«Los hechos deciden, no las ilusiones. Queremos mostrar un rostro, no una máscara»

León Trotsky

 

¿Por qué ahora, y no antes? Hay una respuesta sencilla que responde estas preguntas. Alguien la detenía, alguien con poder, con tanto poder, que era impensable que pudiera emerger a la superficie. Solamente un líder con un extraordinario poder político contuvo la quinta columna, y ese fue el Comandante Hugo Chávez. Así que ésta esperó agazapada 14 años, mimetizada según las circunstancias; pero siempre protegiendo sus intereses individualistas, contrarrevolucionarios. Infiltrada, en los más altos niveles de dirección del gobierno bolivariano, ha ido entorpeciendo de una y mil formas el proceso revolucionario. Oportunismo, reformismo, corrupción son las formas más resaltantes de darse a conocer la quinta columna. La Revolución Bolivariana confronta enemigos mortales, además de la burguesía nacional e internacional, la quinta columna.

Marx y Engels, en la Crítica al programa de Gotha, advierten contra el oportunismo y el reformismo. Criticaron duramente a Lasalle, dirigente de la Asociación de Trabajadores alemanes, por sus posiciones confusas en el terreno de la teoría y especialmente por su adaptación oportunista al Estado bismarckiano. Asimismo, señalaron las divergencias de fondo entre la posición marxista y la de los reformistas, defensores a ultranza del Estado burgués en los momentos decisivos: cuando la clase trabajadora protagoniza la revolución. Más adelante los creadores del socialismo científico postulan algo fundamental «…no luchamos por el reparto equitativo del fruto del trabajo, tal como plantean los lasellanos, sino por acabar con las relaciones sociales de producción capitalistas y las relaciones jurídicas y políticas que estas engendran«.

La historia de la lucha de clases da cuenta de revoluciones traicionadas. Por supuesto, sería un grave error considerar estos fenómenos históricos idénticos, dado que, hay una gran diferencia entre las leyes generales de la sociedad y las condiciones reales y concretas de cada momento histórico. Hemos decidido tomar como ejemplo la Revolución Rusa de 1917. En este recorrido de carácter superficial nos guiará el propio León Trotsky, autor de La Revolución Traicionada.

Comencemos el relato con los hechos que sucedieron después de la muerte de Vladimir Ilich Lenin, acaecida a las 6 horas 50 minutos del 21 de enero de 1924.

Después de la muerte de Lenin, y siendo precisos, desde 1925 comienza la exterminación física del partido bolchevique, la destrucción y censura de innumerables libros, incluidos los del propio Lenin. A tal punto llegó la destrucción del partido bolchevique, que Trotsky escribió en su diario, el 25 de marzo de 1935 «actualmente no existe nadie, excepto yo, que pueda realizar la tarea de transmitir a la nueva generación el conocimiento de los métodos de la revolución…«.

En los documentos conocidos como el Testamento, y que fueron ocultados al pueblo hasta 1956, Lenin habla de los peligros de una división en un futuro cercano.[1]

Para evitarla sugiere la incorporación de más miembros de la clase trabajadora al Comité Central, intentando fortalecer la composición proletaria de la dirección del partido. También señala que el peligro de división lo encarnan Stalin y Trotsky. Advierte que «el camarada Stalin, convertido en Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con suficiente prudencia«. Señala a Trotsky como «el hombre más capaz del actual Comité Central«, señalando que «no puede serle imputado su no bolchevismo«, pero le cuestiona ser «presuntuoso en exceso» y su pasión por los «aspectos puramente administrativo del trabajo«. Pero Lenin fundamenta el peligro de división en el hecho de que el partido se apoya en dos clases –campesinado y proletariado- cuyos intereses a corto plazo no son coincidentes, y no en el enfrentamiento de dos personalidades tan dispares como Stalin y Trotsky.

Poco meses después de la muerte de Lenin las contradicciones emergen en la dirección del partido. El debate encarnizado sobre la democracia en el interior de la organización bolchevique, sobre la política de claudicación frente al campesinado, en torno a la nacionalización y la planificación demuestran que los temores de Lenin eran bien fundados.

En septiembre de 1927, los trece miembros del Comité Central, que se proclamaban de la oposición, entre ellos, Trotsky, Kamenev, Zinoviev y Preobrazhenski, presentaron un programa contrapuesto a la política de Stalin-Bujarin. En el programa, Trotsky y sus camaradas reclamaban una política proletaria para los sindicatos, la cuestión agraria y el campesinado, la industria del Estado, los Soviets, la cuestión nacional, el partido en su conjunto, la situación internacional y las Fuerzas Armadas. El documento programático intenta clarificar las divergencias reales y supuestas, también hace un llamado contra el oportunismo y por la unidad del partido.

De nada sirvió el programa porque la fracción estalinista, es decir, la burocracia aceleró la destrucción de la dirección leninista y la del partido bolchevique. Fueron fusilados decenas de miles y expulsados centenares de miles. Ello permitió la aparición y consolidación de un nuevo partido, el cual expresaba los intereses de la burocracia, la cual usufructúo la Revolución de Octubre y expropió el poder político del proletariado.

En suma, se concretó la ruptura irreversible de la burocracia con la teoría y práctica del marxismo y con el bolchevismo, dilapidando la visión de Marx y Lenin del socialismo como emancipación de la clase trabajadora.

 


[1] La represión que permitió liquidar físicamente al partido de Lenin –el Partido Bolchevique, en términos estrictos- y tergiversar, cuando no hacer desaparecer, toda herencia teórica, se inició en 1924 y continuó, a través de un largo y complejo proceso, a veces público, y otras subterráneo, hasta el inicio del «primer proceso». A partir de éste, la burocracia oficializó la represión, justificándola, nacional e internacionalmente, de una y mil formas distintas.