elecciones en Venezuela

El siguiente artículo fue escrito por el compañero Javier Méndez, activista estudiantil y popular de izquierda. En el mismo se hace una caracterización de la situación actual del país, al mismo tiempo que se proponen líneas de trabajo con el propósito de definir una hoja de ruta para la izquierda revolucionaria en Venezuela, la APR y el movimiento obrero y popular, a partir de los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado diciembre.

El importante porcentaje de abstención obtenido en el reciente proceso electoral de Venezuela (69,5% según el informe oficial), sumado al triste giro neoliberal que ha dado la Revolución Bolivariana, debería servir no sólo como un índice de medición sobre la forma en que el gobierno de Nicolás Maduro ha llevado a la bancarrota el discurso y el sueño chavista. También debería servir para marcar un antecedente sobre la responsabilidad de las organizaciones revolucionarias en el desgaste político de nuestra clase y en la derrota que por ahora, ha sufrido el movimiento obrero en su lucha por la construcción del Socialismo del Siglo XXI.

Cuando una revolución ya está en curso, es fácil distinguir a los verdaderos revolucionarios de los falsos. Estos se pueden medir por la capacidad de autocrítica que tienen frente al proceso, y frente a los gérmenes nacientes de la burocracia, la corrupción y las desviaciones oportunistas de aquellos que se aferran a los aparatos del poder y a su estructura democrática-liberal. Hay diversos factores que vale la pena destacar cuando observamos esta “transición fallida al socialismo”, pero por ahora, lo que nos convoca es precisamente salir del atolladero de las lamentaciones foráneas, mirarnos el ombligo y hacer una radiografía a la columna vertebral de las organizaciones revolucionarias, para dar el necesario golpe de timón antes que sea demasiado tarde.

En la actualidad, la Revolución Bolivariana no sólo está lejos de ser el llamado Socialismo del Siglo XXI, sino que también está sufriendo graves retrocesos. En lo material, han sido enviados al olvido todos los triunfos históricos de nuestra clase: salarios dignos, derechos sindicales y derechos humanos básicos, asimismo se ha socavado gran parte de la autonomía popular y orgánica de las bases. En lo subjetivo, se ha manoseado hasta el cansancio el socialismo como discurso, pero la dirigencia bolivariana no la ha transformado en fuerza material, ni la ha planteado seriamente como horizonte político.

Lamentablemente, para entender los avances y retrocesos en la construcción del socialismo, las organizaciones políticas recurrimos siempre a estudiar los procesos electorales. Calculamos, papel en mano, el tamaño de las fuerzas revolucionarias por la cantidad de votos a favor de este o aquel programa.[i] Esto nos brinda una visión superficial e institucionalizada de la correlación de fuerzas, además de establecer una relación abstracta y vacía de contenido entre la “organización política” y las bases sociales, que son precisamente quienes deben hacer carne la revolución.

En primer lugar, debemos entender que ningún proceso de cambio social profundo se hace sin una férrea capacidad de autocrítica, tanto desde las bases sociales como de las organizaciones que lo impulsan. Es absolutamente prudente sacarnos de encima el sectarismo teocrático, que hemos construido en torno a la revolución y sus dirigentes, quienes de hecho secuestraron “simbólicamente”[ii] el proyecto revolucionario.

Es necesario reconocer los desaciertos del proceso en general, y de las organizaciones en particular. Sólo de esta forma podremos corregir las desviaciones imperantes en el seno de nuestra visión política, y, en el mejor de los casos, recuperar la relación con las bases. De la misma forma, es fundamental elevar nuestro nivel político-orgánico y nuestra capacidad de proposición y/o conducción de las tareas necesarias, a fin de satisfacer las necesidades mínimas de nuestra clase.

No es tarea de este escrito analizar en profundidad las razones externas que estancaron el desarrollo de las comunas (presión imperialista, baja del precio del petróleo, etc.), destruyeron la capacidad adquisitiva del pueblo y su potencialidad orgánica. Más bien, observaremos a grandes rasgos el rol que están jugando las organizaciones revolucionarias, incluso los militantes honestos dentro del partido de gobierno, quienes, reconociendo los desaciertos y la falta de dirección revolucionaria de la nomenclatura psuvista, se han callado la crítica en pos de una pusilánime unidad.

Por ahora, reconocemos ciertos elementos que perjudican enormemente el desarrollo de las fuerzas sociales y, peor aún, su capacidad de autonomía y la comprensión del rol que deben jugar en el escenario actual y futuro de la Revolución Bolivariana. Se hace urgente ponerles freno a estos elementos antes que sea demasiado tarde, no sólo para el pueblo de Venezuela, sino para el futuro desarrollo de toda alternativa de izquierda en nuestro continente, ya que, durante muchos años la Revolución Bolivariana fue una genuina señal de esperanza para toda la izquierda latinoamericana.

Nueve tesis para la izquierda venezolana, esbozo de ruta

Desde la llegada del comandante Chávez al gobierno comenzaron a desarrollarse, bajo el alero del Estado, una serie de elementos político-sociales para construir, en el mediano plazo, una alternativa al neoliberalismo. Las fuerzas creadoras de nuestra clase se multiplicaron por doquier, y las comunas, las empresas de propiedad social y toda una serie de programas de apoyo social (las misiones), se convirtieron en la forma directa de apoyo a la gestión del gobierno. Sin embargo, lamentablemente también se convirtieron en un importante método de cooptación del movimiento social, que socavó, como ya hemos señalado, su autonomía.

Con la fundación del PSUV este complejo sistema de cooptación incrementó su maquinaria hasta niveles insospechados, y todos los partidos u organizaciones de izquierda que quedaron fuera de esta alianza, últimamente han comenzado a ser silenciados, perseguidos y hasta sus dirigentes encarcelados, en medio de este nuevo giro neoliberal que ha tomado el partido de gobierno. Tristemente, no ha pasado lo mismo con las organizaciones de derecha que hoy por hoy tienen absoluta libertad de opinión. Peor aún, en un extraño “gesto democrático”, han gozado de la venia del propio gobierno bolivariano. Por ejemplo, al liberar más de cien opositores, algunos de ellos reconocidos por su trayectoria como terroristas, saboteadores y especuladores de la economía, que incluso llegaron a provocar la pérdida de vidas humanas en actos de violencia política.

Este tipo de acciones desde el gobierno, se suman a las constates concesiones al empresariado nacional e internacional, y los diversos ataques del gobierno contra los intereses de las masas trabajadoras, que se expresan en las privatizaciones bajo la “Ley Antibloqueo”, la política de congelación del el salario mínimo y el silencio de las instituciones ante los atropellos a la vida y a los derechos históricos ganados por la clase obrera, los derechos de los estudiantes, etc. Asimismo, las devoluciones de tierras a latifundistas, la detención de dirigentes sindicales, campesinos y comuneros, y, uno de los casos más vergonzosos para el proceso “revolucionario”, la desaparición de Carlos Lanz y el sospechoso silencio institucional; además de la serie de irregularidades en el proceso judicial de Alfredo y Aryenis.

Ahora bien, el evidente retroceso en la construcción del socialismo en Venezuela, no se debe solamente al giro neoliberal del gobierno, ni a la presión constante del imperialismo, sino también a una percepción errónea de la dinámica de la lucha de clases y del rol del Estado, que tiene una gran parte de las organizaciones y partidos que participan directa o indirectamente en la gestión de gobierno.[iii][J1] 

La consecuencia de esta percepción ha sido un estancamiento en el desarrollo de las fuerzas populares, la pérdida de autonomía por parte del movimiento social de base, el debilitamiento del movimiento sindical y campesino, y la desaparición completa de la lucha estudiantil de la escena política.[iv]Este estancamiento ha desarticulado la capacidad de organización y lucha de las clases oprimidas para la conquista de posiciones estratégicas, a fin de profundizar el proceso revolucionario. Si entendemos la revolución como un tablero de juego, la burguesía ha tomado todos los espacios esenciales, tanto en el Estado como en la economía, mientras las clases populares se encuentran desarticuladas, asediadas por las instituciones de gobierno y la guerra de sabotaje que durante muchos años libraron contra la canasta básica y los servicios públicos.

Para salir de este atolladero se hace urgente comenzar a dar debates serios, salir de las divisiones entre caudillos o partidos (que muchas veces escapan a lo político propiamente tal). Debemos cuestionar el verdadero carácter del proceso más allá de lo electoral, y con esto dar pasos reales, no simbólicos ni discursivos, hacia el rearme orgánico de las fuerzas populares, hacia el empuje por la toma de posiciones estratégicas y el restablecimiento pleno de los derechos históricos ganados por nuestra clase, como piso mínimo para una discusión sobre socialismo. La autocrítica es un elemento revolucionario, sin ella, erramos el sendero y nos alejamos de sus fines y principios, razón por la cual apunto estas pequeñas tesis sobre la izquierda venezolana y sus caminos posibles.

Superar la ilusión institucional, electoralista y legalista. Constantemente, las revoluciones caen presas de sus propias contradicciones y de la falta de discusión y comprensión teórica correcta, sobre el significado de la ley y sus procedimientos en la sociedad burguesa. Por lo que durante el período de transición, el derecho liberal sigue teniendo vigencia absoluta, ya sea en las leyes o en la práctica histórica de los funcionarios de gobierno, muchas veces salidos de las filas de las organizaciones de base ligadas al proceso.

En el caso de Venezuela, se ha creado todo un andamiaje jurídico para una Democracia Participativa y Protagónica, sin embargo, en la práctica real, salvo casos aislados, no tienen casi ninguna validez, ya que las instituciones siguen funcionando como en la IV República y precisamente, la falta de protagonismo popular ha permitido la degeneración de todo el funcionamiento institucional. Esto nos demuestra con claridad que la existencia de tal o cual ley, no es garante de la existencia real de un proceso de cambio social, sino que es la práctica cotidiana de las masas lo que lo hace palpable y tiene el potencial de modificar la realidad y la subjetividad en una revolución.

Si bien, es importante el uso y reconocimiento de ciertos aspectos institucionales y aprender a moverse entre los pasillos del poder estatal, no debemos caer en la ilusión del legalismo liberal y sus procedimientos. Se hace necesario romper cuanto antes el velo legalista que ha impreso el reformismo a nuestra revolución y transformar el quehacer jurídico-institucional en un quehacer político-social.

Romper con la vieja práctica del caciquismo. No existe una revolución sin líderes. Eso es un elemento fundamental para poder coordinar y aglutinar las fuerzas populares en un proceso de cambio social. Si entendemos la lucha de clases y la política desde lo táctico-militar, negar su importancia sería caer en el axioma de la izquierda descafeinada que pulula por las sedes universitarias, intoxicados de una teoría indigerible para las masas, que niegan la organización y las vanguardias, haciendo de la revolución algo más poético que concreto.

Sin embargo, existe una gran diferencia entre ser un líder y un jefe. En una revolución, los líderes son levantados por su pueblo debido a sus capacidades, su potencia de dirección, claridad en las ideas, discurso, etc. Las medallas y cargos institucionales no necesariamente se traducen en capacidades de liderazgo y ahí donde existe una ausencia de protagonismo popular, es que se cuelan los elementos más mediocres de la política haciendo gala de su “poder”, negando las potencialidades de las bases, la insurgencia de nuevos líderes e imponiendo el pensamiento único bajo condición de ser contrarrevolucionario.

Este problema atraviesa de forma transversal a gran parte de las organizaciones que hacen vida en la Revolución Bolivariana, y es condición fundamental para el desarrollo de la consciencia política de las bases y su capacidad de acción, que seamos capaces de romper con estas prácticas.

El líder debe diluirse entre la masa, ser uno más, guiar pedagógicamente a su pueblo con propuestas colectivas y consensuadas. El caciquismo no sólo ha elevado a líderes incapaces de conducir al pueblo venezolano al socialismo, también ha mutilado su interés y capacidad de hacerse partícipe del proceso, desmotivando la iniciativa de las asambleas y el empuje social.

La castración del desarrollo del poder popular no sólo es un problema de la mala dirección del gobierno, ya que es iluso pensar que el Estado por sí mismo creara las condiciones de su aniquilación, sino un problema de los “mandos intermedios” de la revolución, y su nula comprensión y conocimiento de las verdaderas necesidades de un proceso de cambio real. Una revolución no se basa en transferir la máquina del Estado burgués de un partido a otro. Se basa en crear nuevas formas y relaciones de poder que rompan desde la raíz todo lo viejo, impulsando lo nuevo. Eso que nace en el seno de las fuerzas creativas de nuestro pueblo.

Tipos de organización, estructura, democracia interna y otras “instituciones partidarias”. Toda organización política necesita una estructura definida, formal, y reglamentada. Uno de los problemas fundamentales del caciquismo, es su imposibilidad de mantener una orgánica partidaria seria, ni mecanismos efectivos de participación interna. La importancia de una estructura definida, con espacios de control de cuadros, tribunales disciplinarios, comisiones de trabajo técnico, reuniones periódicas y congresos o reuniones ampliadas constantes para corregir lo táctico y estratégico, son condiciones fundamentales para el éxito de cualquier acción o intervención social.

La razón fundamental por la que el partido de gobierno se ha impuesto por sobre el cuerpo social, ha sido su capacidad de mantener una estructura ordenada, cohesionada y disciplinada que, a pesar de su falta de democracia interna, ha generado una serie de mandos intermedios incapaces de cuestionar las directrices partidarias. Una organización política ordenada y disciplinada, siempre bajo los principios de democracia interna, es determinante en el éxito o fracaso de una revolución. Los mecanismos de control de las bases de una organización sobre sus dirigentes, y la táctica partidaria, deben ser prácticas cotidianas que también deben manifestarse en nuestra relación con los movimientos sociales o frentes de masas a los que se pretende influenciar y/o conducir.

Definir roles, atribuciones, condiciones disciplinarias, y mecanismos de toma de decisiones dentro de las organizaciones es una urgencia imperativa para dejar de dar pasos ciegos y retomar la iniciativa popular y revolucionaria. También debemos entender la diferencia entre disciplina partidaria y fe partidaria. La disciplina partidaria es el cumplimiento de los acuerdos colectivos, el respeto a las formas y principios de la organización y el apego a los lineamientos tácticos; la fe partidaria es la obediencia ciega a la dirección del partido, aunque esté contra los principios y lineamientos tácticos del mismo.

Por lo que un buen orden estructural y orgánico por sí mismo, no es condición de que vamos por la senda de la revolución, son los principios y la ética revolucionaria lo que será determinante, no sólo para la toma o construcción del poder, sino también para su consolidación a largo plazo.

El estadocentrismo y paternalismo institucional como problema ideológico. Para muchos, toda revolución empieza por ocupar los puestos de poder del Estado burgués y las instituciones. Para otros, está en la construcción del poder desde las bases en el manoseado concepto de Poder Popular. En el caso de la Revolución Bolivariana, hay un poco de ambas, y como en todo oxímoron, lo que queda es una especie de golem falto de forma e iniciativa que termina destruyéndose a sí mismo por sus propias contradicciones. El origen del Poder Popular en Venezuela, como ordenamiento jurídico, tiene precisamente esa falencia, proviene del Estado burgués. No ha sido una conquista política de las clases subalternas, ni producto de un acabado desarrollo del poder dual en proceso de disputar la hegemonía estatal. Es una ficción de poder popular que mantiene todo el andamiaje del Estado y estructura liberal, pero con otro nombre.

Si bien, la Ley Orgánica del Poder Popular es una de las más democráticas creaciones jurídicas que hemos podido ver en pleno siglo XXI, no tiene ninguna validez real en términos prácticos, ya que sus procedimientos y formas de acción dependen absolutamente del Estado burgués y su protección. El Poder Popular no es una ley que emana desde el Estado burgués, sino una práctica cotidiana que se construye desde abajo hacia arriba. La ilusión paternalista del Estado no tiene cabida dentro del discurso revolucionario, el Estado es un elemento transitorio en proceso de diluirse con el desarrollo efectivo de las comunas.

En Venezuela, con el auge del chavismo se fue construyendo una izquierda totalmente dependiente del rentismo y los recursos orgánicos otorgados por el Estado burgués  para el apoyo a la gestión social, lo que no sólo rompió con la autonomía de las organizaciones de base, sino que generó un séquito de “dirigentes” más preocupados de los recursos que del desarrollo del socialismo y el poder comunal. Es condición fundamental, sobre todo en este periodo de evidente derechización del gobierno, profundizar la autonomía de los órganos de base, las comunas y, sobre todo, los espacios productivos territoriales. El socialismo no está en el CLAP ni en los bonos, el socialismo es producción, autonomía territorial, control de precios y distribución, todo bajo el manto soberano del poder popular. Sólo cuando entendamos eso y dejemos de esperar que sea el Estado burgués quien construya el socialismo, podremos realmente avanzar en hacer de este proceso algo irreversible, que de por sí, ya ha dado importantes retrocesos.

El Estado, como norte máximo puede aspirar a una “democratización del consumo” y ciertos estándares del estado de bienestar de corte keynesiano[v]. Se hace prudente destacar con esto, que una verdadera crítica a la gestión estatal no proviene de las filas del infantilismo de izquierda ni a la pusilánime actitud “moralizante” del anarquismo pequeñoburgués presente en el siglo XXI. Por el contrario, es una postura que asume el carácter transitorio del Estado y su importante rol en el proceso de construcción de una alternativa real al dominio del capital, pero cuyo poder debe estar siempre en proceso de diluirse entre los órganos de base y nutrirse de estos, no como fuerza netamente electoral sino como poder real y componente de su gestión.

Comprender las condiciones objetivas y subjetivas de la lucha de clases. Para que una revolución triunfe y se materialice es necesario que las condiciones objetivas sean insoportables para la clase explotada y los elementos subjetivos tengan un desarrollo acorde a este. En el caso de Venezuela, basta dar una leve mirada para ver que las clases populares ya no pueden seguir viviendo como están, cada día se hace más insoportable la supervivencia y el acceso a la canasta básica, servicios públicos, el abuso desmedido de las clases patronales, comerciantes, microbuseros, etc. Entonces, ¿por qué no han existido explosiones sociales potentes que sean capaces de canalizar la rabia popular?

La respuesta simple que da la oposición y algunos izquierdistas de cafetín es que, debido a la represión de las fuerzas del Estado, la sociedad en su conjunto tiene miedo. El miedo es un freno a la acción social, pero no es eterno, existen otras condiciones subjetivas que en este caso tienen más peso en la mente del pueblo de Venezuela, en lo que me atrevería a llamar: la baja autoestima popular. Esto quiere decir la poca valoración que tiene el sujeto popular de sí mismo y de sus capacidades de intervenir en la realidad y sus condiciones objetivas.

La desmotivación política ha inundado todos los espacios de la vida social, y muchos viejos militantes se han restado de este proceso con el sabor amargo de la desilusión sin dejar una generación de relevo. Si esto ha pasado con los viejos cuadros convencidos de su lucha, ¿qué podemos esperar para el resto de la población que ha visto en el socialismo el origen de sus desgracias? He ahí el problema de nuestro actuar, seguimos haciendo uso de un manoseado discurso socialista totalmente falto de contenido real y revolucionario. Incluso el chavismo como concepto ya está deslegitimado para las bases debido al mal uso que se ha hecho de él.

Sin desmerecer la importante labor del comandante Chávez, es fundamental, a fin de recuperar el protagonismo popular, desmitificar y depurar elementos claves de nuestra lucha como el significado real del Poder Popular y el Socialismo del Siglo XXI, con el fin de buscar nuevos actores protagónicos dentro de las masas. ¡Ya pasó la hora de los grandes líderes de la revolución, sus pomposos cargos y luchas pasadas! Es la hora del pueblo llano, de la organización de base, de las asambleas y sus acuerdos colectivos, de las propuestas basadas en las necesidades reales y su realización inmediata por parte de los explotados.

 En términos generales, es la hora del Poder Comunal. La baja autoestima popular se remedia con pequeños triunfos, el pueblo pobre de Venezuela está falto de victorias materiales que le den sustento ideológico a su actuar, y es deber de los revolucionarios hacerlas carne y darles conducción política. Se hace urgente volver a los grandes debates sobre el tipo de sociedad que queremos construir y quiénes serán los actores llamados a hacerlo. Esos debates deben ser arrebatados a las instituciones con el fin de recuperar “la democracia de calle”, sólo así la voz de los sin voz podrá tomar un rol activo en este proceso.

Si no nos hacemos cargo cuanto antes de enmendar este camino, la reacción, que ya está aferrada en los espacios de gobierno y se fortalece entre los núcleos empresariales de la antigua y la nueva burguesía, seguirá ganando terreno, y ahí donde el reformismo fracasa, se abre la puerta al fascismo y los elementos más mediocres de la sociedad se hacen cargo de conducirla.

¡Ir a los frentes de masas! ¡Reorganizar el campo popular! ¡Agudizar las contradicciones! Todo proceso de convulsión social trae consigo una serie de manifestaciones de descontento, ya sea directo o indirecto. Cuando las condiciones de vida se tornan insoportables, comienzan a aflorar un montón de pequeños estallidos sociales, con carácter aislado en un principio, pero con un importante potencial emancipador. En el caso de Venezuela, ese estallido está dormido, esperando ser liberado y depende de nosotros, las organizaciones políticas, tensionar su despertar y transformar esa rabia popular en consciente rebeldía.

Quiero decir con esto, que estamos ante un gigante popular acumulando fuerza, rabia, frustración y lamentablemente, un odio irracional contra todo lo que suene a socialismo, poder popular, concejo comunal, y revolución. El dilema detrás de esa construcción simbólica[vi], es plantearnos por donde va a salir esa fuerza social si llega a detonarse. Depende de nosotros, los revolucionarios, si esa fuerza sale hacia la izquierda o la derecha, por eso la importancia de recuperar los conceptos que son nuestros, producto de nuestra lucha histórica, y materializarlos en organización popular. ¡Levantar frentes de masas donde no los hay y fortalecer con toda nuestra energía los que ya existen!

Hemos descuidado nuestra atención hacia el rol que juegan los frentes de masas para la conquista de reivindicaciones sociales en todo proceso de cambo histórico. Los frentes de masas, son una potente fuerza de empuje social. Es necesario rearticularlos y poner a nuestros militantes a disposición de su desarrollo orgánico y fortalecimiento político-teórico. Estos frentes, son el combustible que agudizará las contradicciones de clase y nos permitirán percibir en su esencia, el malestar popular y sus aspiraciones sociales concretas. Abandonar esos espacios sería dejarlos en manos de la ciénaga ponzoñosa del fascismo o de los cantos de sirena de los reformistas.

Debemos recuperar el rol revolucionario de estos frentes y demostrarles en la práctica que la lucha entrega lo que la ley nos niega. A tal fin es importante buscar consignas adecuadas para cada contexto, profundizando su contenido político y entrelazando de forma dialéctica las pequeñas reivindicaciones particulares, con la aspiración revolucionaria general.

Recuperar la organización estudiantil y el protagonismo juvenil. Las organizaciones estudiantiles y juveniles han sido históricamente uno de los pilares fundamentales de todo proceso revolucionario, en ocasiones son el detonante, en otras, el garante de su profundización y radicalidad. Si bien es la clase obrera y los productores quienes tienen en sus manos el poder de controlar la economía y la producción, el rol que juegan los estudiantes no es menor, y la desarticulación y/o cooptación sistemática del movimiento estudiantil en Venezuela no es una mera coincidencia.

Han convertido el ímpetu de los estudiantes y su energía en un comité de aplausos del ministro de turno. Muchos dirigentes estudiantiles se han hecho parte activa de la descomposición del discurso revolucionario y las prácticas nefastas de la vieja política, lo que ha desmoralizado y alejado a muchos cuadros honestos de la participación real en las instancias de debate. Por ahora, nos queda un movimiento sin orgánica seria, caudillista, que tiene una relación monolítica con sus bases y con los otros movimientos sociales.

Los estudiantes deben recuperar su rol histórico y pasar, en el corto plazo, de la simple reivindicación económica (que es urgente y necesaria) como el pasaje estudiantil, la calidad de las aulas, la alimentación digna, etc., a ocupar posiciones políticas serias como la participación real en la toma de decisiones dentro de sus liceos y universidades, partiendo por el uso de los recursos, el cogobierno universitario y secundario, la democracia en las escuelas y sobre todo, salir de sus claustros a reorganizar a la gran masa de trabajadores, campesinos y pobladores que se encuentran a la deriva en manos de dirigentes pusilánimes.

Con esto, no debemos asumir que los estudiantes serán los dirigentes de cada proceso, sino que deben poner su energía, conocimiento y humildad al servicio total de las necesidades orgánicas y técnicas de nuestra clase. Los estudiantes han sido y deben seguir siendo la principal fuerza de apoyo de los movimientos sociales de base, no como los estrategas de la revolución, sino como sus pedagogos.

La revolución cultural pendiente. Cambiar la estructura jurídica y económica de una sociedad no es garante de un cambio real a largo plazo. Una revolución no es solamente una repartición equitativa de los bienes sociales o un mayor acceso a los servicios públicos. La democratización del consumo debe ir acompañada de una democratización política efectiva, y por supuesto, un profundo cambio en la forma en que percibimos la vida, la cultura y las relaciones humanas.

En Venezuela, durante los años dorados del chavismo la inserción de grandes masas populares al capital adquisitivo y al buen vivir, no fue paralela a la construcción de significantes simbólicos acordes a este cambio. La lucha por las mejores condiciones de vida de nuestra clase es fundamental en una revolución, pero es en los tiempos de crisis y estancamiento económico dónde se mide la efectividad del desarrollo cultural y la fuerza de los principios ideológicos del proceso en sí mismo.

Hoy estamos ante un evidente descenso en las condiciones materiales de vida y lamentablemente, ante un retroceso en el apego de las masas a las ideas fundamentales de esta revolución. Esto es, en primer lugar, debido al mal uso que ha hecho el gobierno de los significantes simbólicos (poder popular, socialismo, antiimperialismo, etc.), y al silencio de las organizaciones de base que no han dado una disputa seria por la apropiación práctica de esos conceptos, por lo que el problema del desarrollo cultural también se manifiesta en la falta de praxis política.

Los movimientos sociales deben reapropiarse de sus elementos culturales, despojarlos del cinismo con el que fueron manchados y materializarlos por la burocracia dirigente en el quehacer cotidiano. Reactivar el teatro callejero, los toques barriales, el muralismo popular, los medios de comunicación territoriales y ponerlos al servicio de nuestra clase de manera autónoma, es condición fundamental para recuperar el terreno perdido en la consciencia de nuestro pueblo. El arte debe salir de los museos, de la vieja política y las instituciones para llenarse de calle, de barrio y de pueblo, no necesitamos hacer arte para el pueblo, necesitamos al pueblo haciendo arte.

Restablecimiento del orden social, económico y político. El pueblo de Venezuela está frente a un total abandono por parte de las fuerzas del Estado: golpeado por el salario, por los comerciantes, la irregularidad de los servicios públicos, el alza constante de precios del pasaje, etc. Por lo tanto, se hace cada vez más urgente reestablecer ciertas garantías básicas para una vida digna.

Como hemos podido ver, el Estado no puede ni quiere poner manos en el asunto, por lo que debemos avanzar en construir nuestras propias herramientas, que nos permitan generar instancias de control popular. ¿Cómo hacerlo? Construir un Estado de Asamblea Popular Permanente, comenzar a recuperar los espacios perdidos dentro de los territorios y poner en el debate los elementos más críticos de la vida cotidiana, que constantemente están pasando a segundo plano por las elecciones, el imperialismo, la cuarentena, etc. Reconstruir y fortalecer, donde existan, las mesas técnicas de servicios y llamar a la comunidad a discutir y proponer formas de superar la crisis de los servicios básicos, basados en las posibilidades reales de cada contexto. El reconocimiento de los problemas y su discusión colectiva, nos traerá una mayor participación política y un empoderamiento local de sus habitantes.

El Poder Popular es una práctica cotidiana que permite dar soluciones colectivas a problemas del día a día y a la vez nos impulsa a encontrar las raíces políticas de estas carencias. Estamos frente a un total estado de ingobernabilidad y solo la soberanía popular, asamblearia y protagónica, nos hará salir de este atolladero. ¡La democracia protagónica no se define cada cierto tiempo en las urnas, se define en la calle!

A modo de conclusión

Las organizaciones políticas tienen el deber histórico de ponerse a la altura de las necesidades de su pueblo, para esto no sólo es necesario potenciar nuestra orgánica, nuestros cuadros y nuestro discurso, también debemos ser portadores de una enorme capacidad de autocrítica. La crítica abierta y responsable a los errores, al oportunismo e incluso a las malas prácticas presentes en las organizaciones que transitamos por la Revolución Bolivariana, no nos pone en la vereda de la derecha, ni del imperialismo. Más bien, eso es lo que nos hace revolucionarios. Callar la felonía, la traición a los principios de nuestra lucha emancipadora, imponer la fe partidaria y la negación de la voz de las bases, es una traición a la revolución y a la esperanza de los millones de explotados que caminan por el mundo en busca de pan, paz y tierra.

Las revoluciones siempre se presentan por oleadas, más que un acto espontáneo de creación divina, son procesos evolutivos. Donde las fuerzas orgánicas de los explotados van desarrollándose, a veces como fuerza de empuje, otras como reflujo, aprendiendo de sus errores tácticos y mejorando su visión estratégica. La agonía de la fase reformista debe dar paso a una nueva fase de la Revolución Bolivariana, con nuevas formas de poder, de organización y de empuje popular o en su defecto, dará paso al fascismo que borrará de raíz todos nuestros pequeños triunfos.

Estamos hoy, no ante un fracaso del socialismo, ni de la lucha histórica de los explotados. Estamos ante el fracaso del reformismo y la dirección oportunista del proceso. Ahora depende de nosotros, las organizaciones con vocación revolucionaria, dar un paso al frente y poner toda nuestra energía a disposición de las grandes luchas que se vienen adelante para nuestra clase.


[i]Es casi general la ausencia de un programa político serio, y en caso de existir, no hay diferencias sustanciales entre ellos. Las distintas izquierdas, plantean como fin último, el respeto y restablecimiento de las garantías constitucionales y una aplicación correcta del marco jurídico-liberal.

[ii] Existe un fenómeno que llamo el “secuestro simbólico de la revolución”, donde se ha llenado todo el proceso de las imágenes, discursos y conceptos típicos de la lucha latinoamericana, pero han sido totalmente vaciados de su contenido revolucionario, institucionalizados y puestos al servicio de quienes tristemente dirigen la revolución al desfiladero del fracaso neoliberal.

[iii] Para profundizar en esto recomiendo leer La Revolución Bolivariana ante los límites del derecho liberal, Javier Cornejo Mendez,https://redaccionelmartill.wixsite.com/elamrtillovenezuela/post/la-revoluci%C3%B3n-bolivariana-ante-los-l%C3%ADmites-del-derecho-liberal

[iv] Existen algunas organizaciones de carácter estudiantil que pertenecen a partidos de oposición, además de las juventudes que participan de la gestión de gobierno, pero en la práctica, estos últimos son una extensión del discurso oficial, y no movimientos autónomos que luchen enérgicamente por los derechos estudiantiles básicos.

[v]En la etapa actual de la Revolución Bolivariana, sería atrevido y una falacia argumentativa describir el proceso como un Estado de Bienestar, ya que la descomposición de la cosa pública no permite tener un mínimo de garantías sociales de supervivencia. 

[vi] Más allá de toda duda, la Revolución Bolivariana ha servido en estos últimos años, como un ejemplo en Latinoamérica de los males del socialismo y sobre todo de su fracaso histórico. La Venezuela actual, es en la práctica, una mala propaganda para el socialismo internacional y sus proyecciones futuras en el continente.