. En este momento en que el Estado está en quiebra, carece de capacidad para enfrentar los problemas y con una burguesía incapaz de generar empleo, la paralización de la producción demostraría el poder de los trabajadores y la inoperancia del Gobierno. A su vez, el desarrollo intelectual adquirido por lo más avanzado de la clase obrera en los últimos treinta años, garantiza la posibilidad de atender todas los aspectos de la economía. Y, sin duda, una auténtica acción revolucionaria de masas sería inspiradora para otros países de la región como Chile o incluso Brasil, que también padecen lo más atrasado de la reacción burguesa.

Una alternativa necesaria

A diferencia de otros momentos del pasado, una dirigencia débil no ha desarticulado el movimiento. A pesar de que no existe una propuesta revolucionaria en el entorno más inmediato, la indignación se mantiene, el descontento de los trabajadores con Duque y Uribe crece día con día, el deseo de unidad se incrementa entre los obreros, así como sus ganas de aprender y de sustentar sus posiciones con argumentos. Evidencia de ello es el interés que ha surgido por nuestras publicaciones y actividades.

Hoy más que nunca, el pueblo está ansioso de una dirigencia revolucionaria. Entre las bases de la Colombia Humana, la Unión Patriótica y el nuevo partido FARC hay jóvenes que tienen mucho que decir con respecto a los yerros de sus líderes. Por fuera de estas organizaciones, también son muchos los que exploran alternativas distintas para combatir al régimen de Uribe-Duque. Ellos y su lucha casi instintiva, han hecho imposible que las fantasías fascistas de muchos dirigentes del CD se hagan realidad. Este avance sólo será posible poniendo fin a las múltiples divisiones que se han querido promover al interior de la izquierda. En buena medida, estas surgen de la falta de trabajo teórico y de debates que lo alimenten. Es urgente construir escenarios de debate que permitan ir forjando un programa de lucha que conlleve al derrocamiento del régimen de Duque, así como formar una dirección revolucionaria, de cuadros marxistas enraizados en el movimiento obrero, campesino y juvenil, capaces de liderar a clase obrera en la construcción de una Colombia socialista, lista para integrarse a una federación socialista de la América toda.

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