La naturaleza monstruosamente opresora del imperialismo estadounidense ha quedado en evidencia con toda su desnudez sangrienta. Faluja ha quedado reducida a escombros ante los ojos del mundo. Las armas pesadas norteamericanas están reduciendo la ciud “Crearon un desierto y lo llaman paz” (Tácito)

La naturaleza monstruosamente opresora del imperialismo estadounidense ha quedado en evidencia con toda su desnudez sangrienta. Faluja ha quedado reducida a escombros ante los ojos del mundo. Las armas pesadas norteamericanas están reduciendo la ciudad a polvo. Muchas civiles han huido presas del pánico, muchos han quedado sepultados debajo de los escombros de sus casas.

Las almibaradas ilusiones en las “bombas inteligentes” y “objetivos selectivos” han demostrado ser sólo mentiras. Ni siquiera se han molestado en repetirlas. Es un asesinato abierto, monstruoso e indiscriminado. Es el Guernica del siglo XXI.

Resulta irónico pensar que esta carnicería lasciva y esta destrucción están ocurriendo en el primer aniversario de la “victoria” de las fuerzas de la coalición. Esta fue una guerra que supuestamente iba a “liberar” al pueblo iraquí. Las pantallas de televisión del mundo “libre” se llenaron con escenas de iraquíes jubilosos dando la bienvenida y vitoreando salvajemente la caída de la estatua de Sadam Hussein.

¿Dónde están hoy las multitudes jubilosas? Es imposible ni siquiera falsificar esas escenas que fueron inventadas por relaciones públicas inteligentes, con la intención de crear la falsa sensación de que las fuerzas de la coalición realmente eran un ejército libertador y no un ejército de ocupación. Nadie lo celebra. Nadie vitorea. Los únicos sonidos que llegan en este triste aniversario son las ráfagas de las ametralladoras, el golpe de la artillería pesada, los gemidos de los agonizantes y los lamentos de las viudas. Este es el verdadero balance de los doce meses de ocupación extranjera de Iraq.

George W. Bush, que tiene un infalible sentido del humor inconsciente, hace referencia a este conflicto como la obra de “pequeños grupos de terroristas extranjeros y seguidores intransigentes de Sadam Hussein”.

Estos “pequeños grupos” parece que han tenido un gran éxito al enfrentarse al poderoso ejército estadounidense en estas últimas tres semanas. En realidad, lo que estamos presenciando no es la obra de “pequeños grupos” y menos aún de extranjeros. Los ejércitos extranjeros de ocupación se están enfrentando a una insurrección de masas de la población iraquí.

Los brutales métodos de los invasores han provocado repulsión en Iraq y en el resto de la región. La furia va dirigida contra los ocupantes de Iraq.

Utilizando la excusa del asesinato de cuatro contratistas estadounidenses (en realidad mercenarios) el pasado 31 de marzo, las fueras norteamericanas lanzaron un ataque contra Faluja en el que murieron cientos de personas y muchas más resultaron heridas (hombres, mujeres y niños). Este ataque no fue una casualidad. Fue planificado por adelantado y reflejaba el deseo del presidente más cristiano de EEUU que quería aplastar al centro más activo y militante de la resistencia iraquí.

Igual que Hitler intentó romper el espíritu del pueblo vasco bombardeando su ancestral capital, George W. Bush quería convertir Faluja en un ejemplo, un ejemplo de horror que hiciera pensárselo dos veces a los iraquíes antes de atacar a los “libertadores”.

Con una cruel determinación, toda la terrorífica capacidad de fuego y el estado imperialista más poderoso del mundo se concentraron en este lugar. Los altos mandos estadounidenses confiaban en que el enemigo se rendiría rápidamente. Estaban equivocados. Los marines aplastaron todo a su paso en Faluja, asesinando a más de 200 iraquíes, incluidos mujeres y niños, mientras que utilizaban tanques y helicópteros contra hombres armados en las casuchas de Sadr City en Bagdad. La situación real quedó brutalmente clara ante todo el mundo: la coalición estaba comprometida con la “liberación” de Iraq: querían liberar al país del pueblo iraquí.

El ataque se encontró con una inesperada y feroz resistencia, las fuerzas estadounidenses fueron incapaces de conquistar y ocupar la ciudad. Finalmente, los norteamericanos tuvieron que negociar una tregua con los líderes tribales y religiosos locales: los insurgentes de Faluja tendrían que entregar sus armas pesadas a cambio de relajar el toque de queda, levantar las restricciones del acceso “humanitario” a la ciudad y el regreso gradual de las familias que habían huido.

El uso de la palabra “humanitario” por parte de aquellos que están bombardeando indiscriminadamente y cerrando la ciudad desde hace semanas, es algo característico de la hipocresía del imperialismo. Pero detrás de estas ambiguas palabras se esconde una verdad desagradable. Con la propuesta de tregua el ejército más poderoso del mundo estaba confesando una derrota. Su plan era acabar con las fuerzas de la resistencia de Faluja, aniquilarlas y romper su centro neurálgico, y claramente han fracasado.

Esta es una humillación importante para los estadounidenses y tendrá consecuencias militares y políticas incalculables. Demuestra a la población iraquí y a todo el mundo que el poderío militar del imperialismo estadounidense no es invencible, que tiene unos limites concretos y que puede ser derrotado. Al mirar en retrospectiva la batalla de Faluja será vista como un punto de inflexión en la guerra de Iraq, igual que la Ofensiva Tet fue un punto de inflexión en la guerra de Vietnam.

La tregua en sí misma tiene un carácter muy relativo por no decir ficticio. Ninguna de las partes confía en la otra. Cada una busca conseguir una ventaja antes de que se reanuden las hostilidades. Los altos mandos estadounidenses se quejan de que sólo les han entregado armas viejas y enmohecidas. Evidentemente los rebeldes no tienen intención de desarmarse, es decir, no tienen la intención de suicidarse.

Por su parte, las fuerzas estadounidenses han avisado que si esto no cambia, será cuestión de “días y no de semanas” volver a entrar en la ciudad. Es sólo cuestión de tiempo antes de que comience el ataque. Los rebeldes no pueden rendirse y los estadounidenses no pueden permitirse un fracaso. Al final Faluja será ahogada en sangre. Será totalmente destruida. Pero de las cenizas nacerá el nuevo espíritu de resistencia iraquí. Incluso aunque consigan una victoria militar, el imperialismo estadounidense ya ha sufrido una derrota política decisiva.

Faluja se ha convertido en una señal y un símbolo de la oposición de todos los iraquíes a la ocupación forzosa de su país. Todos los intentos de los ocupantes de demonizar a los insurgentes como “pequeños grupos de fanáticos islámicos y seguidores intransigentes de Sadam Hussein” han demostrado ser mentira. Un académico iraquí, Sulieman Jumeili, que vive en Faluja, dijo que había descubierto que el 80 por ciento de los rebeldes asesinados eran activistas islamistas iraquíes. Sólo el 13 por ciento eran nacionalistas y el 2 por ciento baathistas.

La resistencia armada a la dominación extranjera se ha extendido como si fuera una bola de fuego incontrolable por todo el país. Las fuerzas de la coalición reciben ataques en todas partes. Mientras que el ejército estadounidense continúa su asedio a Faluja, el clérigo radical chiíta, Muqtada al Sadr, está en Nayaf y su milicia se está enfrentando a los norteamericanos.

Los estadounidenses quieren capturarle o asesinarle. ¡Palabras valientes! Pero ahora han decidido que la discreción es la mejor parte del valor. Como en Faluja, se han visto obligados a negociar. Los norteamericanos exigen el desmantelamiento de su milicia. ¡Una petición muy modesta! Es como si un ladrón armado entra en tu casa, coges un cuchillo de cocina para defenderte y ¡el ladrón te exige que se lo entregues en nombre de la paz y buena vecindad! Naturalmente Muqtada al Sadr no está dispuesto a aceptarlo.

A pesar de esta actitud irrazonable, la coalición es muy cautelosa con él. ¡Sabe que es un animal que muerde! Además, hay también consideraciones políticas. El máximo clérigo chiíta, el gran Ayatolá Alí Sistani, ha advertido que si EEUU ataca Nayaf, una ciudad santa chiíta, eso equivaldría a cruzar “la línea roja” que no deben cruzar. Así que se enfrentan al mismo dilema que en Faluja. Pueden conseguir una victoria militar (aunque con bajas importantes), pero el precio que tendrían que pagar es el alejamiento de toda la población chiíta de Iraq. En realidad, ya lo han conseguido. Pero la disposición que tienen los líderes “moderados” chiítas a hablar con ellos desaparecería completamente.

La insurrección obligará a las fuerzas de la coalición a actuar con mayor brutalidad. Esto enfurecerá aún más a los iraquíes y eso les echará en brazos de la resistencia. Esto provocará más luchas que a su vez crearán más violencia por parte de las fuerzas de la ocupación, y así en una espiral descendente sin final.

La esperanza de los estadounidenses de entregar el poder a un gobierno títere en Bagdad ahora parece remota. El 30 de junio es la fecha señalada para la transferencia de la soberanía a los iraquíes, pero cada vez menos personas dan credibilidad a esta idea. El ataque a Faluja ha alarmado tanto a los “moderados” (es decir, los colaboradores) que incluso han criticado abiertamente el comportamiento de EEUU. Es como si el muñeco de un ventrílocuo de repente desarrollara una mente propia y comenzara a hablar sin su maestro. Este pequeño dato es una expresión gráfica de la furia que se está acumulando en los intestinos de la sociedad iraquí.

Desesperado, el gobierno estadounidense ha anunciado la relación de su política de des-baathificación. Ahora será más fácil para los antiguos miembros del Partido Baath de Sadam salir de su escondite, unirse al gobierno y al nuevo ejército iraquí. El movimiento tiene la intención de apaciguar a los sunnitas de zonas como Faluja. Los sunnitas eran el sector privilegiado con Sadam y el ascenso de la mayoría chiíta desde su caída les provocó una gran frustración. Pero la nueva política probablemente tiene un objetivo más práctico: la coalición necesita entrenar a iraquíes para que se hagan cargo de la seguridad.

El intento de crear una policía iraquí que se hiciera cargo de una gran parte de las tareas de controlar a la población y también de soportar una gran parte de las pérdidas que ahora tienen los soldados estadounidenses ha terminado en un fracaso. Las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes no pueden controlar el país. Durante las recientes luchas desertaron, se negaron a luchar e incluso volvieron sus armas contra los estadounidenses que les habían entrenado.

La idea de permitir que antiguos servidores de Sadam Hussein ocupen posiciones en las fuerzas de seguridad para apaciguar a los sunnitas es un gran error de cálculo. Después de la masacre de Faluja eso no impresionará en lo más mínimo a los sunnitas, sólo servirá para enfurecer a los chiítas y otros grupos que sufrieron la represión del antiguo régimen. Por otro lado, si los estadounidenses reintegran a los antiguos oficiales que fueron responsables de asesinatos, torturas y otros crímenes contra el pueblo iraquí, ¿qué ocurre con la pretensión de que la invasión tenía la intención de “cambiar de régimen” y traer la paz y la democracia?

Los estadounidenses también están pidiendo más tropas extranjeras además de entrenar a más iraquíes. Pero sus oportunidades no son muy grandes. La decisión del nuevo gobierno socialista español de sacar a sus 1.400 soldados de Iraq ha provocado una reacción en cadena. Honduras y la República Dominicana han anunciado que retirarán sus contingentes. Condollezza Rice, la consejera de seguridad nacional estadounidense, ha admitido que cree que otros países seguirán el ejemplo.

Japón, Corea del Sur e Italia se han mantenido firmes en sus compromisos, a pesar de los secuestros de sus civiles. Pero ¿cuánto tiempo puede continuar esta situación? La pesadilla sangrienta en Iraq inevitablemente provocará nuevos terremotos que tendrán eco en la vida política de todos estos países, produciendo ondas sísmicas que afectarán a un gobierno tras otro y provocarán su caída.

La creciente desesperación de Washington y Londres se expresa en los llamamientos a las Naciones Unidas para que éstas intervengan. Lakhdar Brahimi, el enviado especial de las Naciones Unidas a Iraq, regresó recientemente de un viaje de once días al país con un plan de gobierno para después del 30 de junio. Con este plan quedaría abolido el Consejo de Gobierno nombrado por la coalición. En su lugar estaría un equipo de ministros tecnócratas, elegidos por la ONU y consultando con los líderes de la coalición y los actuales miembros del Consejo de Gobierno. Estos gobernarían Iraq hasta las elecciones que se celebrarán en 2005.

The Economist escribe lo siguiente: “Oficiales veteranos de la administración Bush han expresado un apoyo cauto al plan, probablemente reconociendo que es el precio a pagar para conseguir una nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que bendiga el cambio. Pero los estadounidenses quieren limitar la soberanía del gobierno de transición, el jueves, la administración Bush sugirió frenar la capacidad de los iraquíes de controlar las fuerzas armas y aprobar nuevas leyes. Esto podría acabar con el acuerdo de una nueva resolución del Consejo de Seguridad.

Una nueva resolución sería útil diplomáticamente, daría a los miembros de la coalición cobertura para mantener sus tropas en el país. Pero las salidas de España, Honduras y la República Dominicana, combinadas con las dudas expresadas por Polonia, Tailandia, Kazajstán y Filipinas, sugiere que esto podría no ser suficiente. No es de extrañar que el Pentágono haya hecho planes para aumentar significativamente la fuerza militar estadounidense en Iraq”.

Esta líneas expresan adecuadamente la verdadera razón que se esconde detrás de las últimas maniobras diplomáticas de Washington. La ONU, que tan caballerosamente fue excluida de sus cálculos antes de la invasión de Iraq, ahora es invitada para que soluciones este caos. Pero esta perspectiva está sometida a varias condiciones: mientras que los franceses y los alemanes hacen todo el trabajo duro, los estadounidenses y los británicos mantienen el control de la seguridad, es decir, mantendrán sus manos en el poder y lo utilizarán como quieran. Además, parece que hay pocas posibilidades de que los estadounidenses contemplen la idea de compartir con otras naciones el petróleo iraquí y los lucrativos proyectos de construcción. Por eso no es extraño que Francia y Alemania no acepten.

Una nueva resolución de la ONU puede que anime a estas naciones a llevar sus tropas a Iraq pero también puede ocurrir lo contrario. En realidad, el único país a parte de EEUU que mantiene toda su fuerza militar en Iraq es Gran Bretaña. Los británicos por ahora se han enfrentado a menos violencia de la que han soportado los estadounidenses en el centro de Iraq. Pero esa cómoda situación no va a durar siempre. Pronto las tropas británicas se enfrentarán al mismo tipo de insurrecciones. Esto añadirá más combustible al movimiento de protesta en Gran Bretaña, donde Tony Blair cada día se parece más a un boxeador profesional que ha recibido muchos golpes en la cabeza.

El primer ministro británico anunció originalmente que a pesar de la intensificación del conflicto no veía necesidad de desplegar más tropas en Iraq de las 7.500 que ya tenía. Esto reflejaba que incluso este hombre terco está comenzando a sentir la presión. Sin embargo, la retirada de las tropas españolas pronto le obligarán a repensárselo. Tendrá que enviar más tropas y más regresarán en un ataúd.

Al atar su país a EEUU, siguiendo ciegamente los dictados de George W. Bush, Blair está preparando su suicido político. Sus actos delatan la mentalidad de un hombre que ha perdido la orientación, sin mapa ni brújula, que le está llevando la corriente y no puede comprender porque no tiene el control.
El 9 de abril Robert Fisk escribía lo siguiente: “Una guerra fundada sobre ilusiones, mentiras e ideología de derecha estaba destinada a fracasar en un baño de sangre y fuego. Sadam tenía armas de destrucción masiva. Estaba en contacto con al Qaeda, estaba involucrado en los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001. El pueblo de Iraq nos iba a recibir con flores y música. Iba a haber democracia […].

Incluso esta semana, mientras las promesas y las mentiras y la ceguera se van derrumbando, el vocero militar de Estados Unidos sólo pudo dar el número de bajas militares, cuando se ha informado que más de 200 iraquíes murieron en el ataque de los marines estadounidenses en Faluja.

A lo largo de este mes, el aislamiento de las autoridades de la ocupación del pueblo iraquí que supuestamente debían cuidar sólo fue igualado por la enorme distancia que hay entre las falsas esperanzas y el autoengaño en Bagdad y las de sus patrones en Washington”.

Comentando irónicamente los objetivos de los mandos militares estadounidenses, Fisk escribe lo siguiente: “Y así el baño de sangre se extiende por todo Iraq. Ahora, Kut y Nayaf están fuera del control de la ocupación. Y con cada nuevo colapso nos hablan de una nueva esperanza. Sánchez todavía seguía hablando sobre su ‘total confianza’ en sus tropas, sobre sus ‘claros propósitos’, sobre sus ‘progresos’ en Faluja y sobre –éstas fueron sus palabras exactas– ‘un nuevo amanecer se está acercando’. Que es exactamente lo que los comandantes estadounidenses decían exactamente hace un año, cuando las tropas de ese país llegaron a la capital iraquí y cuando Washington fanfarroneaba sobre su victoria contra la Bestia de Bagdad”.

Estas líneas, escritas por uno de los pocos periodistas occidentales que no temen decir la verdad, expresan la verdadera situación en Iraq. Un año después de la “victoria” los estadounidenses no han ganado la guerra. La están perdiendo. Las causas de esta situación no son militares sino políticas. Cuando todo un pueblo se levanta y dice “¡No!”, no hay fuerza sobre la tierra que le detenga. Frente a este poder, todos los cohetes, satélites y tecnología del mundo resultan impotentes. Con cada bomba que cae sobre los barrios residenciales de Bagdad y las ciudades del sur iraquí, el odio hacia los invasores crecerá y se intensificará.

El conflicto en Iraq ha entrado en una nueva fase. Los iraquíes que se han levantado contra la ocupación no son “insurgentes” o “terroristas”. Es toda la población iraquí la que se ha levantado contra la brutal ocupación extranjera de su país. El movimiento obrero de todo el mundo debe apoyar el derecho del pueblo iraquí a determinar su propio destino, libre de cualquier ingerencia externa. Debemos exigir la retirada inmediata de todas las tropas extranjeras de suelo iraquí.

¡Hay que poner fin a la criminal ocupación de Iraq!

¡Las tropas deben regresar ya!

¡No al capitalismo y al imperialismo, la fuente de todas las guerras, el hambre y la miseria del mundo!