Recibiendo el último boletín del Consejo Nacional Electoral procedemos a reflexionar sobre la jornada del pasado 6 de diciembre. Lejos quedan los días donde el chavismo y sus partidarios celebraban masivamente en el balcón del pueblo. Un triunfalista Nicolás Maduro, rodeado de acólitos y familiares, proclamaba su victoria desde una modesta oficina del palacio de Miraflores.

En el teatro Simón Bolívar los altos jerarcas de la burocracia hacían lo propio, entre ellos, con sonrisas forzadas y bailes casi coreografiados. El pueblo, por su parte, seguía indiferente, en casa, sin nada que celebrar. Al día siguiente tocaba la jornada donde se entrega la sangre y el sudor de obrero.

Como ya habíamos previsto la estrategia electoral del PSUV perseguía desmotivar cierto porcentaje de la votación. Necesitaban una ventaja cómoda para que su formidable maquinaria, el sistema clientelar de las cajas CLAP y los bonos asistenciales, pudieran hacer su parte, y así lograr una victoria “perfecta”.

Ello, a pesar de las profundas contradicciones sociales existentes en la base del chavismo, que se vieron reflejadas en los resultados. Ganar como la minoría más votada sería la cumbre de las victorias para aquellos que han decidido renegar del genuino socialismo revolucionario, y traicionar el legado del camarada Chávez.

Pero los bajos niveles de abstención superaron en mucho los previstos por los altos jerarcas de la burocracia estatal. Como ya todos sabemos tan solo un 30% de la población en capacidad de votar acudió a las urnas. Un poco más del 20% del padrón electoral lo hicieron por el partido de gobierno. Aunque el PSUV cosechó la mayoría absoluta en el parlamento, con más del 60% de los votos válidos, la alta abstención pone en entredicho la legitimidad de la nueva Asamblea Nacional y dificulta el reconocimiento de la denominada “comunidad internacional”.

Pero eso en realidad no es lo esencial de los resultados, no es el relleno del pastel que tanto nos gusta, dejamos a los señores liberales engolosinarse con esas nimiedades. Al fin y al cabo, en ninguna parte del planeta el capital requiere del visto bueno de la mayoría, para ejercer su dominio sobre los trabajadores y el conjunto de la sociedad a través de sus instrumentos de control y represión, a saber, el congreso, los tribunales y las fuerzas armadas, entre otros, o dicho en pocas palabras, a través del Estado.

Así pues, celebraban su triunfo. Entre distancias y sin pueblo en Miraflores. Siempre las mismas caras. De 20 millones de inscritos en el padrón electoral recibieron el apoyo de tan sólo 4.277.926 electores, mucho de ellos bajo coerción social.

Ahora bien, el significado real de los resultados, lo verdaderamente relevante, es otra cosa: El PSUV recuperó el poder legislativo por medio de las elecciones, un terreno en el que, aunque no es realmente fuerte, ha logrado maniobrar de forma muy exitosa en los últimos cuatro años. No obstante, en el terreno social es evidente la sostenida pérdida de apoyo popular, situación bastante crítica para cualquier gobierno. En ajedrez una pérdida de ese tipo es similar a ser despojado de la reina y ambas torres.

Acudieron a los métodos tradicionales de coerción, ventajismo y chantajes poder movilizar a su base social -que en cierta medida sigue siendo la base social histórica de la revolución-, y, aunque lograron arrasar en los resultados, en última instancia, no lograron una movilización suficientemente fuerte de cara a las contiendas electorales que el Psuv deberá enfrentar en el futuro.

El CNE realizaba su parte colaborativa declarando una prórroga que extendió el cierre de mesas, aun sin gente en las colas. Los jerarcas espoleaban a sus estructuras con notas de voz desesperadas. Con el resultado oficial listo y anunciado, no pudieron ocultar el desgaste de la maquinaria. 

El significado de la abstención: una crisis de liderazgo

Los gobierneros y opinólogos tarifados de todo tipo han corrido en desbandada para justificar  la abstención. Todos comulgan en una especie de mandamiento: “Es que todas las elecciones de este tipo tienen una baja abstención, es que las elecciones de 2005, es qué…”, punto tras punto, conclusión tras conclusión, que en realidad no explican nada.

Todo se diluye en un razonamiento claudicante de hechos consumados. Por su parte la derecha encabezada por el mequetrefe de Juan Guaidó  se abroga la abstención como una victoria, como si significara un sinónimo de apoyo popular hacia su persona. Sin embargo, la farsa de la “consulta popular” fue otro reverendo fracaso, con centros de votación vacíos, una participación electrónica bastante cuestionable, y con irregularidades y mecanismos para nada transparentes.

Pero la abstención tiene raíces más profundas. Sus causas se combinan con viejas y nuevas situaciones. En primera instancia el gobierno se encargó de desprestigiar la contienda electoral desde el principio. Interviniendo partidos, censurando a la izquierda y haciendo contumaz alarde de su ventajismo. En esta secuencia de cosas calaba el discurso de un sector de la oposición que rechazaba las elecciones por no existir condiciones “justas” y “democráticas”. Votar significaba, para una parte de la población -sobre todo entre amplias capas de la pequeña burguesía y de la burguesía-, legitimar un fraude electoral. 

Pero eso es sólo la superficie, la parte epidérmica de la abstención. Para comprender a cabalidad los resultados electorales, debemos ahondar aún en el análisis de las causas sociales y económicas.

El avance arrollador de la crisis, representada por una galopante hiperinflación y los salarios más bajos del mundo, han jugado un papel clave. Ante ello, la dirigencia política ha sido, en primera instancia incapaz de contener los efectos negativos del sabotaje económico de la burguesía sobre el pueblo trabajador, y, en segunda instancia, ha terminado -en un proceso de agudo viraje hacia la derecha-, por aplicar un severo paquete de ajuste burgués, que ha dado al traste con todas las conquistas sociales y económicas que los trabajadores lograron en la década anterior.

Todo ello, ha fecundado un profundo escepticismo hacia la llamada “realpolitik”. Un signo marcadamente característico del movimiento de masas en la actualidad es el reflujo, el retroceso de las luchas populares por mejores condiciones de vida. La brutal y larga crisis económica que ha vivido el país en el último lustro, ha generado una situación de enorme desánimo y apatía entre las masas trabajadoras.

En efecto, en nuestro país tenemos una barrera prácticamente abismal entre el salario y la canasta básica. Cualquier alternativa verdadera para el pueblo trabajador debe colocar este problema en la centralidad de sus denuncias sociales y económicas. No hacerlo es caer en pura charlatanería y demagogia.

La crisis, el burocratismo rampante y la corrupción han destruido importantes conquistas del pasado: Los servicios públicos, las reivindicaciones económicas y salariales, la calidad del sistema sanitario, la accesibilidad a la educación, entre otros elementos, son devoradas a la velocidad de la luz.

La crisis, extremadamente prolongada, también ha venido rompiendo la capacidad combativa y consciente del pueblo venezolano. El supuesto “vamos juntos”  en realidad ha sido sustituido hace tiempo por la supervivencia individual de cada uno, por el sálvese quien pueda. En semejantes condiciones es difícil que eclosione –en términos sociológicos- la semilla del socialismo.

El gobierno, por su parte, ha decidido enfrentar la crisis con métodos capitalistas, tratando de resolverla por supuesto, a favor del capital y contra los trabajadores: privatizando, imponiendo salarios de hambre, liberando precios, exonerando de impuestos a la burguesía y entregando nuestros recursos naturales al mejor postor. En otras palabras, sacrificando a la clase trabajadora.

Dentro de este terrible retroceso -y como es lógico en todo proceso de reflujo-, tenemos una continua despolitización de amplias capas de la población. Sectores que otrora participaban activamente en política se ven obligados a vender su fuerza de trabajo hasta en dos o 3 trabajos diferentes.

No hay tiempo para participar en la vida política, ni tampoco –lo que es peor-, interés de hacerlo; los trabajadores se encuentran en una situación en la que perciben y consideran que nada de eso puede resolver sus condiciones de vida. Tampoco hay identidad entre los discursos osificados y desgastados de la actual dirigencia y las verdaderas aspiraciones populares. Hay un divorcio latente. Podemos decir, sin ningún margen de error, que la abstención es la hija consagrada de una crisis de liderazgo revolucionario. Este vacío no podemos perderlo de vista en ningún momento. Llenarlo con una propuesta ideológica, programática y compatible con el pueblo, es una de nuestras principales tareas.

El fortalecimiento del bonapartismo reaccionario

Por otra parte, no podemos entender lo que sucede en Venezuela si no somos capaces de ubicar su papel en la división internacional del trabajo. Como nación exportadora de materia prima el mercado mundial  asignó hace más de un siglo a la burguesía nacional y a nuestro Estado rentista un papel supeditado a las grandes potencias capitalistas. En última instancia, el reconocimiento o no de esa masa amorfa que llaman “comunidad internacional” depende de cuál es el capital que se beneficia o perjudica con los resultados. Ese es el valor real de la democracia y la libertad en el mundo moderno.

Con la Revolución Bolivariana se abrió una oportunidad para la autodeterminación nacional y el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, siempre con unas perspectivas internacionalistas claro. Pero la revolución no se culminó. La tierra, la industria y la banca continuaron en manos de la burguesía nacional. El estado burgués siguió intacto y en manos de una burocracia ávida de captar petrodólares por cualquier vía.

Los movimientos progresistas de América Latina por su parte, y como consecuencia del papel jugado por sus direcciones reformistas y socialdemócratas, tampoco completaron la revolución socialista en sus países, y permanecieron dentro de los límites nacionales, impidiendo así la extensión regional de la revolución.

Todo lo anterior, ha sido el conjunto de ingredientes perfecto para la restauración de los viejos métodos neoliberales, una vez que las masas se cansaran de ingerir sobras, y el mismo capitalismo rentista sufriera las consecuencias de un abrupto bajón de los precios internacionales de crudo, combinado con la corrupción y el burocratismo desenfrenados en PDVSA.

Maduro decidió convertirse en el administrador de los negocios en común de los nuevos ricos, la vieja burguesía nacional y los capitales extranjeros. En tal contexto, el control de todos los poderes del Estado es clave para garantizar lucrativos beneficios, ya sea por vías legales o ilícitas.

Maduro emergió como representante de la burocracia, las fuerzas armadas y una capa de nuevos ricos engolosinados con el poder del Estado y la renta.  El PSUV, de potencial instrumento para superar el viejo orden de cosas se convirtió en uno de los principales sostenedores del atrasado capitalismo Venezolano.

Lo fundamental ahora para esa casta gobernante, es mantener el poder a toda costa. Aún si eso significa sacrificar al pueblo en el altar de la dolarización, salarios de esclavitud, precariedad laboral extrema y liberación de todos los precios y controles económicos. En especial, la entrega más reaccionaria de nuestros recursos nacionales a las grandes trasnacionales. La mal llamada ley anti bloqueo (ley de la opacidad y el despojo) es el más novedoso instrumento legal implementado por el gobierno para justificar el saqueo del país.

Por lo tanto, no es difícil saber el papel que le corresponde a la burocracia en el período que se inaugura: Gobernar en favor del  gran capital trasnacional y criollo. La burocracia estatal y las fuerzas Armadas podrán mantener sus privilegios y fuentes de beneficios -legales o ilícitas-, siempre y cuando sean la garantía del saqueo y la opresión nacional.

La llave de oro para que el imperialismo chino, ruso y Norteamericano puedan realizar sus lucrativos negocios, saqueando nuestros recursos y explotando a nuestra gente. El gobierno ha degenerado hasta tal punto, que en el fondo se ha tornado una gendarmería de origen plebeyo en defensa de la sagrada propiedad privada. Su único precio es la corrupción y la impunidad.

El PSUV es hoy el hegemón de la política nacional. Tiene el poder del ejecutivo con todos sus ministerios, Controla ahora 253 de los 277 diputados que conforman el nuevo parlamento. 19 de las 23 gobernaciones y 305 de las 335 alcaldías responden al partido de gobierno.

Las Fuerzas armadas y demás poderes como el tribunal supremo de justicia son claros instrumentos del gobierno. Un poder altamente concentrado y organizado al servicio de los poderosos. La historia conoce todo tipo de transformaciones, lo que ayer fue sagrado hoy es profano. Todo lo sólido, para decirlo en palabras de Marx, se desvanece en el aire. Ningún cambio significativo para el pueblo trabajador puede venir de ese orden. Sólo continuará sufriendo las consecuencias de la corrupción, la miseria y por supuesto, muchos porrazos. La despolitización y el descontento posiblemente se extenderán y profundizarán durante cierto período.

El fin de Guaidó y la derecha balcanizada

Los planes conspirativos de EEUU sobre Venezuela fracasaron. Guaidó no logró transformar su gobierno de fantasía en una realidad concreta. Su célebre “fin de la usurpación, el gobierno de transición y las elecciones libres”, terminó siendo un fraude de corrupción e incapacidad. El mismísimo Bolton reveló el escepticismo y la falta de confianza de Trump por su perrito faldero: un muchacho débil, sin gracia, ni liderazgo. 

Si hay alguien verdaderamente derrotado este 06 de diciembre es Juan Guaidó. El supuesto interinato perderá toda legitimidad después del 5 de enero. Con su miopía y torpeza política perdió la oportunidad de vencer al gobierno en el terreno donde existían mayores posibilidades para derrotarle: el electoral, ganando así algo de oxígeno.

Caben también otros razonamientos. Es muy extraño que a pesar de todos los cargos que pesan en su contra hasta la fecha de hoy, Juan Guaidó no se encuentre tras las rejas. Después de todo, pareciera que en la práctica, a partir de su política torpe y estrecha de miras, Guaidó se ha vuelto otro colaborador más del gobierno, aunque haciendo de las sanciones yankis un muy lucrativo negocio personal.

La estrategia política de Guaidó es la continuidad administrativa, pero muy difícilmente lo logrará, dado que no cuenta con el apoyo de importantes sectores de la dirigencia opositora.

Por su parte, la división entre los amos del valle se agudiza. López profundiza su desconexión con el pueblo desde el exilio, María Corina Machado, presa de su propia impotencia, sigue convocando al fantasma de la intervención extranjera, mientras que Capriles Radonski ha vuelto de la ultratumba para fustigar a la oposición y despertarla de su letargo. Con el imperialismo norteamericano ocupado en sus propios problemas internos y ante la falta de consenso en el seno de la oposición, será difícil recomponer sus fuerzas en el corto plazo.

Por su parte, los que sí decidieron participar en la contienda electoral, como la fracción de Acción Democrática de Bernabé Gutiérrez o el partido Primero Venezuela, encabezado  por Britto y Parra, tampoco lograron mayor cosa con los resultados. El disparo les salió al revés. Relegados a una oposición minoritaria en el parlamento, su única fuente de poder será la negociación tras bastidores con el gobierno. Triste papel le toca a esta corrupta y desacreditada gente. ¡El caso de la asignación de Parra es una verdadera vergüenza!

La APR y la necesidad de un programa 

La APR como instrumento unitario de la izquierda es un logro en sí mismo. Una conquista organizativa que debemos preservar a toda costa. Los esfuerzos de años, por consolidar un instrumento de lucha al servicio del movimiento popular, por fin dan sus primeros frutos. No como un partido o una organización acabada por completo, sino como una referencia aún por construir. Por eso no importa la cantidad de diputados o de votos obtenidos en la contienda, lo verdaderamente vital es continuar con la lucha, moralizar a las bases descontentas, atraer a la izquierda que hoy puede encontrarse indecisa, debatir con el chavismo honesto y levantar un programa que reivindique los intereses de la clase trabajadora.

Ante los resultados debemos hacer un frío balance de la jornada. Ya varias organizaciones y las mismas instancias de la APR han hecho lo propio. Debemos aceptar el hecho de que hasta ahora somos minoría. Que nuestra tarea por ahora es ganarnos la confianza del pueblo, su autoridad política y moral con una explicación paciente y permanente de los problemas. Eso va a exigir de todos lados una táctica flexible que nos permita tender los puentes directos con la clase trabajadora.

En ese sentido, hoy más que nunca se hace necesario la elaboración de un programa, un programa que bien puede surgir del seno del pueblo, pero con una coherencia y exactitud a la altura de los problemas que enfrentamos.

Las luchas obreras, el salario igual a la canasta básica, la derogación de resoluciones que atentan contra los derechos laborales, justicia contra los feminicidios, la devolución de la tierra a los campesinos pobres, la elaboración de un plan estatal para rescatar los servicios públicos, la defensa de la educación pública, entre otras cosas, son puntos que deben resaltar en nuestra propuesta programática.

Es necesario reforzar la organización interna, crear canales democráticos para la discusión y toma de decisiones. Abandonar toda clase de sectarismo y no retornar por nada del mundo a pactos o negociaciones con el gobierno. Dar pasos hacia atrás significará condenar a la APR a un aborto histórico. Eso lo debe tener muy claro nuestro único representante en el parlamento.

Definimos unas condiciones fundamentales para el avance de la izquierda. Puntos de no retorno para ganar terreno, y conquistar la mente y el corazón del pueblo: 

  1. Ningún pacto, negociación o apoyo al gobierno-Psuv
  2. Nuestro deslinde es con la dirigencia burocrática del Psuv. No existe ninguna  ruptura con las bases honestas del chavismo, que mantienen su fe en el socialismo y en el poder comunal.
  3. Ninguna confianza en las negociaciones de Oslo. Los pactos de élite no son una salida para el pueblo trabajador.
  4. El camarada Oscar Figuera debe ser el portavoz de las reivindicaciones populares en el parlamento. De la misma manera, debe usar ese espacio como una correa de transmisión de las ideas fundamentales de la APR. Clarificando al pueblo sobre el colapso definitivo del capitalismo rentista y la necesidad de avanzar hacia el socialismo bajo una nueva dirección política.
  5. Es necesario convocar un congreso de la APR para discutir, entre otras cosas, un programa de lucha concreto que persiga conquistar el apoyo de la mayoría popular.
  6. Mientras seamos minoría explicar al pueblo, con paciencia y tacto,  el origen de sus problemas, la traición de los dirigentes del Psuv, y por qué la derecha en su conjunto no representa una opción para el pueblo trabajador. 
  7. Mantener la independencia política de la APR y de sus organizaciones internas, como uno de sus principales bienes.
  8. En la medida que se mantenga la APR como un frente de organizaciones, deben preservarse métodos democráticos. Ni sectarismos, ni imposiciones.
  9. Es necesario fortalecer importantes aspectos organizativos de la APR en todos los niveles. Legitimar sus autoridades y métodos de construcción colectiva en un gran congreso nacional de la Alternativa Popular Revolucionaria.

Las elecciones ya han culminado compañeros. Los resultados están sobre la mesa.  Ahora debemos colocar todo nuestro esfuerzo en ganar al pueblo al programa socialista revolucionario. En la  lucha permanente, en la rigidez de los principios estratégicos y en una táctica flexible, se encuentra la clave.