Este documento fue aprobado por los delegados en el Congreso Mundial de la Tendencia Marxista Internacional 2021 (informe completo aquí) y proporciona nuestro análisis general de los principales procesos que tienen lugar en la política mundial, en un momento marcado por una crisis y una agitación sin precedentes. Con dinamita en los cimientos de la economía mundial y la pandemia de COVID-19 aún ensombreciendo la situación global, todos los caminos conducen a una intensificación de la lucha de clases.

«Tomada en su conjunto, la crisis ha ido cavando como el buen topo que es».

(Marx a Engels, 22 de febrero de 1858)

El carácter de las perspectivas

El presente documento, que debe leerse junto con el que elaboramos en septiembre de 2020, será algo diferente a los documentos sobre perspectivas mundiales que hemos producido en el pasado.

En períodos anteriores, cuando los acontecimientos se desarrollaban a un ritmo más pausado, era posible tratar, al menos en líneas generales, de muchos países diferentes. Sin embargo, ahora el ritmo de los acontecimientos se ha acelerado hasta el punto de que, para tratar de todo, se necesitaría un libro completo. El propósito de las perspectivas no es producir un catálogo de acontecimientos revolucionarios, sino descubrir los procesos fundamentales subyacentes.

Como explicó Hegel en la Introducción a Lecciones sobre la filosofía de la historia: “De hecho, es el deseo de una visión racional, no la ambición de amontonar un mero montón de requisitos, lo que debe presuponerse en todos los casos que impulsa la mente del alumno en el estudio de la ciencia».

Estamos abordando aquí procesos generales, y solo podemos mirar a unos pocos países que sirven para ilustrar más claramente esos procesos en esta etapa. Por supuesto, los demás países se tratarán en artículos separados.

Acontecimientos dramáticos

El año 2021 comenzó con acontecimientos dramáticos. La crisis del capitalismo mundial está provocando olas que se están extendiendo de un país y continente a otro. Por todos lados, existe la misma imagen de caos, dislocación económica y polarización entre las clases.

El nuevo año apenas comenzaba cuando una turba de extrema derecha irrumpió en el Capitolio de Estados Unidos en Washington a instancias del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dando al centro del imperialismo occidental la apariencia de un Estado fallido.

Estos acontecimientos, junto con las protestas mucho más grandes de Black Lives Matter [las vidas negras importan] el verano pasado, muestran cuán profunda se ha vuelto la polarización de la sociedad estadounidense.

Además, las grandes protestas en India, Colombia, Chile, Bielorusia y Rusia demostraron el mismo proceso: el resentimiento de las masas está creciendo y la clase dominante no es capaz de seguir gobernando como antes.

Una crisis global sin parangón

Estas perspectivas mundiales son diferentes a cualquier otra que hayamos abordado en el pasado. Se complican enormemente por la pandemia que se cierne como una nube negra sobre el mundo entero, sometiendo a millones a la miseria, el sufrimiento y la muerte.

La pandemia todavía está fuera de control. En el momento de redactar este documento, se han registrado más de 100 millones de casos en todo el mundo y casi tres millones de muertes. Estas cifras no tienen precedentes fuera de una guerra mundial. Y siguen aumentando inexorablemente.

Este terrible flagelo ha tenido un efecto devastador en los países pobres del mundo pero también ha afectado gravemente a algunos de los países más ricos.

En Estados Unidos hay 30 millones de casos y el número de muertes ha superado el medio millón. Y Gran Bretaña tiene uno de los números más altos de muertes per cápita: más de 4 millones de casos y más de 100.000 muertes.

Por tanto, la crisis actual no es como una crisis económica común. Esta es literalmente una situación de vida o muerte para millones de personas. Muchas de estas muertes podrían haberse evitado con medidas adecuadas desde el principio.

El capitalismo no puede resolver el problema

El capitalismo no puede resolver el problema: él mismo es el problema.

Esta pandemia sirve para sacar a la luz las intolerables divisiones entre ricos y pobres. Ha revelado las profundas fisuras que dividen a la sociedad. La línea divisoria entre los que están condenados a enfermarse y morir y los que no.

Ha puesto al descubierto el despilfarro del capitalismo, su caos e ineficiencia, y está preparando lucha de clases en todos los países del mundo.

A los políticos burgueses les gusta usar analogías militares para describir la situación actual. Dicen que estamos en guerra con un enemigo invisible, este terrible virus. Concluyen que todas las clases y partidos deben unirse trás el gobierno existente. Pero un abismo enorme separa las palabras de los hechos.

El argumento a favor de una economía planificada y una planificación internacional es incontestable. La crisis es mundial. El virus no respeta fronteras ni controles fronterizos. La situación exige una respuesta internacional, la puesta en común de todos los conocimientos científicos y la movilización de todos los recursos del planeta para coordinar un verdadero plan de acción mundial.

En cambio, tenemos el espectáculo poco edificante de la disputa entre Gran Bretaña y la UE por las escasas vacunas, mientras que a algunos de los países más pobres se les niega prácticamente el acceso a cualquier vacuna.

Pero, ¿por qué escasean las vacunas? Los problemas de la producción de vacunas, por citar solo un ejemplo, son un reflejo de la contradicción entre las necesidades urgentes de la sociedad y los mecanismos de la economía de mercado.

Si estuviéramos realmente en guerra con el virus, los gobiernos movilizarían todos sus recursos en esta única tarea. Desde un punto de vista puramente racional, la mejor política sería aumentar la producción de vacunas lo más rápido posible.

Es necesario ampliar la capacidad, lo que solo puede lograrse mediante la instalación de nuevas fábricas. Pero los grandes fabricantes privados de vacunas no tienen interés en expandir la producción masivamente porque estarían en peor situación financiera si lo hicieran.

Si aumentaran la capacidad de producción para abastecer a todo el mundo en seis meses, las instalaciones recién construidas quedarían vacías inmediatamente después. Las ganancias serían mucho más bajas en comparación con los escenarios actuales, donde las plantas existentes producen a su capacidad durante los próximos años.

Otro obstáculo más para la producción masiva de la vacuna es que las grandes farmacéuticas rechazan a ceder los derechos de propiedad intelectual sobre «sus propias» vacunas (en la mayoría de los casos desarrolladas con enormes cantidades de fondos públicos) para que otras empresas puedan producirlas a bajo precio.

Las compañías farmacéuticas están obteniendo decenas de miles de millones de ganancias, pero los problemas tanto con la producción como con el suministro significan escasez en todas partes. Mientras tanto, millones de vidas están en peligro.

La vida de los trabajadores en riesgo

En su prisa por hacer que la producción (y por lo tanto las ganancias) vuelva a moverse, los políticos y capitalistas recurren a atajos. Los trabajadores son enviados de regreso a lugares de trabajo abarrotados sin la protección adecuada. Esto equivale a condenar a muerte a muchos de estos trabajadores y sus familias.

Todas las esperanzas de los políticos burgueses se basaban en las nuevas vacunas. Pero el lanzamiento de las vacunas ha sido una chapuza, y la incapacidad para controlar la propagación del virus -que aumenta el riesgo de que se desarrollen nuevas cepas resistentes a las vacunas- tiene serias implicaciones, no solo para la vida y la salud humanas, sino también para la economía.

La crisis económica

La actual crisis económica es la más grave en 300 años, según el Banco de Inglaterra. En 2020, se perdió el equivalente a 255 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, cuatro veces más que en 2009.

Las llamadas economías emergentes están siendo arrastradas hacia abajo con el resto. India, Brasil, Rusia, Turquía están todos en crisis. La economía de Corea del Sur se contrajo el año pasado por primera vez en 22 años. Eso fue a pesar de los subsidios estatales por valor de alrededor de $283 mil millones. En Sudáfrica, el desempleo alcanzó el 32,5 por ciento y el PIB se contrajo un 7,2 por ciento en 2020. Esta es una contracción mayor que en 1931 durante la Gran Depresión, y esto a pesar de gastar el equivalente al 10 por ciento del PIB en un paquete de estímulo fiscal.

La crisis está hundiendo cada vez más a millones de personas en la pobreza. En enero de 2021, el Banco Mundial estimó que 90 millones de personas se verán empujadas a la pobreza extrema. The Economist del 26 de septiembre de 2020 escribió: “Las Naciones Unidas son aún más pesimistas. Define a las personas como pobres si no tienen acceso a cosas como agua potable, electricidad, comida suficiente y escuelas para sus hijos.

«Trabajando con investigadores de la Universidad de Oxford, calcula que la pandemia podría arrojar a la pobreza a 490 millones en 70 países, revirtiendo casi una década de logros».

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas lo expresó en estos términos: “En 79 países con presencia operativa del PMA y donde hay datos disponibles, se estima que hasta 270 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda o están en alto riesgo en 2021, aumento de un 82% desde los niveles pre-pandémicos».

Esto por sí solo da una idea de la escala global de la crisis.

Además de los efectos de la pandemia, la crisis ecológica mundial probablemente agravará esta situación, alimentando la pobreza y la inseguridad alimentaria. La explotación capitalista del medio ambiente amenaza con poner los sistemas ecológicos clave al borde del colapso. Hemos visto un aumento de los conflictos por la escasez de recursos de agua y la destrucción del medio ambiente que inevitablemente conducirá a la inestabilidad social y a la migración climática masiva.

La inestabilidad general en todo el mundo está ligada orgánicamente al aumento de la pobreza. Es tanto causa como efecto. Es la causa subyacente más fundamental de muchas de las guerras y guerras civiles que tienen lugar. Etiopía es solo un ejemplo de esto.

Se presentaba a Etiopía como modelo. En el período de 2004 a 2014, su economía crecía un 11 por ciento al año y era visto como un país en el que invertir. Ahora ha entrado en crisis con el estallido de los combates en la provincia de Tigray, donde 3 millones de personas necesitan ayuda alimentaria de emergencia.

No se trata de un caso aislado. La lista de países afectados por guerras en el último período es muy larga y el catálogo de sufrimiento humano espantoso:

Afganistán: dos millones de muertos; Yemen: 100.000 muertos; la guerra contra la droga en México ha provocado 250.000 muertos; la guerra contra los kurdos en Turquía, 45.000 muertos; Somalia, 500.000 muertes; Irak, al menos un millón de muertos; Sudán del Sur alrededor de 400.000 muertes.

En Siria, las Naciones Unidas estimaron el número de muertes en 400.000, pero parece demasiado bajo. Es posible que nunca se sepa la cifra real, pero es seguro que al menos será de 600.000. En las terribles guerras civiles en el Congo, probablemente murieron más de cuatro millones de personas. Pero, de nuevo, nadie conoce la cifra real. Más recientemente tuvimos el conflicto en Nagorno-Karabaj.

Y la lista continúa sin parar. Tales cosas ya no se consideran adecuadas para las portadas de los periódicos. Pero expresan muy claramente lo que Lenin dijo una vez: el capitalismo es horror sin fin. La existencia continuada del capitalismo amenaza con crear condiciones de barbarie en un país tras otro.

Una crisis de régimen

Desde un punto de vista marxista, el estudio de la economía no es una cuestión académica abstracta. Tiene un efecto profundo en el desarrollo de la conciencia de todas las clases.

Dondequiera que miremos ahora hay una crisis, no solo una crisis económica, sino una crisis de régimen. Hay indicios claros de que la crisis es tan severa, tan profunda, que la clase dominante está perdiendo el control de los instrumentos tradicionales que utilizaron en el pasado para dirigir la sociedad.

Como resultado, la clase dominante se ve cada vez más incapaz de controlar los acontecimientos. Eso es particularmente claro en el caso de los Estados Unidos. Pero también se aplica a muchos otros países. Basta mencionar los nombres de Trump, Boris Johnson y Bolsonaro para subrayar el punto.

EE.UU.

Estados Unidos ocupa ahora un lugar central en las perspectivas mundiales. Durante mucho tiempo, la revolución en la nación más rica y poderosa de la tierra parecía ser una perspectiva muy lejana. Pero Estados Unidos se vio muy afectado por la crisis económica mundial y ahora todo se ha puesto patas arriba.

40 millones de estadounidenses solicitaron el subsidio de desempleo durante la pandemia y, como siempre, son los más pobres y vulnerables, especialmente las personas de color, quienes más sufren. El flagelo del desempleo recae sobre los hombros de la juventud. Una cuarta parte de los menores de 25 años se han quedado sin trabajo. De repente, se les ha arrebatado el futuro. El sueño americano se ha convertido en la pesadilla americana.

Este cambio dramático ha obligado a muchas personas, tanto jóvenes como mayores, a reconsiderar puntos de vista que antes consideraban sacrosantos y cuestionar la naturaleza misma de la sociedad en la que viven. El rápido ascenso de Bernie Sanders en un extremo del espectro político y Donald Trump en el otro puso encendió la luz roja de alarma para la clase dominante. ¡Se suponía que este tipo de cosas no tenía que pasar!

Alarmada por el peligro que representaba esta situación, la clase dominante se vio obligada a tomar medidas de emergencia. Recordemos que, según el dogma oficial de los economistas burgueses, se suponía que el Estado no debía desempeñar ningún papel en la vida económica.

Pero ante el desastre que se avecinaba, la clase dominante se vio obligada a tirar todas las teorías económicas aceptadas a la basura. El mismo Estado que, según la teoría del libre mercado, debería desempeñar un papel pequeño o nulo en la vida económica, se ha convertido ahora en lo único que apuntala el sistema capitalista.

En todos los países, comenzando por los EE.UU., la llamada economía de libre mercado realmente depende de un sistema de soporte vital, como un paciente con coronavirus. La mayor parte del dinero repartido por el Estado fue directamente a los bolsillos de los ricos. Pero la clase dominante temía las consecuencias políticas de otro rescate empresarial. Por lo tanto, otorgaron subvenciones a todos los ciudadanos y aumentaron enormemente las prestaciones por desempleo. Esto amortiguó el impacto de la crisis en las capas más pobres. En algún momento, estas ayudas se recortarán o retirarán por completo.

Tenemos la paradoja de la pobreza más terrible en el país más rico del mundo coexistiendo con la riqueza y el lujo más obscenos. Para octubre de 2020, más de uno de cada cinco hogares estadounidenses no tenía asegurado tener suficiente dinero para comprar alimentos. Los bancos de alimentos están proliferando.

Desigualdad y polarización

Los niveles de desigualdad han batido todos los récords. La distancia entre los ricos y los pobres se ha transformado en un abismo infranqueable. En 2020, la riqueza de los multimillonarios del mundo creció en 1,9 billones de dólares. El índice Nasdaq 100 está un 40 por ciento más alto que antes de la pandemia. Las acciones globales cotizadas, a febrero de 2021, habían aumentado su valor en $24 billones desde marzo de 2020.

El director ejecutivo promedio de una empresa del S&P 500 gana 357 veces más que el trabajador promedio no supervisor. La proporción era de alrededor de 20 a mediados de la década de 1960. Todavía era de 28 al final del mandato de Ronald Reagan en 1989.

Para citar solo un ejemplo, Jeff Bezos ahora gana más dinero por segundo de lo que gana el trabajador estadounidense típico en una semana. Esto lleva a Estados Unidos a los tiempos de los barones ladrones capitalistas que Theodore Roosevelt denunció antes de la Primera Guerra Mundial.

Y esto tiene un efecto. Toda la demagogia sobre el ‘interés nacional’, ‘debemos unirnos para combatir el virus’, ‘estamos todos en el mismo barco’, queda expuesta como la más vil hipocresía.

Las masas están dispuestas a hacer sacrificios en determinadas circunstancias. En tiempos de guerra, la gente está dispuesta a unirse para luchar contra un enemigo común, eso es cierto. Están preparados, al menos temporalmente, para aceptar niveles de vida más bajos y también, en cierta medida, restricciones a los derechos democráticos.

Pero el abismo que separa a los que tienen de los que no tienen está profundizando la polarización social y política y creando un estado de ánimo explosivo en la sociedad. Socava todos los esfuerzos por crear una sensación de unidad y solidaridad nacional, que es la principal línea de defensa de la clase dominante.

Las estadísticas de la Reserva Federal muestran que la décima parte más rica de EE.UU. tenía un patrimonio neto de $80,7 billones de dólares a finales de 2020. Eso significa 375 por ciento del PIB y muy por encima de los niveles históricos.

Un impuesto del cinco por ciento sobre eso produciría 4 billones de dólares, o una quinta parte del PIB. Se podrían pagar todos los costos de la pandemia. Pero los ricos barones ladrones no tienen intención de compartir su botín. La mayoría de ellos (incluido Donald J. Trump) muestran una marcada aversión a pagar impuestos, y mucho menos el cinco por ciento.

La única solución sería la expropiación de los banqueros y capitalistas. Esta idea ganará inevitablemente cada vez más apoyo, eliminando los prejuicios restantes contra el socialismo y el comunismo, incluso entre esas capas de trabajadores que han sido engañados por la demagogia de Trump.

Esto ya está provocando preocupación entre los estrategas serios del capital. Mary Callaghan Erdoes, directora de gestión patrimonial y de activos de JP Morgan, llegó a la inevitable conclusión: “De esto situación resultará un riesgo muy alto de extremismo. Tenemos que encontrar la forma de adaptarnos, de lo contrario estamos en una situación muy peligrosa”.

El asalto al Capitolio

El ataque al Capitolio el 6 de enero fue una indicación gráfica de que lo que Estados Unidos enfrenta ahora no es una crisis de gobierno, sino una crisis del propio régimen.

Estos hechos no fueron ni un golpe de Estado ni una insurrección, pero dejaron al descubierto de manera flagrante la cruda ira que existe en las profundidades de la sociedad y también el surgimiento de profundas fisuras en el Estado. En el fondo, lo que indican es que la polarización en la sociedad ha llegado a un punto crítico. Las instituciones de la democracia burguesa están siendo puestas a prueba hasta la destrucción.

Hay un odio ardiente hacia los ricos y poderosos, los banqueros, Wall Street y el establishment de Washington en general (“el pantano”). Este odio fue canalizado hábilmente por el demagogo de derecha Donald Trump.

Por supuesto, el propio Trump es solo el cocodrilo más astuto y voraz del pantano. Simplemente persigue sus propios intereses. Pero al hacerlo, dañó seriamente los intereses de la clase dominante en su conjunto. Ha jugado con fuego y conjurado fuerzas que ni él ni nadie más puede controlar.

En palabras y obras, Trump estaba destruyendo la legitimidad de las instituciones burguesas y creando una enorme inestabilidad. Es por eso que la clase dominante y sus representantes políticos en todas partes están horrorizados por su conducta.

El juicio político

Los demócratas intentaron impugnar a Trump, acusándolo de organizar una insurrección. Pero, como era de esperar, no lograron que el Senado lo condenara, lo que le habría impedido presentarse a un cargo público en el futuro.

La mayoría de los senadores republicanos habrían estado muy contentos de hacer esto. Odian y temen a este advenedizo político. Y sabían muy bien quién estaba detrás de los hechos del 6 de enero. El líder republicano del Senado, Mitch McConnell, pronunció un veredicto condenatorio sobre el ex presidente, después de votar para absolverlo.

En realidad, él y los otros senadores republicanos estaban aterrorizados por la reacción de los seguidores enojados de Trump si tomaban ese paso fatídico. Decidieron que la discreción es la mejor parte del valor y, tapándose las narices, votaron: no culpable.

Pero como intento de insurrección, fue muy pobre. Más que una insurrección, se parecía a un disturbio a gran escala. La turba de partidarios enojados de Trump irrumpió en el Capitolio con la obvia connivencia de al menos algunos de los guardias. Pero, habiendo obtenido fácilmente posesión del Lugar Santísimo de la democracia burguesa estadounidense, no tenían la menor idea de qué hacer.

La turba desorganizada y sin líderes deambulaba sin rumbo fijo, destrozando todo lo que no les gustaba y gritando amenazas sedientas de sangre contra la demócrata Nancy Pelosi, el vicepresidente republicano Mike Pence y Mitch McConnell, a quienes acusaron de traicionar a Trump. Mientras tanto, el Comandante en Jefe de los insurrectos había desaparecido convenientemente.

Si la historia se repite, primero como una tragedia y luego como una farsa, esta fue una farsa superlativa. Al final, nadie fue ahorcado ni enviado a la guillotina. Cansados de tantos gritos, los “insurrectos” se fueron a casa tranquilamente o se retiraron al bar más cercano para emborracharse y presumir de sus valientes hazañas, sin dejar nada más amenazador que un montón de basura y algunos egos magullados.

Sin embargo, desde el punto de vista de la clase dominante, estableció un peligroso precedente para el futuro. Ray Dalio, fundador del fondo de alto riesgo más grande del mundo, Bridgewater Associates, dijo lo siguiente: “Estamos al borde de una terrible guerra civil. Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión en el que podría pasar de una tensión interna manejable a una revolución». El asalto al Capitolio fue una seria advertencia para la clase dominante. Y esto sin duda tendrá consecuencias. A pesar del aluvión de hostilidad en los medios de comunicación, el 45 por ciento de los republicanos registrados pensó que estaba justificado.

Pero esto debe compararse con el hecho mucho más significativo de que el 54 por ciento de todos los estadounidenses pensaba que la quema de la comisaría de policía de Minneapolis estaba justificada. Y el 10 por ciento de toda la población participó en las protestas de Black Lives Matter, entre 10 y 20.000 veces más que los que irrumpieron en el Capitolio. Todo esto muestra el rápido crecimiento de la polarización social y política en Estados Unidos.

Los levantamientos espontáneos que asolaron el país tras el asesinato de George Floyd y los sucesos sin precedentes que precedieron y siguieron a las elecciones presidenciales marcaron un punto de inflexión en toda la situación.

Cambios en la conciencia

Los estúpidos liberales y reformistas, naturalmente, no entienden nada de lo que está sucediendo. Solo ven la superficie de los acontecimientos, sin comprender las corrientes más profundas que fluyen con fuerza debajo de la superficie e impulsan las olas.

Gritan constantemente sobre el fascismo, con lo que se refieren a todo lo que no les gusta o temen. Sobre la verdadera naturaleza del fascismo, no saben absolutamente nada. ¡Eso es obvio! Pero al insistir constantemente en el «peligro para la democracia» (con lo que se refieren a la democracia burguesa formal) siembran confusión y preparan el terreno para la colaboración de clases bajo la bandera del «mal menor». Su apoyo a Joe Biden en los EE.UU. es un ejemplo muy claro de esto.

Lo que tenemos que tener en cuenta es que la base de Trump tiene un carácter muy heterogéneo y contradictorio. Contiene un ala burguesa, encabezada por el propio Trump, y un gran número de reaccionarios pequeñoburgueses, fanáticos religiosos y elementos abiertamente fascistas.

Pero debemos recordar que Trump recibió 74 millones de votos en las últimas elecciones y muchos de ellos eran gente de la clase trabajadora que anteriormente votaron por Obama pero están desilusionados con los demócratas. En entrevistas, dicen: “¡Washington no se preocupa por nosotros! ¡Somos el pueblo olvidado!»

Hay giros violentos a la izquierda y también a la derecha. La naturaleza aborrece el vacío, sin embargo, y debido a la completa bancarrota de los reformistas, incluidos los reformistas de izquierda, este clima de ira y frustración ha sido capitalizado por demagogos de derecha, los llamados populistas. En Estados Unidos tenemos el fenómeno del trumpismo. En Brasil vimos el ascenso de Bolsonaro.

Pero el atractivo de los demagogos de derecha pronto se evapora cuando entra en contacto con las realidades del gobierno, como lo demuestra ampliamente el caso de Bolsonaro. Es cierto que Trump mantuvo el apoyo de millones, pero sin embargo ha sido destituido.

Fue interesante notar que alrededor de la fecha del asalto al Capitolio, el senador de Missouri Josh Hawley dijo: “Los republicanos en Washington van a tener dificultades para procesar esto… Pero el futuro está claro: debemos ser un partido de la clase trabajadora, no un partido de Wall Street”. (The Guardian).

Lenin dijo que la historia conoce todo tipo de transformaciones peculiares. Los marxistas deben ser capaces de distinguir lo progresista de lo reaccionario. Debemos entender que con todos estos acontecimientos, en embrión, tenemos el esquema de desarrollos revolucionarios en los Estados Unidos en el futuro.

Por supuesto, este senador republicano reaccionario no tiene la intención de organizar un partido genuino de la clase trabajadora en los Estados Unidos y ese partido no surgirá de una escisión hacia la derecha de los republicanos. Pero las convulsiones en el antiguo sistema bipartidista son sin duda el presagio de algo completamente nuevo: el surgimiento de un tercer partido que desafiará tanto a los republicanos como a los demócratas.

Un partido así tendrá al principio un carácter extremadamente confuso y heterogéneo. Pero el elemento anticapitalista debe predominar tarde o temprano. Ahí es donde reside la verdadera amenaza para el sistema. Cuando las masas comienzan a intervenir directamente en la política, cuando deciden que ha llegado el momento de tomar su destino en sus propias manos, eso es en sí mismo un síntoma de los inminentes desarrollos revolucionarios.

Los estrategas serios del Capital comprenden las peligrosas implicaciones de la turbulencia actual mucho más que el pequeño burgués impresionista y aterrorizado. El 30 de diciembre de 2020 el Financial Times publicó un artículo muy interesante, firmado por el consejo editorial.

Pintaba un cuadro muy diferente del proceso, y hacia dónde iría, y las conclusiones que extraía eran muy alarmantes desde un punto de vista burgués:

“Los grupos abandonados por el cambio económico están concluyendo cada vez más que a los que están a cargo no les importa su situación o, peor aún, han manipulado la economía para su propio beneficio contra los marginados.

“Lento pero seguro, eso está generando tensión entre el capitalismo y la democracia. Desde la crisis financiera mundial, este sentido de traición ha alimentado una reacción política contra la globalización y las instituciones de la democracia liberal.

“El populismo de derecha puede prosperar con esta reacción mientras deja los mercados capitalistas en su lugar.

«Pero como no puede cumplir sus promesas a los económicamente frustrados, es solo cuestión de tiempo antes de que salgan las horcas contra el propio capitalismo y contra la riqueza de quienes se benefician de él».

Este artículo muestra una comprensión perfecta de la dinámica de la lucha de clases. Incluso el lenguaje es significativo. La referencia a las horcas sugiere una analogía con la Revolución Francesa, o la Revuelta Campesina de 1381, cuando los campesinos tomaron Londres.

Los autores de estas líneas comprenden perfectamente que un surgimiento en dirección al llamado populismo de derecha puede ser solo la primera etapa antes de una explosión revolucionaria. Los giros violentos de la opinión pública hacia la derecha pueden fácilmente ser la preparación de giros aún más violentos hacia la izquierda por parte de las masas descontentas que buscan una salida a la crisis.

Esta es una predicción muy perspicaz de cómo se desarrollarán los acontecimientos en el próximo período. Y no solo en EE.UU. Esta tremenda volatilidad se puede observar en muchos países, si no en todos. Debajo de la superficie, se está desarrollando un estado de ánimo de ira, amargura y resentimiento contra el orden establecido.

Colapso del Centro

Las instituciones de la democracia burguesa formal se basaban en el supuesto de que el abismo entre ricos y pobres podía estar ocultado y contenido dentro de límites manejables. Hoy ya no es así.

Pero el continuo crecimiento de la desigualdad de clases ha creado un nivel de polarización social que no se había visto en décadas. Está poniendo a prueba los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa hasta sus propios límites, y más allá de esos límites.

El antagonismo entre ricos y pobres es cada día más intenso. Proporciona un ímpetu irresistible a las fuerzas centrífugas que están separando a las clases. Esa es precisamente la razón del colapso del llamado Centro.

Esto está provocando una alarma creciente en la clase dominante, que siente que el poder se le escapa de las manos. Los partidos del establishment en todas partes son identificados por las masas con la austeridad y los ataques al nivel de vida.

Hay un estado de ánimo enojado en la sociedad. Este estado de ánimo se expresa en el colapso de la confianza en las instituciones oficiales, los partidos, los gobiernos, los líderes políticos, los banqueros, los ricos, la policía, el poder judicial, las leyes vigentes, la tradición, la religión y la moralidad del sistema existente. La gente ya no cree lo que le dicen los periódicos y la televisión. Comparan la enorme diferencia entre lo que se dice y lo que sucede, y se dan cuenta de que nos están contando un montón de mentiras.

No siempre era así. En el pasado, la mayoría de la gente no prestaba mucha atención a la política. Eso también se aplica a los trabajadores. Las conversaciones en los lugares de trabajo solían ser sobre fútbol, películas, programas de televisión. Rara vez se mencionaba la política, excepto tal vez en época de elecciones.

Ahora todo eso ha cambiado. Las masas comienzan a interesarse por la política, porque comienzan a darse cuenta de que esto afecta directamente sus vidas y las vidas de sus familias. Esto en sí mismo es una expresión de un movimiento en la dirección de la revolución.

En el pasado, si la gente se tomaba la molestia de votar en las elecciones, generalmente votaban por el mismo partido por el que habían votado sus padres y abuelos. Ahora, sin embargo, las elecciones se han vuelto extremadamente impredecibles. El estado de ánimo del electorado es enojado, desconfiado y volátil, oscilando violentamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.

Perspectivas para la administración Biden

Los estrategas del capital reconocen los peligros colosales de esta polarización y se esfuerzan desesperadamente por reconstruir el «Centro». Pero objetivamente no hay una base real para esto. En la persona de Joe Biden, están apoyados en una caña rota.

Wall Street ahora pone sus esperanzas en la administración de Biden y su campaña de vacunación. Pero Biden ahora preside una profunda crisis económica y política en una nación dividida y en declive.

El establishment lo está presionando para que aumente la intervención estatal en la economía, y no ha perdido tiempo en revelar sus planes para un paquete de estímulo de 1,9 billones de dólares para la economía estadounidense. Si sumamos el paquete de $900 mil millones acordado previamente por el Congreso y los $3 billones de alivio aprobados al comienzo de la pandemia, todo esto se suma una montaña de deuda. La clase dominante está tratando desesperadamente de restaurar la estabilidad política.

El profesor de la Universidad de Harvard, Kenneth Rogoff, lo expresó de esta manera: “Soy muy comprensivo con lo que está haciendo Biden… Sí, existe cierto riesgo de que tengamos inestabilidad económica en el futuro, pero ahora tenemos inestabilidad política”. Todo esto está preparando una gran crisis en el futuro.

Mientras tanto, millones de ciudadanos descontentos ni siquiera creen que Biden ganó las elecciones. Todo lo que haga estará mal para ellos. Por otro lado, las esperanzas exageradas de muchos de sus partidarios se evaporarán como una gota de agua en una estufa caliente, una vez que la sensación inicial de alivio por la partida de Trump se haya disipado. Y aunque inevitablemente disfrutará de una luna de miel durante algún tiempo, seguirá una desilusión masiva, que preparará el camino para nuevos trastornos, turbulencias e inestabilidad.

América Latina

América Latina es una de las regiones del mundo más afectadas por Covid-19, desde el punto de vista de la salud pública pero también desde el punto de vista de la crisis económica.

El PIB de la región cayó alrededor de un 7,7 por ciento en 2020, el colapso más profundo en 120 años. Esto se produjo inmediatamente después de una década de estancamiento con un crecimiento promedio anual del 0,3 por ciento en 2014-2019. No se espera que la región recupere su PIB anterior a la crisis hasta 2024. Los niveles de pobreza extrema han vuelto a los niveles de 1990.

Esto ya estaba produciendo turbulencias sociales y políticas antes de que comenzara la pandemia. En América Latina, los levantamientos de 2019 (Ecuador, Chile), que eran parte de una tendencia mundial (Argelia, Sudán, Irak, Líbano, …), fueron temporalmente interrumpidos por el inicio de la pandemia que arrasó el continente con devastadoras consecuencias.

Brasil ha tenido uno de los índices de muerte más altos del mundo y Perú también se vio muy afectado. En Ecuador, los ataúdes se amontonaban frente a las atestadas morgues y los cadáveres quedaron desatendidos en las calles en algunos lugares.

Sin embargo, en la segunda mitad de 2020, vimos una vuelta a los movimientos insurreccionales de masas. En septiembre de 2020 hubo una explosión de indignación en Colombia por un asesinato policial, que provocó la quema de 40 comisarías. En Perú, el movimiento de masas derrocó a dos gobiernos. Y las protestas en Guatemala resultaron en la quema del Congreso. Esto ha continuado en 2021, y con importantes consecuencias políticas. En Colombia el movimiento resurgió con un poderoso movimiento de Paro Nacional que ha reducido al mínimo las bases sociales de apoyo al gobierno de Duque. En Perú, tuvimos la elección inesperada del sindicalista magisterial Pedro Castillo en las elecciones presidenciales. De igual manera, en Chile tuvimos la derrota electoral de la derecha y el auge de candidatos vinculados al levantamiento de 2019, tanto como el PC y el Frente Amplio, en las elecciones a la asamblea constituyente, alcaldías y gobernadores regionales.

En Brasil, donde izquierdistas y sectarios hicieron un gran ruido sobre la supuesta victoria del “fascismo”, el apoyo de Bolsonaro está colapsando. La consigna originalmente lanzada por nuestros compañeros brasileños “Fora Bolsonaro” (¡Fuera Bolsonaro!), que fue rechazada como utópica por la izquierda, ahora ha logrado una aceptación generalizada.

Tan débil es el “hombre fuerte” Bolsonaro que ni siquiera ha podido lanzar su propio partido. Aunque ha estado tratando desesperadamente de hacerlo, hasta ahora ha fracasado estrepitosamente incluso en obtener suficientes firmas para registrarse.

El problema no es la fuerza de Bolsonaro sino la debilidad de la izquierda. El PT, que alguna vez contó con el apoyo abrumador de los trabajadores, ha perdido masivamente en las últimas elecciones. También aquí se trata, no de dificultades objetivas, sino de la debilidad del factor subjetivo.

Los acontecimientos revolucionarios e insurreccionales, que se han vivido en diferentes países de América Latina y la llegada al poder de dirigentes “progresistas” con el apoyo de los trabajadores y campesinos (AMLO en México, Arce en Bolivia, Castillo en Perú, etc) sirven para refutar a todos aquellos (incluidos los sectarios) que afirmaban que había una «ola conservadora» en América Latina. El capitalismo aquí es mucho más débil que en los países capitalistas desarrollados, los efectos de la pandemia han sido devastadores en el plano sanitario y económico, y las masas están cogiendo músculo en las impresionantes luchas que hemos visto recientemente. Por todo ello, es muy probable que América Latina sea uno de los escenarios de los próximos acontecimientos revolucionarios.

Cuba

Cuba, mientras tanto, se enfrenta a una importante crisis económica, desatada por la pandemia y agravada por las sanciones y medidas económicas de Trump, ninguna de las cuales ha sido revertida por Biden. La economía de la isla se desplomó un 11 por ciento en 2020.

Esto ha empujado a la dirigencia a implementar una serie de medidas capitalistas de mercado que se habían debatido durante 10 años pero nunca se implementaron por completo, incluida la unificación monetaria, las relaciones de mercado entre empresas del sector estatal, el cierre de empresas del sector estatal que no sean «rentables», el fin de las subvenciones al precio de los alimentos básicos, etc.

Estas medidas ya están teniendo un impacto en el aumento de la desigualdad y han generado descontento. Es un punto de inflexión en el proceso hacia la restauración capitalista.

Estos factores económicos son la base objetiva de las protestas del 11 de julio. Fueron las mayores protestas en Cuba desde el maleconazo de 1994, y llegaron en un momento de profunda crisis económica y con un gobierno que no tiene la misma autoridad que tenía Fidel Castro en ese entonces.

El movimiento tuvo un componente genuino de protesta contra la escasez y las dificultades que está sufriendo la clase trabajadora. Sin embargo, hubo otro componente que respondía a una constante campaña de propaganda en las redes sociales y provocaciones en las calles por parte de elementos abiertamente contrarrevolucionarios que se venía desarrollando desde hacía meses. 

Los manifestantes, que eran unos 2.000 en La Habana, estaban compuestos por diferentes capas: gente pobre de zonas de clase obrera muy afectadas por la crisis económica y las medidas tomadas por la burocracia; lumpen y elementos criminales; elementos pequeñoburgueses procapitalistas que han florecido en los últimos diez años de reformas de mercado; artistas, intelectuales y jóvenes preocupados por la censura y los derechos democráticos en abstracto.

Hay que aclarar que las protestas se desarrollaron bajo las consignas “Patria y vida”, “Abajo la dictadura” y “Abajo el comunismo”, claramente de carácter contrarrevolucionario. Los problemas y las dificultades son reales y genuinos; hay elementos confusos participando; pero en medio de toda la confusión, son los elementos contrarrevolucionarios los que dominan estas protestas. Estos están organizados, motivados y tienen objetivos claros. Por tanto, es necesario oponerse a ellos y defender la revolución. Si quienes promueven estas protestas, junto con sus mentores en Washington, lograran su objetivo, el derrocamiento del gobierno, esto inevitablemente aceleraría el proceso de restauración capitalista y devolvería a Cuba a su estado anterior como colonia de facto del imperialismo de Estados Unidos. Los problemas económicos y de salud que sufre la clase obrera cubana no se resolverían, sino que al contrario, se agravarían. Solo hay que mirar al Brasil de Bolsonaro o al vecino Haití para convencerse de esto. La derrota de la revolución cubana tendría un impacto negativo en la conciencia de los trabajadores de todo el continente y del mundo.

En la lucha que se abre, la Corriente Marxista Internacional apoya incondicionalmente la defensa de la revolución cubana. El primer punto que tenemos que señalar es que nos oponemos totalmente al bloqueo del imperialismo estadounidense y hacemos campaña contra él. Sin embargo, nuestra defensa incondicional de la revolución no significa que seamos acríticos. Debemos explicar claramente que los métodos de la burocracia son en gran medida responsables de crear la situación actual. La planificación burocrática conduce a la mala gestión, la ineficacia, el despilfarro y la indolencia. La imposición burocrática y la arbitrariedad conducen a la alienación de la juventud. Las medidas pro-capitalistas conducen a la diferenciación social y la pobreza. 

Ha surgido un cuestionamiento generalizado de la dirigencia por parte de muchos trabajadores y jóvenes que se consideran revolucionarios. Debemos explicar que la única forma efectiva de defender la revolución es poniendo a la clase obrera al mando. Nuestro modelo debería ser la democracia obrera de la Comuna de París y del Estado y la Revolución de Lenin. Defendemos la discusión política más amplia y libre entre los revolucionarios. Los medios estatales deben estar abiertos a toda la variedad de la opinión revolucionaria. En todos los lugares de trabajo, los propios trabajadores deberían tener plenos poderes para reorganizar la producción con el fin de hacerla más eficiente. Además, deben abolirse los privilegios de la burocracia (tiendas especiales, acceso preferencial a productos básicos). Todos los funcionarios estatales deben ser elegidos y revocables en cualquier momento. 

El destino de la revolución cubana se decidirá en última instancia en el ámbito de la lucha de clases internacional. Los revolucionarios cubanos deberían adoptar una posición socialista revolucionaria internacionalista, en contraposición a una basada en la geopolítica y la diplomacia. Defendemos la democracia obrera y el socialismo internacional.

Europa

El PIB real cayó un 7 por ciento en los Estados miembros de la UE en 2020. Este fue el mayor descenso en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las cifras oficiales muestran que 13,2 millones están desempleados, pero descontando las programas de regulación temporal de empleo, la cifra real de desempleo se acerca al 12,6 por ciento (alrededor de 20 millones). En las cifras oficiales faltan otros 30 millones, descritos como «desempleo oculto».

La Comisión Europea hizo un desastre del lanzamiento del plan de vacunación del Covid 19, lo que provocó una gran escasez en Europa. Dinamarca inicialmente solo obtuvo 40.000 dosis, cuando esperaba 300.000. Holanda inicialmente no recibió ninguna.

El fracaso del programa de vacunas se suma al desastre de la crisis de escasez de EPI del año pasado. Cuando Italia se enfrentaba a lo peor de su crisis, la solidaridad europea se olvidó por completo. Era un sálvese quien pueda. El programa de vacunación fue un intento de restablecer la solidaridad dentro de la Unión Europea, pero fracasó.

Para empeorar aún más las cosas, la escalada de medidas restrictivas (cierres, etc.) para hacer frente a la pandemia de coronavirus por parte de 21 países de la eurozona ralentizaron significativamente la actividad económica, por lo que el bloque se enfrentó a una recesión de doble caída.

Mientras que la primavera pasada, cuando la pandemia golpeó por primera vez, la economía de la eurozona experimentó una conmoción profunda y repentina, el nuevo aumento de las infecciones se prolonga durante más tiempo, lo que provoca un declive más lento pero aún más debilitante de la actividad económica.

Los viajes, el comercio minorista, la hostelería, la confianza empresarial y el gasto de los consumidores se vieron afectados en las primeras semanas de 2021. Esto amenaza con producir una ola retardada de quiebras, a menos que los gobiernos y los bancos centrales continúen apoyando medidas para apuntalar la economía.

Como resultado, los economistas anticipan que una contracción estimada de la producción en la eurozona de entre 1,8% y 2,3% en los últimos tres meses de 2020 sería seguida por otra caída en el primer trimestre de 2021 en muchas de las principales economías del bloque, incluyendo Alemania e Italia. Eso podría dejar a la eurozona en su segunda recesión, definida como dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo, en menos de dos años.

Después del Brexit y Trump, que nunca se molestó en disfrazar su desprecio por todo lo europeo, la burguesía europea siente que ya no puede depender de los aliados tradicionales. El tonto intento de Emmanuel Macron de congraciarse con Trump fue un fracaso espectacular.

Trump dejó muy claro que veía a Europa como un enemigo principal, mientras que Rusia era solo un «competidor». Siguió sus palabras con acciones. Sus políticas proteccionistas estaban dirigidas tanto contra Europa como contra China. Y mantuvo esta actitud beligerante hasta los últimos días de su administración. En la víspera de Año Nuevo, EE.UU. anunció un nuevo aumento en los aranceles de la UE sobre piezas de avión y vinos de Francia y Alemania.

Biden busca renovar los lazos con Europa. Ha vuelto a comprometer a Estados Unidos con el multilateralismo, incluida la reincorporación a la OMS y al acuerdo climático de París. También ha respaldado a un nuevo Director General de la OMC. La actitud sobre el acuerdo nuclear iraní también ha cambiado. Todos estos pasos son bienvenidos para los europeos, desesperados por un cambio de dirección desde la Casa Blanca. Trump etiqueta esta nueva estrategia como «Estados Unidos último».

Sin embargo, existen conflictos entre las dos partes que son mucho más difíciles de resolver. Los europeos no están convencidos de la estrategia estadounidense sobre China. También están dispuestos a aprovechar la guerra comercial de Estados Unidos con China para sus propios fines. El nuevo Tratado de Inversión alcanzado entre China y la UE en las últimas semanas de la presidencia de Trump fue ampliamente visto como una afrenta a Joe Biden, que el nuevo presidente se vio obligado a tragar.

Hay más disputas de larga duración que resolver: la disputa sobre ayudas estatales entre Airbus y Boeing ha estado latente durante décadas sin una solución a la vista. El gasoducto Nord Stream 2 también está causando una gran brecha entre los EE.UU. y Alemania, ya que EE. UU. insiste en que el gasoducto fortalecerá la influencia de Rusia en Europa. El nuevo afecto entre Biden y los europeos se pondrá a prueba en los próximos meses, ya que ambos bloques intentan reactivar sus exportaciones en la crisis pospandémica.

Alemania ha sido el ancla de Europa, una isla de estabilidad en aguas a menudo tormentosas. Angela Merkel fue vista como un par de manos seguras al frente del país más importante de Europa. Pero con la pandemia surgieron nuevos problemas.

Europa ya experimentaba crecientes tensiones entre los estados miembros después de la crisis del 2008. El Brexit fue un punto de inflexión en esta dinámica, al igual que lo ha sido la crisis de la pandemia y el nacionalismo que se impuso para hacer frente a la crisis sanitaria. La profunda crisis mundial ejercerá una enorme presión en esta dirección: la UE debe competir con los demás bloques imperialistas mientras que a la vez las diferentes naciones que la componen competirán entre ellas para exportar sus propias crisis.

Los capitalistas alemanes han reconocido que tenían que cambiar sus métodos para intentar frenar las crecientes tendencias centrífugas de la UE. Esta tendencia se reforzó aún más cuando llegó la pandemia. El pasado otoño, Alemania se vio obligada a avalar un préstamo de 750.000 millones de euros para el Fondo Europeo de Recuperación con el fin de mantener unida a la UE. Este importante paquete supondrá un alivio temporal para la UE, pero sólo es una subvención puntual. Los llamamientos a ir más lejos en este sentido han sido firmemente bloqueados por Alemania. Al final no se ha resuelto ninguno de los problemas.

Merkel ha tenido que extender el confinamiento de Alemania. Su coalición está en dificultades por las lentas tasas de vacunación y los suministros inadecuados. El estado de ánimo nacional ha pasado de la autocomplacencia al pesimismo. El Financial Times comentó que «el panorama político antes de las elecciones de septiembre parece más fragmentado y volátil».

En Francia, el gobierno de Macron está ahora totalmente desacreditado, con una tasa de desaprobación del 60 por ciento: una de las peores desde las protestas de los chalecos amarillos. La tasa oficial de desempleo es del 9 por ciento, pero en realidad es mucho más alta.

El ‘gran debate nacional’ no hizo nada para restaurar el apoyo público al gobierno, ni tampoco el despido del primer ministro, Edouard Phillipe. Y los repetidos intentos de Macron de actuar como un «gran estadista» en el plano internacional no evocan más que risas sarcásticas en todos los niveles.

Gran Bretaña

No hace mucho, Gran Bretaña era probablemente el país más estable de Europa. Ahora se ha vuelto probablemente el más inestable.

La crisis actual ha expuesto cruelmente la debilidad del capitalismo británico. La economía del Reino Unido cayó un 9,9 por ciento en 2020, el doble que Alemania y tres veces más que Estados Unidos. Ahora, ante los efectos de la pandemia y la calamidad del Brexit, es inevitable una nueva recesión.

Brexit fue un acto de pura locura por parte del Partido Conservador, que ahora ha escapado del control de la clase dominante. El gobierno está controlado por un payaso de circo, que a su vez está controlado por chovinistas reaccionarios dementes.

A pesar de obtener una victoria decisiva en las elecciones de diciembre de 2019, el partido conservador ha sido cada vez más desacreditado, particularmente por su mala gestión de la pandemia con más muertes que cualquier otro país de Europa. El número de muertes (claramente subestimado en las cifras oficiales) se encuentra entre los más altos de cualquier país en proporción al tamaño de la población. Sin embargo, los conservadores se resistieron continuamente a tomar las medidas necesarias hasta que se vieron obligados por la gravedad de la situación.

No les interesa la vida ni la salud de la población. Tampoco les importa el lamentable estado del Servicio Nacional de Salud (NHS), que ellos causaron con décadas de recortes. Solo están motivados por una cosa: las ganancias.

Los conservadores desean mantener la producción a toda costa. Por eso estaban decididos a reabrir las escuelas. Eso llevó en los primeros días de enero a una protesta masiva y una reunión en línea de 400.000 profesores. Su amenaza de huelga obligó al gobierno a cerrar las escuelas.

Sin embargo, a pesar de la impopularidad del gobierno, el Partido Laborista y la dirección de derecha todavía están rezagados con respecto a los conservadores. No hay una oposición real desde el Partido Laborista.

La dimisión de Corbyn y McDonnell tras la derrota de los laboristas en diciembre de 2019 fue un duro golpe para la izquierda y un regalo para la derecha. La izquierda tuvo todas las oportunidades para transformar el Partido Laborista. Tenían el respaldo total de la base. Esto habría significado llevar a cabo una purga a fondo del ala derecha del grupo parlamentario Laborista y de la burocracia. Pero, asustados de su propia sombra, no hicieron nada de eso y se negaron a apoyar la consigna de selección obligatoria de diputados por parte de la base. Una consigna que defendían los marxistas y otros y que contaba con un amplio apoyo en las bases.

En última instancia, la izquierda tiene miedo de llevar la lucha a sus últimas consecuencias, lo que significaría una ruptura total con la derecha. Pero el ala derecha no muestra tanta bondad hacia la izquierda. Animados por su debilidad, han llevado a cabo una purga de la izquierda, incluida la suspensión del propio Corbyn. Esta debilidad no es solo una cuestión moral. Es una cuestión política. Es una característica orgánica del reformismo de izquierda.

Las empresarios ahora son los que toman las decisiones en el Partido Laborista. Keir Starmer no habla como el líder de la oposición, sino como un miembro servil del gabinete de Johnson. Espera a que Johnson actúe antes de decir «yo también».

Pero ahora el ala derecha ha ido demasiado lejos. Con sus acciones, el ala derecha empujan a la izquierda a contra-atacar.

El escenario está listo para una batalla en el Partido Laborista. Pase lo que pase, la tendencia marxista avanzará y se nos abrirán muchas puertas nuevas. El arte de la política es aprovechar todas las oportunidades que surgen.

Italia

Italia sigue siendo el eslabón más débil de la cadena del capitalismo europeo. Su debilidad crónica ha quedado al descubierto por la crisis actual. Incapaz de competir con economías más poderosas como Alemania, se está quedando cada vez más atrás y hundiéndose cada vez más en la deuda.

Su sistema bancario está constantemente al borde de un colapso que podría arrastrar al resto de Europa. La UE está obligada a apuntalarlo por esa misma razón, pero lo hace maldiciendo en voz baja.

Los banqueros alemanes, en particular, se han vuelto cada vez más impacientes y hasta hace poco exigían la adopción de medidas serias para recortar el gasto público y atacar el nivel de vida. Es decir, empujaban a Italia hacia el abismo. Su tono ha cambiado un poco desde que la pandemia los ha obligado a todos a acudir al Estado en busca de ayuda. Una vez que termine la pandemia, volverán a la austeridad con fuerza.

Para navegar a través de la crisis actual, la clase dominante italiana necesita un gobierno fuerte. Pero en Italia no es posible un gobierno fuerte. El régimen político está podrido hasta la médula. La falta de confianza en los políticos se expresa en una crisis permanente de gobierno. Una coalición inestable sigue a otra, mientras que en el fondo nada cambia. Las masas están desesperadas y su búsqueda de una salida se expresa mediante violentos giros a derecha e izquierda.

La crisis se ha visto enormemente agravada por la pandemia, que afectó a Italia antes y con más fuerza que a cualquier otro lugar. Al momento de escribir este documento, el número de muertes por COVID-19 se acerca a la marca de 100.000.

La clase dominante esperaba mantener la coalición de centro-izquierda el mayor tiempo posible para evitar una explosión social. Pero eso se volvió inviable, ya que una a una, las opciones políticas se fueron agotando. Sintiendo el fuego bajo su trasero, el partido de Renzi, Italia Viva sacó a sus tres ministros de la coalición de Conte por las fallas de la pandemia de COVID-19, lo que llevó al colapso del gobierno y abrió la puerta a la formación del gobierno de Draghi.

El presidente de la República intervino y, en lugar de convocar elecciones anticipadas, invitó a Draghi, ex gobernador del Banco Central Europeo, a formar un gobierno. Aquí tenemos otro ejemplo de la imposición de un “tecnócrata” al país como primer ministro, a quien nadie ha elegido.

La quiebra del «centro-izquierda» brindó una oportunidad para las formaciones de extrema derecha como el partido de los Hermanos de Italia (Fratelli). Se han mantenido al margen de la coalición que respalda a Draghi, en primer lugar porque no son necesarios y, en segundo lugar, porque esperan lograr avances en la derecha a expensas de la Liga, que ahora está en el gobierno.

Tarde o temprano, sin embargo, los juegos parlamentarios serán reemplazados por una batalla abierta entre las clases. No es posible la estabilidad sobre la base del presente sistema. En Italia, no hay un partido obrero de masas. Pero el estado de ánimo de las masas se vuelve cada día más enojado e impaciente. Las acciones militantes de los trabajadores en el primer mes de la pandemia fueron una advertencia de lo que está por venir.

Los repetidos fracasos de los gobiernos conducen inevitablemente a una explosión de la lucha de clases. En última instancia, los asuntos no se resolverán en el parlamento y se acerca rápidamente el día en que el centro de gravedad pasará de un parlamento desacreditado a las fábricas y las calles.

Rusia

La misma turbulencia y volatilidad se puede ver en todas partes. En Rusia, el regreso y arresto de Alexei Navalny fue la señal de una ola de protestas en todo el país. Hubo manifestaciones de 40.000 personas en Moscú, 10.000 en Petersburgo y miles más en otras 110 ciudades, incluidas Vladivostok y Jabárovsk.

Estas protestas aún no fueron a la misma escala masiva que vimos en Bielorrusia antes, cuando millones tomaron las calles para derrocar a Lukashenko. Pero en el contexto ruso, fueron grandes manifestaciones. Eran muy heterogéneas en composición, con mucha gente de clase media, intelectuales, liberales, pero también un número creciente de trabajadores, especialmente trabajadores jóvenes.

La policía reaccionó con represión. En muchas ciudades hubo enfrentamientos. La gente rompió barricadas policiales y unos 40 agentes resultaron heridos. Varios miles de personas fueron detenidas.

¿Qué representó esto? Las protestas fueron en parte un reflejo de la indignación por el arresto de Navalny. Pero la cuestión de Navalny es solo un elemento en esta situación, y no necesariamente el más importante.

Alexei Navalny es retratado en los medios occidentales como un heroico defensor de la democracia. En realidad, es un oportunista ambicioso con un pasado político dudoso. En retrospectiva, será visto como una figura accidental.

Pero las figuras accidentales también juegan un papel en la historia en determinados momentos. Al igual que en química, se necesita un catalizador para provocar una reacción particular, así en el proceso revolucionario, se requiere un punto de referencia que actúe como un detonador para encender el descontento acumulado de las masas. La naturaleza precisa de este catalizador es irrelevante. En este caso, fue el arresto de Navalny. Pero podría haber sido cualquier número de factores.

Caída del nivel de vida

Lo principal no es el accidente a través del cual se expresa la necesidad, sino la necesidad misma. La verdadera causa de este trastorno fue la ira acumulada de la población por la caída del nivel de vida, la crisis económica y los abusos de un régimen corrupto y represivo.

Todo indica que el apoyo a Putin está cayendo. En un momento dado, las encuestas le dieron regularmente más del 70 por ciento de apoyo. En el momento de la anexión de Crimea, esta cifra se elevó a más del 80 por ciento. Pero ahora ronda el 63 por ciento, y en su punto más bajo estaba apenas por encima del 50 por ciento. Estas cifras deben haber causado una gran alarma en el Kremlin.

En el pasado, Putin podía presumir de cierto éxito en el campo económico, pero ya no. Entre 2013 y 2018, antes de la pandemia, el crecimiento económico anual era del 0,7 por ciento, es decir, estaba básicamente estancado. A fines de 2020, hubo un crecimiento negativo de alrededor del 5 por ciento. El desempleo crece rápidamente y muchas familias están perdiendo sus hogares.

Durante un tiempo, especialmente después de la anexión de Crimea, que tiene una mayoría de rusos, Putin jugó la carta nacionalista. Eso aumentó su popularidad, pero los vapores embriagadores del chovinismo ahora se han disipado en gran medida y la credibilidad de Putin se vio seriamente dañada por su reforma de las pensiones.

Hay una indignación creciente por la monstruosa corrupción y el estilo de vida lujoso de la élite gobernante. Dos días después de su arresto, Navalny publicó un video, visto por millones, exponiendo la corrupción personal de Putin, mostrando un gran palacio que ha erigido en el Mar Negro. Todo esto está creando un estado de ánimo explosivo.

La base del apoyo del régimen se está reduciendo todo el tiempo. Fuera de la camarilla de oligarcas del Kremlin que son notoriamente corruptos, se compone principalmente de funcionarios estatales cuyos trabajos y carreras dependen del jefe, una gran cantidad de compinches que dependen de contratos estatales y vínculos comerciales con el Kremlin y otros que han prosperado gracias a sus favores.

Por último, pero no menos importante, se basa en el aparato de seguridad y el ejército. El régimen de Putin es un régimen burgués bonapartista. En última instancia, el bonapartismo es el gobierno de la espada. Putin es el «hombre fuerte» que se encuentra en la cima del Estado y se equilibra entre las clases, presentándose a sí mismo como la encarnación de la nación rusa.

Pero este hombre fuerte tiene pies de barro. A medida que agota su base de apoyo masivo, se ve cada vez más reducido a mantenerse a sí mismo a través de una mezcla de estafa, desvergonzado, fraude electoral y represión desnuda.

Se dice que Talleyrand le comentó una vez a Napoleón que uno puede hacer muchas cosas con las bayonetas, pero no puede sentarse sobre ellas. Putin haría bien en reflexionar sobre ese sabio consejo. El arresto, encarcelamiento y envenenamiento de opositores políticos no son un signo de fuerza sino de miedo y debilidad.

Además, el terror es un arma que se puede utilizar con eficacia durante un tiempo, pero está sujeta a la ley de rendimientos decrecientes. Tarde o temprano, la gente empieza a perder el miedo. Ese es el momento más peligroso para un régimen autoritario. Las manifestaciones recientes son prueba de que este proceso ya ha comenzado.

En realidad, lo único que mantiene el régimen es la inercia temporal de las masas. Es imposible decir con certeza cuánto puede durar el actual equilibrio inestable. Por el momento, la represión masiva ha logrado frenar las protestas. Pero ninguno de los problemas subyacentes se ha resuelto.

Las recientes protestas alarmaron al régimen, que combina represión con concesiones. Han anunciado un plan para ayudar a las familias más pobres. Esto puede comprarles un cierto márgen de maniobra. Pero el precio relativamente bajo del petróleo seguirá dañando la economía rusa y las sanciones impuestas por Estados Unidos se mantendrán e incluso se endurecerán. 

El Partido «Comunista»

En Rusia, el papel del factor subjetivo es notoriamente obvio. Si el PCFR fuera un auténtico Partido Comunista, ahora se estaría preparando para el poder. Pero la camarilla de Ziuganov no tiene interés en tomar el poder. Tienen un acuerdo muy cómodo con Putin, que les garantiza sus privilegios con la condición de que no hagan nada para perturbar su control del poder.

La actitud de los líderes del PCFR ha creado un malestar creciente en las filas del partido. Ha habido varias revueltas locales y regionales, que han sido sofocadas con purgas y expulsiones. De esta forma se han destruido organizaciones regionales enteras. Zyuganov teme la posibilidad de que aumente el sentimiento de oposición radical dentro del partido. Y ese aumento de la oposición y el crecimiento de la crisis en el Partido Comunista abre la posibilidad de fortalecer una auténtica influencia marxista entre los comunistas de base. 

La inquietante tregua actual puede durar varios meses o incluso varios años. Pero el retraso solo significará que las contradicciones seguirán creciendo, preparando el camino para una explosión mucho mayor en el futuro. El elemento más decisivo en esta ecuación es la clase obrera rusa, que aún tiene que decir la última palabra.

Es imposible predecir la escala de tiempo precisa de los acontecimientos. Rusia aún no se encuentra en una situación prerrevolucionaria, pero los acontecimientos avanzan muy rápido. Debemos seguir los acontecimientos en ese país.

India

En India tenemos lo que equivale a un movimiento insurreccional de los agricultores, que organizaron una marcha de tractores para interrumpir el Desfile del Día de la República en Delhi el 26 de enero, donde Modi estaba celebrando con un gran desfile militar.

Estos acontecimientos deben ubicarse en el contexto de la crisis global del capitalismo. En la feroz competencia en el sector agrícola, las grandes corporaciones multinacionales de alimentos están tratando de hacer bajar los precios que reciben los pequeños y medianos agricultores por sus productos en el punto de producción.

La mercantilización de la agricultura india no es un fenómeno nuevo. Ha estado sucediendo durante años, como vimos bajo el gobierno anterior de Manmohan Singh. El capital financiero ha entrado en la agricultura india a gran escala, lo que ha obligado a los agricultores a depender cada vez más de préstamos, en un grado intolerable, para comprar recursos agrícolas esenciales, cuyos costos se han disparado.

Tan pronto como se introdujeron las nuevas leyes, los precios que se pagaban a los agricultores se redujeron hasta un 50 por ciento, mientras que los precios minoristas de los alimentos aumentaron. Es esta situación insoportable la que ha provocado el enorme movimiento de los agricultores indios. Su demanda es que se deroguen las nuevas leyes. Pero ninguna de sus demandas se ha cumplido y ninguna de estas cuestiones se ha resuelto en las negociaciones.

Lo que comenzó en agosto de 2020 como protestas a pequeña escala en el Punjab, cuando se hicieron públicas las leyes agrícolas de Modi, se convirtió en un movimiento mucho más grande y se extendió a otros estados. En septiembre de 2020, los sindicatos de agricultores de toda la India convocaron un Bharat Bandh (un paro nacional). El movimiento siguió aumentando, ya que las interminables negociaciones con el gobierno no estaban dando resultados tangibles. Cinco millones participaron en protestas en 20.000 lugares en diciembre de 2020.

Un importante punto de inflexión en este movimiento se produjo con los dramáticos acontecimientos del 26 de enero, cuando cientos de miles de agricultores marcharon en Delhi para protestar por sus demandas. Los granjeros se abrieron paso desde las afueras de la ciudad hasta la histórica Fortaleza Roja de la ciudad. Esta pobre gente mostró un tremendo coraje, luchando contra policías fuertemente armados, siendo atacados con látigos y pateados y golpeados en el suelo.

A pesar de la fuerte represión policial, los agricultores irrumpieron en la Fortaleza Roja y ocuparon las murallas. La policía tuvo que esforzarse mucho para expulsarlos. Un manifestante murió y más de 300 policías resultaron heridos. Esto solo sirvió para enfurecer aún más a los agricultores y atrajo más al movimiento de otros estados en solidaridad.

La escala de esta lucha también refleja el fermento en el conjunto de la sociedad, donde incluso lo que se consideraba capas relativamente conservadoras en las áreas rurales se está moviendo y radicalizándose bajo el impacto de la crisis económica.

No hace tanto tiempo, cuando Modi ganó las elecciones por primera vez, los cansados izquierdistas y ex izquierdistas lamentaban el auge del “fascismo” en India. Nuestra tendencia, sin embargo, entendió que Modi en el poder prepararía las condiciones para una reacción violenta de inmensas proporciones. Nuestras perspectivas han sido confirmadas por los sucesos a gran escala. Lejos del fascismo, lo que tenemos es polarización de clases y una intensa lucha de clases.

Papel de los estalinistas

Modi claramente ha sido sacudido por el levantamiento de los agricultores, que dio una idea de la furia reprimida de las masas. Pero la debilidad del movimiento en la India se encuentra en la dirección de los sindicatos que no han podido proporcionar una respuesta seria de la poderosa clase trabajadora india en apoyo de los agricultores.

Todo esto viene después de años en los que hemos visto movilizaciones masivas del proletariado indio, con varias grandes huelgas generales de 24 horas, en las que participaron hasta 200 millones de trabajadores, las mayores huelgas generales en la historia de la clase obrera internacional.

En septiembre de 2016, entre 150 y 180 millones de trabajadores del sector público se declararon en huelga general de 24 horas. En 2019, alrededor de 220 millones de trabajadores participaron en una huelga general, y nuevamente en enero de 2020, 250 millones de trabajadores participaron en una huelga general de 24 horas.

Estos hechos demuestran el colosal potencial revolucionario del proletariado indio. Los trabajadores están dispuestos a luchar. Sin embargo, la política de los estalinistas no era movilizar a las masas para un enfrentamiento decisivo con el régimen de Modi, sino solo apoyarse en el movimiento de masas para obtener concesiones y llegar a acuerdos con Modi.

En la práctica, utilizaron la táctica de las huelgas generales de un día para permitir que los trabajadores se descompriman, mientras desviaban el movimiento de masas hacia canales inofensivos. Esa fue la misma táctica que utilizaron los líderes sindicales en Grecia, convocando una serie de huelgas generales de un día. Este es un truco para desgastar a los trabajadores, convirtiendo la huelga general en un gesto sin sentido, creando la ilusión de una acción decisiva, al tiempo que socava dicha acción en la práctica.

La consigna de la huelga general

En India, objetivamente hablando, existen todas las condiciones para una huelga general indefinida. Los partidos comunistas y los dirigentes sindicales podrían haber jugado un papel importante en esto, pero están prevaricando. Podrían haber derrocado al gobierno de Modi y poner fin a sus políticas reaccionarias. En cambio, hacen declaraciones simbólicas, pero no emiten ningún llamado a una acción seria.

Esto pone de relieve la urgente necesidad de fortalecer las fuerzas del marxismo en la India. Pero tenemos que mantener el sentido de la proporción. Nuestra organización en la India aún se encuentra en una etapa inicial. Sería un error fatal tener una idea exagerada de lo que podemos lograr.

Nuestra tarea no es dirigir el movimiento o conquistar a las masas, sino trabajar pacientemente para conquistar a los elementos mejores y más revolucionarios que se impacientan con las interminables prevaricaciones y vacilaciones de la dirección.

Debemos promover consignas de transición oportunas que correspondan a las necesidades urgentes de la situación e impulsar el movimiento hacia adelante, al tiempo que exponemos la conducta pusilánime de los líderes.

La lucha de los agricultores ha tenido eco en las fábricas. Sintiendo las llamas bajo sus espaldas, los dirigentes sindicales empezaron a hablar de una huelga general de cuatro días. Apoyaríamos tal demanda, ¡pero lo que se necesita no son palabras, sino hechos!

Deberíamos decir: muy bien, hagamos una huelga de cuatro días, ¡pero menos charlas y más acción! ¡Fijar la fecha! Iniciar una campaña en las fábricas. Convocar reuniones masivas de protesta, establecer comités de huelga. Atraer a los agricultores, las mujeres, los jóvenes, los desempleados y todos los sectores oprimidos de la sociedad. Y vincular estos órganos de lucha de base a nivel de ciudad, regional y nacional. En otras palabras, organizar soviets con el propósito de transferir el poder a los trabajadores y agricultores.

Una vez que las masas de la India estén organizadas para la conquista del poder, ninguna fuerza en la tierra podría detenerlas. Una huelga de cuatro días pronto se transformaría en una huelga general indefinida total. Pero eso plantea la cuestión del poder.

Esa es la perspectiva que debemos explicar pacientemente a los trabajadores y agricultores indios. De esta manera, aunque somos muy pequeños, nuestro mensaje tocará la fibra sensible de los trabajadores y jóvenes más avanzados que buscan el camino revolucionario.

Nuestra tarea es ganar y formar un número suficiente de cuadros revolucionarios que nos permitan intervenir eficazmente en los dramáticos acontecimientos que se desarrollarán en el próximo período.

Myanmar

El golpe militar en Myanmar es una confirmación de que vivimos en un período de “cambios bruscos y repentinos”. El golpe fue una sorpresa para muchos. Los militares habían redactado una constitución que les otorga un 25 por ciento garantizado de diputados y control sobre ministerios clave. También insertó una cláusula que permite a los militares intervenir en case de “emergencia”.

Pero, ¿dónde estaba la emergencia aquí? Los militares inventaron una al afirmar falsamente un fraude electoral generalizado durante la gran victoria aplastante de Aung San Suu Kyi y la Liga Nacional para la Democracia (LND), en noviembre de 2020.

Lo que realmente está detrás del golpe es el conflicto en curso sobre quién debería beneficiarse del programa de privatización que comenzó en 1988. Los oficiales militares han estado ocupados desde entonces enriqueciéndose al apoderarse de propiedades estatales a precios reducidos. Por otro lado, los imperialistas, en particular Estados Unidos, están presionando para que Myanmar abra su mercado a las corporaciones multinacionales.

El problema que enfrentan los imperialistas es que la potencia externa dominante en Myanmar es China. La mayor cuota de exportaciones e importaciones de Myanmar corresponde a China. Así, tenemos aquí una lucha por esferas de influencia, fundamentalmente entre China y Estados Unidos, donde Aung San Suu Kyi es la agente de este último.

Los jefes militares se han estado transformando en oligarcas capitalistas y vieron la aplastante victoria de la LND como una amenaza potencial para sus intereses. Los militares son odiados por las masas, y la casta de oficiales temía que con un apoyo tan grande, el nuevo gobierno entrante pudiera actuar para frenar su poder y privilegios.

Los militares también temían la creciente confianza de las masas después de las elecciones. Acostumbrados a gobernar el país por comando en el pasado, pensaron que podrían intervenir y dictar en qué dirección debe ir el país. Sin embargo, no tomaron en cuenta cuán fuerte es la oposición al gobierno militar. Las masas no han olvidado cómo era el régimen militar y ven a la casta militar como corrupta y acaparadora de dinero.

Aquí tenemos un ejemplo de lo que Marx llamó el «látigo de la contrarrevolución». El golpe, en lugar de aterrorizar y paralizar a las masas, las ha estimulado. La perspectiva para Myanmar es, por lo tanto, de lucha de clases intensificada, no de parálisis y desmoralización.

China

Anteriormente, China era una gran parte de la solución para el capitalismo mundial, ahora es una gran parte del problema.

China es la única potencia económica importante que experimentó un crecimiento en 2020. El Estado chino intervino de manera muy decisiva para contrarrestar tanto la pandemia como la crisis económica. Esto fue efectivo desde un punto de vista capitalista, pero ha tenido un alto costo. Los niveles de deuda de China se han disparado desde 2008, subiendo un 30% durante la pandemia y llegando al 285% en 2020. El país ahora ha superado a muchos de los países capitalistas avanzados en su nivel de deuda.

El Banco Mundial prevé un crecimiento del 8% para este año. Desde la primavera del año pasado, China ha estado superando al resto del mundo. Pero este mismo éxito será su derrota, ya que su recuperación está impulsada por las exportaciones. Por mucho tiempo, las autoridades de Pekín han estado intentando modificar la estructura de la economía china, de una dependencia pesada en la inversión y exportaciones a un impulso a la demanda interna.

También han intentado desarrollar sectores de alta tecnología como Inteligencia Artificial, 5G y energía solar, que tiene una mayor productividad del trabajo. También están intentando desarrollar acuerdos comerciales alternativos para contrarrestar los intentos de Estados Unidos de aislar a China.

Ninguna de estas medidas resolverá las contradicciones en curso en la economía china. De hecho, desde que comenzó la pandemia, la economía se ha vuelto aún más dependiente de las exportaciones. Además, la deuda sigue creciendo de forma explosiva, los conflictos con los vecinos y otras potencias imperialistas se intensifican, y la desigualdad del crecimiento continúa, con las zonas costeras avanzando mucho más que el interior. Todo esto agravará las contradicciones sociales ya existentes.

Esta es una receta para nuevas contradicciones que amenazan la estabilidad, no solo de China sino del mundo entero. China está interviniendo agresivamente en el mercado mundial y tendrá que intervenir aún más agresivamente, aprovechando la crisis en el resto del mundo. Inevitablemente, esto significa una mayor tensión entre China y Estados Unidos, que ve a China como el principal peligro para su economía y su papel mundial.

No es casualidad que, en sus últimos días, la administración Trump adoptó un enfoque de «tierra arrasada» hacia China, pero bajo Biden, la política de Estados Unidos hacia China no cambiará fundamentalmente. Tanto los republicanos como los demócratas ven a China como la principal amenaza para Estados Unidos a escala mundial.

El conflicto entre Estados Unidos y China amenaza con provocar una guerra comercial aún más grave. Esta es la mayor amenaza que existe para el capitalismo mundial, porque fue el crecimiento del comercio mundial (la llamada globalización) lo que proporcionó el oxígeno necesario para el capitalismo en el último período.

Esto, a su vez, tendrá un efecto dentro de China. Una crisis económica constituiría una seria amenaza para su estabilidad social. Ya ha habido cierres de fábricas y paro, que se han ocultado, pero existen. Las empresas privadas trasladaron sus problemas a sus trabajadores con despidos y ataques a los salarios. Los pagos de salarios se retrasan durante meses, lo que genera una ira y un resentimiento colosales.

Los círculos gobernantes temen la posibilidad de explosiones sociales como consecuencia de la crisis económica y el aumento del desempleo. Esa es la razón principal por la que Xi Jinping se vio obligado a tomar medidas drásticas contra Hong Kong. Esta no fue una expresión de fuerza, sino de miedo y debilidad. La clase dominante china estaba aterrorizada de que este tipo de movimiento pudiera extenderse al continente, y en el futuro eventualmente lo hará, igual como la noche sigue al día.

Hasta ahora, el régimen ha logrado mantener a raya el descontento hirviente en toda China. Pero puede estallar en cualquier momento, y cuando eso ocurra no será posible reprimirlo como en Hong Kong. Incluso allí, durante un tiempo, el régimen perdió el control de los acontecimientos. Pero frente a cien o mil replicas de Hong Kong en China continental, inmediatamente se vería suspendido en el aire.

Se están preparando grandes acontecimientos en China. Y sucederán cuando nadie los espere, precisamente porque es un régimen totalitario, donde la mayor parte de lo que está pasando está oculto a la vista.

Cambio de equilibrio de fuerzas

Lo que sacó a Estados Unidos de la Depresión de la década de 1930 no fue el New Deal de Roosevelt, sino la Segunda Guerra Mundial. Pero esa avenida ahora está cerrada. El poder del imperialismo estadounidense ha disminuido en relación con otras potencias, y también lo ha hecho su capacidad para intervenir militarmente.

La necesidad de conquistar mercados y fuentes de materias primas obliga a China a ser más agresiva en el mercado mundial. Ha estado obteniendo acceso a recursos en todo el mundo. Por ejemplo, ha tomado el control de un puerto y un aeropuerto en Sri Lanka; ha establecido una base militar en Djibouti; construcción de ferrocarriles en Etiopía; agarrando cobre y cobalto en el Congo; cobre en Zambia; petróleo en Angola y así sucesivamente. También reclama soberanía sobre el Mar de China Meridional, que es la ruta más importante para el comercio mundial.

Esto amenaza directamente los intereses del imperialismo estadounidense. Todo esto significa inevitablemente una mayor tensión entre China y Estados Unidos. En períodos anteriores, eso sin duda habría llevado a la guerra. Pero el equilibrio de fuerzas ahora ha cambiado por completo.

Trump no pudo lograr que Corea del Norte abandonara las armas nucleares. “El pequeño hombre cohete” corrió en círculos a su alrededor. Entonces, ¿por qué Estados Unidos no declara la guerra a Corea del Norte, que después de todo es un país asiático muy pequeño?

En el pasado, los estadounidenses libraron una guerra en Corea que terminó en empate. Pero en Vietnam, después de una tremenda pérdida de sangre y oro, fueron derrotados por primera vez. Después de eso, sufrieron humillaciones en Irak, Afganistán y Siria.

Trump parecía estar preparando un ataque aéreo contra Irán, pero retrocedió en el último minuto, temiendo las consecuencias. Todo esto sirve para subrayar el hecho de que la guerra no es una cuestión abstracta, sino muy concreta.

Estados Unidos no pudo defender a Ucrania o Georgia contra Rusia, que tiene un ejército muy poderoso que demostró su eficacia en Siria. Estados Unidos se vio obligado a retirarse, dejando a Rusia e Irán como amos virtuales del país. Los estadounidenses enviaron un puñado de tropas a los estados bálticos para «protegerlos» contra Rusia. Pero Putin no tiene la intención de invadir estos pequeños Estados y no perderá el sueño por esto.

El caso con respecto a China es aún más claro. China hoy ya no es un país pobre y subdesarrollado como en el pasado. Es un Estado económicamente desarrollado con un ejército poderoso, posee armas nucleares y suficientes misiles balísticos intercontinentales para atacar cualquier ciudad estadounidense que elija.

El hecho de que China puso recientemente un satélite en órbita alrededor de la Luna y envió una misión a Marte dejó claro este punto, que Washington ha anotado debidamente. Por lo tanto, no hay absolutamente ninguna cuestión de guerra en el futuro previsible entre Estados Unidos y China, ni tampoco, entre Estados Unidos y Rusia.

Una conflagración general en las líneas de 1914-18 o 1939-45 está descartada debido al cambio de equilibrio de fuerzas. En las condiciones modernas, significaría una guerra nuclear, que sería catastrófica para el mundo entero.

Sin embargo, esto no significa que el próximo período sea de paz y tranquilidad. En realidad es todo lo contrario. Habrá guerras todo el tiempo, guerras locales pequeñas pero devastadoras, en África y el Medio Oriente en particular. Los imperialistas estadounidenses, junto con las otras potencias imperialistas, han estado involucrados en guerras locales respaldando a ejércitos teledirigidos para librar la guerra contra sus competidores, y este también será el caso de China en el futuro, pero son muy reacios a arriesgar la vida de los soldados estadounidenses en guerras extranjeras a las que la opinión pública estadounidense se opone ahora implacablemente.

Esta situación solo puede cambiar en caso de la victoria de un régimen bonapartista policíaco militar en los Estados Unidos. Pero eso solo podría lograrse después de una serie de derrotas decisivas de la clase trabajadora estadounidense, que no es en absoluto nuestra perspectiva. Mucho antes de que eso pudiera surgir, la clase trabajadora tendrá muchas oportunidades para tomar el poder. El balido constante de la llamada izquierda y las sectas sobre el supuesto fascismo que representa Trump es mera puerilidad, a la que no debemos prestar absolutamente ninguna atención.

En la actualidad, el imperialismo estadounidense utiliza su fuerza económica para afirmar su dominio global. La administración de Trump utilizó repetidamente la amenaza de sanciones económicas para intimidar al resto del mundo para que siguiera servilmente las políticas de Washington en el campo de las relaciones exteriores. El imperialismo estadounidense ha convertido el comercio en un arma.

Después de haber roto unilateralmente el acuerdo con Irán, que había sido dolorosamente elaborado por la anterior administración estadounidense y sus aliados europeos, Trump endureció las sanciones para estrangular la economía de Irán, y luego obligó a las empresas y bancos europeos a seguirlo, bajo pena de ser excluido de los mercados de Estados Unidos.

En el pasado, si los imperialistas británicos tenían un problema con un país semicolonial como Persia, enviaban una cañonera. Hoy en día, el imperialismo estadounidense envía una carta de la Junta de Comercio. De hecho, los efectos de esta última son mucho más devastadores que unos pocos proyectiles lanzados desde un acorazado.

Clausewitz dijo que la guerra es política por otros medios. Hoy en día deberíamos añadir que el comercio es guerra por otros medios.

«Economía vudú»

Cuando la clase dominante se enfrenta a perderlo todo, recurrirá a medidas desesperadas para salvar el sistema. Vemos eso ahora mismo. En su desesperada búsqueda de soluciones a la crisis, la burguesía se tambalea como un borracho de una farola a otra.

Han hurgado en el basurero de la historia y han sacado las viejas ideas del keynesianismo. La burguesía se ha embriagado repentinamente con sus ilusiones recién descubiertas, que no son más que teorías viejas y desacreditadas que antes habían descartado con desprecio.

Ted Grant solía describir el keynesianismo como economía vudú. Esa es una descripción muy justa. La idea de que los burgueses pueden evitar las crisis o salir de ellas inyectando grandes sumas de dinero público suena atractiva, especialmente para los reformistas de izquierda, a quienes absuelve de la necesidad de luchar para cambiar la sociedad. Pero hay un pequeño problema.

El Estado no es un árbol mágico del dinero. La idea de que puede ser una fuente de fondos ilimitados es una completa tontería. Sin embargo, esta tontería ha sido adoptada por casi todos los gobiernos. Realmente es una política nacida de la desesperación. Y ha llevado a la acumulación de deudas astronómicas que no tienen precedentes excepto en tiempos de guerra.

Por el momento, los gobiernos de todo el mundo están gastando dinero como agua. Hablan de gastar miles de millones de dólares, libras o euros como si estuvieran gastando pequeñas monedas en una caja de fósforos.

Como resultado, existe una bomba de relojería de deuda, incrustada en los cimientos de la economía. A largo plazo, los efectos serán más devastadores que cualquier bomba terrorista. Esto es lo que Alan Greenspan alguna vez se refirió como «la exuberancia irracional del mercado».

Una palabra más precisa sería «locura». Esta locura debe conducir a una caída, que eufemísticamente se conoce como una «corrección del mercado».

El papel del Estado en la economía

El 8 de mayo de 2020, el Financial Times publicó una declaración del Comité de Redacción en la que leemos lo siguiente:

“Salvo una revolución comunista, es difícil imaginar cómo los gobiernos podrían haber intervenido en los mercados privados – de trabajo, de crédito, de intercambio de bienes y servicios – tan rápida y profundamente como en los últimos dos meses de confinamientos.

«De la noche a la mañana, millones de empleados del sector privado han recibido sus cheques de pago de los presupuestos públicos y los bancos centrales han inundado los mercados financieros con dinero electrónico».

Pero, ¿cómo se pueden reconciliar estas declaraciones con el mantra tan repetido que nos dice que el Estado no tiene ningún papel que desempeñar en una «economía de libre mercado»? A esta pregunta, el Financial Times ofrece una respuesta muy interesante:

(…) «Pero el capitalismo democrático liberal no es autosuficiente y necesita ser protegido y mantenido para ser resistente».

En otras palabras, el «mercado libre» no es en absoluto libre. En las condiciones actuales debe apoyarse en el Estado como una muleta. Solo puede existir gracias a las donaciones masivas y sin precedentes del Estado. El FMI calcula la cantidad total de apoyo fiscal en todo el mundo en la asombrosa cifra de 14 billones de dólares. La deuda pública mundial ha alcanzado el 99 por ciento del PIB por primera vez en la historia.

Esta es una confesión de quiebra, en el sentido más literal de la palabra. El problema central de esta ecuación se puede resumir en una palabra: deuda. La deuda global total (incluidos el gobierno, los hogares y las empresas) a fines de 2020 alcanzó el 356 por ciento del PIB, 35 puntos porcentuales más que en 2019, alcanzando un récord de $281 billones. Ahora es aún más alta y está aumentando. Este es el mayor peligro al que se enfrenta el sistema capitalista.

Japón gastó alrededor de $3 billones para amortiguar el golpe económico del COVID-19, lo que se sumó a su deuda pública, que ya es 2,5 veces el tamaño de su economía. El problema es particularmente severo en China, donde la deuda total ha superado el 280 por ciento del PIB, lo que coloca a China al mismo nivel que la mayoría de los países capitalistas avanzados, y está aumentando rápidamente en todos los sectores de la economía.

Este enero, el Banco Mundial dio la alarma sobre una “cuarta ola de deuda”, que es particularmente severa fuera de los países capitalistas avanzados. Están seriamente preocupados por un colapso financiero con consecuencias a largo plazo.

La burguesía actúa como un jugador irresponsable que gasta grandes cantidades de dinero que no posee. Sufren los mismos delirios y experimentan el mismo tipo de éxtasis delirante de derrochar enormes cantidades de dinero con la certeza de que su suerte nunca se acabará… hasta que llegue el momento fatal, como siempre ocurre, en el que las deudas deben ser pagadas.

Tarde o temprano, estas deudas los alcanzarán. Pero a corto plazo, están bastante contentos de continuar con esta locura, imprimiendo grandes sumas de dinero que no tienen un respaldo real e inundando la economía con cantidades deslumbrantes de capital ficticio.

Sin embargo, no se trata simplemente de una «crisis de la deuda», como defienden algunos liberales y reformistas, que piden la «anulación de la deuda» o un «Jubileo de la deuda». El verdadero problema es la crisis del capitalismo, una crisis de sobreproducción de la que estas enormes deudas son un síntoma. Las grandes deudas no son necesariamente un problema en sí mismas. Si hubiera un fuerte crecimiento económico a largo plazo, como en la posguerra, entonces esas deudas podrían manejarse y ser eliminadas gradualmente. Pero esa perspectiva está descartada. El sistema capitalista no está en una época de auge económico, sino de estancamiento y declive. Como resultado, la carga de la deuda se convertirá en un peso cada vez más enorme para la economía mundial. Y la única manera de reducir este problema es a través de la austeridad; la inflación, que a su vez terminará en colapso y un nuevo período de austeridad; o si no en un impago directo. Pero cualquiera de estas variantes conduciría a una mayor inestabilidad y a una agudización de la lucha de clases.

¿Es posible una recuperación?

Llevados por esta euforia, incluso publican artículos que predicen con confianza un repunte, no solo una recuperación, sino un auge masivo. En las columnas de la prensa burguesa se pueden leer predicciones seguras de una recuperación. Tales predicciones son pesadas en optimismo pero lamentablemente ligeras en hechos.

La crisis actual se diferencia de las crisis del pasado en varios aspectos. En primer lugar, está inseparablemente enredada con la pandemia de coronavirus, y nadie puede predecir con ningún grado de certeza cuánto durará.

Por todas estas razones, las predicciones económicas del FMI y del Banco Mundial no pueden considerarse más que meras conjeturas.

Pero, ¿significa esto que está descartada una recuperación? No, sería un error sacar esa conclusión. De hecho, en cierto punto, es inevitable algún tipo de recuperación. El sistema capitalista siempre se ha movido en booms y recesiones. La pandemia ha distorsionado el ciclo económico, pero no lo ha abolido.

Lenin explicó que el sistema capitalista siempre puede salir incluso de la crisis más profunda. Seguirá existiendo hasta que sea derrocado por la clase trabajadora. Tarde o temprano, también encontrará una salida a esta crisis. Pero decir eso es decir demasiado y muy poco a la vez.

La pregunta debe plantearse concretamente, sobre la base de lo que ya sabemos. La naturaleza precisa de estos booms y recesiones puede variar considerablemente. Y la pregunta que hay que hacerse es: ¿de qué tipo de recuperación estamos hablando?

¿Significará el comienzo de un período prolongado de crecimiento y prosperidad? ¿O será simplemente un interludio temporal entre una crisis y otra? Las afirmaciones más optimistas se basan en la existencia (al menos en las economías capitalistas más avanzadas) de la “demanda reprimida”.

Durante la pandemia, la gente no pudo gastar mucho dinero en bienes, restaurantes, cafés y bares o en viajes al extranjero. El fin de la pandemia, según la teoría, puede servir para liberar estos fondos no gastados, promoviendo un fuerte movimiento alcista en la economía y una recuperación de la confianza. Este hecho, junto con otras grandes inyecciones de dinero público, podría conducir a una rápida recuperación.

La recuperación y la lucha de clases

Admitamos, por un momento, que tal escenario no puede descartarse a priori. ¿Cuál sería la consecuencia? Desde nuestro punto de vista, tal desarrollo no sería en absoluto negativo. La pandemia y el consiguiente aumento del desempleo conmocionaron a la clase trabajadora y provocaron una cierta parálisis.

Actuó como un elemento disuasorio de las huelgas y otras formas de acción masiva y permitió a los gobiernos introducir medidas antidemocráticas con el pretexto de “luchar contra el Covid-19”.

Pero incluso una ligera recuperación económica, con caídas del desempleo, combinada con el efecto del fin de la pandemia, reactivaría la lucha económica, ya que los trabajadores se esforzarían por recuperar todo lo que perdieron en el período anterior.

Sin embargo, tal recuperación sería temporal y extremadamente inestable, porque se construiría sobre una base muy artificial y poco sólida. Contendría en sí misma las semillas de su propia destrucción. Y cuanto más alto suba, más severa será la caída.

Además, también sería una recuperación desigual, con China probablemente avanzando a expensas de Estados Unidos y con Europa rezagada. Esto exacerbaría aún más las tensiones entre China y EE.UU. y también entre China y Europa, lo que conduciría a una mayor intensificación de la guerra comercial, con una lucha por apoderarse de mercados escasos, socavando aún más el comercio mundial y deprimiendo la vida económica.

Ésta es la mayor amenaza de todas para el capitalismo mundial. Recordemos que la Gran Depresión no fue causada por la caída de la bolsa de 1929, sino por las políticas proteccionistas que la siguieron.

Los «Locos Años Veinte»

Cuando los economistas predicen un fuerte repunte después de la pandemia, a menudo trazan un paralelo con los «los locos años veinte». Pero este paralelo es extremadamente inestable y las conclusiones que podemos sacar de él son poco alentadoras desde el punto de vista capitalista.

Es cierto que hubo una recuperación a partir de 1924 que tuvo un carácter bastante febril, con especulación masiva en la bolsa y enormes cantidades de capital ficticio. Pero no debemos olvidar que terminó con el Crack de 1929.

Es muy posible que experimentemos una situación similar. Con una diferencia importante. Las cantidades sin precedentes de capital ficticio que se están produciendo ahora son mucho mayores que en los «locos años veinte»; de hecho, mayores que en cualquier otro momento de la historia en tiempos de paz. Por lo tanto, la caída cuando llegue -como debe ser- será correspondientemente mayor.

Los burgueses han olvidado un pequeño detalle. El dinero debe representar valores reales; de lo contrario, son solo trozos de papel, pagarés cuya promesa nunca se cumplirá. Tradicionalmente, el respaldo del papel moneda era el oro. Cada nación tenía que mantener una reserva de oro en sus bóvedas de banco central y, en teoría, cualquiera podía exigir el valor de los billetes en oro.

En la práctica, sin embargo, esto no era posible. Con el tiempo, la gente aprendió a aceptar que un dólar, una libra o un euro era «tan bueno como el oro». Por supuesto, podría ser otra cosa. Antes del oro, era la plata. Antes de eso, podría ser casi cualquier cosa. Podría ser la producción. Pero a menos que se base en algún tipo de valor material, no son más que trozos de papel sin valor.

Cuando el vínculo con el oro se rompió por la abolición del patrón-oro, los gobiernos y los banqueros centrales pudieron emitir tanto papel moneda como quisieron. Pero al inyectar grandes cantidades de lo que es capital realmente ficticio en la economía, la relación entre la cantidad de dinero en circulación y los bienes y servicios que puede comprar se distorsiona. En la economía de EE.UU., medida por M2, la masa monetaria ha aumentado en la asombrosa cifra de 4 billones de dólares en 2020. Eso es un aumento de un año del 26 por ciento , el mayor aumento porcentual anual desde 1943. Esto eventualmente debe expresarse en una explosión de inflación.

Este hecho ahora está siendo convenientemente ignorado por los políticos, economistas y banqueros centrales. Señalan que hasta el momento, los temores a la inflación no se han materializado. Eso es bastante cierto y refleja una fuerte caída de la demanda, un síntoma de la profundidad de la crisis. Al no tener salida en los precios al consumidor, la presión inflacionaria ha inflado burbujas especulativas en los precios de las acciones, en las criptomonedas, etc. Pero esta situación no puede durar. La euforia inicial de los inversores se convertirá entonces en su contrario.

En el período anterior a la crisis de 2008, la inflación fue contenida por otros factores, incluyendo el crecimiento del comercio mundial, las nuevas tecnologías y la búsqueda de mano de obra de bajo coste en el llamado Tercer Mundo. Estos elementos, que han desempeñado un poderoso papel durante casi 30 años, se han agotado en gran medida en el período más reciente. El crecimiento del comercio mundial ha disminuido considerablemente durante varios años y las nuevas tecnologías, que permitieron una importante reducción de los costes de producción, han llegado a un punto de saturación.

No es una coincidencia que todas las estadísticas sobre el comercio mundial parezcan mostrar una tendencia a la internalización, es decir, un retorno a la producción en los países capitalistas de origen. Esta tendencia se ha consolidado espontáneamente a través de las elecciones estratégicas de las empresas multinacionales, pero también se ha visto objetivamente reforzada por las políticas proteccionistas de Trump y otros gobiernos imperialistas.

Después de la crisis de 2007, vimos una expansión basada en el crédito dentro de un régimen de austeridad, que tenía un carácter muy diferente al actual: en el pasado, el dinero se destinaba a recapitalizar los bancos, las compañías de seguros y las empresas que estaban al borde de la quiebra, o iba a la Bolsa o a la especulación inmobiliaria, pero sin ampliar la base del consumo de masas.

Aunque resulte paradójico, la inflación es una especie de «solución» capitalista a la crisis de la deuda, en la medida en que un aumento de la inflación y de los precios devaluaría la deuda. Pero conlleva enormes costes económicos y sociales. Y una vez que se dispara, resulta muy difícil volver a controlarla. En los años 70, Ted Grant explicó que la burguesía, alarmada por la creciente inflación, estaba montada en el lomo de un tigre, y el problema era cómo desmontar sin ser devorada.

Hoy en día, tales intentos de evadir la más grave crisis de sobreproducción jamás vista con lo que Marx llamó «los trucos de la circulación» son un juego muy peligroso. Aquí hemos superado a Keynes con creces: El keynesianismo pide que el Estado se endeude emitiendo bonos; lo que se propone hoy es cualitativamente diferente, es decir, seguir las locas sugerencias de la Teoría Monetaria Moderna (TMM) e imprimir así dinero de forma ilimitada.

¡Lo que representa un verdadero cambio cualitativo en el sistema capitalista, es que una teoría completamente irracional como la TMM se encuentra en la posición privilegiada de condicionar, si no determinar, las opciones económicas de la primera potencia imperialista del mundo!

Esta cuestión no sólo afecta a los Estados Unidos. Ahora esta tendencia es mundial. Recientemente, el ex vicegobernador del Banco de Japón (BoJ), Kikuo Iwata, afirmó que Japón tiene que aumentar el gasto fiscal a través del aumento de la deuda del sector público, financiado por el banco central. Esta propuesta de «dinero helicóptero» se identifica como la solución al bajo crecimiento y se basa en la idea de que la demanda debe estimularse simplemente imprimiendo más dinero. Son exactamente las pretensiones de la TMM, a la que Draghi también dio crédito en 2016, cuando era presidente del Banco Central Europeo (BCE), aunque las contradicciones internas de la UE no le permiten los mismos márgenes de maniobra que a EEUU y Japón.

Aunque no hay forma de saber de antemano con precisión cómo se desarrollará la crisis, en cierto momento, las tensiones provocadas por las enormes deudas acumuladas causarán pánico. Las tasas de interés tendrán que subir bruscamente para combatir la inflación. El crédito barato, que ha mantenido el sistema a flote hasta ahora, se agotará de la noche a la mañana. Los bancos dejarán de prestar a las pequeñas y medianas empresas, que irán a la quiebra.

Como en 1929, la realidad económica verterá un jarro de agua helada sobre la “exuberancia irracional” de los inversores. Como la noche sigue al día, habrá pánico en las bolsas del mundo. Los inversores venderán sus acciones con pérdidas, creando una caída abrupta e imparable.

Los inversores ya ven las colosales deudas que se están acumulando en Estados Unidos y empiezan a dudar de que el dólar realmente valga lo que dicen que vale. Más adelante, a menos que se tomen medidas correctivas serias, habrá una estampida para deshacerse de los dólares, y una fuerte caída en el valor del dólar tendrá un efecto dominó en otras monedas, con el consiguiente caos en los mercados monetarios internacionales.

Los capitalistas buscarán un refugio seguro en el oro, la plata y el platino. Este será el preludio de una profunda recesión en la economía real, con un colapso de la inversión, un agotamiento del crédito y la ola resultante de quiebras, cierres de fábricas y desempleo.

Finalmente, la crisis afectará a los propios bancos. El colapso de un solo banco grande puede provocar una crisis bancaria generalizada. Eso es lo que ocurrió el 11 de mayo de 1931, cuando el banco austríaco Creditanstalt anunció que había perdido más de la mitad de su capital, criterio según la ley austriaca según el cual un banco se declaraba en quiebra.

Todo esto puede volver a suceder. Los economistas burgueses intentan calmar el nerviosismo repitiendo que esto no puede suceder porque hemos aprendido las lecciones de la historia. Pero como señaló Hegel: «Lo que la experiencia y la historia nos enseñan es que las personas y los gobiernos nunca han aprendido nada de la historia, ni han actuado sobre principios que se deducen de ella».

Sin embargo, las señales de advertencia ya están parpadeando, y algunos de los economistas más sobrios pueden verlo. Pero a pesar de todas las advertencias, a los burgueses no les queda más remedio que seguir el camino que ya han elegido.

El capitalismo muestra ahora todos los síntomas del deterioro senil avanzado. Podemos afirmar con certeza que cualquier recuperación no significará una mejora en la salud general de ese sistema, sino simplemente un repunte cíclico que prepara una crisis aún más profunda. Y se está preparando una depresión aún más severa que la de los años treinta. Este será el resultado inevitable de las políticas que se están aplicando ahora. Esa es la perspectiva real, y las consecuencias sociales y políticas serán incalculables.

Consecuencias sociales y políticas

Para los marxistas, el estudio de la economía solo tiene importancia en la medida en que la misma se expresa en la conciencia de las masas. El escenario que hemos delineado tiene claras similitudes con la década de 1930, pero también hay diferencias importantes.

En ese momento, las contradicciones en la sociedad se resolvieron en un espacio de tiempo relativamente corto, y podría terminar solo con o por el triunfo de la revolución proletaria, o por la reacción en forma de fascismo o bonapartismo. Hoy, una solución tan rápida está descartada por el cambio de correlación de fuerzas.

La clase trabajadora de hoy es mucho más numerosa que en la década de 1930. Su peso específico en la sociedad es mucho mayor, mientras que las reservas sociales de reacción (el campesinado y otros pequeños propietarios, etc.) se han reducido drásticamente.

La burguesía se enfrenta a la crisis más grave de su historia, pero es incapaz de avanzar rápidamente en la dirección de la reacción. Por otro lado, la clase obrera, a pesar de su fuerza objetiva, es constantemente retenida por la dirección, que es aún más degenerada ahora que en la década de 1930.

Por todas estas razones, la crisis actual se prolongará en el tiempo. Puede durar años, o incluso décadas, con altibajos, debido a la ausencia del factor subjetivo. Sin embargo, ésta es sólo una cara de la moneda. El hecho de que sea larga y prolongada no significa que sea menos turbulenta. Todo lo contrario: la perspectiva es de cambios bruscos y repentinos.

El desarrollo de la conciencia en la clase trabajadora no se puede reducir mecánicamente al número de huelgas y manifestaciones masivas. Esta es la falsa idea de los sectarios y ultraizquierdistas que se basan completamente en un activismo sin sentido y no ven los procesos más profundos de radicalización que ocurren silenciosamente debajo de la superficie todo el tiempo. Esto es lo que Trotsky llamó el proceso molecular de la revolución socialista.

Los empíricos superficiales solo pueden ver la superficie de los sucesos, pero los procesos reales escapan por completo a su atención. En consecuencia, se desequilibran inmediatamente debido a las pausas temporales de la lucha de clases. Se vuelven descorazonados y pesimistas, y cuando el movimiento repentinamente irrumpe en la superficie les toma completamente desprevenidos.

La combinación de la pandemia y el desempleo masivo ha actuado como freno a la lucha económica. Ha habido una fuerte disminución en el número de huelgas cuando las condiciones eran desfavorables para las manifestaciones masivas, aunque a veces ocurrieron. Pero la ausencia de luchas de masas no significa en lo más mínimo que el desarrollo de la conciencia se haya detenido. En realidad es todo lo contrario.

La profundidad de la crisis está transformando la psicología de millones de hombres y mujeres. La juventud, en particular, está muy abierta a las ideas revolucionarias. Las lamentables contradicciones en la sociedad, el espantoso sufrimiento de las masas, todas estas cosas están creando una colosal acumulación de ira y amargura, que se acumula silenciosamente en las profundidades de la sociedad.

La combinación de la pandemia y el desempleo  masivo ha actuado como freno a la lucha  económica. Ha habido una fuerte disminución  en el número de huelgas cuando las  condiciones eran desfavorables para las  manifestaciones masivas, aunque a veces  ocurrieron. Pero la ausencia de luchas de masas  no significa en lo más mínimo que el desarrollo  de la conciencia se haya detenido. En realidad  es todo lo contrario. 

La profundidad de la crisis está transformando  la psicología de millones de hombres y mujeres.  La juventud, en particular, está muy abierta a  las ideas revolucionarias. Las lamentables  contradicciones en la sociedad, el espantoso  sufrimiento de las masas, todas estas cosas  están creando una colosal acumulación de ira y  amargura, que se acumula silenciosamente en  las profundidades de la sociedad.  

La clase trabajadora quedó temporalmente desorientada al comienzo de la pandemia, aunque en Italia hubo una importante ola de huelgas en marzo y abril de 2020. 

Con la excusa de la pandemia, la clase dominante ha estado acumulando una enorme presión sobre los trabajadores durante más de un año. Pero esto ha creado un clima de amargura y resentimiento, que está sentando las bases para una explosión de la lucha de clases. 

Con la disminución de los casos del virus, se crearán las condiciones para movilizaciones serias de la clase trabajadora por cuestiones económicas y políticas. 

Ya no estamos en 2008-2009, cuando los trabajadores fueron tomados por sorpresa por la crisis y por reestructuraciones mayoritariamente inesperadas, que contribuyeron a paralizar temporalmente la iniciativa del movimiento obrero.

Habiéndose recuperado del impacto inicial de la crisis, los trabajadores ahora están recuperando la confianza y creen que la lucha puede obtener resultados tangibles, lo que lleva a una mayor disposición a movilizarse para la acción. 

Este proceso se verá fortalecido por la reapertura de la economía, así como por las experiencias recientes durante la pandemia, que pusieron al descubierto el papel esencial de la clase trabajadora en la sociedad, particularmente en los sectores que nunca cerraron (salud, transporte, comercio, industria) pero que se vieron sometidos a una presión intolerable y a un aumento despiadado del ritmo de trabajo. 

Los trabajadores han pagado un precio altísimo en cuanto a muertes y sacrificios en la lucha contra el Covid, y en consecuencia hoy no solo son más conscientes del papel que ocupan en la sociedad, sino que también quieren que esto sea compensado aumentando sus salarios y mejoras en sus condiciones laborales. Este es un factor decisivo en el desarrollo de la conciencia de clase. 

Las burocracias sindicales siguen siendo un obstáculo, frenando el movimiento tanto como pueden. Pero ya no poseen la misma autoridad que les permitía controlar a los trabajadores como lo tenían en el pasado. Se apoyan en la fuerza del aparato burocrático y del estado burgués, pero esa autoridad nunca ha sido tan baja como ahora.

La burguesía intentará utilizar medidas coercitivas y represivas para limitar la lucha de clases, introduciendo nuevas leyes anti-huelgas y limitaciones al derecho a manifestarse en todas partes, pero la historia nos enseña que, una vez que las masas comienzan a moverse, ninguna ley las detendrá. Estos métodos pueden retrasar el proceso, solo lo harán aún más explosivo en el futuro. 

En primera instancia, las movilizaciones obreras tendrán un carácter predominantemente económico. Pero en el proceso se radicalizarán debido a la profundidad de la crisis y las enormes frustraciones que se han acumulado a lo largo de los años, que eventualmente adquirirán un carácter político. Un nuevo “mayo del 68”, u “otoño caliente”, estará a la orden del día en un país tras otro.

En un contexto como este, lejos de frenar el movimiento, la inflación tendrá el efecto de estimularlo, como hemos visto muchas veces en la historia. La presión generalizada sobre los salarios de la gran mayoría de los trabajadores, combinada con la escandalosa transferencia de riqueza del trabajo asalariado al capital, significa que el crecimiento de la inflación empujará a los trabajadores a defender su poder adquisitivo. 

Es en este terreno mucho más fértil donde florecerán las ideas de los marxistas. Los sindicatos entrarán en crisis y se desafiará a la vieja dirección en quiebra. Por supuesto, debemos mantener un sentido de proporción. Todavía no estamos en condiciones de poder desafiar la hegemonía de los reformistas en el movimiento obrero. Pero aplicando hábilmente la táctica del frente único, podemos avanzar en los sindicatos. Hay que luchar contra el oportunismo pero también contra las desviaciones sectarias y anarcosindicalistas (como en el sindicato italiano Cobas), que en esta crisis han mostrado su bancarrota. 

El sectarismo y el aventurerismo juegan el papel más negativo en los sindicatos, llevando a la vanguardia de la clase a un callejón sin salida, separándolos del movimiento de masas. Combinando firmeza en los principios con tácticas flexibles, podemos demostrar la superioridad del marxismo, elevar gradualmente nuestro perfil y comenzar a emerger como una fuerza seria dentro del movimiento obrero.

Cuanto más dure esto, más violenta y elemental será la explosión cuando finalmente llegue. Y vendrá, como la noche sigue al día. Como escribió Marx a Engels:

«Tomada en su conjunto, la crisis ha ido cavando como el buen topo que es».

Los sindicatos

Trotsky escribió una vez que la teoría es la superioridad de la previsión sobre la sorpresa. Los reformistas y sectarios siempre se asombran cuando los trabajadores comienzan a moverse después de un período de aparente inercia.

A principios de 1968, los mandelistas y otros sectarios habían descartado por completo a la clase trabajadora francesa. Dijeron que los trabajadores estaban aburguesados y americanizados. Uno de estos caballeros escribió que no había posibilidad de huelga general en ningún país europeo en ese momento. Unas semanas más tarde, los trabajadores franceses lanzaron la mayor huelga general revolucionaria de la historia.

Fueron completamente engañados por la ausencia de grandes movimientos de clase en el período anterior. Hoy también, muchos de los activistas del movimiento sindical y laboral se han sentido desorientados por acontecimientos pasados. Han perdido la confianza en la capacidad de lucha de los trabajadores y se han vuelto pesimistas, escépticos y cínicos. Ellos mismos se han convertido en un obstáculo, cerrando el paso a la lucha. Sería fatal para nosotros dejarnos guiar por sus puntos de vista cínicos y derrotistas.

Como hemos explicado, incluso una reactivación económica relativamente débil será la señal de una explosión de la lucha de clases, que sacudirá a los sindicatos hasta sus cimientos. Los dirigentes sindicales reformistas ya están completamente desorientados. Reflejan el pasado, los días en que tenían una vida fácil y buenas relaciones con los patrones, que podían hacer concesiones a los trabajadores sin mermar sus ganancias.

Ahora las cosas son diferentes. Los empresarios intentan poner todo el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores, que se encuentran en una situación intolerable, donde incluso sus vidas y las de sus familias corren peligro.

La profundidad de la crisis descarta cualquier tipo de concesiones significativas y duraderas. Los trabajadores tendrán que luchar por todas las demandas, no para obtener nuevas concesiones, sino para preservar los logros obtenidos en el pasado.

Pero incluso donde tengan éxito, sus ganancias serán aniquiladas por la inflación, que debe resurgir como consecuencia de las grandes cantidades de capital ficticio que se han puesto en circulación. Lo que los empresarios dan con la mano derecha, se lo quitarán con la izquierda.

Esto significa que los sindicatos se verán presionados por los trabajadores que exigirán acciones para defender sus derechos, condiciones de trabajo y nivel de vida. Los dirigentes sindicales cederán a esta presión o se verán destituidos y reemplazados por otros que están dispuestos a luchar. Los sindicatos se transformarán en el curso de la lucha.

Cuando están bloqueados en los sindicatos oficiales y sin la perspectiva inmediata de cambio de dirección, en algunas condiciones los trabajadores también desarrollan sus propias iniciativas de base. La aparición de estas organizaciones de base de trabajadores en lucha, como las Mareas en España, Santé en Lutte, el Colectivo de 1.000 Conductores de Autobuses en Bélgica y los Colectivos de Hospitales en Francia, etc., es el resultado de la rabia acumulada de los trabajadores, de la necesidad de una acción colectiva inmediata y de la pasividad de los dirigentes de los sindicatos oficiales.

La dialéctica nos dice que las cosas pueden cambiar a sus opuestos, y debemos estar preparados para esto. Incluso los sindicatos más reaccionarios y aparentemente inertes se verán arrastrados a esta lucha. Este proceso ya ha comenzado en países como Gran Bretaña. Uno a uno, los viejos líderes de la derecha están muriendo, jubilándose o siendo reemplazados.

Una nueva generación de luchadores de clase más joven está comenzando a desafiar a la dirección. El escenario está listo para la transformación de los sindicatos en organizaciones de lucha. Y los marxistas debemos estar al frente de esta lucha, de la que depende en última instancia el éxito de la revolución socialista.

La tarea que tenemos ante nosotros

El año 2021 será como ningún otro, la clase trabajadora ha entrado en una escuela muy dura, habrá muchas derrotas y retrocesos, pero de esa escuela los trabajadores sacarán las lecciones necesarias.

La acumulación de tensión durante muchos años puede conducir a cambios repentinos de la noche a la mañana, lo que nos plantea cuestiones muy serias. ¡Debemos estar preparados! En el próximo período, nuevas capas se incorporarán a la lucha. Lo vimos en Francia con los chalecos amarillos. Ahora lo vemos en la India con el movimiento de los agricultores. En los Estados Unidos, vimos las manifestaciones masivas después del asesinato de George Floyd, que incluyeron alrededor de 26 millones de personas en 2.000 ciudades y pueblos en los 50 estados, Washington, DC, y Puerto Rico, causando a Trump escabullirse a su búnker.

El principal problema es la dirección. El estado de ánimo enojado de las masas existe pero no encuentra expresión en las organizaciones oficiales. Los dirigentes sindicales están intentando frenar el movimiento. Pero con o sin ellos, el movimiento de alguna manera encontrará una forma de expresarse.

Las masas solo pueden aprender de una cosa: la experiencia. Como decía Lenin: «La vida enseña». Los trabajadores están aprendiendo de su experiencia de la crisis. Pero es un proceso de aprendizaje lento y doloroso. Se necesita tiempo para que las masas saquen las mismas conclusiones que sacamos, por razones teóricas, hace años.

Este proceso de aprendizaje se aceleraría mucho si existiera una organización revolucionaria de masas con un números suficientes y con suficiente autoridad para ser escuchada por los trabajadores. Tal partido existe potencialmente en las filas de la CMI. Pero en la actualidad existe solo como embrión. Y como escribió el viejo Hegel: «Allí donde deseamos ver un roble en el vigor de su tronco y en la envergadura de sus ramas y en la masa de su follaje, no nos contentamos con que, en su lugar, nos enseñen una bellota.».

Hemos logrado grandes avances y esperamos lograr muchos más. Pero debemos admitir honestamente que en la actualidad carecemos de los números necesarios. Carecemos de las raíces necesarias en la clase trabajadora y sus organizaciones para marcar una diferencia sustancial.

Sin embargo, con ideas correctas y consignas oportunas, podemos llegar a los trabajadores y jóvenes más avanzados, y a través de ellos podemos llegar luego a un mayor número. Aquí o allá podemos estar en posición de dirigir luchas particulares. Pero, en general, tenemos que apuntar a pequeños éxitos, ya que los éxitos modestos y las pequeñas victorias nos proporcionarán los peldaños para alcanzar mayores éxitos en el futuro.

Nuestra Internacional ha demostrado una tremenda resiliencia y audacia, afrontando las dificultades y descubriendo nuevos métodos de trabajo. Como resultado, en los últimos 12 meses, hemos logrado enormes avances, mientras que otros grupos han experimentado crisis y divisiones, y están cayendo rápidamente en un olvido bien merecido.

Tenemos muchos menos competidores que en el pasado. Las sectas están cayendo a pedazos y los estalinistas, que fueron un serio obstáculo en el pasado, son una mera sombra de lo que fueron. Todavía se aferran a algunos cargos en los sindicatos que heredaron del pasado. Pero invariablemente actúan como una tapadera de «izquierda» para el ala derecha de la burocracia. Serán barridos junto con ella tan pronto como los trabajadores comiencen a moverse.

La tendencia principal que emergerá en el próximo período son los reformistas de izquierda, que no tienen una perspectiva política clara. Muchos de ellos ya no defienden ni siquiera de palabra la transformación socialista de la sociedad y, por lo tanto, vacilan constantemente entre las presiones de la burguesía y los reformistas de derecha y la presión de las bases de la clase trabajadora. Este es un fenómeno internacional.

Pero a pesar de su falta de ideas claras (y en parte debido a ello), inevitablemente pasarán a primer plano sobre la base de la radicalización de masas. Al ser políticamente inestables y carecer de una ideología clara, ocasionalmente pronunciarán consignas muy radicales, incluso “revolucionarias”. Pero eso será solo una cuestión de palabras, y pueden girar hacia la derecha tan rápido como lo hacen hacia la izquierda. Daremos a la izquierda un apoyo crítico, respaldándola siempre que luche contra la derecha, pero criticando cualquier tendencia al retroceso, las concesiones y la capitulación.

Una característica común de todos nuestros rivales políticos, incluidos los de izquierda, es su incapacidad para conquistar a la juventud. Nuestro éxito evidente en ganar lo mejor de la juventud llena a los escépticos de rabia e indignación. Sobre todo los deja perplejos. ¿Cómo puede la CMI ganar a tantos jóvenes en la situación actual, cuando todo es tan negro y desesperado? Sacuden la cabeza con incredulidad y continúan lamentándose del triste estado del mundo.

Como señaló Lenin: él que tiene la juventud tiene el futuro. La razón de nuestro éxito no es difícil de ver. La juventud es naturalmente revolucionaria. Exige una lucha seria contra el capitalismo y está impaciente por la timidez y la confusión teórica.

Nuestra fuerza se basa en dos cosas: la teoría marxista y una firme orientación a la juventud. Hemos demostrado en la práctica que esta es una combinación ganadora. Estos éxitos brindan confianza y optimismo para el futuro. Pero debemos conservar siempre un sentido de la proporción. Todavía estamos en el principio del principio.

Tenemos ante nosotros desafíos mucho mayores que nos pondrán a prueba. No hay lugar para la complacencia. Si nos preguntamos si estamos preparados para aprovechar las grandes oportunidades que existen, ¿cuál es la respuesta? Si somos absolutamente honestos, debemos responder negativamente. No, no estamos preparados, al menos todavía no. Pero debemos prepararnos lo antes posible. Y eso en último análisis significa crecimiento.

Siempre debemos comenzar con la calidad, ganando a uno y a dos y educando y formando cuadros. Pero luego debemos transformar la calidad en cantidad: construir una organización más grande y más eficaz. A su vez, la cantidad se convierte en calidad. Con cien cuadros se pueden hacer cosas imposibles para una docena. Y pensad en lo que podríamos hacer en Gran Bretaña, Pakistán o Rusia con mil cuadros. ¡Es una diferencia cualitativa!

La construcción de cuadros debe ir de la mano con el crecimiento. No hay ninguna contradicción. La organización debe desarrollarse a medida que cambia la situación. Y debe cambiar a medida que cambia la situación, volviéndose más profesional, más disciplinada y más madura.

Tenemos las ideas, los métodos y las perspectivas correctas. Sin embargo, necesitamos mucho más que esto. Nuestra tarea ahora es convertir esto en crecimiento y crear un poderoso ejército revolucionario de cuadros, capaz de dirigir a los trabajadores en la lucha. Ya estamos logrando avances impresionantes en esta dirección.

Al principio, parecía que la pandemia crearía dificultades insuperables para los marxistas. Ciertamente ha hecho naufragar a todas esas sectas pseudo-marxistas que se basaban en un activismo sin sentido. Pero la CMI ha ido viento en popa, ganando más de 1.000 nuevos miembros el año pasado. Y esto es apenas el comienzo.

Camaradas de la Internacional! Estamos en una carrera contrarreloj. Nuestra tarea puede declararse simplemente: es hacer consciente la voluntad inconsciente (o semiconsciente) de la clase trabajadora de cambiar la sociedad.

Se están preparando grandes acontecimientos. Para estar a la altura de las inmensas tareas, necesitamos una revolución interna, comenzando con una revolución de nuestra propia mentalidad. No podemos pensar de la misma manera que en el pasado. Debemos eliminar todos los rastros de la mentalidad de pequeño círculo y rutina. Lo que se necesita es un enfoque profesional para la construcción del partido. No hay nada más importante en nuestras vidas. Y si continuamos con las ideas, tácticas y métodos correctos, ciertamente lo lograremos.

Aprobado por unanimidad, julio 2021.