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3_internacional.jpgDel 2 al 6 de marzo de 1919 se llevó a cabo el Primer Congreso de la Internacional Comunista o III Internacional. El estallido de la Revolución Rusa en octubre de 1917 había significado un punto de inflexión para la historia de los explotados a nivel mundial.

 

 

Los bolcheviques habían demostrado por la vía de los hechos que en esos momentos ellos eran los genuinos herederos de las tradiciones revolucionarias socialistas del siglo XIX.

 

Antecedentes

 

Marx y Engels habían comprendido a la lucha por el socialismo como sinónimo de la lucha internacional. Esto era debido al carácter cada vez más dominante de la economía mundial que moldeaba cada una de las economías nacionales a las necesidades del desarrollo del mercado mundial capitalista.

 

Una estrategia de lucha internacional era indispensable, de otra manera los revolucionarios caerían presa de las agresiones de los países capitalistas vecinos; la experiencia de la derrota de la Comuna de París, producto de la colaboración de las tropas alemanas con las francesas, lo demostraba.

 

No sólo eso, una revolución socialista sólo puede aspirar a consolidarse creando un sistema económico superior al capitalismo, partiendo de la base del intercambio mundial que el capitalismo ha llevado a sus últimas consecuencias. Marx y Engels no inventaron el internacionalismo, sino que aplicaron de manera consecuente las conclusiones que la lucha revolucionaria continental de 1848 les dejó. Las tendencias de organización internacional llevaron a la creación de la Primera Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), en 1864 en Londres.

 

La vida de esta organización fue breve pero de vital importancia, ella permitió la difusión de las ideas socialistas entre los trabajadores organizados de Europa y los Estados Unidos. Dos fueron los factores que permitieron su desaparición; el primero fue el desgaste provocado por la polémica con los anarquistas de Bakunin, los cuales estaban preparando congresos al margen de la AIT con el objeto de autoproclamarse como la auténtica organización. En sí mismo este peligro hubiera sido superado de no ser porque la derrota de la Comuna de París en 1871 significó un periodo de profunda reacción en todo el continente. Disolver la AIT permitía proteger ante las futuras generaciones su verdadero significado y por el otro, dejar patente históricamente que la escisión anarquista no era en realidad más que una fracción que reclamaba el nombre de la vieja AIT.

 

Los hechos demostraron que Marx tenía razón, la AIT anarquista apenas subsistió penosamente en la forma de pequeñas sectas aventureristas sin ninguna representatividad. Mientras que los marxistas se avocaron a reconstruir el movimiento desde abajo, forjando partidos de masas.

 

Marx y Engels participaron políticamente en la creación de los partidos obreros de casi toda Europa, no obstante, en 1883 la muerte sorprendió al fundador del socialismo científico, no sin antes advertir sobre la necesidad de defender las conquistas teóricas del movimiento, su crítica al programa de Gotha es todo un testamento político de marxismo revolucionario.

 

Para 1889 el movimiento estaba lo suficientemente maduro para que se creara una nueva Internacional sobre la base de partidos de masas, especialmente europeos, pero con importantes grupos en Asia y América.

 

La génesis de la III Internacional

 

El partido dominante de la II Internacional era el alemán, prácticamente todos los nuevos grupos intentaban seguir el ejemplo teórico y organizativo de los alemanes. Uno de ellos fue el grupo ruso «Emancipación del Trabajo» dirigido por Jorge Plejanov e integrado tanto por ex -militantes del movimiento populista narodniki (cercano al anarquismo) como por jóvenes como Julius Martov y Vladimir Ilich Lenin, dirigentes de los grupos socialdemócratas de San Petesburgo.

 

Particularmente Lenin era un seguidor entusiasta de las enseñanzas de Karl Kautsky, el teórico del partido alemán; incluso Trotsky nunca dejó de expresar su admiración por las viejas figuras de la socialdemocracia alemana como August Bebel.

 

El desarrollo de la Segunda Internacional significó un inmenso paso adelante, dado que no sólo Rusia, sino todo el mundo se nutría de los nuevos grupos marxistas. Periódicamente se celebraban congresos internacionales que marcaban pautas programáticas y de lucha  de los temas más importantes. Entre ellos la lucha contra el reformismo, la huelga general, la guerra, etc. No obstante en el seno de las organizaciones más importantes europeas se estaba verificando una especie de convivencia tácita entre las burocracias parlamentarias y sindicales con los distintos gobiernos burgueses, esto era particularmente evidente en Bélgica, Francia y Alemania.

 

Un periodo de auge económico  de cerca de 20 años y un progresivo avance parlamentario hacía creer a muchos dirigentes de la II Internacional  que las contradicciones fundamentales del capitalismo no eran deseables y que se podía luchar por mejoras a la clase obrera en los marcos del sistema. A la larga esta política provocó que muchos dirigentes  de la II Internacional se convirtieran en defensores del sistema capitalista cuando la revolución pasó de ser un problema teórico a una lucha de vida o muerte.

 

Rosa Luxemburgo se dio cuenta de ello cuando enfrentó al reformismo alemán en los primeros años del siglo XX. La dirección de la socialdemocracia optó por fórmulas de compromiso en lugar de expulsar a los reformistas. Otro tanto sucedió cuando la huelga general revolucionaria apareció en la escena de la historia por medio de la revolución rusa de 1905; la dirección de la II Internacional aceptó la táctica de la huelga general deseando nunca tener que emplearla.

 

Los revolucionarios rusos, al no enfrentar directamente los debates internos no tenían una dimensión exacta del grado de descomposición al que se estaba llegando en la II Internacional. Cuando desde su exilio en Suiza, Lenin recibió la noticia de que el Partido Socialdemócrata Alemán había votado los créditos de guerra, supuso que se trataba de una mentira.

 

La guerra y la revolución Rusa

 

En 1912 el Congreso Extraordinario de la II Internacional en Basilea, decretó la guerra de clases como medio para enfrentar la guerra mundial, y la necesidad de impulsar la revolución social en caso de que la guerra estallase. No obstante cuando la guerra estalló, cada partido importante no dudó en apoyar los esfuerzos belicistas de las burguesías de sus propios países.  La situación de los auténticos internacionalistas era de un aislamiento tremendo, no obstante no vacilaron en tratar de reorganizar las fuerzas revolucionarias.

 

En septiembre de 1915 se reúne una conferencia en Zimmerwald [1], de grupos opuestos a la guerra, la realidad es que dicha asamblea era de un carácter muy ambiguo, dado que-si bien participaban los grupos como los encabezados por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemurgo-, en ella intervino una mayoría de organizaciones de un carácter más bien pacifista que revolucionario. Otra conferencia tuvo lugar en Keintal en abril del siguiente año pero sus acciones no pasaron de simples proclamas.

 

Para los auténticos revolucionarios las cosas parecían dificultarse, una ola de detenciones en 1916 en Rusia y Alemania inmovilizó a los cuadros más activos tanto de bolcheviques como de la izquierda de la socialdemocracia alemana. Solamente los grupos socialdemócratas de los Balcanes, cuya figura principal era Christian Rakovsky mantenían una febril actividad, la cual fue frenada cuando el propio Rakovsky fue detenido por el gobierno rumano.

 

El verdadero impulsor del surgimiento de la III Internacional fue el estallido revolucionario de febrero de 1917 en Rusia, que culminó con la toma del poder de la clase obrera rusa bajo la dirección del Partido Bolchevique, al cual se habían sumado revolucionarios de las diversas nacionalidades que vivían bajo la opresión del imperio zarista.

 

Las masas, empezando por las mujeres, se rebelaron y en un lapso de una semana hicieron derrumbarse como un castillo de naipes al viejo impero de los zares. Si se revisa la Revolución Rusa de 1917 es fundamentalmente igual a cualquier otra revolución de los siglos XVIII al XX; las masas se alzan y derriban al antiguo régimen dejando en el poder a elementos titubeantes cuyo mayor deseo es que el tiempo pase y las aguas vuelvan a su cauce. Su esperanza es que cuando eso suceda puedan ser recordados por los dueños del poder económico y político como «los salvadores de la patria ante el caos revolucionario».

 

La razón de que los aventureros y oportunistas de toda calaña aprovechan las primeras etapas de la revolución para montarse en ella y descarrilarla es la ausencia se una firme dirección revolucionaria, organizada y preparada para acompañar a las masas en su camino a la revolución social. Las masas lo único que necesitan es que una organización demuestre en los hechos que la transformación social es una tarea inmediata y que esa organización prepare seriamente los medios para neutralizar a la contrarrevolución.

 

En Rusia, esa organización era el Partido Bolchevique, que en su lucha contra el zarismo había forjado cuadros revolucionarios de talla universal; no sólo Lenin y Trotsky, sus indiscutibles líderes, sino también Rakovsky, Zinoviev, Kamenev, Smilga, Smirnov, Bujarin, Piakatov, Preobrajenski, entre otros muchos.

 

Los bolcheviques, firmes seguidores de las ideas de Marx, no entendían a la revolución rusa sino como un paso de la revolución mundial, sabían que en las condiciones de atraso económico de los territorios del imperio zarista sería imposible construir un auténtico socialismo en Rusia; era indispensable el triunfo de la revolución en occidente, principalmente, si no querían que la revolución fuese estrangulada económica y militarmente. Aún en el plano estratégico de la revolución mundial, Rusia para Lenin era sacrificable. Lo importante para los revolucionarios rusos era dejar claras las orientaciones generales, aún bajo el riesgo de ser derrotados, y la orientación general era la revolución mundial.

 

Con el triunfo de la revolución en octubre todas las izquierdas de los partidos socialistas fijaron su atención y esperanzas en la Rusia Soviética, no obstante las dificultades para que establecieran contacto con el partido ruso eran colosales.

 

El ejército se estaba desmoronando ante la ofensiva alemana, la cual amenazaba incluso con arribar a Moscú y San Petersburgo, los dos centros de la revolución. Luego de un intenso debate la Unión Soviética aceptó firmar la paz por separado con Alemania. No obstante, eso no significó un punto de respiro, inmediatamente se iniciaron una serie de rebeliones apoyadas por los distintos gobiernos «democráticos» que aspiraban repartirse los despojos del antiguo imperio ruso.

 

Para mediados del año de 1918, el territorio dominado totalmente por el gobierno soviético no abarcaba más que las regiones cercanas a Moscú y San Petersburgo. No se podía suponer un escenario más complicado, no obstante los revolucionarios rusos lanzaron en la segunda mitad de 1918 dos iniciativas notables: la construcción de un ejército rojo y el llamado a constituir la Internacional Comunista.

 

Respecto a la formación del Ejército Rojo, éste se creó primeramente con los cuadros obreros dispuestos a dar la batalla hasta la última gota de sangre y posteriormente, se fue nutriendo de los contingentes campesinos que se sumaron a la lucha luego de comprobar que los ejércitos blancos eran representantes de lo más reaccionario del antiguo régimen.

 

En seis meses, es decir, para principios de febrero de 1919, la reorganización militar impulsada por Trotsky había logrado reconquistar 16 ciudades importantes, extendiendo el área de operaciones militares a un frente de 8 mil kilómetros, el más grande que la historia militar mundial tenga memoria.

 

Primer Congreso de la Internacional Comunista

 

Al mismo tiempo, sorteando todo tipo de dificultades llegaba la invitación al I Congreso de la Internacional Comunista que, entre otras cosas, señalaba: «el periodo actual es el de la descomposición y hundimiento de todo el sistema capitalista mundial, y será el del hundimiento de la civilización europea en general si el capitalismo, con sus contradicciones insuperables no es vencido»

 

Y más adelante señala que: » la socialización ( por ello se entiende la abolición de la propiedad privada, que es remitida al Estado proletario y a la administración socialista de la clase obrera) de la gran industria y de los bancos, sus centros de organización; la confiscación de las tierras de los grandes terratenientes y la socialización de la producción agrícola capitalista; la monopolización del comercio; la socialización de los grandes inmuebles de las ciudades y de las propiedades rurales; la introducción de la administración obrera y la centralización de las funciones económicas en manos de los organismos que emanan de la dictadura proletaria; he aquí los problemas esenciales del momento»

 

Además, destaca: «La situación mundial exige ahora el contacto más estrecho entre las diferentes partes del proletariado revolucionario y la completa unión de los países en los cuales ha triunfado la revolución»( Primer Congreso de la Internacional Comunista, Ed. Grijalbo, México 1975, Pág. 18-19)

 

Lenin y Trotsky firmaban el llamamiento por parte del Partido Comunista Ruso, lo que demuestra la clara afinidad de las dos principales figuras de la revolución rusa, que mas tarde intentaría de ser ocultada por los usurpadores estalinistas. En el marco de la guerra civil y de los acontecimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios en Alemania, tuvo lugar el Primer Congreso, iniciándose formalmente el 2 de marzo.

 

Rosa Luxemburgo había señalado dudas respecto a la pertinencia de fundar en esos momentos la Tercera Internacional, ello no por oponerse a  su creación, sino porque consideraba importante la maduración de los distintos partidos comunistas con el objeto de evitar que, tal y como había sucedido con la II Internacional, la influencia dominante de un partido le restara fuerza a la nueva organización. Era una consideración táctica importante pero discutible.

 

La mayoría de los asistentes se declaraba a favor de la denominación de Internacional Comunista, no obstante, el joven partido alemán mantuvo la opinión de Rosa que había sido asesinada tan sólo unos días antes. Bajo estas circunstancias la asamblea adoptó inicialmente llamarse Conferencia Comunista Internacional. El orden del día  que se acordó fue:

 

1. – Constitución

2. – Informes

3. – Plataforma de  la CCI

4.-  Democracia Burguesa y Democracia socialista

5.- La conferencia de Berna y la posición frente a las corrientes socialistas

6.- La situación internacional y política de alianzas

7.- Manifiesto

8.- El terror blanco

9.- Elección del buró y varios

 

Los informes

 

En una época de revolución y contrarrevolución, como en la que se desarrollaba el Congreso, tenían que destacarse los informes relacionados tanto por el Partido Bolchevique, como por los de los países que se encontraban inmersos el la ola de sucesos. Albert de Alemania, reseñó los entonces recientes acontecimientos que llevaron desde el levantamiento de marineros en Kiel hasta la brutal represión que los socialdemócratas de derecha estaban aplicando para sofocar la revolución en Berlín.

 

Zinoviev  y Trotsky explicaron dos distintos pasos tanto en el frente económico y militar para extender la revolución soviética a todos los confines del antiguo Imperio Ruso.

 

Sidrola de Finlandia, reseñaba el levantamiento revolucionario que llevó temporalmente a los obreros escandinavos al poder y que luego, con el apoyo  de tropas alemanas fue sofocado sangrientamente. Tanto los ejemplos de Alemania y Finlandia demostraban como los reformistas, con su hipócrita discurso de no violencia, sólo preparaban condiciones para una carnicería que sólo sería superada años después por las ordas fascistas de Hitler.

 

También en Hungría la revolución estaba en marcha, la influencia del joven movimiento comunista crecía como las espuma, pese a los intentos represivos del régimen monárquico. Lamentablemente en esos momentos, la guerra civil en Rusia aislaba a las dos revoluciones pero no había nada escrito y un triunfo revolucionario en algún país europeo parecía casi un hecho.

 

Los demás informes daban cuenta de cómo, a pesar de la feroz campaña de difamaciones por parte de la burguesía, los obreros del mundo incrementaban su entusiasmo por la joven república soviética.

 

El programa

 

Tocó a Albert y a Bujarin exponer los planteamientos programáticos de la nueva Internacional. En ese entonces, era evidente que la Internacional Comunista nacía como una iniciativa de la URSS, pero como un esfuerzo teórico y político internacional. El peso de los comunistas alemanes era tan importante como original. No cabe duda de que de no ser por las pérdidas de sus principales teóricos (Luxemburgo, Mehring, Joiches, Liebknecht, etc), el movimiento obrero en Alemania hubiera jugado un papel tan importante o mayor que el ruso.

 

El informe de programa hacia un análisis de la situación internacional y señalaba las tareas de los revoluciones en dicho periodo. En general se retomaban los planteamientos de Marx respecto a la teoría del Estado y con base en ellos, se hacía una caracterización de la democracia burguesa, como una forma de dictadura del capital. Se hacía énfasis en las enormes dificultades y contradicciones de la burguesía en crisis y la necesidad de emprender la lucha por la revolución socialista y al mismo tiempo, desenmascarar a los reformistas que en esos tiempos estaban jugando el papel de cancerberos de una burguesía, en muchos casos incapaz ya de dar una respuesta organizada a la revolución.

 

Los reformistas preparaban la represión, a pesar de que ellos mismo serían victimas de la misma, una vez que la burguesía estuviera nuevamente confiada en poder tomar las riendas del poder directamente.

 

Luego de la aprobación de la plataforma, se pasó al punto de la democracia burguesa y democracia obrera. Tocó a Lenin efectuar la introducción en la cual señaló los aspectos más importantes de un Estado revolucionario y proletario en la época del imperialismo, al mismo tiempo destacó la hipocresía de elementos como Kautsky, quienes sometidos a una supuesta ortodoxia, reclamaban a los revolucionarios rusos el defenderse de la contrarrevolución. Apelaban a una democracia en abstracto para exigir a la revolución rusa caer en la misma lógica que estaba llevando a la destrucción de la revolución alemana.

 

La construcción de la Unión Soviética debía ser estudiada así como Marx estudió la Comuna de París, para obtener las conclusiones necesarias sobre una base evidentemente superior. Lenin explicaba los aspectos más importantes de ese trabajo de edificación y al mismo tiempo hacia énfasis en que dicho proceso no podía entenderse y llevarse a cabo, más que como parte de un proceso de revolución mundial que ya se había desatado. En ese contexto se explicaba la necesidad de reconstituir las fuerzas del movimiento revolucionario a nivel mundial sobre las bases de Marx y Engels. Dando la espalda a supuestos voceros como Kautsky, sólo de esa manera sería posible la victoria lo mas pronto posible con el menor numero de tragedias para el proletariado.

 

La actitud frente a reformistas y centristas

 

Las siguientes sesiones se enfocaron a trabajar respecto a la actitud respecto a las organizaciones socialdemócratas y a los grupos centristas, es decir, aquellos que estaban entrando en un proceso de transición hacia una posición revolucionaria pero aún no lo habían hecho, ya sea por las maniobras de sus dirigentes o por la falta de un convencimiento de la necesidad de una III Internacional.

 

Era muy importante en esa primera sesión dejar claras las diferencias entre la socialdemocracia de la III Internacional y la nueva corriente revolucionaria, por ello, al final se retomó la propuesta de dar por constituida la III Internacional, lo cual fue aceptado por todos con excepción de los alemanes, por las razones que ya hemos mencionado.

 

Las sesiones se cerraron el 6 de marzo, de este modo fue posible que todos los delegados regresaran a sus países con la noticia de que había una nueva organización internacional, inspirada en la ola revolucionaria europea cuya principal expresión era la revolución rusa de 1917.

 

Muchos aspectos quedaron pendientes, los jóvenes partidos comunistas estaban muy entusiasmados por seguir los pasos de la revolución bolchevique pero no tenían ni su organización ni su experiencia. Los meses siguientes fueron testigos de intentos honestos pero con muy mala fortuna de los comunistas en Hungría y Alemania para extender la revolución en sus países. En otros casos se vivió una relativa estabilización de los países capitalistas más importantes como Francia e Inglaterra.

 

El papel de la Internacional Comunista se orientó a dotar de armas teóricas y políticas a esos esfuerzos, por ello mientras Lenin vivió, cada año se celebró un congreso en el que se analizaban las experiencias recientes y se establecían medidas para tratar de empatar las posibilidades revolucionarias con las capacidades de los distintos partidos.

 

En esas circunstancias, Lenin planteó la necesidad de establecer puentes hacia las masas evitando tanto tácticas oportunistas como sectarias. Se constituyeron partidos comunistas en casi todo el mundo y gracias a las tácticas leninistas, empezaban a crecer y convertirse en la fuerza dominante del movimiento obrero en sus respectivos países.

 

Al frente de la Internacional Comunista, fue electo Zinoviev a propuesta del Partido Comunista Ruso. En realidad este cargo representaba más una responsabilidad que un titulo honorifico. Lenin que dirigía el Consejo de Comisarios del Pueblo, junto con Trotsky, que dirigía al Ejército Rojo en la guerra civil, eran en realidad los principales inspiradores políticos de la nueva Internacional y fueron los que redactaron en lo fundamental los textos de los cuatro primeros congresos.

 

Cuando en diciembre de 1922, se celebró el IV Congreso, Lenin ya estaba muy enfermo y la influencia de la burocracia ya se empezaba a sentir. Ése fue el último congreso genuino de la Internacional Comunista, no obstante su influencia positiva se dejó sentir todavía por algunos años. Tocó a Trotsky dar la batalla por rescatar los auténticos principios de la Internacional Comunista, que junto con Lenin, dirigió al fundar la Oposición de Izquierda Internacional.

 

La historia no es una sucesión de hechos sin conexión unos de otros, tampoco es un devenir de eventos fatalmente establecidos. Marx, Engels, Lenin y Trotsky entendían que había que dar la batalla, porque ese era el camino necesario para ahorrar a la humanidad décadas de horror sin fin, que al final, eso es el capitalismo. En esa perspectiva lanzaron iniciativas para convertir en realidad la transformación socialista de la sociedad; hoy casi 100 años después podemos decir que esas iniciativas fueron absolutamente correctas y que históricamente tenían todas las posibilidades de vencer. A pesar de que su objetivo aún no se cumple, los padres del socialismo científico y del bolchevismo nos han legado a las generaciones futuras un cúmulo de enseñanzas indispensables para el próximo triunfo. Como decía Víctor Serge: «otros llegarán y completaran la tarea».

 

Hoy en día, los revolucionarios recordamos la fundación de la Internacional Comunista como un gran acontecimiento al que debemos dar continuidad.

 

¡Viva la Internacional Comunista de Lenin y Trotsky!

 

[1] http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Conferencia_de_Zimmerwald&action=edit&redlink=1